17 enero, 2025

Nuestras estrellas náuticas

Nuestras estrellas náuticas

Tes Nehuén/ Periódico de Poesía

Ciudad de México; 19 de febrero de 2023

Querido Raúl (Zurita): mientras me siento a corregir estas torpes palabras sobre el libro que reúne lo más potente de tu obra, me entero de que acaban de darte el Premio de Poesía Federico García Lorca. Pienso que todo premio es insignificante para el regalo inmenso que supone tu poesía, pero en este caso se ajusta un poco a tu grandeza. Un título que lleva el nombre del Gran Poeta de España asesinado por la dictadura franquista. El poeta sin voz que supo escribir sobre los llantos de todos. Una cosa en la que ambos han hecho oficio. Querido Raúl, tanto que nos has entregado, tanta palabra intensa que nos explica, y que nos contradice. Tanta gente desaparecida. Tantos amigos olvidados. Tantas mujeres asesinadas. Por la libertad merece la pena la aventura, dice el loco Quijote. Pero él también aprende, en la aventura más popular de nuestras letras, que quien lucha se arriesga al vilipendio y a la agresión. Porque hay banderas que manchan de sangre nuestro deseo, nuestros países sureños. Y por esas banderas —religión, patria, dictadura, patriarcado— los hombres construyen las más terribles de las historias. “Mi dios no oye”, escribes. Y también que la escritura se vuelve necesaria cuando el mundo es pura rabia, pérdida y violencia. Mi Dios no ve es uno de esos libros enteros. El libro total de nuestra herencia latinoamericana, marcada de viajes migratorios y de violencia colonial. Se puede decir poco cuando se abre tu poesía ante nosotros. Pero lo intentaré aquí, hablando de esta obra nueva, antológica y milagrosa. Y voy a empezar con esta invocación tuya que siempre es una pregunta contra la muerte: “¿Estás tú entre los golpeados, los llorosos los muertos? ¿Estás tú también allí mi Dios durmiendo cabeza abajo?”

En un prólogo extraordinario, Héctor Hernández Montecinos dice que nadie mejor que tú ha entendido “las palabras y lo que las mantiene vivas”. Su trabajo de edición es importante: ha conseguido aunar en un mismo libro una obra difícil de asir por su versatilidad y carácter heterodoxo. Aun así el resultado es un libro sólido, que se sostiene de principio a fin y supone una especie de grueso documento para exponer todas las facetas de un artista polivalente. ¿Se puede ser poeta y huir de otras formas de expresión artística? Supongo que esta pregunta ha rondado tu cabeza de forma insistente a lo largo de los años. Has ido contra los bordes de los géneros, has roto todas las costuras que mantienen al arte encorsetado —palabras en el desierto y también en el cielo; poemas de amor, elegías desesperadas y un juego con el lenguaje que nos sacude brutalmente. “La violencia hermosa de la palabra”—. Este libro nos acerca a aquel trabajo inmenso. Y explica también HHM que con “esta enorme variedad de registros, escrituras, imágenes, diálogos” que componen Mi Dios no ve, “se pretende como un mapa de esta obra en el sentido total del término”. Un mapa. En las noches cerradas, encontrar palabras que iluminen nuestra desesperación es dejarse guiar por las estrellas. Tu poesía, nuestro mapa de hidrógeno. Zurita, el poeta que ha ido más allá de los límites del oficio poético convirtiéndose, y lo digo con las palabras de Hernández Montecinos, en “un artista total, como los del Renacimiento”.


Esa mirada oblicua y multifacética nos permite acercarnos a la luz que palpita debajo del mundo, desde distintos ángulos, desarticulando así el horror que empaña nuestra herencia.

Mi Dios no ve recoge títulos poéticos como Un mar de piedras, Pastoral de Chile, Anteparaíso y La vida nueva junto a diamantes inclasificables donde palabra e imagen estrechan vínculos, como los manifiestos mimeografiados o, pienso también, Te lo digo todo, Escrito en el desierto, Dejaste aquí o ese trabajo sin igual que es El mar del dolor. Y me ha encantado que se incluyeran “Arte y Auschwitz”, “Walt Whitman, camarada nuestro”, “Que renazca la poesía nueva” y “La constelación de los caídos”, porque creo que son textos que pueden servirnos tanto para entender tu sentido de la palabra como la relación que adquieren sueño y materia. Y me parece que entender esto puede ser elemental para apreciar la magnitud de tu obra. La cuidadosa selección de los textos hace de este libro un catecismo de tu poesía, y me ilusiona pensar que mucha gente pueda llegar al resto de tus libros partiendo desde aquí. A lo largo de la lectura podemos reconocer las obsesiones de toda tu escritura: el deseo rajado por la violencia del sistema, el dolor propio y el dolor de los demás, el amor y sus heridas, la geografía árida siempre como metáfora de la desesperación del alma y ese juego, mitad realidad y mitad onirismo, que hace de tu poesía uno de los territorios más potentes y fructíferos de la literatura latinoamericana. El poeta total. Aunque hable por mí sé que somos muchos quienes hemos comprendido, por leerte, que no hay poesía si no hay compromiso aunque toda palabra escrita tenga su oscuridad. Y, también, que la poesía debe escribir la muerte. Porque escribir es lanzarse al vacío, practicando el vuelo con el origen de las palabras pero desconociendo su destino. Lo explicas mejor cuando dices: “Hay una noche a la que no tenemos acceso, un latido oculto que yace en el corazón de todas las palabras”.

¿Por qué escribimos? ¿Por qué escribes, Raúl? Tengo la sensación de que has escrito para los supervivientes, no para los caídos. Porque, aunque hayas sido la voz de los aplastados por la violencia —eso que también te hermana con Lorca—, los vivos habitamos en el eco de tu voz. Y pienso en tus palabras: “La poesía es la esperanza de lo que no tiene esperanza”. De ti aprendí a diferenciar entre esperanza y optimismo. Y también entendí que toda lucha tiene su herida honda, no cimentada en la melancolía del pasado sino en la sed de un futuro distinto. Escribes: “Nunca hay arte en el pasado, siempre es una parte de nuestro futuro”. Esto, asimismo, me resulta tremendamente luminoso. Y este libro, que recoge algunos de tus más importantes pasajes y nos regala otros nuevos, se abre ante nosotros como un cielo inmenso. Tus poemas, nuestras estrellas náuticas. El mundo es un lugar terrible si aprendemos a mirar el dolor de los demás, y por eso son tan importantes las estrellas. Por eso este libro es tan necesario. Querido Raúl, compusiste un verso en el desierto que solo puede leerse desde el cielo. Ahí está todo, me parece. En nuestro ateísmo, toda la fe. “Probablemente no hay más sueños que el sueño colectivo”, escribiste. Y aquí están tus poemas: una Biblia que nos mantiene unidos luchando por el más bello sueño de todos.

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Raúl Zurita, Mi Dios no ve (Héctor Hernández Montecinos, ed.). Vaso Roto, Madrid, 2022, 295 pp.

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Tes Nehuén / Argentina, 1983. Poeta y periodista literaria. Creadora del blog Bestia Lectora, donde realiza reseñas de libros y entrevistas a escritoras y escritores. También colabora en los sitios Cuento Volador, Galerna Estudio y Poemas del Alma. Recientemente publicó el libro de poemas Todos los pájaros que vimos (2022).

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Publicado originalmente en Periódico de Poesía.

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