Miguel Alvarado
Toluca, México; primero de mayo de 2021.
Día del Trabajo, día de una idea que ha parecido siempre el prólogo de una trampa, porque el trabajo, aun el que uno desarrolla sin patrón, no funciona como debiera debido a que no lo dejan prosperar. Se estrella en contra de los obstáculos que lentamente a veces o de golpe, también, van señalan un camino que termina en las entrañas de las empresas o de los gobiernos. Está bien. No es del trabajo infame que se quiere hablar aquí sino del suicidio.
Hace unos días un chico de 17 se colgó en Toluca. Cuando llegaron los paramédicos ya no pudieron ayudarlo y entonces la muerte, como lo que significa esa muerte que se posa de golpe, lenta pero salvajemente, arrolló a quienes le sobrevivieron. Y es que en algunos esquemas sociales se les llama sobrevivientes a los deudos cercanos: a los hermanos, a los esposos, a las abuelas, a quienes vivían con el suicida. Es verdad em parte, porque el suicidio de alguien siempre desintegra y tiene la potencia de una fuerza desgarradora que consigue poner de rodillas a quien lo padece -no el suicida, quien ya decidió-. Y de pronto parece que uno no sabe lo que ha sucedido y se cuestiona las razones de tales decisiones. Unos se culpan pero otros culpan al suicida. Por lo menos lo señalan de no ser fuerte, de no poder hablar, de no pedir ayuda. Pero esto, debido a eso que la muerte ha regado entre los vivos, no resulta justo para nadie, en especial para quien ha muerto.
Sin embargo, sí, sí se sabe lo que ha ocurrido. Desentrañarlo, ponerle nombre a cada uno de esos mecanismos que ha terminado con la muerte de alguien no algo sencillo y casi siempre, si no se tiene ayuda, entonces el proceso llega a confundir y a hacer más grandes los miedos, las culpas, lo que uno dice que es nuestra responsabilidad.
El suicidio en una ciudad como Toluca, profundamente feminicida y conservadora, se juzga a rajatabla, sin miramientos: que quien ha muerto no ha tenido el valor o la fuerza de encarar sus dificultades, que es de cristal y todo lo daña, que tiene un corazón muy débil y no resiste las adversidades, que está enfermo y no se atendió, que decidió matarse y no tomó en cuenta a su familia, que es envidioso, incluso. Así, al principio y al final de todo, el suicida es señalado como el culpable de dolor que sienten los demás.
Es injusto pero también es falso y crea una idea desigual y monstruosa alrededor del suicida, cuyas razones para hacer lo que hizo son tantas como seres humanos hay en la tierra, y todas son complejas porque están relacionadas con el trabajo, las relaciones afectivas, el temor a perder algo, las condiciones mentales y otras más. Además, el suicidio todavía resulta uno de los tipos de muerte que la familia más esconde, de la que apenas se puede hablar o de plano se borra.
Las estadísticas le ponen al suicidio una especie de impronta que despersonaliza los casos y como en todas las muertas violentas o las desapariciones, toma esos rostros para formarlos en la fila de los números y las geografías. Por supuesto, las estadísticas resultan esenciales para entender este fenómeno cuyas raíces en general son las mismas desde hace siglos y que tienen que ver con negarse a seguir viviendo como se ha vivido hasta ahora. Dice la Organización Mundial de la Salud que cerca de un millón de personas se suicidan cada año y en México se considera, desde 2011, la segunda causa de muerte. Al año mueren por suicidio alrededor de un millón de personas, cada día hay en promedio casi 3 mil personas que ponen fin a su vida; al menos 20 intentan suicidarse por cada una que lo consigue y se afectan al menos 6 personas cercanas […], dice la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio (IASP).
El Instituto Nacional de Geografía y Estadística dice que la tasa de suicidio en México, durante 2018, fue de 5.4 por cada 100 mil habitantes. Murieron por lesiones autoinfligidas 6 mil 710 personas. El 10 por ciento de ellas eran adolescentes de entre 10 y 17 años, mientras que el 34 por ciento de los casos correspondió a jóvenes de entre 18 y 34 años.
Que un niño se suicide habla, entre otras cosas muy concretas, de la descomposición social casi irreversible que sufre un país y de un nivel de angustia que ha rebasado cualquier proporción. Toluca, muy feminicida y muy asesina, atestigua todos los días una muerte violenta y cada semana por lo menos tres desapariciones, de las cuales apenas una pequeña parte se resuelve y todavía una muy menor se resuelve con el involucrado aparecido en vida.
La verdad es que las cifras de suicidio infantil son aterradoras: 52 casos se registran en México cada mes, hasta 2018. En 2020 el número de casos había crecido 385 por ciento, de acuerdo al INEGI, que además señala que las razones inmediatas tienen que ver con la depresión y el estrés. En el Edoméx, los municipios líderes en este tipo de suicidios son Toluca, Ecatepec, Naucalpan y Tlalnepantla. Se cree q el suicidio, además, está ligado al consumo de droga y alcohol, pero eso ha resultado una salida demasiado fácil cuando se pretende una mejor explicación.
Uno no sabe, y a veces sigue sin saber, a pesar de que le toque un caso cercano. Ya cometido el suicidio, quienes viven sus estragos necesitan ayuda para entender los mecanismos que se desataron para llegar a tal situación. Pero la ayuda no es sencilla, en primer término porque en el Estado de México no existe una organización dedicada exclusivamente a ese tema, y después porque esta ayuda se centra en lo psicológico, únicamente. Existen campañas de prevención realizadas por las distintas entidades, eso sí, y hay dependencias que atienden cuando algunas alarmas comienzan a sonar: Saptel CDMX; S.O.S. Servicio de Orientación. Programa de Salud Mental; el Instituto Jalisciense de Salud Mental; el Sistema de Urgencias Médicas y el Centro de Salud de Saltillo son algunas opciones cuyas direcciones pueden encontrarse aquí.
No hay manera de concluir esta nota ni tampoco una forma de aprender o estar alertas aunque se puede estar atentos a los cambios en las conductas de los niños y las personas en general. A veces, uno se encuentra tan cerca de un suicida que no alcanza a verlo hasta que sucede todo y por eso resulta difícil ayudar. Sin embargo, se puede. Hay que intentarlo.