Giorgio Lavezzaro/ Periódico de poesía: texto. NT: foto
Ciudad de México; 23 de julio de 2022
En 2018 la poeta y narradora Clyo Mendoza (Oaxaca, 1993) escribió el poemario Silencio (Fondo Editorial del Estado de México, 2018), libro que obtuvo el Premio Internacional Sor Juana Inés de la Cruz (2017). La siguiente es una entrevista en la que comenta la obra.
Giorgio Lavezzaro: Me parece que en Silencio están presentes el agua y el fuego; dan la impresión de ser dos aspectos del silencio, que construyen las imágenes del desierto y del mar, y que fueron atravesando los lugares que se me presentaban en la lectura, la sequía y la vastedad del agua. ¿De dónde nace esta tensión elemental que atraviesa al silencio?
Clyo Mendoza: Los personajes atraviesan los elementos, más que como cosas, como una especie de estado anímico. Es lo que creo que pasa en la vida rural: ante la falta de distracciones mayores (televisión, internet), todos los componentes de un espacio conforman el lado emocional de las personas. El vínculo con lo elemental es más preciso, por decirlo de alguna manera. Quizá también se trata de cómo lo vivo y lo proyecto yo, pero es algo que aprendí, sin duda, de vivir en el campo. Por otro lado, mis dos espacios favoritos son el desierto y el mar, y creo que son lo mismo y que lo que hace la diferencia entre uno y otro es solamente el tiempo: el desierto es un mar con toda el agua evaporada.
GL: Y es un mar evaporado que atraviesa al personaje principal de Silencio. Cuando Águeda es encerrada en la habitación/madre, aparecen una serie de palabras que remiten a la metamorfosis: Amnios, Corion, Alantoides, y esa serie me da la sensación de emular un cambio de piel, como si Águeda se volviera anfibio, reptil, al entrar en esa casa de muerte donde encuentra a su madre; un modo de volver a la cuna que es más bien la tumba, la tierra, y donde Águeda conecta con ella como si volviera a su vientre. ¿Cómo sucede está mutación, este cambio en Águeda, que pasa de buscar afuera a su madre, el cuerpo de su madre, y comienza a buscarla adentro (de la casa y de sí misma)?
CM: Amnios, Corion y Alantoides refieren, en este caso, etapas del desarrollo embrionario. Sí, Águeda vive en esa casa la nueva gestación de sí misma. Además, la casa en la que la encerraron no se abre nunca, así que todos los procesos de alimentación, putrefacción, lo escatológico y lo sagrado, los vive dentro de esa casa que le recuerda el vientre de su madre desnutrida. También su prisión es una tumba, como las tumbas son en realidad cavidades donde algo más se gesta, algo aparte de lo que ya murió. En esa casa, estando sola, puede también darse cuenta de esas cosas vivas que nunca había percibido: las piedras, el agua, e incluso a su madre bajo otra forma.
CM: Creo que tu lectura es muy acertada. En Silencio, la muerte y la vida conviven en el mismo espacio pero no es por mero lirismo o por una visión poética; creo que la vida es realmente así. Todas estas cosas que numeras son cosas que he vivido: una mujer cocinando gusanos en el comal para comérselos, el nombre que le dan a las armas (cuernos de chivo), el rito de dar muerte a una chiva, etcétera. Como si, de pronto, llevar a cabo todas esas acciones suavizara la violencia inherente a la vida misma. Este caos (no hay otra manera de llamarlo) es lo que genera la posibilidad de vivir la belleza incluso en situaciones horrendas; un salvoconducto, una luz en la oscuridad. Y sí, dado que Silencio habla de una historia real, no podía más que hacer un homenaje a Águeda y a otras y otros desaparecidos a través del esfuerzo de ver la vida en la muerte.
GL: Hay una mención recurrente en Silencio al hecho de tener que expresarse en una lengua que no es la materna: hablas de segundas lenguas, del idioma del acero y de la hierba; usas también dos variantes del zapoteco [del Istmo de Tehuantepec y de la Sierra Sur, y mixteco tacuate], y aparecen personajes que no han aprendido el reclamo en la lengua en la que podrían comunicarse con los otros para, luego, lamentarse por dentro. Todo esto me daba la sensación de que este Silencio es algo que permea en la palabra no dicha, en el balbuceo (como las palabras con las que el hermanito de Águeda expresa su luto, la pérdida de su madre). ¿Qué puede hacer la escritura frente a la imposibilidad de expresión, que es otra forma en la que encarna el silencio?
CM: Yo no soy hablante de esas lenguas, pero fui escucha durante los años que viví en la sierra y en la costa chica, donde se encuentran estos idiomas originarios, y traté de aprenderlos, pero era niña y me di cuenta perfectamente de que el idioma protegía a sus hablantes, que les permitía contar secretos y guardarlos, protegerse de los invasores, aunque también sentían una vergüenza que yo no viví nunca hablando español. Algunas amigas quisieron enseñarme y, al mismo tiempo, noté que no querían compartir el secreto con alguien que no había nacido escuchando su lengua y yo respeté u decisión. Creo que fue una lección espiritual: la cualidad del secreto. No es así como se percibe en el mundo; los idiomas originarios parecen una rama menor del lenguaje. Pocas personas que no sean lingüistas indígenas (al respecto, vale mucho la pena leer a la maravillosa Yásnaya Aguilar) saben que, en realidad, estos idiomas están más cerca de la poesía porque están construidos de manera metafórica y, por tanto, son casi intraducibles ─ergo, están más cerca de Dios.
