1 mayo, 2024

La banalización de la muerte

La banalización de la muerte

Miguel Alvarado

Toluca, México, 14 de junio de 2020. En la imagen, un niño sentado afuera de su casa, junto con su familia, observa un bulto tirado en la calle. Se trata del cadáver de un hombre que ha fallecido por congestión alcohólica. Todo el día estuvo tomando, dice el escueto aviso de las autoridades encargadas de levantar el cuerpo. El niño, sentado en las escaleras que conducen hacia el jardín de su casa, ya lo ha observado lo suficiente y ahora se distrae con la llegada de la policía y del fotoperiodista que también acudió a la escena.
El niño debe tener entre 11 y 13 años y su camisa blanco y negro con siluetas de Micky Mouse lo hace ver todavía más chavito. Es un niño feliz, risueño, que se alegra de lo que la vida le pone enfrente, aunque sea un cadáver.

Ramsés Mercado, fotoperiodista en Toluca de Viceversa (VCV), ha cubierto de todo, y la nota roja es algo usual para él, quien atiende a las claves de la policía. En Toluca, un Catorce significa un muerto por las razones que sean, que ya luego se determinarán. Accidentados, baleados, acuchillados, suicidas, secuestrados, rijosos, la galería mortal de Toluca es tan siniestra como la de cualquier otra ciudad. Esta vez, la escena del fotoperiodista no se centra en el cuerpo, ni tampoco en la patrulla municipal que auxilia en el levantamiento.

Se centra en el niño, sentado, por decirlo de alguna manera, en primera fila porque el muerto quedó tendido en la acera de su casa, en el Paseo Matlatzincas de la capital mexiquense. El fotógrafo se acerca a la barda y el niño lo sigue con la mirada y justo cuando dispara, el chico se “interpone”.
La foto que obtiene Mercado no puede ser más congruente con la realidad que ha aplastado a México los últimos años: para empezar, la incomprensión de las tragedias y después la banalización de la muerte.
El niño se asoma a la cámara, dobla el brazo y, desde su sonrisa maravillosa, hace con los dedos la señal de la victoria. Detrás de él, en un segundo plano y menos de tres metros, el cuerpo cubierto por una sábana del hombre muerto, que ha dejado de ser el centro de atención para convertirse en el objeto que arranca una risa, que se la arranca a un niño que piensa, porque así actúa, que un muerto en la calle por la razón que sea, se trata de algo normal.

– El niño estaba posando, pero lo que me causó más asombro -dice el fotoperiodista- es la familia del niño, que no le dijera nada. Había al menos tres señoras, otros chavos y están ahí como si nada. El chavo estaba ahí cotorreando y jugando. Una señora se me acercó y me dijo, señalando al cuerpo, que “no murió de coronavirus. Murió de… de… ahí tenía su botella”, que resultó ser una garrafita de Tonayán.


Esa escena, tan común ahí, para las familias que viven ahí en La Pedrera fue motivo para que salieran a convivir y a platicar como si se tratara de una reunión, precisamente, de una reunión familiar.


El fotoperiodista también señala que una de las mujeres le dijo que ella estaba tranquila “porque al principio creí que era mi esposo, pero ya un policía me enseñó la foto del muerto y no, no es”.

La muerte representa la normalidad para todos los seres vivos, pero no los motivos por la que sucede. En una sociedad profundamente afecta a los ritos de la muerte, y que ha normalizado la violencia que provoca una gran cantidad de estas, que un niño pose y ría ante un cadáver quiere decir que nada ha funcionado, y que el fracaso puede hallarse en la risa, tan humana, de un niño que lo ha perdido y no lo sabe.

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