7 julio, 2025

Los desaparecidos que la tierra se tragó

Los desaparecidos que la tierra se tragó

Fernanda García: texto. Karen Colín: diseño.

Toluca, México; 9 de febrero de 2022.

Caminar por Toluca, ver los postes, notar esas hojas blancas con fotografías de desconocidos y letras que nos indican datos en los que casi nadie repara. Seguir caminando. Llegar a la terminal de autobuses, a un bajopuente, a un negocio. Observar las mismas hojas. Algunas dicen “Ámber”, otras “Odisea”. Puede ser Toluca o cualquier otro municipio mexiquense.

Al charlar con familiares de víctimas de feminicidio o de homicidio doloso, el dolor me invade. Es imposible mantenerse ajena a tanto suplicio pero -aunque se lea insensible- al menos tienen un sitio para llorar. Cuando en mi jornada reporteril encuentro a quienes buscan a sus seres queridos, el corazón se me pulveriza.

No he aprendido a mantenerme inconmovible ante ese sufrimiento. La búsqueda desesperada por esperanza, por un rastro, un destello, un por qué.

Quienes desaparecen representan un velo de dolor y las muestras claras de que en el Estado de México se vive el verdadero infierno: no saber cuándo parar de llorar la ausencia, no poder quitarse el miedo.

Con la ola de ejecuciones que se han desatado en la zona norte de Toluca, se puede palpar el terror. En cuanto se corre la voz de que abandonaron otro cuerpo, las familias que buscan llegan. Piden a gritos, a llanto seco, que les dejen ver el rostro de la víctima para saber si es alguien conocido o, en el peor de los escenarios, su hijo, hija, esposo, padre, madre.

Y eso es cuando aparece una víctima de homicidio. Pero ser “buscador o buscadora” es lo que destruye.


Imaginen que un día van saliendo de trabajar o de la escuela, esperan encontrar a su madre, hija o esposa y de pronto se dan cuenta de que no llegará. Pasan las horas, un día, dos, una semana, meses, años. ¿Cuándo deja uno de sufrir o añorar?

Cuando alguien muere, por más atroz que haya sido eso, hay certezas, se puede vivir un duelo, incluso hasta superarlo. ¿Y cuando alguien desaparece? Solo nos quedan las dudas, esas preguntas sin respuestas que se multiplican conforme pasa el tiempo y que no dejan vivir, llegan a todas horas, hasta en el sueño más profundo.

Quienes buscan detienen su vida. Dejan de vestirse para sentirse bien y comienzan a existir en automático con la única consigna de no dejar de escarbar en los indicios. Siguen un camino de migajas bañadas en frustración, terror e indolencia. Beben café con la indiferencia. Los ojos los tienen casi desorbitados, pues son los únicos testigos de su dolor.

Salen todos los días a buscar a sus hermanas, a sus cónyuges, a sus hijos e hijas. Van gritando y pronuncian sus nombres a todo pulmón pero también a susurros, cual si fuese una manda… prometen ser mejores hijas, hijos, madres, padres si vuelven, pero, ¿y si no?

Entonces el infierno ya lo probaron. Regresar de las llamas de la incertidumbre y del desgarro del corazón cuando se siente vacío; regresar intactas y volver a sonreír, hoy es una realidad que se les escapa de las manos, del alma.

El Estado de México encabeza las denuncias por desaparición a nivel nacional, pues al corte del 18 de enero se reportan 237 mil 42 personas desaparecidas, de las cuales 96 mil 881 siguen sin ubicarse, en un acumulado de años, desde 1964.

De la cifra total 54.46% son mujeres de diferentes edades y 45.50% hombres.

De acuerdo a las colectivas de acompañamiento a víctimas de desaparición forzada y feminicidio, son al menos 120 las mujeres quienes desde 2018 no aparecen, «como si se las hubiese tragado la tierra».

Pero permanecemos indiferentes. Nadie se detiene a ver las fichas Odisea o Ámber que se detonan. Pasamos de largo porque nosotros no estamos buscando. Porque si de verdad hubiese empatía, porque si fuésemos más sensibles al dolor ajeno, no habría este infierno mexiquense.

Porque si hubiese compasión, quienes buscan podrían seguir viviendo y no estar muertas en vida, y yo, pues yo no tendría una tormenta de impotencia en los ojos mientras escribo esto para usted.

¡Hasta la próxima!

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