GL: La historia de Silencio es la de Águeda, la de su madre y su padre, pero también la de Pedro y de otras mujeres que se mueven y desplazan. Precisamente hacia la mitad del libro, la historia de Águeda da paso a unas secuencias de voces animales: los perros, las aves y el caballo. Sin embargo, estos cantos permiten, a su vez, contar “los cientos de miles de huesos de hombres desterrados o huidos” que son la arena, los fragmentos que son el desierto, “la arena que es el cuerpo que se ha puesto a cantar la herida”. ¿De qué modo hacer hablar a lo animal, lo silencioso por naturaleza, te permite desdoblar la historia de Águeda en la de otras mujeres como Edna, Laura y María, o en la historia del soldado y su caballo ─y el canto de las aves─?
CM: En Silencio, quise contar la historia desde el punto de vista de los animales para darle voz a esos silenciosos, como bien dices, aunque también fue un pretexto para figurarse cómo podrían percibir el amor y sus intrincadas variantes. ¿Cómo nos ven ellos haciendo la guerra? ¿Cómo un caballo obedece a un soldado sanguinario, siendo un animal perceptivo y sensible? ¿Cómo un perro puede proteger a alguien que le maltrata? Al mismo tiempo, las de Edna, Laura y María son historias de personas migrantes que conocí. Ellas, al perder o dejar atrás “su patria”, eran tratadas de la misma manera que un caballo o un perro o una cabra. ¿Qué es entonces lo animal y por qué el concepto general es conveniente al sistema? Se nos ha dicho que somos animales evolucionados y, sin embargo, muchas veces percibo a los animales más evolucionados que nosotros. En sus afectos, en su manera limpia de conducirse. Aunque también, es verdad, pareciera que en este mundo no es posible vivir sin matar; los motivos para hacerlo de parte de los seres humanos ─por ejemplo, en la guerra contra el narcotráfico─, siempre parecen vacuos: el dinero, el territorio, la comodidad. Ni siquiera sobrevivir. Por eso, en Silencio quería hablar de esa vida no idílica del campo, llena de carencias, donde sobrevivir puede ser aprovechado por otros como si ser personas también nos debiera insertar en una suerte de cadena alimenticia, pero más compleja e intensa. Una cadena donde ser nómada o apátrida te coloca en el mismo nivel que lo salvaje y te condena a la persecución sistemática.
GL: Creo que lo religioso toca, de algún modo, la suerte que tienen que enfrentar los personajes: desde la negación de los rituales (la imposibilidad del sepulcro para los suicidas, las ideas del infierno), hasta la boda de pueblo y el ritual de matar a la cabra. Y tengo la sensación de que esta escritura no es solo una forma de acuerpar el silencio, sino una especie de sepulcro. Como si entre las esvásticas y las voces de los muertos, entre el desierto y los desaparecidos, entre el deseo de ir al mar y la sequía; como si entre todo esto, pues, sucediese la escritura como una modalidad del entierro, de dar una sepultura que fue negada. Ignoro por completo tu relación con estas historias y su peso real, su duelo inconcluso. Pero, ¿habría algo de ese rito mortuorio ─y vaya que la muerte está presente en todo el libro─ que se filtra en la escritura de Silencio?
CM: Totalmente. Me alegra que puedas verlo. Incluso las esvásticas (que fueron bastante controversiales para los editores) buscan recuperar el sentido inicial de este símbolo: el de la buena suerte y no el de la guerra. Por eso están ahí, aunque resulten polémicos, porque eran símbolos que te acercaban a dios y te alumbraban el camino, y alguien los convirtió en el emblema por excelencia de la guerra. Este ejercicio es el que predomina en el libro entero: busca dar sepultura digna, lo que es igual a devolver el sentido que fue robado. Devolver el cuerpo, sanar la historia de Águeda, darles voz a las calladas y a los callados, o a las y los que nunca tuvieron voz. Siempre, de niña, me pesaba (y me sigue pesando) terriblemente ver tantas injusticias y no poder contarlas. Presenciarlas y darme cuenta de que nadie, nunca, hablaría de eso. Incluso si las contaba fuera de ese contexto, ¿a quién interesaban? ¿Qué sentido tenía ver más allá de lo propio para los demás? Tenía que encontrar un modo de hacer llegar el mensaje; fue este. Creo que Silencio fue mi homenaje a, mi purga para, la gente y los seres que amé y a quienes les negaron el derecho de contar su propia historia.
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Silencio puede leerse completo en el sitio Poesía Mexa:
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Giorgio Lavezzaro / Ciudad de México, 1985. Escritor, traductor, analista, y profesor. Fue becario del Programa Jóvenes Creadores del Fonca y de la Fundación para las Letras Mexicanas. Obtuvo el Premio de Publicación del Programa Editorial del Instituto Mexiquense de Cultura 2014. Es autor de los libros Puntos cardinales (2010), Luz y cadencia (2012) y Tres maneras de-venir ficción (2015).