14 febrero, 2025

Coronavirus: la primera dosis

Coronavirus: la primera dosis

Miguel Alvarado

Toluca, México; 11 de marzo de 2021.

A las cuatro de la mañana se despertaron y comenzaron a alistarse. Les tocaba en el estadio Nemesio Díez, el estadio de La Bombonera, la casa del equipo de futbol profesional de los diablos rojos del Toluca, que ha cedido espacio para ubicar uno de los cuatro módulos de vacunación en los cuales se aplicarían las 102 mil 760 dosis de Pfizer para darle batalla al coronavirus. Eso es lo que se dice en las casas en las que hay mayores de 60 años. Darle batalla, y aunque algunos no están convencidos de la eficacia, acuden para inyectarse. Esos que van marcarán la diferencia, porque otros de plano se niegan a asistir y de plano se niegan a creer que el coronavirus existe siquiera, como si las 2 mil 30 muertes oficiales se trataran de un acto de fe, de una fuerza voluntariosa que asesina eligiendo víctimas.

Entonces, si es mentira, para qué ir.

Los que han seguido todos los días desde hace un año la ruta del coronavirus y tratan de mantener a salvo, se han asegurado de cumplir con el protocolo que los pondrá frente a la enfermera, a la jeringuilla y a la ansiada vacuna, que le ha costado al pueblo de México 33 mil 273 millones de pesos, un monto que ninguno de los que esta mañana se acercará al estadio de futbol en la capital mexiquense verá nunca, ni ellos ni sus familiares ni los hijos o los nietos. Ellos no son ricos ni tampoco tuvieron los medios para ir a Estados Unidos y pagar por la dosis, como hicieron muchos que sí tuvieron la manera y no esperaron a que su rango de edad les abriera las puertas de los vacunaderos públicos.

Así que a las cuatro de la mañana Ángel y María comenzaron a prepararse mientras dos de sus hijos ya hacían las colas que en la calle se formaron desde las 6 de la tarde del día anterior. Aunque el gobierno federal garantizaba que habría vacunas para todos, la verdad es que después de atravesar 12 meses de puros muertos y de tragedias tan impensables como la falta de oxígeno, de dinero para tanques o de un lugar en hospitales imposibles de pagar, nadie estaba dispuesto a ceder un metro para garantizar la inoculación.

Estamos desde las seis. Estamos aquí sentados y ya nos organizamos, ya hicimos nuestras listas porque queremos entrar de manera organizada. Tenemos el metro y medio de distancia que nos hace falta y aunque vengan a quitarnos, no nos vamos.

Eso decían los formados y lo sostuvieron cuando llegaron a desalojarlos. Quitarlos, pues. Se pusieron al tiro y no se movieron. No, porque ya ha habido demasiada muerte, demasiada angustia y los que no tenemos mala suerte tenemos en cambio la desgracia de ver morir. Y eso, ya, tampoco se aguanta.

Así que de cuatro a seis de la mañana uno de los hijos de Ángel y María se formó. Después llegó su relevo, que avisaría la hora en la que fila entraría al estadio, lo cual sucedió cerca de las nueve de la mañana.


Entonces sí, Ángel y María se acercaron al estadio y tomaron su lugar en la fila, que entraría por la calle de Constituyentes, ahí donde se pone la fritanga bárbara en los días más felices de futbol, de puertas abiertas. Esa es la zona de Sombra y la fila avanzó.

Eran las 10 de la mañana y ya estaba el solecito.

Y también había un cuarteto de cantores que habían acudido nada más a cantar para los que se formaban. Era el Ensamble de Voces, que trata de aligerar un poco la tensión. Más al rato llegarían los mariachis y también cantarían para los que estaban formados. Los del Ensamble pusieron sus lonas y sacaron los instrumentos para entonarse un rato.

Ya con el sol, uno podía sentirse contento porque una vez adentro se cumpliría la primera parte de un protocolo sanitario que ha tardado mucho, más de lo debido, y cuya consecuencia es una población diezmada no solamente por la mortandad sino por la quiebra económica. Por el lado de la tribuna de Sol, ahí donde entra la Perra Brava a los partidos de los diablos, entraron los que iban en sillas de ruedas, que atravesaron los pasillos y rápido fueron atendidos.

