2 mayo, 2024

La mortandad que no cede

La mortandad que no cede

Miguel Alvarado

Toluca, México; 28 de diciembre de 2020.

Este que pasó fue el último fin de semana del año. También resultó el más mortífero desde que la pandemia del coronavirus llegó a México. No lo dicen los números oficiales, los que cuenta la Secretaría de Salud apoyada en las datas de los municipios y estados de todo el país. Lo dicen las noticias que llegaron a cada uno de nosotros, por distintas formas, acerca de los fallecimientos de conocidos, familiares o incluso famosos. Nosotros, en esta familia, contamos entre sábado y domingo a 55 muertos relacionados con nuestro núcleo. Excepto niños, estos muertos de fin de semana fueron de todas las edades y se distribuyeron en todos los estratos sociales. El reclamo que les une, además de la obviedad de la muerte, es la falta de camas en hospitales, la falta de insumos y de oxígeno y la rapidez con la que murieron. Algunos apenas pasaron dos días internados.

Juan Rodolfo Sánchez Gómez, alcalde de Toluca, informó en sus cuentas de redes sociales que en la capital del Estado de México habían muerto 27 personas este fin de semana. A pesar de que la gran mayoría recibió noticias similares, la realidad afuera, en las calles, es terrorífica porque los días no han dejado de ser las festivas vacaciones de unos mezclados con la angustia por la sobrevivencia que este mismo tiempo para otros. En los dos casos, el requerimiento mínimo para cuidarse no aparece: no hay cubrebocas ni tampoco la famosa distancia sana.


Que la cantidad de muertos se elevara de tal forma era algo esperado después del furor de las compras del Buen Fin y de los preparativos de las fiestas navideñas. Pero también es resultado del manejo general de la pandemia, realizado por los gobiernos de todos los niveles.

Quienes laboran en la calle y tienen contacto permanente con personas como algunos integrantes de la Secretaría del Bienestar, se dan cuenta de una tenebrosa realidad de muertos no reportados pero que inciden en contagios y en que los espacios hospitalarios estén ya cerrados, faltos de equipo, de personal y de vigor.

La realidad de esa mortandad sin números, a pesar de los meticuloso que pretenden ser los gobiernos en esa tarea, nos rebasó desde hace mucho y aunque la llegada de las vacunas parece ser, literalmente, faro de esperanza contra las muertes a destajo, lo cierto es que se tardarán meses en conseguir la ansiada inmunidad para todos, y después esperar que eso sea definitivo.

Pero mientras sucede, los muertos a nuestro alrededor se amontonan.

Esta pandemia ya causa miedo incontrolable en algunos, aunque no es la mayor que ha azotado al país, pues la influenza española de 1918 causó en México medio millón de muertos, los cuales por lo menos sentaron las primitivas bases de la salud pública enfocada a la contención y tratamiento de una cosa como esa. Esta, la pandemia del siglo XXI, ha sido atroz porque ya nadie que esté vivo la recuerda y no hay memoria viva inmediata que nos recuerde aquellos años, salvo las referencias científicas y periodísticas, que la mayor parte de la población no consume.  

Como una marca invisible pero poderosa, el fin del año 2020 representaría el comienzo de la reconstrucción, pero su efecto no se sentirá de facto. Iniciará, o ya inició de alguna manera, con la aplicación de los primeros y escasos lotes de vacunas, los cuales deberán ir aumentando conforme pasen los días.

Por lo pronto, hoy lunes, a días de terminar el año, las noticias de los muertos por coronavirus siguen llegando de manera constante. Nos acercaremos o de plano rebasaremos ya la cifra de los 123 mil muertos. Aunque a la gente se le ve morir, a pesar de todo se anuncia que para marzo la pandemia reducirá sus números, pero la razón no será el éxito de la vacuna. La razón será que las campañas electorales comenzarán y ese negocio no funciona sin actos presenciales.

De todas, maneras, en México los muertos hace mucho tiempo que también votan.

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