Miguel Alvarado
Toluca, México; 2 de noviembre de 2020. Empresas privadas en México vaticinan que la epidemia de coronavirus en nuestro país experimentará un incremento inusual a partir del 21 de noviembre. El número de contagios y de muertos por esta enfermedad se disparará incontrolablemente, al menos eso tienen previsto las empresas farmacéuticas que operan en el territorio nacional como Astra o Sanfer, que por ahora se han limitado a tomar precauciones elementales: confinar a sus empleados en sus hogares y regresar al esquema de trabajar desde casa, que apenas hace 60 días levantaron.
Ese mismo escenario -un azote potenciado de la enfermedad- prevén bancos como Banamex, que también comenzaron a encerrar a sus empleados, aunque dejarán a quienes laboran en ventanillas y atención al público porque son, como dicen ellos mismos, “los caballos de batalla que mueven el negocio”.
El anuncio, muy privado y casi secreto respecto del embate por venir se hizo en las empresas hace dos semanas y la razón de que aún no se haya decretado un regreso al semáforo rojo es económica. Además, ya comienza el Buen Fin, un invento del gobierno de Felipe Calderón que tenía el objetivo de aprovechar los pagos del aguinaldo para compras en establecimientos de todo tipo, los cuales pondrían sus mercancías a rebaja o en planes muy convenientes de pago a plazos. Desde entonces ha funcionado así, con todo y los precios trampeados por los comercios, sobre todo las grandes tiendas departamentales, que de ninguna manera pierden.
Este año, el Buen Fin durará quince días, del 9 al 21 de noviembre y esta última es también la fecha en la que se anunciará el regreso al encierro, que debería comenzar desde ahora pero eso significaría la cancelación de la temporada más esperada de compras.
Que el plan inmediato contra el coronavirus sea el regreso al confinamiento, plantea cuestiones elementales que por sí mismas revelan lo difícil que ha sido vivir en pandemia. Primero, que no se dice todo lo que se sabe y que lo que se dice está matizado. Después, que la infección gana terreno y que los 91 mil 895 muertos registrados hasta el primero de noviembre por la Secretaría de Salud federal en México deberían tener horrorizados a todos, por lo menos.
La estadística oficial, la única que hay de cualquier manera, indicaba para esa fecha que la Ciudad de México y el Estado de México ocupan los dos primeros lugares en cuanto a número de casos acumulados. Durante la última semana, las dos entidades sumaban casi 26 mil muertos por covid.
Los municipios del valle de México y la CDMX conforman además a la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM), que por sí sola tiene 23 millones de habitantes. Si el país entero tiene 125 millones, según el Consejo Nacional de Población, los 23 millones mencionados representan el 18.4 por ciento del total nacional. Sin pandemia, esa ZMVM significa un problema de magnitudes incalculables. Ecatepec, Neza, Chimalhuacán, Chalco y otros municipios altamente complejos están ahí y son la muestra de todo: desigualdad, pobreza, inequidad, narcotráfico, hacinamiento, desabasto de servicios básicos. A esto hay que sumarle una cascada entera de problemas cuya solución ha rebasado las fronteras de lo posible.
La capital del Estado de México también tiene lo suyo. El municipio de Toluca es tercer lugar estatal en número de fallecimientos, con 876 muertos, por detrás de Ecatepec, con mil 169 casos; y de Neza, que reporta 8 mil 285, desde cifras del gobierno del Estado de México y cuyo Plan de Regreso Seguro para la entidad se presentó desde el 19 de mayo de este año. ¿Hacia dónde nos llevaría un eventual y nuevo Semáforo Rojo para el Estado de México? Eso es algo que no se quiere contestar.



