25 enero, 2025

Retrato hablado de un músico ambulante

Retrato hablado de un músico ambulante

Toluca, México; 20 de diciembre de 2024

Elizabeth Franco/ imágenes / Lumière Escuela Superior de Fotografía

Tocan. O más bien mueven la manivela insertada en su aparato y entonces brota la música y por un largo rato se quedan así, respirando solamente y moviendo esa mano. Con la otra y con el peso de su propio cuerpo sostienen el organillo, un aparato de unos 60 kilos que logran nivelar en una sola pata, decorado como estaba hace más de cien años, cuando de verdad eran la única opción para escuchar música popular. De origen alemán, el instrumento ha alimentado las entrañas de capitales como la Ciudad de México y actualmente sólo pueden encontrarse en tres países: éste, el mexicano; el argentino y el chileno. En México, sobre todo los organilleros se ubican en el centro de la ciudad, pero no a todos les caen bien estos músicos ambulantes.

Jorge Alcántara ha rentado un departamento a unas cuadras del Zócalo. Ha tenido suerte y por unos meses hará realidad el sueño de vivir en el corazón de la Gran Tenochtitlán, como le dice a la ciudad. Ahí sucede todo y la historia de la capital parece haberse quedado congelada en sus calles, donde viven los vivos, pero también pasean los muertos. Por aquí pasa todas las manifestaciones que protestan por prácticamente todo. Por aquí corren los policías para encapsular a unos y otros. Aquí acampan los ambulantes y la pobreza se ha instalado muy discretamente en esta zona, propiedad de Carlos Slim, que durante el periodo de gobierno de Andrés Manuel López Obrador como regente de la CDMX, pudo comprar casi todos los edificios en ruinas de ese centro para restaurarlos, a principios de este siglo.

Ahí, donde Jorge ha rentado, en un tercer piso, se ha colocado un organillero, que llega puntualmente a las diez de la mañana y se retira a las seis de la tarde. Todo el tiempo toca y cuando toma un descanso otra persona lo sustituye por un rato. La música, ese lento lamentarse que sale del aparato, inunda las habitaciones de Jorge de lunes a domingo. No tiene tregua y ha sido imposible para él convencer al organillero de moverse a otro lado. Luego de un mes, Jorge ha cancelado el contrato de su departamento y se ha tenido que ir dejando ahí al organillero y la tradición que ha agujerado sin piedad la vida de aquel inquilino. En cambio, a otros el organillo y su música les parece un retrato del México del siglo XIX, y su caja de madera hueca, en la que hay picos o puntillas de bronce, que al contacto con un cilindro produce notas musicales. Primero, antes de la revolución, los organilleros reproducían canciones europeas, pero después pudieron tocar melodías mexicanas que narraban las historias de aquel conflicto. En 1975 se formó la Unión de Organilleros la República Mexicana, y en la década de los noventa, el Gobierno de Ciudad de México impulsó un programa para preservar esta tradición en el Centro Histórico, sin embargo, es una de las profesiones que se ha visto mermada por el paso de los años”, dice la periodista Andrea Ochoa en un repaso al tema.

Estas fotos de Elizabeth Franco retratan al organillero tal y como es hoy actualmente. Sus ropas, su gorra, los distintivos que usa y las calles en las que se aposta siguen escribiendo la historia del oficio y de sus oficiantes, una postal perenne para quienes visitan el centro de la capital mexicana.

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