Miguel Alvarado.
Toluca, México; 20 de marzo de 2021.
Luego dijeron que un día antes, en Ixtapan de la Sal, habían aparecido narcomantas, pero no recordaban quiénes las firmaban ni a quiénes amenazaban. Aparecieron en Ixtapan de la Sal y en otros puntos más al sur. Pero esos mensajes son comunes en un lugar como el sur mexiquense, que comparte su tierra caliente, el Triángulo de la Brecha, con Michoacán y Guerrero, donde el narcotráfico se ha asentado hace años.
Luego dijeron los policías del cercano municipio de Tenancingo que unos ministeriales habían andado en decomisos de plantíos de droga y que por eso los habían rafagueado. Y también dijeron que se van a ir con todo contra los culpables, que los van a atrapar y que nadie los salvará.
Y es que el impacto fue mayúsculo. Lo es todavía. Las primeras fotos de lo ocurrido mostraron la realidad ensangrentada del Estado de México y del país, que no ha cambiado nada en los últimos cuatro sexenios y que mantiene de rodillas a los ciudadanos en prácticamente todos los municipios.
Que vayan por los asesinos, pero eso, para quienes tienen años padeciendo la presencia del narco, para quienes tienen años observando cómo llegan y se van, cómo entran los Zetas, los Templarios, los Pelones, la Familia Michoacana, el Jalisco Nueva Generación y se destazan salvajemente, no significa gran cosa. El poder del narco no es una ínsula que se desarrolla solo, sin ayuda, con su pura fuerza bruta, de manera intuitiva. Para que un poder así pueda establecerse y prosperar es necesaria la participación de los gobiernos, de las fuerzas armadas y las fuerzas de seguridad pública.
Luego dijeron que el 14 de enero de 2021, allí mismo en Llano Grande, los ministeriales, los estatales y la Guardia Nacional habían reventado una reunión de extorsionadores con la Familia Michoacana. No sólo lo dijeron, la Fiscalía lo hizo oficial en un comunicado que algunos medios reprodujeron sin darle importancia porque parecía un asunto menor. No lo es cuando algo así sucede en Llano Grande, pero quién lo iba a saber si al sur se le ha cubierto con una cortina que impide ver lo que realmente sucede y que parece se ha escondido en los cientos de metros cuadrados que ocupan ahora los invernaderos que invaden campos y cerros, en aquella zona. A esa reunión estaban citados comerciantes de la región explotados por los narcos. Sí, hace mucho que cobran derecho de piso y lo hacen con quien vende verduras, dulces, semillas, macetas, revistas. Con todos los que comercien algo y puedan pagar.
Ese día, el 14 de enero de 2021, fueron capturados Jonathan y Santiago Alejandro, de 29 y 42 años. Los policías les confiscaron celulares y una camioneta Cherokee en la que había una bolsita con mariguana. Se trata de un antecedente reciente. Pero no es el único ni el más importante. En 2005, el delegado de la extinta PGR, José Manzur, negoció con Zetas y Pelones la protección de la plaza de Tejupilco.
Pero esa negociación la hizo por separado, sin que un cártel supiera que el otro también hacía tratos. Se enteraron tarde, ya cuando los enfrentamientos resultaban inevitables. A Manzur, a quien le decían El Güero de Lentes, lo rescató la PGR y lo hizo perdidizo en sus entrañas, en tanto se olvidaba el problema.
A él, por supuesto lo olvidaron tanto que ha reaparecido sin ningún problema en el municipio de El Oro, al norte de la entidad, siempre acompañado de escoltas.
A él lo olvidaron pero la guerra entre los cárteles no puede soslayarse. Esta guerra ha continuado hasta hoy, recrudecida por la llegada del Cártel de Jalisco Nueva Generación a la zona, y por el resquebrajamiento de antiguos tratos que el líder de la Familia Michoacana había realizado con marinos, con soldados, con estatales y ministeriales. Johnny Hurtado Olascoaga, se llama el líder, le dicen El Fish o El Mojarro y es uno de los capos más importantes de México aunque es poco conocido. Tiene tanto poder que trabaja para las mineras canadienses de la región, a las cuales brinda protección y ha podido declarar una guerra a la Fiscalía que por ahora va ganando.
