Redacción VcV
Metepec, México; 28 de octubre de 2021.
Aquí, por ejemplo, han llegado los centros comerciales para quedarse para siempre. Se trata del paso a la modernidad, al progreso que muy pronto ubicó a Metepec como uno de los tres municipios más prósperos del país, aunque esa bonanza, si bien existe, no ha sido para todos.
Se trata de una economía que no beneficia mayormente a nadie, excepto a los capitales que han invertido en esas plazas. Las abstracciones que para la mayoría significan Liverpool, Cinemex o Zara, porque gran parte de los habitantes ignoran quiénes son los dueños y cómo es que han logrado fortunas espectaculares o por qué todavía se les tienen consideraciones hacendarias que ninguno de los que viven aquí han conseguid jamás.
Ahí, en esas plazas enormes y caras que han sustituido a los zócalos de los pueblos y ciudades, donde se acudía para dar la vuelta y mirar a los ojos de los chicos o las jóvenes, se conocía gente y se daba uno cuenta de lo que significa estar en el corazón de una comunidad, se venden calaveras y catrinas que ya no son de barro, y si lo son, provienen de moldes que las reproducen idénticas. Y eso qué, si es lo mismo, dicen quienes las miran y las compran. Allá afuera, en las calles de Metepec, en el pueblo que era antes de que llegaran los narcos, los fraccionamientos de alta gama, como les gusta decir ahora a los expertos, y los ciclópeos almacenes que han cambiado para siempre las costumbres, los caminos y la manera de percibir al mundo, están los artesanos a quienes se les construyó una plaza en la que levantaron quioscos para que ahí vendiera. Ni de chiste tienen la afluencia de un centro comercial, y tampoco, ni de chiste, quienes van sobre todo a ver, pueden pagar por trabajos artesanales de altísima calidad. Sin embargo, en todas las épocas del año, todos los días y a todas horas, la presencia espectral y salvaje de la catrina es inevitable.
Nada, ni los populares árboles de la vida que se han convertido en el símbolo de este pueblo artesano que hace del barro su elemento único y primordial, la han desplazado de las estanterías ni de los talleres de los maestros artesanos, que saben de la importancia que tiene esta imagen. Porque una cosa es el arte que se le imprime y otra el significado asociado con la figura de la muerte. Así, por ejemplo, una góndola como las que navegan por las aguas de Xochimilco muestra a los paseantes tal como se comportan cuando visitan esos canales.
Sin embargo, esta barca de barro no es cualquier navío, se trata de una canoa de la muerte y sus viajantes son alegres calacas que, decimos, se comportan igual o peor que cuando eran encarnados: aquí la calaca cervecera se empina su tarro mientras escucha muy atenta a los mariachis, que con sus largas pezuñas, apenas ya falanges, arrancan a las guitarras y los violines las notas de una copla que parece sonar muy alegre. Otros paseantes se dedican mejor a practicar la pasión de todos nosotros y por eso, taco en mano, devoran las carnitas que hay sobre la mesa, donde también pude verse la cabeza del cerdo sacrificado. Los muertos llevan sombreros y trajes con muchas flores, porque una cosa es estar muerto y otra ser un desastrado. Esta que se describe es una obra maestra de la artesanía de Metepec, y fue compilada en la revista Artes de México, la revista fundada por Vicente Rojo, en una edición especial publicada en 1995.
La tenebrosa pero también bulliciosa barcaza fue realizada por el artesano Filogonio Martínez Chávez, y aparece en esas páginas al lado de otras catrinas con la figura de Sor Juana Inés de la Cruz, elaborada por Miguel Ángel González, que incluso lleva ella misma la figura de un santo también descarnado como ella, también de ojos muy negros pero de sonrisa coqueta.
Por eso, que la familia Nonato, una de las más importantes a nivel artesanal en Metepec, se dedique a hacer catrinas, para nosotros que somos de aquí, no tiene nada de extraño. Nada, y sin embargo su trabajo nos sigue maravillando.

