7 diciembre, 2024

Alumbrar es arder: escribir en la cárcel

Alumbrar es arder: escribir en la cárcel

Quetzalli Violetta Domínguez/ Punto en Línea/ UNAM

Ciudad de México; 17 de diciembre de 2022.

¿Qué es la cárcel? ¿Un hogar, un internado? ¿Quiénes la habitan? Son preguntas que uno se hace cuando se llega a ese espacio, en mi caso, como tallerista voluntaria intramuros en el Centro de Reinserción Social (CERESO) de Pacho Viejo, Veracruz, lugar a 10 kilómetros de la capital xalapeña.

Fue en diciembre de 2019 cuando me acerqué a una persona que tenía un “conecte”. Una licenciada, que se encargaba de generar ingresos para las personas privadas de la libertad (PPL) —a través de eventos públicos donde se vendía gran cantidad de artesanías—, reclutaba gente que impartiera talleres a los internos. A pesar de la dificultad de entrar en ese mundo ajeno, después de ir y venir, conseguí una entrevista en enero de 2020. Para ese entonces ya me había encerrado meses atrás a preparar la propuesta del programa completo del que sería el Taller de Lectura y Escritura Creativa para Mujeres en Reclusión Penitenciaria. Recuerdo una plática con Ernesto Castañeda Fernández (colega conocedor de la literatura rulfiana) una madrugada de inicios de aquel enero en que elegíamos juntos los cuentos de Juan Rulfo que agregaría a la cartografía lectora, pensando si leer “Talpa” o “Es que somos muy pobres”, encontrando pros y contras que pudieran resultar interesantes para las chicas.

Esta direccionalidad femenina era genuina. La idea era ir midiendo terreno, apropiándose de espacios de a poco. Por mi parte nunca había estado en una cárcel, desconocía sus mecanismos, la forma en que operaba todo. Cargaba con los discursos variados de todos aquellos que se habían enterado de mis pretensiones y que buscaban formas de aconsejar, de enseñarme sobre el autocuidado y el peligro que corría. No parecían entender que, en México, hoy día es más peligroso caminar en cualquier calle a cualquier hora del día; o nacer mujer, o periodista, o encontrarse simplemente en ese lado de la balanza de la desigualdad social de nuestro país, la que pesa más y que cosecha cientos de cadáveres anualmente.

Tras la entrevista inicial, vino el cuestionamiento sobre quién era, a qué iba, qué institución me mandaba y con qué finalidad. Aunque pareció sospechoso que llegara como maestra voluntaria, lo cierto es que a la subdirectora le gustó la propuesta. Dijo que por cuestiones de inclusión debía hacer una invitación oficial a toda PPL interesada, lo cual aceptamos, sin ninguna remuneración económica o en especie para material, sólo con la promesa de una constancia donde se avalara mi docencia dentro de ese espacio. Una semana después me llamaron del lugar: 13 inscritos (12 hombres y una mujer). El taller, que nombré Palabras de Alumbre, daría inicio al mediodía del miércoles 12 de febrero de 2020. Las reuniones serían una vez por semana por espacio de tres horas.

II

El 12 de febrero, tras pasar los filtros de seguridad y las revisiones necesarias, logro llegar al salón que me fue asignado: la biblioteca del penal. Camino impaciente al lado del licenciado que supervisará mi trabajo. Recorremos un largo pasillo: logro percatarme de una tienda —con un refrigerador enorme repleto de coca-colas—, salones y una capilla. Del otro lado, la entrada a la zona que, después me entero, es la de las personas con enfermedades o trastornos mentales, llamada coloquialmente “Mental”, y las canchas; muchas PPL con sus camisas naranjas descansan, platican, ríen, fuman. Todo está tranquilo en aquel momento. Finalmente llegamos a la biblioteca. Rezo porque no hayan llegado aún los participantes, necesito tomar un respiro y acomodar las cosas: les llevo libretas, lápices, lapiceros, marcatextos, hojas. Preciso sobre todo de limpiarme el sudor de la frente y las manos, pero, oh sorpresa: al entrar, están todos sentados alrededor de una mesa grande. Me observan extrañados, se ponen de pie al mismo tiempo y saludan como robots adiestrados. Estoy nerviosa, pero sonrío, los saludo, les digo que se sienten, que no es necesaria tanta formalidad. Uno de ellos, Luigui (libre ya) es el primero en hablar:

—Maestra, sinceramente no esperábamos a una persona tan joven como usted.

