25 enero, 2025

El departamento embrujado

El departamento embrujado

Toluca, México; 12 de julio de 2019

Miguel Alvarado

“SE RENTA DEPTO”, dice desde siempre el letrero pegado a la ventana de un edificio de dos pisos en el centro de Toluca, sobre la calle de Lerdo, casi esquina con Sor Juana Inés de la Cruz. En esa esquina hizo historia el Batibar, una cantina para soldados y obreros que nunca fue lo suficientemente lumpen como para mantenerlo abierto porque después llegaron los estudiantes a tomar por asalto las mesas. Entonces cerró, a pesar de sus curativos caldos de camarón, que lo mismo llenaban el estómago que los corazones de todos los rotos que iban ahí para tratar de remendar una vida todavía más quebrada.

Y es que cuando uno toca fondo, siempre habrá un escalón todavía más abajo.

Esta es una historia que afirma que al mismo tiempo nos habita lo visible y lo invisible, y también, que al mismo tiempo, estamos vivos a pesar de no existir. Es la historia de un fantasma, y de cómo se convirtió en eso que ronda por un departamento en renta.

El letrero de “SE RENTA DEPTO” ha estado ahí por años, y por años ha sido quitado y colocado innumerables veces, tantas que en ese ventanal apenas limpio ya dejó su impronta en la forma del trapecio que tiene el cartón sobre el que está escrito el mensaje.

Ese “SE RENTA DEPTO” lleva ahí cerca de 25 años, visible para todos los que iban al centro, caminando o en vehículo. Hoy sigue pegado, o por lo menos hace unos días estaba aún, haciendo juego como siempre con el edificio que cada vez está más sucio, más abandonado y viejo a pesar de que una pequeña imprenta, incrustada en la estructura quién sabe cómo, se ha negado a cerrar. Y es que ya nadie pregunta por el departamento. Peor aún, ahora hay otro que también se alquila, en el primer piso de ese pequeño condominio.

Esta historia comienza cuando una familia, hace un cuarto de siglo, ha llegado a ese departamento para vivir en una ciudad que todavía no tenía visos de ser lo que es ahora. Ese departamento estaba casi nuevo y los inquilinos eran casi los primeros en habitarlo. Papá, mamá e hijo, un niño pequeño de menos de 5 años que se quedaba en tiempos de vacaciones con su madre, ama de casa cuya única queja era tener que subir a tender la ropa a la azotea, donde había un gran espacio para todos.

Lo monstruoso de la vida a veces radica en que puede confundirse con lo cotidiano y que la hace parecer feliz, vivible, por así decirlo. Hoy, los espectros se han transformado en lugares comunes, habitantes sobre todo de películas o documentales, ligados a apellidos como Warren o incluso a viejos brujos como Alistair Crowley o exorcistas como el padre italiano Gabriela Amorth. La literatura de terror ha sido rebasada y pocos maestros han logrado que en sus letras todavía perviva esa sensación de que no todo es lo que parece. Algunas historias nacen a trozos, como los muertos que pretenden regresar y no caben enteros en el mundo que ya dejaron. Eso que son ahora acercan su aliento o sus manos a nosotros para rozarnos invisibles la nuca o los pies. El escritor Algernon Blackwood consiguió hacerlo con su novela corta “Los Sauces”, o todavía el mismo Poe, cuando se retrataba a sí mismo antes de caer delirante de alcohol. La atemorizante figura creada por Mary W. Shelley, “Frankenstein”, abrió nuevos debates acerca del futuro que nos esperaba y que ahora estamos experimentando, cuando rozó los abismos de la biotecnología. Hoy, por ejemplo, en el Instituto Nacional de Nutrición de México se experimenta con cerebros de cerdos extraídos del cuerpo que los alberga, e insertados en un componente mecánico antes de irrigarlos con sangre, después de cuatro horas de muertos, se consigue revivirlos –revivir a los cerebros, que ya no tienen cuerpo, pero sí las funciones cerebrales intactas-. Entonces, ¿eso qué es y qué significa? ¿Que Dios es pura química, tecnología pura?

