Claudia Sheinbaum hace historia por ser la primera mujer en gobernar el país, pero eso apenas significa algo cuando ha perdido la batalla con el propio AMLO para ejercer el poder al que tiene derecho y al cual se le ha opuesto una fuerza superior a la suya, representada por Andrés López Beltrán, el hijo de AMLO y recientemente nombrado -elegido, pues- secretario general del Movimiento de Regeneración Nacional.
Ciudad de México; 1 de octubre de 2024
Miguel Alvarado
Este día es el último de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) como presidente y el primero de Claudia Sheinbaum, que ganó las últimas elecciones y continuará con las acciones morenistas que dejaron asombradas al mundo cuando se revelaron que sus dirigentes eran cualquier cosa menos de izquierda. El gobierno de AMLO militarizó el país y entregó el control de la Guardia Nacional al ejército. Ha impulsado, casi secretamente, la anexión de la Secretaría de Marina (SEMAR) a la de la Defensa Nacional (Sedena), y si todo loe sale bien, en este nuevo sexenio la SEMAR será convertida en subsecretaría para concentrar los poderes de las fuerzas armadas en uno solo. La inefable izquierda mexicana impulsó proyectos absolutamente necesarios como el del Tren Maya, que responde a los objetivos de la agenda 2030 de corte neoliberal y representan el inicio de un despojo gigantesco que tendrá su continuación en la construcción del Tren Interoceánico, un tajo en la tierra para ser usado como gran canal que dé paso a buques de carga de gran calado y que irá sustituyendo al legendario Canal de Panamá. Esta vía unirá al puerto de Salina Cruz, Oaxaca, con Coatzacoalcos, en Veracruz y en los 286 kilómetros que mide se han planeado once polos de desarrollo que no son otra cosa que parques industriales en donde estarán empresas trasnacionales que aprovecharán el canal y el tren que viajará a los costados para mover mercancías por el Atlántico y el Pacífico. Para hacer eso, que parece una magna obra, se despojó a pueblos y campesinos de sus tierras para que por ahí pasaran esas venas abiertas.
El gobierno de izquierda de AMLO no sólo concretó eso. Puede sumársele la entrega de más de 300 actividades civiles a la Sedena, una secretaría dotada de un poder supranacional, por encima incluso de la propia Presidencia. Además, el esperado rechazo o por lo menos adecuación del contrato que obliga a México a facilitar la explotación de sus recursos naturales y otros bienes, el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), no sucedió, sino que fue ratificado sin chistar.
A eso debe agregársele el cambio de las políticas migratorias mexicanas en las fronteras, en un principio pensadas para ayudar a los desplazados provenientes de América Latina y el Caribe, que se torcieron por órdenes de Donald Trump, el estrambótico presidente de Estados Unidos, que amenazó a AMLO con candados arancelarios. Así, el endurecimiento de esas políticas y la intervención de los militares para contener a los grupos que intentan cruzar México tomaron el lugar del engañoso humanismo mexicano. Faltaba más: las reformas inauditas al Poder Judicial y el reconocimiento de los cárteles del narco como una fuerza a la que no puede combatirse y que actualmente tiene a regiones como Guerrero, Sinaloa y Chiapas en una situación de violencia que ben puede calificarse como una narcoguerra. La guinda del pastel la representa el caso de Ayotzinapa, intervenido por el ejército y boicoteado por el propio AMLO, que prefirió proteger al ex secretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos; al ex presidente Enrique Peña y no presionar con fuerza por la repatriación de Tomás Zerón de Lucio a defender a las víctimas de la noche de Iguala. Más aún, protegió a los verdaderos infiltrados de la normal Raúl Isidro Burgos, 26 jóvenes que en aquellos años eran estudiantes de esa escuela, y les dio cargos públicos y cobijo en distintas instancias federales, como sucedió con el diputado federal plurinominal Manuel Vázquez Arellano, a quien sus ex compañeros señalan como responsable de ordenar esa salida a Iguala que costó la vida a 46 normalistas. Lo hizo sabiendo que Ayotzinapa tenía prohibido entrar a aquella ciudad. Pero eso apenas se refiere a algunos aspectos.
