Por Edson González
Las últimas palabras de Oishi Koranosuke
Rojo el viento entre los árboles y las aves, rojo en el filo de un rayo silencioso.
Sangre de guerrero; caudal de sangre bañando las raíces de los cerezos.
Sus ojos son lobos hambrientos frente al mundo: el despegue del faisán, la carrera del jabalí, las princesas de los palacios, el ronquido de los mendigos.
El honor del gran señor, la obediencia de sus ciervos.
Ohisashiburi desu. Hace tiempo que no le veo.
La venganza del ronin,
su tumba.
¿De dónde proceden los ruidos?
Sariputra se sentó a meditar a la orilla del lago. El nado de los peces rompía el vaivén del agua.
Sariputra se tendió a la sombra del árbol. El canto de las aves desafinaba la melodía del aire.
Intentó alejarse dentro de sí. Las nefastas aves salpicaban en la superficie de su canto; los vulgares peces silbaban en las profundidades de su nado.
Con mordida lenta, bien meditada, arrancó la cabeza a los pájaros, destrozó el espinazo a los peces. De sus labios manaron sendos ríos de sangre.
Sariputra
se postró en las faldas de la montaña. La danza de las hierbas entorpecía la
carrera del viento.
La compasión de Ryokân
El monje Ryokân salió a dar un paseo, deseaba meditar en la montaña.
En el camino se encontró con un hombre descalzo, vestía nada más un fundoshi. Qué desgracia, y con este clima… Sonrió. Bueno, en lo que respecta al frío, es igual para todas las criaturas. Se despojó de su kimono y se lo dio al mendigo.
Más adelante, en el pueblo, vio a unos niños pidiendo limosna. Estaban macilentos y sucios. Ryokân entristeció. Les ofreció una hogaza de pan. Los niños, viendo que no llevaba otro alimento, lo increparon. El hambre es la misma para todos los seres, los tranquilizó.
En los márgenes del río, atestiguó a una loba acechando a su presa: un hermoso jabalí. La imagen lo llenó de misericordia. Es tan joven y yo tan viejo. La muerte no es distinta para nadie, se dijo Ryokân, y descendió a la rivera.
El tesoro de Urashima Tarö
Música dulce: las bisagras de un baúl.
Luz. Una voz, la princesa tortuga: lo que has perdido en estos años lo devuelvo aquí.
La risa de sus hermanos, sus cuñadas; la gracia de sus hermanas, sus cuñados. Los sobrinos.
Un beso.
La fragancia de su novia; el silencio húmedo de la noche de bodas.
Sus ojos exactos en el rostro de una niña, la carrera de su hijo tras los faisanes. El rostro adusto de su yerno, las delicadas manos de su nuera.
La silueta de su madre en el nure’en, su cadáver sobre el tatami. Los pulmones ensangrentados de su padre, un futón vacío.
El luto. Los nietos.
Su accidente, el dolor crónico, la cojera, su bastón.
Mocedad. Sal de mar. Senectud. La princesa tortuga.
Los siglos de ausencia.
El océano.
El trono del palacio del Dios Dragón.
Edson González. Egresado de la carrera de Letras Latinoamericanas. Tercer lugar en el Tercer Concurso de Cuento Infantil de la Universidad Autónoma del Estado de México. Asiduo a los talleres de narrativa, aunque con tendencia a desaparecer durante tiempo prolongado. Es integrante del taller de narrativa de Grafógrafxs.



