Jesús Gómez Morán/ Periódico de Poesía/ UNAM
Ciudad de México; 29 de diciembre de 2024
La primera virtud que detecto en esta nueva entrega editorial de Francis Mestries (Marruecos, 1949) radica en el cuidado del armado del libro, en el cual se establece un diálogo entre imágenes (cuyo crédito corresponde a Fernando Bazarte) y texto, particularidad que dentro de la literatura infantil y juvenil corresponde a la del libro álbum. Y sí, éste sería una especie de álbum recopilatorio de instantáneas atrapadas por la palabra. A partir de ello se configura lo que yo llamaría una vocación plástica de nuestro haijin (término en japonés para el cultivador del haiku), de doble eficacia, porque amén del estímulo visual de las referidas imágenes contamos con las que cada pieza contenida en este libro despierta en la imaginación lectora. Aquí una prueba de ello:
De igual manera, conforme a una revisión de conjunto, dentro del ámbito de la tradición del haiku en México sería viable pensar en la importante huella de José Juan Tablada, pero no tanto de su primera colección de “poemas sintéticos”, titulado Un día… de 1919, sino en el segundo de ellos, El jarro de flores de 1922.
A mi juicio, la diferencia elemental entre uno y otro libro estriba en que Un día… se caracteriza por ser más descriptivo en su busca de una fijeza de las imágenes (“devuelve a la desnuda rama, nocturna mariposa/ , las hojas secas de tus alas”), mientras que en El jarro de flores los elementos mencionados se dinamizan y humanizan (“Del verano/ roja y fría, carcajada,/ rebanada de sandía”). Esto último es lo que acontece en Islas del firmamento: “La rosa me dijo:/ deshoja pronto los días/ calma, contestó la violeta”. Aquí, tanto la rosa como la violeta muestran cualidades antropomorfas no por hablar, sino por el acto de volición expresado a través de sus palabras. En esto consiste su atarashimi, su cualidad novedosa, que de acuerdo a la poética japonesa conforma una de las claves para la escritura del haiku. Y ya entrados en gastos, también sería un ejemplo de kibutsuchinshi, esto es, de forma deliberada dejar hablar a las cosas, ambos rasgos de acuerdo a lo señalado por Seiko Ota en sus estudios sobre el tema.
Otra muestra de haiku dinámico sería este: “Grillos de la mañana/ tienden cables eléctricos/ sobre la calma del hogar”. Aquí, aparte del movimiento impreso en la escena retratada, la preceptiva japonesa nos haría notar que la enunciación poética no debe dar toda la información de lo que se está diciendo, esto es, evitar ser explícitos para que el lector se sienta invitado a co-crear el sentido de la composición que está leyendo (o recitando), y así contestar a las preguntas que origina: ¿por qué cables eléctricos?, ¿qué quiere decir que lo hagan encima de una calma hogareña?
Un día… se estructura conforme a cuatro apartados, precisamente correspondientes a cada etapa del día. Por su parte, El jarro de flores es más complejo porque además estar dividido en apartados tiene secciones; dicha estructura, mutatis mutandi, es replicada en Islas del firmamento, lo cual permite una diversificación temática. La sección “Lotería”, contenida en el apartado de “Sentimientos”, es de lo más ilustrativo a este respecto: “Gritos y risas/ un frijol por la suerte,/ corazón de la fiesta”. En total son seis apartados: “Tiempo”, “Cuerpo sensaciones”, “Sentimientos”, “Naturaleza”, “Sociedad y política” y “Palabra poesía”.
El mismo Tablada (y creo que es una enseñanza que muchos deberíamos replicar) no estaba del todo seguro de estar creando haiku conforme a la normativa de esta forma. Por eso bautizó a sus composiciones “poemas sintéticos”, privilegiando su rasgo de brevedad: Efraín Huerta sería el otro gran numen de la obra que hoy nos reúne con la creación de sus poemínimos, que integran dentro de esa brevedad una importante dosis de humorismo, a la vez que de denuncia, a veces en detrimento del temperamento lírico. De hecho, ya que hemos hablado del kibutsuchinshi por su alto poder sugestivo y connotativo, en el caso de los poemínimos correspondería al rasgo de seijutsushincho, estilo que enuncia ideas y sentimientos de forma directa y más denotativa.
