En el Estado de México hay un pueblo que se dedica por entero a la madera, pero no hace muebles o libreros, no fabrica camas ni mesas, no tiene intención de moldear esculturas o bastones. Hace muñecos de colores, baila trompos y avienta yoyos. Sus artesanos lo hacen con precisión y paciencia porque permanecer ante el torno requiere de tiempo y de luz.
Toluca, México; 18 de octubre de 2024
Miguel Alvarado: texto / Fernando Óscar Martín: fotos
Tenemos los árboles y de ellos obtenemos lo esencial para la vida. No sólo eso, también los aderezos que a veces lleva ese banquete o frugalidad que nos toca vivir y morir, que nos amarga, sala o azucara hasta el exceso. Los juguetes, entonces, son parte del equilibrio que uno busca, primero de niño y luego como coleccionista o aficionado a las historias que cada pieza puede contarnos.
En el Estado de México hay un pueblo que se dedica por entero a la madera, pero no hace muebles o libreros, no fabrica camas ni mesas, no tiene intención de moldear esculturas o bastones. Hace muñecos de colores, baila trompos y avienta yoyos. Sus artesanos lo hacen con precisión y paciencia, y permanecer ante el torno requiere de tiempo y de luz.
Esos talleres cosen a los juguetes el alma que se les ha desprendido y que quizá se encuentre en las virutas que tapizan el piso de esas habitaciones, que también son oscuras y frescas, como tendría que ser nuestro espíritu. Por eso, la luz con la que se trabaja parece una isla dedicada a la alabanza de San Antonio, un santo que llegó después que los habitantes de este lugar, y que ahora tiene la inexorable obligación de cuidar de todos al mismo tiempo, e irse con los que se van al gabacho, a los Estados Unidos, y que sostienen al pueblo con los dólares que envían.
Por eso, es natural que en las paredes de los talleres se hermanen las banderas gringa y mexicana, con una virgen en medio y un billete de un dólar simbolizando el cosmos, que aquí comienza en la pobreza que no termina y allá continúa en los trabajos que nadie quiere hacer, pero al que un migrante está obligado. Porque ¿qué se busca en otra parte que no haya en el país de uno? Allá, dicen los que han ido, también hay juguetes.
Sí, los hay , pero ninguno es como los que nacen en San Antonio la Isla, un pueblo del Estado de México en cuya entrada pusieron unos trompos gigantes que dan ganas de llevárselos a los jardines de las casas, porque todas debieran tener algún juguete del tamaño de un sillón o de un becerro.