El diablo, las almas en pena son sombras más cercanas a lo que nos define desde la realidad de la calle, de las casonas, de los lugares encantados y nos sincretiza con el resto de los países: el mundo espíritu. Aunque el miedo, el verdadero terror se halle anclado en las características de la sociedad en la que vivimos, preferimos un susto espectral, un exorcismo antes que ser secuestrados, levantados y descuartizados para no aparecer jamás. El terror ha cambiado su estrategia. Preferimos cualquier cosa que no dé la oportunidad de no morir, o de morir de miedo pero nada más, sin pensar siquiera en otras condiciones que aterran por inexplicables.

¿Cómo es que alguien se convierte en fantasma? ¿Qué circunstancias lo llevan a la condición ectoplásmica, tan poco sustantiva ahora? ¿Dónde queda entonces la realidad cinematográfica de Blade Runner, por ejemplo? ¿Dónde ese terror que provocan los espacios que no terminan de abrirse, la compleja soledad del aislamiento en masa?

Aquí, en la historia de la calle de Lerdo en Toluca, estamos incorporando una experiencia sobrenatural de primera mano, no un cortocircuito psicosocial ni una anécdota de sobremesa.

La azotea de aquel edificio estaba protegida apenas por una mínima barda que apenas servía para delimitar su frontera y más allá estaba el vacío, el concreto de la avenida Lerdo y su tráfico sin fin ni sentido. A la señora no le gustaba subir porque temía dejar solo a su niño, en la casa apenas nueva y desconocida para él, pues el marido salía a trabajar siempre. Así que tomó la costumbre de llevarlo con ella para vigilarlo y además sentirse acompañada. El niño llevaba sus juguetes, sobre todo la pelota, que aventaba contra las pequeñas bardas allá arriba. Así, un día, como dice uno cuando no puede precisar, un día todo coincidió. El niño subió, como siempre lo hacía, a tender la ropa con su madre. Ese día no llevó las pequeñas pelotas de goma que tenía, sino su nuevo balón de plástico que rebotaba alto y rápido al menor empuje. Ese día la madre estaba más concentrada en la ropa que en el niño, cuyos juegos la alertaban para ubicarlo apenas con el rabillo del oído.

El niño lo comprendió de inmediato. Para su madre, en ese momento, él no contaba, no estaba ahí y sin quejarse se dedicó al balón, que pateó rebotándolo por todos lados. Entonces todo volvió a coincidir, las fuerzas naturales que todo lo impulsan y que después todo lo detienen estaban ahí, actuando en ese pedazo de azotea, en el balón incontrolable y sobre la madre que pensaba. El balón pegó una vez en la pequeña barda y el niño lo recibió con enérgica patada, que lo mandó más lejos aún, porque esta vez la pelota brincaría la barda para precipitarse hacia la calle de Lerdo, abajo, y perderse ahí.

– Mamá –dijo el niño- ¿puedo ir por mi pelota?  

Y ella, en la mecánica de esa coincidencia, de la abstracción monstruosa de la acción y la consecuencia, le dijo que sí, que fuera por él, que tuviera cuidado. Así que el niño fue por su balón, aventándose con cuidado por encima de la pequeña barda, como había visto hacer a su juguete y cayó en la avenida de Lerdo, muerto por ventura, porque quien sobreviva a eso parecerá siempre un muerto.

*

El día laboral terminaba para Daniel Garza, quien trabajaba en 2005 cerca de esa dirección, en la esquina de Humboldt y Lerdo, y estaba en busca de un lugar para rentar, pues venía de Michoacán. Esa búsqueda lo llevó primero a rentar habitaciones en posadas de la ciudad, aptas para estudiantes o solteros.

Y un día, al caminar hacia el centro, vio ese anuncio, que había sido colocado de nuevo, pues alguien había rentado el departamento, pero lo había devuelto de inmediato.

– ¿Vamos a ver cuánto quieren? –dijo Daniel a su compañero de trabajo.

– Vamos, pero yo he visto que nadie dura mucho ahí.

– A mí no me asusta nada –dijo Daniel, una especie de técnico en computación cuya actividad no tenía lugar para la imaginación. En ese momento, en su mundo, solo cabían concatenaciones y algoritmos, signos en blanco sobre fondos negros.  

Entonces fueron y tocaron. Un hombre viejo abrió y puso todo muy claro rápidamente. Tres mil pesos mensuales más un depósito de igual cantidad y el pago de servicios. Era lo habitual, pero a mitad de precio en una zona en la que las rentas, por pequeño que fuera el lugar, no bajaban de 5 mil pesos. Es el centro y por lo menos en Toluca es algo que todavía cuenta.

