7 febrero, 2025

«Hay que envolver a los enfermos en las hojas del platanar para que se vayan curando»

«Hay que envolver a los enfermos en las hojas del platanar para que se vayan curando»

Karen Colín: diseño. Miguel Alvarado: texto e imagen.

Llano de la Parota, Guerrero; 28 de febrero de 2023.

Ahí estaba la montaña como una hoguera, atravesada a la manera de una herida en la piel de un hombre. A ella misma la cruzan cicatrices encarnadas en las veredas de los arrieros. Quienes suban desde Ayutla deben hacerlo pronto porque la montaña es otra y otros los agüeros si no hay luz. Ese recorrido en camioneta termina seis horas después, en el caserío de Aguatordillo. Las vueltas se van enredando y las equivocaciones se pagan porque los caminos no permiten dar la vuelta fácilmente. Por un lado está el muro que forman los propios cerros y a cinco pasos el abismo abriéndole paso al río Papagayo, nutriente principal para las poblaciones asentadas aquí. Me pregunto qué quiere de uno este lugar, que llama a gritos al que ha nacido asustado y silencioso.

Los desplazados por la violencia y la miseria buscaron refugio en la montaña porque es más fácil sobrevivir sin techo ni alimento que bajo la amenaza de los grupos criminales, de la policía y de las fuerzas armadas, que trabajan como un solo cuerpo para quienes les paguen.

Estos desposeídos han vagado por años en los parajes de la montaña, acostumbrados a irse, a no quedarse demasiado en ningún lugar. Se convirtieron en desplazados de su propia tierra, en nómadas en busca de algo que nunca hallarán en tanto no se elimine la violencia del narco y de las mineras de oro, plata y uranio, así como de los militares y policías alquilados como asesinos.

Pero la montaña también ha permitido fundar pueblos de tanto en tanto. Uno de ellos es Llano de la Parota, construido con ayuda de organizaciones como la fundación Unidos por la Montaña, que en 2017 encabezaba un programa de viviendas que luego entregaba a familias, a las que insertaba en trabajos de cosechan y cría de animales. Se trataba de un esfuerzo comunitario que por lo menos en ese pueblo había funcionado. Pero no ha sido suficiente.

Llano de la Parota se encuentra en el municipio de Acatepec, uno de los más pobres de Guerrero. De acuerdo con la plataforma electrónica Data México del gobierno federal, en 2020 el 34.5 por ciento de la población de ese lugar estaba en situación de pobreza moderada y 61.5 en pobreza extrema.

Con el 95 por ciento de sus habitantes en algún nivel de pobreza, Acatepec sólo puede mirar a la montaña y a los pueblos perdidos, porque hacer por ellos apenas podrá nada o muy poco. En Llano de la Parota y Aguatordillo se aferran al bosque, a los precipicios y las laderas, e intentan reconstruirse, entender las razones que los obligaron a caminar, a dejar sus casas o terruños cuando los tuvieron. Ahora mismo, muchos de ellos nunca han bajado a Ayutla. Y mejor, “porque allá está el infierno”, dicen los viejos, que se acuerdan de cuando tuvieron que subir, por las malas y por las peores.

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Parece que en todo viera una señal que le dice por dónde ir. El sol la agarra trabajando y sabe que debe tomarse un respiro cuando sale la luz. Entonces se yergue y de sus manos rueda una piedra, que se encaja en la tierra que ha estado hurgando. Ha salido a buscar cosas y ha encontrado un árbol con las raíces asomadas y el tronco derrumbado. Lleva también hojas de los platanares tan grandes que la envuelven porque es pequeña y delgada. Si no se le pregunta ella no dice nada porque lo que habla no es para nadie sino para ella misma.

Em su casa la espera su nieta, que no puede salir de la cama porque a su madre se le cayó en el campo y se golpeó la nuca y la columna. Después de eso perdió el movimiento, pero ella le ha ido poniendo grasa y ungüentos en las piernas y en la espalda, que después arrebuja con las hojas de plátano, que las pone calientes, calientes y aprieta con la fuerza que todavía tiene. Los médicos de Unidos por la Montaña la han diagnosticado ya y han dicho que sin tratamiento la niña, que tiene seis o siete años, quedará inválida.