A las 10:53 vacunaron a Ángel y a María, y dicen que sí les dolió. Primero entraron y después fueron llevados a las sillas, organizadas en filas que formaban módulos de 40 lugares. Hasta a sus lugares los llevaron y a las 10 comenzó la vacunación.

En los módulos hubo rechazados. Eran los que venían de otros municipios y aunque fueron los menos no podían dejar de verse. Ya estaban aquí, ya que los inyecten, ya que les den chance, dieron unos muy quedito pero nadie se atrevió a exponerlo de manera frontal, y menos cuando las enfermeras se acercaron a los lugares para explicar algunas cosas.

– Pues sí duele la vacuna -dijo María, unos días después. Le dolió la cabeza y se sintió mareada. También el brazo en donde se la inyectaron le dolió por lo menos dos día cuando lo movía. Dice que al salir se fueron por una torta al Pichi, una fuente de sodas famosa, muy cerca del estadio, del que salieron a las 10:20 a más tardar. Llevaban en las manos su “comprobante de vacunación contra el virus SARS-COV2””, una hoja blanca de ribetes verdes que entrega la Brigada Correcaminos y en donde se marca que se ha recibido la primera dosis. Viene también el sello de Pfizer y el número de lote, y la advertencia de que es mejor reportar cualquier signo o síntoma que se presente dentro de los 30 días posteriores.

Para una ciudad como Toluca parecía poca cosa el grupo de cuatro sedes, pero no fue así. Este jueves, por ejemplo, quienes llegaron en auto al Centro de Exposiciones y Convenciones pudieron ser vacunados sin que se bajaran. Tres vacunas por coche. Seis filas, dice el fotoperiodista Ramsés Mercado, quien documentó la enorme lona blanca, el tráfico en los carriles laterales en el boulevard Aeropuerto, las mesas con las cajas o hieleras, a las enfermeras custodiadas por un hombre armado, que las sigue mientras cargan las hieleras, los conos naranjas que marcaban los altos y los registros y formatos que cada aplicación genera. Una marca realizada con plumón naranja marcaba a los autos que ya habían pasado. Colocada en los parabrisas, representaba la rúbrica final. Este es el primer puesto vehicular en México que vacuna así.

– Van a tomar sus medicamentos de manera normal- decía una enfermera a un hombre, que nervioso se levantaba la manga de su playera, para que le sobaran primero y después lo pincharan. El piquete duele, y por la cara de la gente, duele bastante. Una mujer echaba la cara hacia atrás mientras la aguja le entraba y los 10 segundos que tardó la dosis en entrar se le hicieron eternos, como su vida misma.

Después, los autos eran dirigidos a otro estacionamiento, donde se esperaban un rato en espera de que no hubiera ningún contratiempo. “La verdad es que la afluencia cada vez es menor, después de tres días de vacunación. En este lugar es muy rápido. Po ejemplo en otro, punto, en la Junta de Caminos, otra de las sedes, el promedio de tiempo que se invierte es de media hora”, dice Mercado

– ¡Ya, ya muévete!- gritaban los “vieneviene” sanitarios a los choferes, para que hicieran espacio, desalojaran de volada porque las filas se hacían kilométricas.

En dos días, el ayuntamiento había contado 40 mil vacunados, muchos de los cuales se habían trasladado en los 500 vehículos que se habían puesto a disposición de los más vulnerables y de quienes no cuentan con medio de transporte alguno.

-La vamos a vacunar- decía otra enfermera a una mujer mientras le arremangaba la ropa. Ella, mejor se volteó, para no ver- Tranquila, doña, tranquila. ¿Duele? Poquito, doña Mary, poquito- le decía la enfermera a la señora, que tuvo paciencia, que se aguantó hasta que le retiraron la jeringa.

Por fin se acomodó en su asiento, se desarrugó la blusa y el suéter. Se ajustó el cubrebocas y sonrió como se sonríe cuando algo que parece imposible ha salido bien.

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