La distinción entre ambos siempre será relativa y se prestará a la polémica, pero me arriesgaría a señalar que en el apartado “Tiempo” (“El niño nuevo/ sonríe a la esperanza/ y hunde al año viejo”) y en el de “Sociedad y política” (“Cada seis años/ un voto y me maldigo/ por no poder hacer más”), tenemos algunos poemínimos de tres versos, amén de otros varios que circulan por sus páginas con una extensión que coquetea con los tankas: “Rejuvenezco/ entre troncos y copas, brilla en la sombra, del campo al paladar/ la dulce perla roja”. Otra característica especial es que, como desde Tablada se estableció, Mestries agrega un título a sus poemas, que en ocasiones es necesario; aunque justamente por la característica de kigo, esto es, de la palabra estación, se podría deducir, como en el citado haiku del “niño nuevo”, que la alusión es muy clara al respecto. Cabe señalar aquí no sólo la influencia de Tablada, sino la de los autores clásicos del haiku en Japón (Bashō, Buson, Issa, Kikaku, etc.) y el cuidadoso seguimiento que nuestro haijin ha hecho al integrar la noción de kigo —no sólo el de las cuatro estaciones que conocemos en todo el mundo, sino la del “año nuevo” que para el espíritu japonés tiene un lugar entre los kigos estacionales.
Más allá de este tipo de categorizaciones, lo que sí consiste en un universal poético es el hecho de recurrir a imágenes y metáforas condensadas con un alto grado de significación, así como de una musicalidad exquisita, tal como sucede en varios de los poemas contenidos en este libro y de los cuales repaso, a modo de cierre, unos cuantos que son de mi agrado.
Crecida carmesí
Entre la nochebuena
el petirrojo y el colibrí
Bomba dormida,
fulgor de altas semillas,
granada mineral
Islas en el mar
negro del firmamento
parpadeando
Tales composiciones rebasan la regla de 17 sílabas (distribuidas en tres versos de 5, 7 y 5 cada uno), estipulada para la escritura de haiku. Sin embargo, como hemos visto, responden a la prerrogativa del kigo (la nochebuena es de temporada), de omisión para que participe el lector, o de toriawase (es decir, la conjunción de dos o más temáticas distintas) cuando el mundo mineral y el agrícola se funden en la imagen de una “bomba dormida”, aplicada a una geoda. Pero no hay que confundir la fórmula con el resultado, las causas con los efectos: la normatividad métrica no sería prescindible en los ejemplos entresacados de Islas del firmamento, pero sí menester que pasen a un segundo plano, a fin de poder disfrutar sin asteriscos de este fino trabajo de muy altos méritos como el de Francis Mestries.
Francis Mestries, Islas del firmamento. Haikus y poemínimos, Amanuense/Reiyukai de México, A. C., 2023.
Jesús Gómez Morán / Ciudad de México, 1969. Licenciado, maestro y doctorante en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha sido docente en su alma mater, en la Universidad del Claustro de Sor Juana, en la UACM y actualmente en la UPN. Fue investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas-UNAM y colaborador de diversos estudios colectivos. Autor de los libros Cantar sin música (1991), La consagración de la primavera/Epigramas sin épica (1998), Estancias (2002), Sólo 8 poetas (2006), Cánticos a Erígona (2018) y Estación de ángeles (2022). Junto con Seiko Ota, es autor de El secreto del haiku (2024). Obtuvo el premio de la revista Punto de partida (1992), en la categoría de ensayo, y el primer lugar en el Premio Nacional de Haiku Juana María Naranjo 2024.