Y gracias a eso y a otras figuras que ha realizado, Juan Carlos Nonato ha tenido la oportunidad de viajar por todo el mundo llevando sus catrinas, sus figuras fantásticas, sus árboles de la vida.
-Nuestras artesanías tienen presencia en diferentes partes. Ahorita hemos estado, como familia, exportando árboles de la vida monumentales a Japón, ya llevamos cinco años haciendo eso y también queremos decir que ostentamos el récord Guinness por haber elaborado el árbol de la vida más alto del mundo, que hicimos entre mi esposa, mis cuatro hijos y yo- dice Nonato, y dice bien, pues ese árbol mide 9.18 metros de altura y a ellos les costó trabajar, en 2018, jornadas de hasta 20 horas diarias. En realidad, no hay otro árbol igual en el mundo.
La familia Nonato tiene un local en el Centro de Exposición y Venta Artesanal, entre las calles de Hidalgo y Allende, en el número 40, y ahí muestra una parte de su trabajo, que puede ser adquirido en ese mismo lugar. Entonces, aborda el tema de la catrina.
-Recordemos que en realidad la figura de la catrina significaba una parodia a las mujeres elegantes, a los adinerados de la época, a quienes se les decía catrines, catrines. Nosotros como artesanos hemos colocado, en el caso de la figura que tenemos aquí, hojas color naranja que recuerdan a la flor de cempacúchitl- die el artesano.
La figura a la que se refiere es un árbol de la vida cuya efigie central es, precisamente, una catrina de sombrero morado y falda rosa, que deja ver su esquelético garbo desde una sonrisa que no es espantosa, como algunas catrinas tienen luego. Esta es una calaca festiva rodeada de aves y flores moradas y rosas.

– Lo que yo aquí trato de representar en este árbol es que la muerte también es otra forma de vida, es un inicio de vida, también. Así como también vivimos alegremente la vida, también debemos vivir la muerte el día que nos corresponda porque a fin de cuentas es donde más tiempo vamos a permanecer. Esta es una obra que puede llamarse “árbol de la catrina”, y no tiene nada que ver con las figuras de la Santa Muerte. Este trabajo pertenece a las tradiciones de México.
Esta es una tierra a la que llegaron los matlatzincas probablemente en el siglo XI, afirma un texto del investigador Luis Mario Schneider, y que ha ubicado en el año de 1524 la fundación de Metepec impulsada por don Ignacio Felipe.
Hoy, salvado ese muro que a veces significa el tiempo, los barrios de Coaxustenco, del Espíritu Santo, de Santiaguito, de Santa Cruz y de San Miguel son sede de los talleres y casa de algunos de los artesanos más famosos de Metepec. Hoy, hablar en el Estado de México de la muerte ya no es fácil. Debería serlo, porque apenas en octubre de este año hubo 74 ejecutados, uno detrás de otro, durante 24 días. El 30 de marzo se encontraron a 3 calcinados, parte de la estadística por demás incompleta y chabacana del Sistema Nacional de Seguridad Pública, que apunta que de enero a agosto pudieron documentarse mil 716 homicidios dolosos en la tierra gobernada por el priista Alfredo del Mazo, por lo demás un presidenciable con posibilidades para las siguientes elecciones.


¿Tiene el mexicano temor a la muerte? Unos dicen que sí, y otros que en realidad el temor del mexicano no es a la muerte sino a la incertidumbre. Esto lo constata el investigador Paul Westheim, que en su libro “La calavera”, editado por Cultura SEP, escribe que “Recordemos las palabras que el padre nahua decía a su hijita cuando ésta llegaba a la edad de seis o siete años: ‘aquí en la tierra es lugar de mucho llanto, lugar donde… es bien conocida la amargura y el abatimiento. Un viento como de obsidianas sopla sobre nosotros… no es lugar de bienestar en la tierra, no hay alegría, no hay felicidad’”. La frase, contenida también en el Códice Florentino, parece abrirle los ojos al azorado cronista Paul Rivet, quien se pregunta “¿qué decir de esos muñecos que representan una pareja de recién casados en traje de boda y son en realidad una pareja de esqueletos?”.
Si son de azúcar, no hay que decir nada, sino comerlos y, si se puede, pedir otros dos y engullirlos porque como dulces, sólo una vez al año podremos probarlos.


Fotografía: Ramsés Mercado.