Claudia Sheinbaum hace historia por ser la primera mujer en gobernar el país, pero eso apenas significa algo cuando ha perdido la batalla con el propio AMLO para ejercer el poder al que tiene derecho y al cual se le ha opuesto una fuerza superior a la suya, representada por Andrés López Beltrán, el hijo de AMLO y recientemente nombrado -elegido, pues- secretario general del Movimiento de Regeneración Nacional. En su currículum lo único que se destaca como experiencia política es que ha acompañado siempre a su padre en los lances políticos en los que ha intervenido, y nada más, a excepción de que es propietario de los Chocolates Rocío y de los Vinos Cósmicos, dos empresas en jauja casi permanente pero que no explican el nivel de vida de este joven empresario, de 38 años de edad, relacionado por otro lado con inversores, constructores y dueños de empresas que han trabajado para el gobierno federal como proveedores. Todo esto, tamizado con los 191 mil asesinados en el sexenio y los más de 50 mil desaparecidos.
A las diez y media de la mañana de este día, la nueva presidenta de México, nacida en 1962 y de origen judío, ha salido de su domicilio, ubicado hasta hoy en el número 134 de la calle Cuitláhuac, en la colonia Toriello Guerra. Deberá atravesar la barrera humana de reporteros que le preguntan que cómo se siente, que cómo ve, que qué tal, que qué espera. Ella ha bajado la ventanilla del auto gris en el que la han subido y no alcanza a decir nada. De cualquier manera, los mensajes políticos ya han sido emitidos y el más duro de todos es la confirmación de que su gobierno será fiscalizado e intervenido por el propio AMLO porque el gabinete principal de la presidenta está formado por una mayoría abrumadora de funcionarios amloístas. Eso ya fue explicado por los dos, que dijeron que era “muy normal” que, siendo parte de mismo partido, los ayudaran los mismos personajes.
Así que ella ha bajado la ventanilla de su auto y saluda sonriendo al vacío que representan las cámaras, sacando las manos para tocar a quienes le toman foros con celulares y tratan de dejarle una parte de la buena suerte que le desean. Es una turba que ha rodeado el auto, que más adelante circulará por la calle de Cuitláhuac rumbo a San Lázaro, donde la esperan ya el propio AMLO y sus diputados. También la esperan unos 50 trabajadores del Poder Judicial, que se han colado al recinto gritando consignas. A 20 minutos de que ella llegue se espera que sean desalojados.
Al mismo tiempo, AMLO ha llegado a San Lázaro, acompañado de su esposa Beatriz Gutiérrez. Les aplauden los integrantes de una comisión de acompañamiento que abrazan al todavía presidente. Qué triste se ve el presidente en su último día, casi despojado en el ámbito público del manto de poder que se puso de inmediato hace seis años. Ha llegado este día a la Cámara en su Jetta blanco, que casi de inmediato cambió por las potentes y gigantescas camionetas de la Presidencia. Seis años atrás era él quien hacía el recorrido rumbo a la abstracción casi maldito de los que en México significa el poder y al símbolo de la Banda Presidencial. En ese entonces un joven en bicicleta se le había emparejado y le gritaba: “¡No nos vayas a fallar!”. Y él, con él puño en alto, le había respondido que no, que no fallaría.
La presidenta del Congreso, Ifigenia Martínez, sería la encargada de recibir a Sheinbaum, y mientras llegaba, el recinto de la Cámara retumbaba con los gritos, ya inscritos en la psique de miles, de “¡Es un honor estar con Obrador!”. Ahora en todas las televisoras los elogios se imponen al análisis crítico. Pareciera éste un país de ensueño, cargado efectivamente de símbolos que avanza rumbo al nebuloso amanecer del progreso impulsado desde la izquierda. Pero no es así. Este país nunca ha abandonado el modelo neoliberal y los proyectos extractivistas lo confirman.
Mientras AMLO sube al estrado, Israel ataca a Irán, como un día antes lo hizo contra el Líbano. Ahora la masacre de Gaza en Palestina está al borde de generar una guerra indetenible. La respuesta iraní fue el lanzamiento de misiles contra Tel Aviv, que en su camino rumbo a esa capital pasaron sobre Gaza. Ahí, los masacrados palestinos festejaron aquellas estelas de fuego, aunque muchas de las cuales fueron neutralizadas por el Domo de Hierro, el escudo antimisiles de los israelís.
