Miguel Alvarado: texto e imagen. Brenda Cano: diseño.
Toluca, México; 11 de enero de 2022.
Camina por su casa pasando los dedos por las paredes húmedas, que expulsan el agua por las venas de yeso que se han formado y que recorren los muros dibujando una red que rezuma no sólo el frío sino el trabajo que ha costado levantarlas.
Abre la puerta y se enfrenta al sol y su luz atravesada por la bruma, la espesa capa de humo que proviene de las fogatas y las llantas que se queman allí junto, como casi todos los días desde diciembre. De las llantas nada dicen porque así ha sido siempre, la humareda negra que se aprovecha para quemar basura, no toda y no siempre porque esa huele, ahúma, se queda en las casas, en los muros mojados.
Debajo de las casas van los canales de un sistema de ríos que se han ido muriendo cuando llegaron a levantar casas y fábricas a las orillas de Toluca. En busca de espacio y de un lugar para vivir, se apropiaron de los campos y de las casas de otros para modificarlas y hacer calles que ahora sólo conocen ellos porque el resultado final ha sido eso, un laberinto sin salida que ha aislado de muchas formas a la comunidad que ahora reclama el abandono.
Eso también quiere decir rezago y hay que rascarse con sus propias uñas si uno enferma, incluso cuando muere porque los pequeños panteones de las comunidades se han ido llenando de a poco.
Nada más aquí, en San Cayetano, en los últimos días se mueren los más grandes de cualquier cosa, sobre todo de tos y de fiebres.
-¿De cualquier cosa?
-Así como así, pues. Se mueren del covid, de esa cosa, decimos unos, pero otros dicen que se mueren por viejos y porque están muy débiles- dice mientras quita por fin las manos de la pared, que se han pintado del negro yeso que se desprende debido al sordo goteo que resuena, si uno guarda silencio, como el andar de un perro sigiloso. Apenas una agua minúscula forma un lago de 10 centímetros que si se deja inundará con el tiempo el piso donde no pega el sol. Así que quien pasa por ahí trapea aunque no haya nada o uno crea que no haya nada.
El agua se ha congelado por la noche, mientras la gente se enferma de tos y se encierra en San Cayetano, al norte de Toluca, en un lugar que nadie mira por lo alejado que está. Ahora que hay pánico en otros lados de la ciudad, aquí sólo hay una resignación espesa como un pulque, como una casa silenciosa de adobe, como una tienda cerrada por días y de cuyos dueños no se sabe nada, sólo que tienen tos. Aquí hasta los huachicoles le han bajado a la extracción. Hace frío y la verdad es que todos -todos en lo que significa lo que uno puede ver- tienen tos.
De todas maneras, el del pollo abre a diario y vende como si nada. El de las verduras siempre tiene una sugerencia para el marchante, que es el que camina delante de su puerta, y la de la fonda ha preparado las cinco cazuelas que a veces huelen hasta la calle.
Ahora mismo, porque ha salido el sol, huele a las yerbas que la luz va tocando. Entonces, ¿cuántos muertos?
En 2021, en la calle de la Fuerza Aérea, había ocho. Pero en la colonia Aviación, de la cual es parte y que además apenas tienes cinco cuadras, había 36. Antes, casi al inicio de la pandemia en Toluca, el gobierno municipal decidió no publicar o más bien suspender la información pública acerca de los muertos por coronavirus, para no crear miedo. Hizo mal, porque de miedo ya estábamos muertos. Así que, de acuerdo al gobierno del Estado de México, el número de fallecidos hasta hoy es de 2 mil 482. Para una ciudad de un millón de habitantes, decía un funcionario de la administración pasada, esa cifra debe multiplicarse por siete. Diecisiete mil 374, que tampoco es, cómo decirlo algo real.
San Cayetano es un pueblo minúsculo pero vital en donde viven estudiantes de las facultades de Turismo, Gastronomía y Ciencias de la universidad local y los comercios han prosperado a pesar de la pandemia. Cerca de ahí pasa el ducto de Pemex, la conexión hacia Tula. De todas formas, la última medición de defunciones por covid ubicaba a la zona norte del municipio como la más afectada porque la pobreza está relacionada de manera directa con las oportunidades que uno tiene, y eso incluye la salud y afrontar la pandemia.
En agosto de 2020 había 73 muertos en Autopan, la delegación a la que pertenece San Cayetano, que para esa fecha tenía 3 muertos. Fue cuando las estadísticas fueron silenciadas y aunque existe una Actualización del comportamiento de covid-19 en el valle de Toluca, elaborado por el Centro Estatal de Vigilancia Epidemiológica y Control de Enfermedades del gobierno estatal apoyado en datos federales, el conteo en la capital mexiquense es invisible para el público. Esa Actualización marca que desde el 7 de marzo de 2020 hay 2 mil 616 muerto en Toluca, hasta el 14 de diciembre de 2021, lo cual es un número menor que el que proporciona hoy el propio gobierno estatal desde la Secretaría de Salud, y que dice que hay 20 mil 821.
Los brotes de pánico se deshojan como estas flores amarillas y rosas que han crecido porque hay agua a la vera de los caminos y en los campos que no toca el hombre. Por eso las pisan si fijarse quienes acompañan al féretro, que baja apoyado en los hombros de alguien por la calle de Morelos hacia el cementerio de la localidad. Ahí va la comitiva y en ella niños y viejos van cantando los rezos en tanto suben retratos de santos y cruces, a manera de ejercicio mágico que debe protegerlos a ellos y al que murió en sus respectivos caminos. Conforme avanza, ese cortejo negro se va haciendo más grande y hasta que llega a las puertas del panteón se detiene. Allí, las flores de los dolientes se esparcen ruidosamente ante las puertas y ellos entran en el orden que les da a entender la muerte.
– ¿Se murió de coronavirus?
– Aquí nadie se muere de eso, aquí uno se muere de tos o de las gripas, de otras cosas. De viejos, si quieres. Unos veían las Mañaneras y decían que si el presidente no usaba cubrebocas ellos tampoco lo harían.
No los usaban porque creen en lo que dice el presidente, dice ella mientras barre la entrada de su casa, mientras una vez más pasa los dedos por las paredes, esta vez por el lado de afuera, del jardín en donde hay un gato y tres perros enormes echados al sol.
-¿Y tú crees?
-¿Yo? Yo no tiempo de creer. Ya tengo que trapear otra vez el piso, ya se volvió a mojar.