6 octubre, 2024

Javier Marías, novelista universal

Javier Marías, novelista universal

José María Pozuelo Yvancos/ The Conversation.

Javier Marías representa plenamente un cambio en el lugar que la narrativa española tiene en el mundo, y un gran salto respecto a la novela precedente escrita en español. Quizá ese salto no se habría dado sin que la generación inmediatamente precedente, la de sus amigos mentores (entre ellos, Juan Benet y Eduardo Mendoza) o la de quienes, sin tener relación con él (como Juan Goytisolo), hubieran internacionalizado en sus novelas los asuntos y el lenguaje.

En cuanto a los asuntos, desde el comienzo su novela se entregó a imaginar situaciones que pudieron darse y se dan en cualquier parte del mundo.

Su primera novela, Los dominios del lobo, publicada en 1971, cuando su autor tenía diecinueve años, transcurre en París y tiene a la etapa del cine de la nouvelle vague como fondo.

En la novela El siglo, publicada en 1983, por poner otro ejemplo de su primera etapa, es la delación falsa por parte de Casaldáliga la que mueve una trama en que la mentira, la corrupción y los entresijos del poder se desarrollan sin que el lector piense que pertenecen a España, pues no hay sociedad, ni siquiera época en que no puedan darse.

Monarca del tiempo

Un asunto literario es universal no sólo porque afecte a todos, sino porque logra representarse en un lenguaje necesario para que adquiera relieve. Es ahí donde Javier Marías, Rey de Redonda, monarca del tiempo (título de una novela suya de 1978), reina como ningún otro escritor nacido en España en los últimos cincuenta años.

Gran parte de ese reinado lo debe a un sentido de la escritura, ambicioso, de estar midiéndose y dialogando con los asuntos que ocuparon a los grandes. Javier Marías no tenía miedo a que los temas y situaciones creadas por Shakespeare, su gran inspirador, vinieran a sus novelas para ir dando sentido a algo que el lector percibe: la traición, la culpa, la venganza, la impostura, o el crimen conseguido para conseguir beneficio no son representados en Corazón tan blanco (1992) o Mañana en la batalla piensa en mí (1994) como algo de un lugar o un momento concreto.

Esas dos novelas tuvieron un éxito tan universal, a partir de que en Alemania las celebraran, porque los lectores reconocían que lo que se representaba en ellas era el alma humana, compleja, densa, llena de recovecos, donde las cosas no son como aparecen en superficie.

No podría hablarse de Javier Marías sin atenerse a un fenómeno que me parece crucial: el estilo del pensamiento, como si quienes hablasen fuesen el corazón y la mente, y toda la condición humana se fraguase en sintaxis, cadencia, fulgor de una palabra que no halla reposo, que va avanzando en digresiones porque su modo de ser reflexivo no se detiene, vive en el cursus de una creación por momentos infinita, cuyo reposo último es el reconocimiento en ella del lector.

Los motivos del duelo

Con la muerte de Marías ha sido mucha la gente que me ha escrito sabiendo la relación que tuve con él, sobre todo a través de investigaciones sobre su obra. ¿Por qué me han escrito tantos de distinta edad, ex alumnos pero también gente a la que no he conocido? ¿A qué se debe ese duelo de tantos? Creo que únicamente se explica porque con Marías ha muerto aquel que nos decía a cada uno de nosotros, aquel cuyos narradores contaban o reflexionaban y cuando lo leías te decías en tu interior “Es así, sí, es así; por fin alguien lo ha sabido decir”; para el amor, para la culpa, para el duelo, para la traición, para la muerte.

A partir de Todas las almas (1989) y su glosa reflexiva titulada Negra espalda del tiempo (1998), encuentra Javier Marías un tema y una voz literaria que ya no abandonó: ha sido central en Tu rostro mañana, cima del denominado Ciclo de Oxford, que componen las citadas y que continúan Berta Isla y la última publicada, Tomas Nevinson.

Es el tema de la pervivencia en los libros o la narración como forma de vencer el olvido y la muerte, pero también la impunidad. La necesidad que Javier Marías tuvo de crear una figuración de sí mismo, de sus familiares o conocidos o de escritores que habitaron el mundo y de hacerles entrar como personajes fue la manera de que la Historia (la guerra civil española, los asesinatos de ETA o del IRA, el espionaje y las cloacas del Estado) pudiera cifrarse para no desaparecer.

Cifrar, decir, crear discurso, recrear voces que son o se parecen a los que habitaron el mundo es el modo en que este novelista español inscribe su palabra en el río de la memoria, ese caudal que, perteneciendo a todos, solo unos pocos acrecientan para que en el futuro vivan por siempre quienes habitaron sus libros.

A los lectores, mujeres y hombres que nos hemos visto dichos por su palabra, sólo nos queda un sentimiento de pena y una inmensa gratitud. Javier, ¡qué solos nos dejas!

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