Otra fecha clave: el 16 de marzo de este año la Coordinación de Ixtapan de la Subdirección de la Región XIII en la comunidad Gama de la Paz, en el municipio de Zacualpan, reportaba a las 10 de la mañana que en un recorrido sobre brechas se había encontrado a un grupo armado de la Familia Michoacana, al cual se enfrentó pero no pudo detener. Lo que sí realizó fue el decomiso de tres autos, una Ford Explorer 2013, placas NKB-77-47, que recibió 24 impactos de bala; un Audi A-1, negro, con placas HAU-97-79 y un Mini Cooper rojinegro sin placas, con engomado NMM-1055.
Ese mismo día, soldados, marinos y ministeriales, cerca de las dos de la tarde, allanaron un domicilio particular utilizado como base de halcones o soplones que ubican objetivos para los sicarios. En ese lugar encontraron una libreta en la que estaban descritos los diferentes puntos de halconeo y bases, “así como una estrella de la Familia Michoacana, similar a la de Seguridad Pública”. Realmente no iban pocos. Se trataba de un gran comando de oficiales compuesto por 20 soldados, 28 marinos, 5 ministeriales y 120 elementos de la Secretaría de Seguridad.
Esta es una tierra narca, violentada por paramilitares, aunque esa realidad no le guste a nadie.
II
“Bienvenidos a Puerta del Carmen”, dice un maltratado letrero blanco que al final intenta pasar por una señal de buenaventura. Lo quiere ser o lo era a pesar de que ahí, a su pie, quedara la patrulla ME257A1, un Jeep de la policía estatal con el parabrisas perforado. Ese cristal, para las seis de la tarde, reflejaba la tensión en la que se encontraban los más de 300 elementos que acudieron a este pueblo de Llano Grande, en Coatepec Harinas, y que observaban la despedida que les daban a los muertos. Los peritos los movían con cuidado y los acomodaban en furgonetas especiales para trasladarlos a Toluca, a una hora y media del lugar de los hechos.
En el parabrisas también había otras cosas: para empezar 25 tiros que lo cruzaron limpiamente, aunque no lo rompieron, pero que impactaron contra los cuatro policías que habían acudido al llamado de auxilio de 13 de sus compañeros, atacados a la una de la tarde por un grupo de la Familia Michoacana.
Oficialmente, los 13 policías realizaban patrullaje por la región cuando les cayeron los sicarios. No se sabe si fue antes o después del ataque, pero un video apareció en las redes sociales y ahí se mostraban los atacantes. Retomado por la agencia Quadratín, se mostraban ellos mismos porque se filmaban abiertamente, sin miedo, sin precauciones. Cuatro camionetas blancas y un auto, pintados con los rayones de la Familia, se daban la vuelta por ahí, un lugar impreciso aunque muy parecido a donde después se toparían a los policías. Alguien grababa con su celular y quien comandaba aquello realmente balbuceaba las órdenes, las elementales, las del alto, las del siga, las del dale por aquí, ahora por allá. No es que lo fueran, pero ese era un grupo de desharrapados que parecía dar vueltas sin sentidos.
No, no era así.
A la una de la tarde este comando enfrentó a los policías, que los vieron llegar y los vieron abrir fuego. Todavía se guarecieron un rato de la metralla y alcanzaron a pedir ayuda por las radios. Los policías iban en dos patrullas y una camioneta.
Una camioneta les cerró el paso, se les atravesó en la pequeña carretera. Algunos testigos dicen que los sicarios eran más de cien, dice la reportera Elisa López y que ya los esperaban desde antes. Que nadie avisó porque cómo se avisa cuando uno está amenazado
“¡En rojo de favor! ¡Nos están disparando en Llano Grande, en Puerta del Carmen! ¡Pido apoyo en Puerta del Carmen, nos están balaceando!”, se escuchó en la última transmisión que alguien pudo hacer antes de caer acribillado, reproduce la Agencia local de noticias MVT, que afirma que todavía les quitaron las armas, acomodaron los cuerpos a un lado de la camioneta y tuvieron tiempo tirar bolas de metal con picos enormes, como erizos, para detener el avance de algún posible perseguidor. Pero quién iba a seguirlos, si nadie quedaba con vida.