Antes de cerrar el trato subieron los tres a ver lo que se iba a rentar. Era en realidad una estancia muy amplia, demasiado para uno solo y estaba impecablemente arreglado. Pintado todo de blanco, se rentaba incluso amueblado. Dos habitaciones, una sala, un comedor y una pequeña cocina, así como su baño estaban como nuevos, sin una mancha, y Daniel dijo enseguida que sí. Pagó y fue por sus maletas a la posada donde estaban. En el camino iba felicitándose por su buena suerte.

– ¡Ya tenemos dónde hacer fiestas! ¡Ya tengo una cama donde dormir sin ningún ruido, y está a unos pasos de donde trabajo!

Apenas una maleta contenía todas las pertenencias de Daniel, quien se aposentó de inmediato en su nuevo lugar. Ahí se quedó, sacando su ropa y poniéndola en su lugar, acomodando algunas cosas mientras su compañero regresaba a trabajar.

Porque era cierto, ya tenían un lugar para las fiestas.

*

Daniel se quedó solo y comenzó a relajarse en su nuevo espacio. No podía creer su suerte, el precio tan accesible y la ubicación de su trabajo. Todo coincidía, era como para no creerse que todo estaba ahí, a la mano. Tuvo hambre y se dirigió a su cocina, para ver si podía prepararse algo. Ya era de noche y encendió la luz. En esas estaba, entretenido, cuando a sus espaldas escuchó un “click” y la luz se apagó.

Claro, no se asustó. Localizó el interruptor rebelde y volvió a prenderlo. Dio media vuelta y otro click lo sumió de nuevo en la oscuridad. Pero esta vez la negrura fue acompañada por una risita, por la risa clara de un niño travieso.

Daniel tampoco se asustó. Los fantasmas ni siquiera aparecían en la lista de sus miedos o intereses y apenas tenía tiempo de reflexionar sobre la vida después de la muerte.

Pero la risa se había escuchado detrás de él, eso era innegable y apenas podía registrarlo. De todas maneras regresó para encender la luz, que no volvió a apagarse sino hasta que llegó a su habitación y se dispuso a acostarse, probando la cama como lo hace una persona sola. Y es esas estaba cuando la luz volvió a irse, escuchándose el click que ya conocía. Pero esta vez en el marco de la puerta se dibujó la silueta de un niño, recortada contra la tenue claridad de la propia noche.

– ¿Quieres jugar conmigo? –le dijo aquella sombra a Daniel.

– …

– ¿Quieres jugar conmigo a la pelota?

Entonces Daniel encendió la luz y con toda la parsimonia de la que fue capaz hizo de nuevo su maleta y salió de aquel departamento sin mirar atrás, simulando no haber escuchado de nuevo aquel click que ahora encendía la luz del vestíbulo que abandonaba para siempre.

*

Al otro día, a las 9 de la mañana, el compañero de trabajo de Daniel se lo encontró sentado a las puertas de la oficina, con su maleta y sus pertenencias recargadas en alguna banqueta. Pasó ahí toda la noche, sentado en la calle.

– ¿Qué pasó? –preguntó a Daniel.

– Nada, por nada del mundo vuelvo a ese lugar.

– Pero dejaste la renta de un mes, además del depósito –le dijo su amigo.

– Que se quede todo, no voy a entrar nunca más ahí –respondió Daniel.

Así, perdió su dinero y en muy pocos días otra vez el letrero de SE RENTA DEPTO apareció de nuevo, para que alguien lo viera y se animara a preguntar.

*

La historia del niño es muy conocida entre los vecinos de Lerdo, Sor Juana y Humboldt, pues algunos de ellos atestiguaron su muerte en ese vacío. Y atestiguaron también la llegada de decenas de inquilinos que nunca terminaron de quedarse. La fama de encantado de ese departamento llamó incluso la atención del canal Discovery en 2009, que trató de investigar la historia y dramatizarla, pero el resultado final no se conoce. Toluca y sus 500 años de fundada guarda su propio fantasmario, la historia de quienes no se negaron a morir, pero sí a irse del mundo de los vivos, si es que tal cosa existe.

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