12 septiembre, 2024

Era de sangre azul

Pluma fuente

Marco Antonio Rodríguez 

Toluca, México; 9 de junio de 2024.  

Cuando se miró en el espejo, el rostro demacrado se había extinguido y en cambio el reflejo mostraba una sonrisa cómplice, casi como de exconvicto. Sus ojos, también azules, quedaron extáticos. La taza con café emanaba exhalaciones de vapor y dibujaba en su circunferencia la comisura de unos labios delgados. Todo ello ocurrió luego de que se tatuara sobre la hoja el punto final. 

Sobre la mesa, la pluma aún goteaba tinta, formando bajo la punta un mar de ideas y sangre.  

Cuando la compró, por cierto en la última tienda de antigüedades de aquella región de personas sin nombre, la pluma brillaba como un sol desértico. Entonces, supo que debía poseerla.  

El propietario de la tienda, un anciano de mirada penetrante y manos trémulas, le advirtió con voz baja que esa pluma era quizás el único objeto de entre todos por la cual nadie nunca había preguntado. «Tiene vida propia», murmuró. Sin embargo, el comentario fue ignorado ya por la necesidad de escribir, de inspirarse o de romper con el constante bloqueo creativo. 

De regreso en su casa de amplias paredes azules y pasillos angostos, la pluma se sentía perfecta en la mano, como si hubiese sido diseñada exclusivamente para quien la sostenía.  

No pasó mucho tiempo para que se decidiera a comenzar y entonces la punta tocó el papel… 

Comenzó a escribir con fervor y pronto las palabras fluyeron sin esfuerzo. Horas pasaron sin que se diera cuenta del exterior. El cielo oscurecía mientras la luna despertaba. Su mente se hallaba inmersa en un torrente de creatividad sin precedentes y escribía sin parpadear, dejando al descubierto unos ojos grandes y luminosos.  

Luego de veintitrés horas y media de trabajo ininterrumpido, cuando por fin el cansancio le venció, un descuido hizo que la pluma resbalara de su mano y en un movimiento instintivo y desesperado por atraparla, el afilado extremo de la punta se clavó en la yema de su dedo pulgar izquierdo. 

La tinta azul entró en su sangre como un relámpago: el dolor fue intenso pero breve, reemplazado rápidamente por una extraña sensación de ardor que se extendió por todo el cuerpo. Sin ser consciente de ello, tambaleó hacia el espejo, observando con horror y fascinación cómo su piel se pintaba primero morada y más tarde azul, dejando también al descubierto sus venas visiblemente azuladas que bailaban como ríos de tinta bajo su piel translúcida y perfumada. 

Sus ojos adquirieron un tono zafiro brillante y el demacrado rostro de antes comenzaba a distorsionarse en una máscara grotesca de sonrisas, una mandíbula perfectamente trabada y muecas aterradoras. El reflejo del espejo se volvió borroso por un instante, pero para cuando recuperó la claridad, la persona de enfrente ya no era la misma. 

La sensación de ardor se intensificó y una voz susurrante comenzó a resonar en su mente enferma pero imperativa. Al principio no distinguía aquel lenguaje amorfo, mas luego de unos segundos que parecieron eternos, la pluma dejó a su paso un mensaje en el papel: 

«Fyloria zendeni, mio heartre allzéva, suñu lumbrá elio sálven. Tuila nivenka mió azure veilen, tiarél vortúr enra mílen.» 

Luego el viento trajo consigo un murmullo más profundo en su mente y con ello disparejos trazos en el lienzo blanquecino de su libreta que decían lo siguiente: 

«Amarë lynhóran lira tempis fellon ínvara zafír amréthal etérnicam. Níche trován laquesmi, fervorís eternun, dýlia amarönta, miaré zhalón […] Fyloria zendeni, mio heartre allzéva, suñu lumbrá elio sálven. Tuila nivenka mió azure veilen, tiarél vortúr enra mílen” 

En este lenguaje misterioso el deseo y la eternidad se entrelazaron, creando uno y otro párrafos que resonaban in crescendo en su cabeza. Su cara transformaba paulatinamente expresiones pasadas por una sonrisa casi simétrica. 

Fyloriaendeni, fyloria zendeni, fyloria zendeni, fyloria zendeni…“, repetía para sí una y otra y otra vez, como un eco ineludible.  

Volvió a la mesa, la pluma parecía vibrar con una energía propia, emanando un resplandor en tonos azul profundo. Sus dedos se movieron automáticamente, escribiendo esas palabras que ya no reconocía, en un idioma que nunca había aprendido. Las frases surgían como un flujo incontrolable y cada palabra escrita era una gesticulación nueva; cada gota de tinta azul débale a su cara rasgos sutiles de una nueva identidad. 

Entonces, la puerta de su cuarto de estudio, de estrechas dimensiones y paredes azules, se abrió lentamente. En el umbral asomó una nube geoide que se posó sobre su cabeza para más tarde condensarse y bañarle de nostalgia.
 

Con más preguntas que respuestas, lloró sin saber los porqués. La habitación se llenó de un aire frío y pesado y los pisos blancos se colorearon azul. 

Volvió a tomar la pluma. Con la ropa mojada,  esta vez las palabras surgieron con un propósito claro, narrando un amor condenado, una unión imposible entre un ser de carne y una entidad nacida de la creatividad. A cada frase escrita, sintió algo extraño, como si sus cuerpos lograran fusionarse. El límite entre lo real y lo imaginario iba desvaneciéndose. 

Por fin, cuando la última palabra fue escrita, la pluma emitió un destello cegador. Sintió una explosión de dolor y placer simultáneos, como si cada fibra de su ser estuviera siendo reescrita. Se desplomó sobre el escritorio y perdió el conocimiento.  

Cuando el olor a café por fin le despertó, el cuarto de estudio, de estrechas dimensiones y paredes azules, estaba en silencio. La pluma, ahora rota y sin brillo, yacía inerte junto a la hoja. Se incorporó como pudo y con la misma suerte se condujo al espejo.   

Se miró en él.  El rostro demacrado se había extinguido y en cambio el reflejo mostraba una sonrisa cómplice, casi como de exconvicto. Sus ojos, también azules, quedaron extáticos. La taza con café emanaba exhalaciones de vapor y dibujaba en su circunferencia la comisura de unos labios delgados. 

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