Así que ella, que no habla español sino tzeltal y que se comunica con señas o gracias a que el profesor del lugar es bilingüe y se ha quedado para auxiliar a los médicos, ha podido explicar el proceso de las hojas de plátano y mientras la filman y la interrogan incluso de cosas como el empacho, la niña va moviendo los pies como si se tratara de una convulsión, de un arrebato porque está contenta con las visitas.

Por la mañana la abuela ha ido a la escuelita del caserío, porque ahí se han instalado los médicos y ha pedido una consulta. Iba con su blusa verde en la que alguien había bordado una planta de seis flores y le habían puesto una inyección en su brazo. Estuvo un rato batallando con el algodón y con la sangre que no quería parar. Su falda morada llena de flores se le pegaba al cuerpo como los barrancos se le pegan a las laderas.

– Hay que envolver a los enfermos en las hojas del platanar para que se vayan curando. Que todo esté muy caliente y que se les unte una grasa para que suden lo que tengan. A mi nieta así le hice y yo he visto que mueve sus pies- dijo la abuela cuando explicaba cómo le hacía para las enfermedades, porque era ella quien curaba a los del pueblo cuando no había médicos. Ella representaba el poder de la salud de las hojas y el calor, pero no dice nada cuando sus dos empeines quedan descubiertos y en ellos hay dos llagas que apenas se están curando. 

-Imposible- dicen los doctores, que todos los años han ido a la montaña a recetar, diagnosticar y repartir las pocas medicinas que deben bastar para paliar la ausencia de un año. Lo imposible es que las piernas de la niña, que se retuerce jugando en la cama de la abuela, se muevan. Lleva la niña una blusa blanca con rayas rojas, que hace que su rostro resalte como el cobre. Tiene el pelo muy cortito, casi pegado al cráneo y cuando uno la carga siempre ríe aunque la abuela debe estar pendiente. Su pantalón de cuadros rojos y negros le cubren las piernas necias, que debieran estar muertas. Ella es un olán al viento verde, ese que a veces pasa entre los árboles, a las cuatro de la noche.

“Di mbiyaa, di mbiyaa”, le dicen a la niña pero ella no responde porque prefiere jugar con sus hermanas y sus primas, que rodean la cama. Y como no dice cómo se llama, entonces nadie ha preguntado su nombre.

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En 2021 un recuento muy somero de la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos (CMDPDH) contabiliza en Guerrero a mil 793 desplazados, a las que los cárteles atacaron y sacaron de sus casas. Las 29 que fueron desplazadas de Huitzuco de los Figueroa, a una media hora de Iguala, se fueron a la Ciudad de México y de ahí prefirieron largarse a Canadá. Dejaron atrás sus casas y las cosas que les daban una identidad determinada y pertenencia. Esas 29 ya no volverán o lo harán dentro de mucho. Dos asesinatos que un cártel perpetró en un funeral las decidió para irse.

El gobierno federal del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, sigue sin aceptar que las mineras canadienses son las principales generadoras de la violencia en Guerrero y otras entidades, y le ha vuelto a dar entrada a esas compañías con la ratificación del Tratado de Libre Comercio (T-MEC) que obliga a México a protegerlas, so pena de multas imposibles de pagar determinadas por un tribunal secreto, sin rostro ni identidad al que se le permite hacer este tipo de juzgamientos. En Guerrero la minera Equinoxx y su mina de Los Filos están relacionadas con la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, así como la minera Media Luna, subsidiaria de la también canadiense Torex Gold. La industria extractiva es clave para entender los desplazamientos forzados por violencia en México y en el resto del mundo.

El censo del INEGI del 2020 apunta el desplazamiento forzado de 262 mil 411 mexicanos, que huyen debido a la violencia. “Una de cada 480 personas en el país han debido migrar internamente por la inseguridad delictiva o la violencia hasta 2020. La mitad de estas migraciones internas por inseguridad delictiva o violencia provenían de tres entidades: Estado de México (24.1%), Ciudad de México (20.8%) y Guerrero (8.1%). Por otra parte, una de cada tres migraciones internas por inseguridad delictiva o violencia se dirigieron a Estado de México (16.5%), Ciudad de México (9.9%) y Querétaro (8.2%)”, dice el portal especializado en desplazamientos Red por los Derechos de la Infancia (Redim), pero esos números varían y el acumulado histórico puede alcanzar hasta los 8 millones desde 2011, de acuerdo con un informe de la dicha CMDPDH en 2019, aunque se incluyen a quienes han tenido que irse por desastres naturales.