II
Sheinbaum y su chofer van por Tlalpan. Le faltan diez minutos para llegar al Congreso y dos horas para ser oficialmente presidenta. La Banda que lucirá la ha elaborado el ejército, el poder más temido del país y con un presupuesto desmesurado que debería garantizar su lealtad y evitar los temidos golpes de Estado. No hay nada que temer en ese sentido. El de AMLO ni el de Sheinbaum son gobiernos de izquierda. Eso puede constatarlo el empresario Carlos Slim, los contratos con Televisa y TV Azteca y la enorme empresa en la que se convertido el narco y sus brazos paramilitares, entrenados por las propias fuerzas armadas, que luego simulan combatir.
Con la presidenta van su esposo, Jesús María Tarriba, y Paulina Silva, la nueva titular de Comunicación Social cuya labor será contener a los medios como lo hizo el anterior, Jesús Ramírez Cuevas. En tanto, el primer conflicto político se ha desatado en esa Cámara nerviosa y de olores penetrantes, porque los diputados de la débil oposición se han negado a asistir a la ceremonia de investidura. Ellos afirman que la presidenta se ha negado a que se integren en una comisión plural para recibirla. Pero eso es opacado por el mensaje de Sheinbaum que será el que se utilice a lo largo se su sexenio: “es tiempo de mujeres”, apuntalado por otro, “llegamos todas”. Es cierto, están todas, excepto las campesinas, las obreras, las defensoras de derechos humanos, las madres buscadoras de desaparecidos, las habitantes de los pueblos arrasados por el narco y millones más que han sido invisibilizadas a lo largo de la historia de México.
A Sheinbaum se le entregará un bastón de mando, una costumbre que fue extraída, pervirtiéndola, de las ceremonias de pueblos originarios de México. Ahora, en el gubernamental Canal Once, es ridiculizado cuando cuatro conductoras reducen la tradición a “datos divertidos”. El bastón de mando es para quien ocupa la Presidencia un símbolo nuevo, reclamado en su momento a AMLO por representantes de los pueblos, que le dijeron en una reunión pública que ellos nunca le habían dado permiso para utilizarlo. “Fueron otros los pueblos que me lo dieron”, les respondió el presidente.
Al fin, Sheinbaum ha llegado.
III
A ella le cuesta soltar la figura de AMLO y a él la ceremonia de investidura le entristece. Está triste, profundamente. La Banda Presidencial ha cambiado todo en un segundo y AMLO ha pasado al lugar de los espectadores, aunque en el ámbito privado sea él quien mande. Ojeroso y demacrado, no es el mismo que el 29 de septiembre festejaba en la última de sus Mañaneras el término de su ciclo. Ese día, sepultadas en la música de los mariachis que le llevaron; en la canción que cantó su esposa, compuesta por Pedro Miguel, uno de los trastabillantes ideólogos de la 4T y protector de los verdaderos infiltrados en Ayotzinapa; en la rifa de su reloj; en la foto que lo ubica al frente de periodistas y yutubers que le dieron cobertura; en su propio llanto; se dio cuenta que no es lo mismo gobernar desde las sombras y de la enfermedad que ha causado el poder en los presidentes. A todos se les nota el vacío, pero a él se le nota más y mal y de malas está cumpliendo con los protocolos que lo despojan de lo que, creyó, era sólo de él. Al final, Ifigenia Martínez, presidenta de la Cámara y sostenida milagrosamente por una sonda de oxígeno, lo llamó ciudadano, aunque luego se arrepintió y dándole un beso en la mejilla le dijo “presidente”.
En cambio, Sheinbaum, acostumbrada a obedecer, se encontró de frente con el máximo poder público que podrá jamás tener y ya con la Banda tricolor sobre su vestido blanco, fue dándose cuenta de que no tiene que hacerlo. Lo harpa, porque debe cumplir los tratos privados que ha hecho con AMLO y que le permitieron llegar a donde está, pero los ojos se le abrieron y todos se dieron.