—¿Pues qué esperaban entonces? —sonríen—.

—Pues… una maestra mayor, como casi todos los docentes que trabajan aquí.

Nos sentamos. La pared de hielo se rompe nada más comenzamos a hablar. En lo que estoy presentándome los miro uno a uno: la mayoría ronda entre los 30 y 40 años, algunos llegan bañados y peinados, en otros se logra ver que llevan bastante tiempo recluidos por sus camisas naranjas ya deslavadas por los años. Voy conociendo por sus bocas que en el grupo hay un talabartero, un médico, un abogado, un servidor público, un taxista, un policía, un teólogo, un ingeniero, una estudiante de Derecho, que ejercen como artesanos, vendedores y microempresarios dentro y fuera del penal. Pocos meses después se integran una abogada y un maestro en Estudios Latinoamericanos. Un grupo heterogéneo con quienes logramos 11 participantes definitivos.

Me preguntan si trabajo para qué instancia de gobierno, que qué estudié, que cuánto durará el taller; les respondo que tengo intención de que sea un espacio permanente. Se alegran. Me platican entre todos quiénes son. La mayoría se conocen, dicen ser los únicos que entran a todos los talleres que llegan ahí y que en ese momento también hay otro de inteligencia emocional; que tiempo atrás habían tomado yoga, teatro penitenciario, manualidades, bisutería; que algunos de ellos estudian Derecho, Administración, Teología, ya que la Universidad Popular Autónoma de Veracruz (UPAV) tiene sede en el CERESO; incluso algunos son sus mismos maestros. Viven en una sinergia que desconozco completamente en aquel momento.

III

El taller Palabras de Alumbre debe su nombre a la piedra de alumbre, que es un mineral que se extrae de la tierra y se encuentra en yacimientos de muchas regiones de todo el mundo, sobre todo en el Medio Oriente. Su principal propiedad es que ha sido utilizada para la limpieza, tanto de objetos como del cuerpo humano. Pensando en esta piedra, Palabras de Alumbre significó un proyecto dedicado a PPL que quisieran acercarse a la escritura; a lo literario-periodístico; a la autorreflexión, desde los ojos acuciosos del que busca un alumbramiento personal y colectivo, intentando en todo momento observar críticamente la/las realidad/es que vivimos y los caminos transitados, creando espacios propicios para construir un mundo donde quepan muchos mundos, incluyente de los subalternos, integrados por las múltiples diversidades que enriquecen y fortalecen al tejido humano que somos (Jerónimo, palumbrero, marzo de 2021). Palumbrero es una contracción de “Palabras de Alumbre” que adoptamos con el paso de los meses para autonombrarnos colectivamente.

Durante el tiempo que se trabajó presencialmente, se logró hablar de literatura, de escritores hispanoamericanos, géneros, historia; de las narrativas propias de las PPL, de su experiencia en cana. Se creó una definición de literatura que entendiéramos todos y nos resonara; no a la vieja usanza de aprender lo que cierta gente impuso sobre lo literario y no literario, sobre lo que es legible y lo risible. En ese espacio, se propuso desafiar las formas tradicionales de la enseñanza pedagógica de la literatura y, en vez de ello, articular ejercicios y producción de textos desde prácticas escriturales emancipatorias, donde se innovara y propusiera. Nunca implantar un sistema de enseñanza cerrado-no horizontal, dentro de una institución que, en vez de humanizar, punitiviza.