Esa enorme cifra ha pasado invisible y se ha seccionado con los conteos anuales que van sumando el número de afectados. Guerrero, Oaxaca y Chiapas son las entidades que presentan, por ejemplo, más número de niños desplazados hacia Estados Unidos, de acuerdo con la Kino Border Iniatitive, entre 2019 y 2020. Otras razones para abandonar los lugares son la falta de empleo y en el caso de los migrantes a EU, el aliciente de la presencia de familiares allá.

La violencia que obliga a estos desplazamientos es relacionada por esa misma CMDPDH solamente con actividad de cárteles de la delincuencia organizada. Es cierto que esos grupos operan para desestabilizar regiones y obligar a los habitantes a escapar, pero han sido contratados por empresas dedicadas al extractivismo. En el caso de Guerrero, debe voltearse a ver a las mineras canadienses como Equinoxx, Tórex Gold y Black Fire, que mantienen operaciones en zonas de conflicto dentro del Cinturón del Oro, un cuadrángulo que comienza en Tlatlaya, en el Estado de México, y que termina en las costas de Acapulco. La violencia existe, pero es patrocinada por ese tipo de industrias, que buscan apoderarse de tierra para realizar excavaciones. Su poder es tal que hasta 2022 en Oaxaca, desde 2019, habían conseguido concesiones por cerca de medio millón de hectáreas. De acuerdo con López Obrador, el 10 por ciento del territorio nacional estaba en poder de las mineras en 2019, pero esa cifra varía de acuerdo con quienes la aborden y algunas organizaciones señalan que el 38 por ciento del suelo mexicano está en sus manos.

Los investigadores Rodolfo García Zamora, doctor en Ciencias Económicas Universidad Autónoma de Zacatecas, y Selene Gaspar Olvera, maestra en Demografía Social por la misma instancia señalan que el Plan Nacional de Desarrollo de AMLO no debía incluir a la minería entre los sectores estratégicos, aunque por otro lado el presidente ha dicho que “se respetarán las concesiones mineras existentes. Lo que significa respetar los 20 millones de hectáreas concesionadas vigentes, y las no vigentes que durante el gobierno de Felipe Calderón (2006-2012) llegaron a 30 millones de hectáreas. Es clara la intencionalidad presidencial de no afectar la inversión privada, en particular a las grandes corporaciones mineras, con cuyos dueños mexicanos durante 2019 realiza una clara alianza económica y política para participar en los megaproyectos del Sur del país, que el gobierno de López Obrador ubica como parte central de su gestión. […] El discurso presidencial es que no habrá cambios en la acumulación por despojo del territorio nacional […]  y no existe ninguna evidencia de que se quiere cambiar el marco normativo del Artículo 27 Constitucional y la Ley Minera actual que desde 1992 han institucionalizado la acumulación por despojo en todo el territorio nacional. No existe hoy ningún partido político nacional cuya prioridad sea la defensa del territorio nacional, del medio ambiente, de la naturaleza y de Los cientos de comunidades indígenas y campesinas del país. Estas modificaciones legales no están en las prioridades del Congreso, del Senado y del Poder Judicial, toda la institucionalidad del Estado mexicano, toda la burocracia neoliberal (temporalmente con epidermis morena asistencialista), están en el mismo juego de alianzas coyunturales con el gran capital, con Estados Unidos y crecientemente con el ejército mexicano […]”.

Ajena a todo eso, la abuela en la montaña de Guerrero dice que los militares llegaron en 2017 a ponerles drenaje a las casas, y que todos enfermaron porque tiraron las aguas negras al río, de donde se toma el agua para beber. Los militares se fueron y ahí se quedaron las instalaciones, que nadie volvió a usar porque estaban mejor cuando estaban peor. Luego recoge las hojas de los platanares y las va guardando para lo que se ofrezca. Su nieta ha movido las piernas porque ella se los ha ido masajeado todo ese tiempo. Quizá nunca puedan llevarla a una clínica especializada y menos a la Ciudad de México, como dicen los médicos, que se regresan asombrados a sus consultorios instalados en la escuelita.

Todavía falta mucho para que salga el sol.

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