Los que llegaron, ya se dijo, también fueron asesinados en ese lugar, aunque al principio se daba como punto de ese ataque a Almoloya de Alquisiras. No fue así. En Puerta del Carmen murieron todos. Murieron los trece.
Esta masacre, la del 18M como se le empieza a llamar, es el resultado de décadas de impunidad, de décadas de pactos secretos en los que también hay que apuntar a Tlatlaya, la masacre de la bodega de San Pedro Limón, el 30 de junio de 2014, en la que fueron ajusticiadas 22 personas por el ejército apenas tres meses antes de los levantones en Iguala de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Quien crea que son sucesos aislados, que no se conectan entre sí, está equivocado.
III
Qué frágil, qué inútil parece la vida. Qué frágil es cuando se vive en un país que sigue privilegiando la necropolítica por encima de cualquier cosa. El poder extractivo -que tanto se ha empeñado el gobierno federal en esconder- ha cambiado todo y el mapa criminal en México responde a esa inercia.
A la llegada a México de las mineras, pero a su llegada en serio en 2006, los cárteles se expandieron por todo el país, sobre todo a donde había algo de valor en el subsuelo y ahí se mantienen todavía. Protegidas por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte en ese entonces y ahora por el T-MEC, que las ubica por encima de la ley mexicana, las mineras convirtieron a los cárteles en sus brazos armados y les dieron la misión de limpiar tierras, desplazar pueblos.
Por eso y por otras razones, a los cárteles hay que comenzar a llamarlos paramilitares. Porque eso es lo que son.
De la masacre contra los policías, el gobernador Alfredo del Mazo no dijo nada, aunque sí dio un discurso, en el lejano San José del Rincón. Lo dijo poco antes de que algunos de los cuerpos de los abatidos eran entregados a sus familias, en las instalaciones de la Fiscalía en Toluca. Ahí entre aplausos, la verdad es que los despidieron como héroes, mientras Del Mazo afirmaba, como lo ha hecho con todos los temas relacionados a la seguridad pública, que “estaremos dando un seguimiento puntual al avance de las investigaciones, y en un trabajo en conjunto, con las fuerzas federales; el ejército, la marina y las autoridades estatales estaremos trabajando para darle un seguimiento puntual a este lamentable y condenable evento que tuvimos el día de ayer”.
Al mismo tiempo, Iván Chávez, representante de la organización Ciudadanos Uniformados, lamentaba que a los policías se les envía a las zonas de conflicto escasamente armados y sin trabajo de inteligencia. Es decir, los envían al matadero. “Los compañeros andaban prácticamente desarmados, andaban con su arma con muy poquitos cartuchos, sin chaleco antibalas, la mayoría de ellos sin equipos de protección necesario, y lo peor de todo estaban sin un mecanismo de inteligencia”, dijo en una entrevista al diario Milenio.
Entonces, 24 horas después, en la Fiscalía había revuelo porque diez sicarios habían sido capturados. O eso dijeron los agentes en el edificio, que empezaban a tomar las detenciones como la revancha esperada. Si las hubo, los anuncios se detuvieron pero en cambio la Fiscalía ofreció medio millón de pesos por tres de los sicarios que habrían participado en la masacre: Alberto Romero Pérez, “Macrina”; Silverio Martínez Hernández, “Fierros” y Gilberto Misael Ortiz Trujillo, “Barbas”. Sus fotos fueron publicadas en el aviso de recompensa, que ya no se sabe si se activó porque las autoridades no tienen nada o en realidad ya saben quiénes fueron pero no pueden capturarlos.