En aquel espacio pudimos hacernos resonar hablando entre todos, ofreciendo la palabra y la escucha desde nuestros asientos. Creí que no importaría nunca mi trayectoria vital personal, que bien podría ir y venir, y no entraría en jaque con ellos respecto a mi identidad y mi motivación para estar ahí sin paga monetaria alguna. Al principio funcionó, hasta que el teólogo del taller me hizo llegar una nota con lo siguiente: ¿y nosotros a ti? ¿Cómo te evaluamos? ¿Cómo sabemos que eres digna de leernos, de apreciarnos, de compararnos, de ser nuestra primera lectora? (César, palumbrero, noviembre de 2020).

IV

¿Qué motivó que empezara a interpelarme con la realidad carcelaria? ¿Qué tan desconocida puede ser una cárcel, una celda, de tan habitada que está? Son cosas que me sigo preguntando. Cuando, por motivo de la contingencia sanitaria, nos vimos en la necesidad de trabajar a través de correspondencias, y semana a semana asistía a hacer intercambio de carpetas, viví el primer gran acercamiento con ellos, ambos recluidos. Ahí comencé a comprenderlos un poco y ellos a abrirse conmigo. Uno a uno fueron contándome, a medida de sus posibilidades y confianza, sus historias de vida. Incluso hubo quien envió copia de todo su archivo jurídico para que conociera su caso. Con fervor nos escribimos correspondencias, una tras otra; enviaban sus narrativas y a la semana siguiente les respondía con notas, con información sobre sus temas de interés, con manuales para que mejoraran su redacción y ortografía, con videos; a veces, sólo notas preguntando cómo estaban cuando se ausentaban.

Hubo momentos difíciles: las muertes de familiares y amigos a causa del covid-19, las depresiones decembrinas que ellos sufren y que desconocía hasta entonces, sus silencios, los míos. Muchas veces quise inventarles historias verosímiles que dieran cuenta de que acá afuera la vida era una fiesta eterna, hablarles de la esperanza, de que valía la pena regresar a este lado del muro, pero nunca lo hice.

Cuando la gente preguntaba que para qué era el taller, casi nadie entendía que la literatura acerca a las personas, que crea vínculos indisolubles y que muchas veces se conoce al Otro más por su escritura que por la convivencia. Hasta los propios directivos del lugar hablaban del “no acercamiento personal” con ellos, de la “no amistad” y la franja separatoria del deber ser.


La entendía claro, pero ¿cómo explicarles que la literatura y la vida tienen la misma raíz? ¿Que uno se ofrece a su lector y se crean pactos implícitos, confidenciales, cercanos?

Al ir conociéndolos, descubrí que compartía con la mayoría de ellos un momento de nuestra vida en común: el habernos sentido ajenos desde niños, el habernos sabido solos e ir ganando esa melancolía que da saberse así —Milan Kundera lo enuncia mejor cuando habla del peso insoportable de la existencia, que a cada uno le cae encima en distintos momentos de la vida—. Ahora, tras unos meses de distancia y reflexión, pienso que nunca me había encontrado epistolarmente tan cercana de alguien como con algunos de ellos. Muchas veces he pensado que era o soy como Javier, Jorge, Francis, César, Jero, Carlos, Y.G., Luigui, Lalo, Baruch, Faure. Sólo que yo estoy aquí afuera, pero ¿libre?

¿Quiénes fuimos entonces? Lalo lo responde mejor que nadie cuando escribe una especie de manifiesto: somos palumbreros cautivos donde nuestras cicatrices gritan, rugen en nuestros escritos. Estamos inconformes, con las lecturas tomamos convicción de nuestra inconformidad, porque esta cartografía inseminó rebeldía, dignidad. Con ella imaginamos, soñamos, añoramos y extrañamos. Nos convertimos en escritores en potencia (Eduardo, palumbrero, marzo de 2021).