El discurso que la inaugura como presidenta se parece, eso sí, al que dio AMLO hace seis años, con el impresentable Enrique Peña junto a él. Primero lo pulverizó y después prometió tanto que desató una especie de furor irracional, apoyado por pagos a voceros, que aún resiste el paso del tiempo. Hizo creer que gobernar es fácil cuando lo hace un grupo de trabajo honesto, pero eso no lo sabremos porque su equipo y las decisiones tomadas indican que no pudieron sofrenar la avidez del dinero público y de los negocios a la sombra de las instancias públicas, como pasó en las oficinas de Seguridad Alimentaria Mexicana (Segalmex), en donde se operó el mayor desfalco de la historia, involucrando 15 mil millones de pesos. Hay detenidos y un monto recuperado, sí, pero al director general, Ignacio Ovalle se le exculpó como si se hubiera robado un Gansito. “Pobre, lo engañaron”, explicó AMLO y con eso terminó todo.
Como haya sido, ahora AMLO es ex presidente y se sentaba para escuchar lo que tenía que decir Claudia Sheinbaum, que ocupó una media hora para plantear el plan general de trabajo con el que gobernará al país. En un comienzo, señaló que habrá garantías para todas las libertades, la de prensa y la de expresión incluidas porque ella es “una demócrata” y dijo que nunca usará la fuerza del Estado para reprimir. Su discurso, obviando que se trata de sólo palabras, es una versión suavizada de proyectos más parecidos a lo neoliberal que a un gobierno de izquierda. Así que garantizará las inversiones privadas y no aumentará el costo del diésel, la gasolina y el gas “en términos reales”, lo cual quiere decir que los precios serán ajustados de acuerdo a la inflación, al precio de las divisas y el petróleo, así como a los movimientos financieros que realice el nuevo gobierno. En esa línea de neoliberalismo que quiere hacerse pasar por progresista y humanitario, aseguró que se aprovechará el T-MEC para seguir con los programas de nearshoring o atracción de empresas canadienses y estadounidenses que en México pagan pocos impuestos, pagan conforme a los salarios mexicanos y venden con precios que se establecen en sus países. También anunció un programa de digitalización muy ambicioso que en los próximos días comenzará a funcionar y también a preocupar. Luego, dijo que la reforma al Poder Judicial significa para ese poder más autonomía. “Piénsenlo sólo por un momento, si el objetivo hubiera sido controlar la Suprema Corte, habríamos hecho una reforma al estilo de Zedillo”.
Promesas que hizo durante su campaña fueron rápidamente repetidas. Esta vez, la voz que las dijo era la de una presidenta que pintó un panorama tan prometedor que por media hora hizo que algunos asistentes se olvidaran de la narcoguerra que desgarra al país. “Todos los niños de primaria y secundaria tendrán una beca. Iniciaremos el próximo año con secundaria. Las y los niños deben ser felices, pues de ellas y ellos no sólo es el futuro, sino el presente de México. Llevaremos a las y los adultos mayores la prevención y la atención a la salud a su casa. Para ello, vamos a contratar 20 mil médicos, médicas, enfermeros y enfermeras”, decía mientras atiborraba de laoísmos un discurso que así pretendía ser incluyente.
Luego aseguró que se hará realidad el reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas, que consolidará el IMSS-Bienestar y que la salud pública será gratuita y de calidad. Aumentará el número de preparatorias y universidades públicas para que se abran 300 mil espacios más. Y aseguró que la salud y la educación y la salud son derechos, no privilegios, usando ya los manidos lugares comunes.
A Sheinbaum le esperan los seis años más duros en la historia reciente de México y los enfrentará sabiendo que las decisiones importantes que se tomen no serán de ella sino de los dos andreses que la manipulan desde los entretelones. El sexenio será la continuidad de un sistema de gobierno que no cambió formas ni fondos y que puede fácilmente calificarse como neopriista. Sin embargo, Sheinbaum podría desmarcarse desde ahora mismo de la sombra de AMLO que la oscurece y envilece. Tendría que asumir las consecuencias de un gobierno fracturado, que tardaría mucho en recomponer. Ella, que ha invitado a la ciudadanía a que se le diga “presidentA”, sabe, sin embargo, que esa A quiere decir “Andrés”.