Uno de ellos, al menos, no es un cualquiera el oficio del sicariato. Silverio Martínez Hernández es conocido también como el Comandante Fierros y se le ubica como parte de un grupo de élite de la Familia Michoacana, que actúa también en Guerrero ejecutando policías y rivales desde 2018. Además, firma las mantas que cuelga la Familia Michoacana y tiene otro nombre. Se llama José Luis Rodríguez Gama. Así pasó el 4 de noviembre de 2019 en Sultepec. Luego, el 9 apareció el cuerpo de un hombre en Tonatico y sobre él otro mensaje que el Comandante Fierro: eso “le va a pasar a los violadores, andamos haciendo su gale”. Al otro día, recuerda el reportero Héctor de Mauleón, y hasta el 12 de noviembre, en Toluca aparecieron narcomantas en las que la Familia declaraba la guerra a la Fiscalía. El recuento de las apariciones del Comandante Fierro sigue porque el 27 de febrero entraban al sur mexiquense los del Jalisco Nueva Generación y le avisaban al sicario que ya sabían en dónde se escondían. Silverio Martínez Hernández tiene otro alias, y se le ubica también como José Luis Rodríguez Gama, quien según las propias autoridades tiene 30 años, dos órdenes de aprehensión y ubicaban su base de operaciones precisamente en Coatepec Harinas.
El Comandante Fierros es un sicario de altos vuelos y mucha suerte, porque los reportes policiacos lo involucran en ejecuciones en todo el corredor de Coatepec Harinas-Taxco. Su movilidad llega hasta Guerrero y encabeza operaciones para tomar la plaza de Iguala, en poder de Rojos, Números, La Bandera y lo que queda de los Guerreros Unidos.
El Comandante Fierros encabezó un comando que ejecutó, el 20 de noviembre de 2018 en Taxco, a tres policías y a un integrante de la Cruz Roja cuando entregaban ayuda en el pueblo de Tenerías. En esa acción también resultaron heridos nueve personas más, entre integrantes de la Cruz Roja y pobladores.
Además, “aliados a la Familia Michoacana y bajo el mando de Johnny Hurtado Olascoaga (“El Pez”), “El Rany” y los líderes de los 20 sicarios, “El Pelón”, Carlos Zagal Jacobo, y alias “El Fierro”(José Luis Rodríguez Gama) son buscados por haber sido los presuntos autores de los asesinatos de los sacerdotes Germaín Muñiz García e Iván Añorve Jaimes, el pasado cinco de febrero (de 2018) después de haber asistido a un baile en Taxco”, recuerda el diario El Sur de Acapulco.
IV
El operativo que desplegó la Fiscalía para rescatar los cuerpos impresionó a todos. Los que iban de Toluca tomaron la autopista hacia Ixtapan de la Sal y los autos y camionetas formaron filas enormes.
Eran decenas “y todos armados, con sus vidrios abajo. Normalmente las emboscadas son en zonas boscosas, donde no hay nada, pero en este caso no. El Jeep de la policía estatal estaba en zona poblada. Había comercios, casas, pero la gente con las que nos cruzamos en el camino daba la impresión de que era un día más, un día normal».
«A pesar de la fila kilométrica de autos de la Fiscalía, cada quién en esa zona seguía su vida normal. Pues ya saben en dónde están, en qué zona viven. La gente no estaba ni preocupada ni extrañada. Y ya llegando a Llano Grande, no había nadie. Ni un alma en ese pueblito tan pequeño, no sé si estaban en sus casas escondidos”, refiere el fotoperiodista Ramsés Mercado, quien acudió al lugar para cubrir la llegada del convoy de la Fiscalía.
Estaba también el auto estrella de la Fiscalía, una camioneta Barret superblindada a la que se le conoce como Centurión, en medio de todos, bloqueando el único camino del pueblo, el cual se disemina a la orilla de la carretera. El operativo, que tenía como objetivo llevarse los cuerpos de sus compañeros, tomó el pueblo por entero.
“Muchos no hacían nada, pero otros estaban en el monte o desviaban los pocos carros que llegaba a la zona. En ese punto no había Guardia Nacional, pero antes sí, armaron filtros de contención como parte de una posible búsqueda. Pero en las zonas boscosas no estaban. Y yo creo que también la autoridad se la piensa. Muestra todo su poder pero también hay miedo y tensión ahí. Pasé algunos filtros y caminé medio kilómetro con gente armada, pero sí pensaba que alguien nos podía disparar. Eso, con esa cantidad de armamento, es una guerra total. Y la gente, pues nadie sabe nada. Hice una parada en una gasolinera y todos normales. Para ellos, lo que pasó, pasó y a otra cosa, mariposa”, dice Mercado, quien vislumbra, apenas en las orillas, una guerra. Una guerra que nos ocultan.