La cárcel, dice otro palumbrero, es un territorio trazado por múltiples resistencias; tanto caminos, posibilidades y formas de vivir la cárcel existen, como personas aquí existentes (Jerónimo, palumbrero, mayo de 2021). Y como ejemplo de esta sentencia se rescatan fragmentos de algunas correspondencias que me fueron enviadas por ellos: Lucho contra mí, por ser mejor dentro de lo peor (Baruch, palumbrero, marzo de 2021). O, el encierro es una guerra de paciencia tanto con los monos como con los compañeros de celda y los jueces abogados y fiscales (Jorge Luis, palumbrero, marzo de 2021). O en palabras de las dos compañeras PPL: sentir tu celda fría, un espacio que no te pertenece, compartirlo, tolerar a intolerantes, pero es así: todos somos parte de todo y de nada a la vez (Francis, palumbrera, enero de 2021). Y.G. fue una figura importante dentro de ese espacio porque, aunque nunca la conocí en persona, ella siempre ofreció desde la escritura datos, historias, y una mirada crítica de la reclusión desde la colectividad femenina. Una de sus frases inolvidables dice: aun en el encierro hay gente intentando que tu vida sea más miserable (diciembre de 2020).

Durante un año de trabajo se lograron 37 textos creativos con posibilidades para publicarse, de los cuales 15 fueron cuentos, 5 poesía y 4 diarios, pero también se escribió ensayo, crónica, entrevista, autobiografía, minificción, aforismo. Hubo quien escribió cada semana buscando ocuparse, compartir, emocionarse, aceptar el reto de la escritura desde el simple flujo de conciencia, pero también hubo cartas como ésta: he aprendido a cambiarme la máscara a cada rato según el escenario, para poder pasármela dos-dos o más o menos, sé que tú quisieras más de mí, pero tú no eres del sistema y no te podría engañar, bueno, sí puedo, pero no quiero […] (Carlos, palumbrero, mayo de 2021). En este espacio, más que la pretensión de publicar, se dejó libre a la palabra que sólo quería ser escrita.

V

En mayo del 2021 cerraron la puerta para continuar con el taller por órdenes de la institución. Ahora, eventualmente recibo llamadas de los muchachos solicitándome ayuda para sus ideas creativas, me leen cosas, me cuentan sobre sus lecturas del momento, me preguntan sobre metodología, me platican de su vida, de sus planes; siguen preguntando si regresaré, si podremos crear la ansiada página web de Palabras de Alumbre que teníamos en mente proponerle a la institución, así como solicitar apoyos económicos para una futura publicación de la producción literaria carcelaria de nuestro estado. Si hay estados como Querétaro, Guanajuato, Durango, Estado de México, Ciudad de México, Puebla, que han logrado apropiarse de espacios artísticos para las PPL a través de becas financiadas por el Gobierno o de manera autogestiva, ¿a qué se deberá la dificultad de hacerlo en Veracruz? ¿De qué sirve ser literato y promotor de lectura en México? En nuestro país de corrupción, violencia, pobreza, de desigualdad social y muchos más factores que dificultan la calidad de vida del mexicano, ser literata, promotora de lectura y tallerista intramuros ha traído beneficios, pero también desasosiego, censura, miedo. Para el escritor Jorge Carrión, la historia avanza y cada presente reclama sus testigos, sus intérpretes y sus cronistas; quizá por eso es que existimos nosotros entonces, para ser compañeros generadores de puentes del presente, siempre en y con relación al Otro. Durante el tiempo en que se trabajó con los palumbreros, no se esperaba que surgiera una socialización de la lectura entre padres PPL y sus hijos menores de edad, lo que significó un campo nuevo a desarrollar. Hubo quien compartió los textos de todo el año con sus compañeros de celda; quien dejaba las fotocopias en los comedores comunes y vigilaba quién los agarraba y los leía; y el “abusado” que, haciendo uso del papel, creó piñatas para venderlas fuera del penal. Desde este oficio, cobra sentido la militancia de los derechos humanos, la educación y el arte en los centros penitenciarios, trabajando al lado de talleristas, activistas, estudiantes, docentes, voluntarios, etc. Se caen de encima miedos y prejuicios (al que se atreve a comprometerse con sus búsquedas y a liberarse). Sabemos ahora que la literatura no se acaba, mientras haya papel y lápiz, habrá poesía (Faure, palumbrero, sin fecha). Pero también que no todo está en los libros ni toda la poesía está escrita; se puede encontrar en muchos espacios de resistencia a la realidad de ese “mirador existencial” que es la cárcel. Ahí se regeneran las infinitas posibilidades del arte y la escritura cuando se llama para cantar una canción, cuando se mandan cartas, se pintan murales, o se regalan artesanías propias con mensajes de amor y agradecimiento. De mil modos se logra el círculo virtuoso de la expresión humana artística, aunque sea una decisión difícil el mostrarse, como lo dice el médico del taller: hace mucho tiempo que mi corazón estaba cerrado a exteriorizar mis sentimientos (y me considero muy sensible), desde que he vuelto a escribir, ese cascarón se va rompiendo. No sé qué tan peligroso pueda ser, por algo yo solo me encerré en mí mismo. Hay que atreverse a romper los miedos y límites propios ¿no? (Javier, palumbrero, enero de 2021).

