Marco Antonio Rodríguez
El primero de agosto de 2023 David despertó sin ideas. Volverse un hombre apático y desinteresado por la vida le llevó a aniquilar, una a una, las ideas que por años coleccionó su cabeza.
Aquel día mientras intentaba levantarse de la cama sintió desfallecer. La ausencia de pensamientos debilitaban su raquítico cuerpo, pero gracias a la inercia de sus años logró incorporarse. Luego llevó sus manos al rostro para tallarse los ojos y en cambio halló un desierto seco y estéril sin una pizca de inspiración. Ese día lloró.
Anduvo de un lado a otro con la cabeza y alma vacías. Se vistió de un movimiento involuntario y con la misma suerte se condujo a la calle. Caminó y caminó. Caminó más. Caminó horas, semanas y meses. Caminó siglos. Un día de primavera, mientras paseaba sin rumbo, un colibrí se le mostró de frente revoloteando con gracia sus alas aceleradas.
David quedó hipnotizado por la pequeña criatura. En ese instante, como si el colibrí fuera un mensajero del universo, algo emergió en su cabeza. Palabras y frases comenzaron entonces a germinar, nuevas ideas flotaban en su mente como fragmentos de otra vida.
Emocionado, aunque intrigado, David navegó en esa piscina de imágenes.
Las ideas fluían, una tras otra, como una tormenta de creatividad. Pronto se sintió revitalizado por aquella avalancha de pensamientos. Intentó capturar todas las ideas, plasmarlas en papel, pero eran ya demasiadas y no podía seguirles el ritmo.
Su mente era un volcán en erupción: las ideas chocaban entre sí produciéndole un caos interno; lo acompañaban todo el tiempo. Sintió también una extraña euforia. No podía ya descansar, pero tampoco es que quisiera detenerse, más bien no quería perder ni una sola de aquellas revelaciones.
Poco a poco, su cuerpo repuesto empezó a temblar. La sobrecarga de información era incontrolable. Quiso hacer una pausa pero para ese momento el esfuerzo era inútil. La intensidad aumentó y entonces sintió que su cabeza estallaría.
Y así, en la última sobrecarga cognitiva, David colapsó en el suelo. Su cara reflejaba una mezcla de éxtasis y dolor. Las ideas se le apagaron y su mente quedó en silencio, en una calma que nunca antes había experimentado pero que extrañamente se asemejaba a la de aquel fatídico día de 2023.
Para cuando dejó de convulsionar, el colibrí volvió a aparecer, esta vez posándose delicadamente sobre el hombro derecho de ese sujeto sin expresión y como si supiera lo que había ocurrido, lo miró con sus ojos brillantes.
Luego el avecita se le acercó y tras besarle la mejilla, el colibrí emprendió su vuelo perdiéndose entre las luces sepia del paisaje.
Sin que David entonces lo entendiera, las palabras que escaparon de su cabeza y que ahora flotaban en el aire, tomaron forma. Las frases se entrelazaron y una historia misteriosa comenzó a propagarse de pueblo en pueblo.
El flujo incesante de letras era incluso abrumador. Las ideas se acumulaban rápidamente en algún punto y solo el viento lograba esparcirlas a través de microrrelatos. Fue entonces que nuevas historias llenaron las aguas del caudal creativo de David. Aquello ya no era un desierto, sino un próspero oasis repleto de vida.
Tras ese último colapso, el hombre resucitó al tercer día. Para entonces era incapaz de distinguir entre la realidad y su ficción: cada que cerraba los ojos era transportado a otros mundos con sus respectivas aventuras inverosímiles. La frontera entre su imaginación y el mundo tangible se desvaneció por completo.
Los días se convirtieron en una rutina de sueños y fantasías, donde los personajes de cada historia cobraban vida y caminaban siempre a su lado; lo custodiaban. Los paisajes de su inmensa creatividad se materializaban ante sus ojos arrebatados y las emociones de sus personajes se entrelazaban con las suyas propias.
El colibrí, su eterna musa, siguió frecuentándolo con regularidad, aunque él no diferenciaba si el ave era real o una invención más de su mente trastornada. Así permaneció durante siglos, inmerso en un universo donde todo era posible y cada día se luchaba una batalla narrativa.
Un día de otoño la brisa suave pero helada acarició su rostro. David, temeroso, levantó la mirada y se percató de que el sol estaba ocultándose, tiñendo a su paso el cielo en tonos rojizos y rosados. En ese momento, algo cambió.
Por primera vez en siglos una sensación de nostalgia y añoranza lo invadió. Un sentimiento desconocido, casi olvidado en lo más recóndito de su cuerpo, se abrió paso por su corazón de arcilla. El colibrí que aleteaba cada vez más lento se alejó canturreando el más nostálgico de sus versos, dejando a su paso una tristeza densa y fluorecente.
Tras un abrir y cerrar de ojos, David cayó muerto.