En aquellos lugares donde lo que más se vive es la muerte social, el olvido es parte de la historia de muchas PPL, por lo que Jerónimo se pregunta en una carta: ¿seremos recordados? no para siempre en la tierra, tan sólo un poco aquí (marzo de 2021). O en palabras del teólogo: el encierro desata fantasmas en nuestro interior. El recuerdo de una verdadera vida ronda entre nosotros a cada instante. Escribir: el simple hecho de hacerlo nos libera, nos purifica; y de ahí proviene la paz (César, palumbrero, marzo de 2021).

VI

El tiempo que trabajé con estas 11 personas recibí no sólo conocimiento, sino también libros, flores, dulces, artesanías hechas por ellos. Yo, en cambio, intenté —y sigo intentando— estar desde donde puedo, desde esta posición de persona externa que no puede entrar más a verlos “libremente”, pero que, mediante la palabra y la escucha, les comparte un poco de lo que hay acá afuera, de lo que mejor sé hacer que es leer y compartir; de lo que soy.

En este transitar olvidé que buscaba respuestas sobre la cárcel. Entendí que honrar a un muerto no está en protestarle a dios y a los hombres, sino en vivir, lo cual, en nuestro país, también es una forma de protestar, tanto como elegir el silencio frente al ruido o el trabajo frente a las manos caídas. Hasta el día de hoy no sé lo que es el castigo, si existe verdaderamente o si hay forma de que al vivirlo no se quebrante y muera el espíritu. En este caminar con los 11 palumbreros me recordé más que nunca: literata y tallerista. Me conmovieron de nuevo las palabras, la poesía; supe que no era indolente y que me sentía bien ahí, escuchando y compartiendo.

Pensando si este texto vale la pena publicarse, recuerdo las palabras de Villoro cuando dice que al cronista le conviene contar algo usando un solo fósforo —es decir, ser directo, no andarse por las ramas—. Dice también que debe ser ahorrativo con los efectos que arden, entre otras cosas, porque a la realidad siempre le sobran fósforos. Y considero que la realidad carcelaria se narra por sí sola, que es un gran fósforo que arrasa con todos los que son o han sido parte de esa “fábrica de hombres nuevos”, como les llamaba Máximo Gorki a las cárceles. Pero entonces recuerdo a la par las palabras de Javier en alguna plática: no se combate el fuego con paja, por lo que, si la historia de la crónica es la historia de la memoria, que este texto (escrito a dos manos, pero acompañada con las voces de once) sirva para recordarnos y no perecer del todo. Que sea nuestro alumbre, nuestra paja, y que encienda más hogueras de las que se apagan todos los días con las manos negras de la censura.

Agosto de 2021

Quetzalli Violetta Domínguez (Xalapa, Veracruz, 1994). Es licenciada en Literatura y promotora de la lectura por la Universidad Veracruzana. Es estudiosa de las literaturas “otras”, de lo marginal y los contextos de encierro. Ha publicado en distintos medios nacionales e internacionales. Trabajó en el proyecto Narrativas Periféricas, con migrantes y trabajadoras sexuales, para la Universidad de Buenos Aires en 2018.

Este texto fue publicado originalmente en este link.

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