El libro «La matanza de los pollos y otros recuerdos de una familia» recorre las andanzas de la niñez de las hermanas Lourdes, Stella y Carmen, y la relación de cada una de ellas con la singular familia que tenían. Consiguen un retrato único que también describe la vida de toda una generación que, como ellas, rieron, amaron, gozaron y se aterrorizaron en el entorno de un ámbito que creían seguro y amoroso, pero que también estaba surcado de sombras y silencios.
Miguel Alvarado
Ciudad de México; 16 de enero de 2025
“Todo cambió para mí cuando un día, empezando el quinto año de primaria, mi madre me informó que me iría con Ana a Gales. Al principio la idea me encantó, pero cuando lo pensé con más calma me aterré y me pregunté el eterno y típico «¿por qué yo?». La historia es muy simple, pero no por eso menos engañosa”.
Así comienza uno de los relatos que dan forma al libro “La matanza de los pollos y otros recuerdos de una familia”, que compila una serie de historias narradas por las hermanas Carmen -autora del párrafo que abre esta entrevista-, Stella y Lourdes Cuéllar Valcárcel, que se han ajustado trajes de buzo para sumergirse en las brumas del pasado y recuperar un testimonio sobre la infancia que vivieron en la Ciudad de México, al lado de su familia. Ese recorrido parece alegre y luminoso, repleto de aventuras y travesuras, pero no siempre se percibe así. El libro, publicado en el sello de Mastodonte y al cuidado de la escritora y editora Mónica Braun, resulta también la crónica de una sombra o de varias de ellas que atraviesan la vida de las hermanas. Al mismo tiempo, es el retrato de una generación que todavía pudo salir a jugar a la calle, recorrer la ciudad sin sobresaltos y viajar grandes distancias sin la compañía de los padres. Además, es la instantánea de lugares amados como el Puerto de Veracruz o el pueblo de Arandas en Jalisco, pero sobre todo es un relato de cómo los padres y el mundo de los adultos van decidiendo el rumbo que los hijos han de tomar sin que se les haya preguntado o por lo menos advertido. Ahí, en las decisiones tomadas por una joven madre de 29 años que ya tenía seis hijos, y en el dominio que el padre ejercía sobre la familia, se encuentra el inicio de los caminos que luego las hermanas seguirían, y que las convertirían en lo que ahora son. Carmen coordina hoy el área de posgrado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia; Lourdes enseña el idioma chino en la UNAM y Stella es una de las editoras más renombradas del país, pero no sólo nos referimos a ese tipo de caminos, sino más bien a las veredas, bosques, desiertos y simas que dan forma a la geografía profunda del espíritu, aquella que compone o desarregla nuestras entrañas vitales.
Ahora las hermanas presentan esta obra a seis manos, cuya portada muestra a once pollos multicolores y perplejos, de grandes ojos abiertos, como uno se siente al leer el libro. En la siguiente entrevista Lourdes y Stella recorren los hilos de la trama que las llevó a escribir estas memorias. “Traigan casco”, dice acerca de la obra el escritor mexicano Eduardo Casar.
No podría ser más acertado.
II
No es un libro grueso, así que puede leerse muy rápidamente porque además está muy bien escrito. Tiene 181 páginas numeradas y al final las autoras nos regalan fotos a color de cuando eran niñas. Ahí podemos dejar de imaginar cómo eran Carmen, Stella y Lourdes y toman forma la madre, los primos, las tías y los abuelos, personajes que discurren durante las narraciones como claraboyas a las que se sujetan las historias. O como abiertos mares que de tanto en tanto dejan a uno a la deriva.
– La idea del proyecto no es mía -dice Stella para comenzar- sino de Carmen, que me contactó por WhatsApp. No nos veíamos hace más de 20 años. Habíamos tenido cierto contacto para otros temas y a partir del 2019 pudimos establecer comunicación más o menos regular, aunque nunca nos pusimos a platicar de algo en específico. Entonces mi mamá enfermó y yo le avisé que ella estaba mal. Le iba informando acerca de lo que pasaba con nuestra madre. Le hice saber cuando ella se puso muy mal en el hospital, aunque no nos encontramos en ningún momento. Luego mi mamá falleció. Seguimos manteniendo un contacto esporádico pero amable y al cumplirse un año de esa muerte Carmen me propuso que escribiéramos nuestros recuerdos de infancia, sobre todo para que nuestros hijos nos conocieran mejor y vieran de dónde veníamos. Primero dije que sí pero después de una segunda pensada, y en vista de nuestras historias, que son tan dolorosas y graves que nos tienen distanciados a todos, propuse poner ciertas reglas, como dejar fuera recuerdos que nos volvieran a herir. Otra regla era tratar de sentir las anécdotas como lo hacíamos cuando éramos niñas.
A pesar de los inconvenientes, Stella y Carmen siguieron escribiéndose. Nunca establecieron algún tipo de línea editorial, aunque Carmen propuso que los relatos comenzaran con la frase “Me acuerdo que”, y ese fue el principio. Los textos que se enviaban fueron construyendo versiones distintas de una misma historia. Un año después Lourdes, la tercera hermana, convalecía de una operación y fue entonces que Stella aprovechó para invitarla a escribir.
– He trabajado mi biografía en diferentes momentos, pero éste era un abordaje distinto -dice Lourdes-. Al recibir el material de lo que ya habían hecho, me di cuenta que a pesar de haber vivido aparentemente la misma infancia, cada una tenía una versión muy particular de ella. Mis textos salían de lo mismo que mis hermanas ya habían escrito porque invitaban a decir cosas. Otros surgieron de situaciones que yo recordaba y que de alguna manera habían marcado mi vida. Otra cosa que me gustó es que no se buscara resaltar alguna cosa jodida. Traté de buscar las historias compartidas en las que encontraba situaciones adecuadas. Efectivamente, estaba yo de incapacidad y me puse a escribir hasta tener varios textos de un jalón. Luego lo hice más esporádicamente hasta que al final escribí dos o tres más, para cerrar. Lo que a mí me motivó de este proyecto fue la posibilidad de rescatar una historia compartida pero distinta.
Para Lourdes el proceso de escritura también ha sido de reconciliación y comprensión acerca del pasado, más allá de que se busque recuperar algún tipo de cercanía, y eso le ha ayudado a ubicar cosas en su vida. Entender aquella etapa infantil le permite entender su vida ahora. Pero esa reconciliación, dice, no significa perdonar a los padres por los errores y abusos cometidos. Habla, más bien, del proceso de su propio olvido y de su propio perdón. Lourdes era la más chica de las tres y recuerda un libro de Juan Villoro que habla sobre el padre y que en alguna parte dice que “la forma en que los distintos miembros de una familia reconstruyen el pasado es fascinante y temible. Los parientes existen para discrepar tus verdades”.
-Todos los personajes de esta familia -apunta ahora Stella- son muy complejos. Particularmente mis papás lo fueron, pero las tres tuvimos muy diferente relación con ellos. Creo que ninguna la llevó fácil, pero sí desde distintas posiciones. Yo no llevé una buena relación con mi papá ni tampoco con mi mamá. Los dos me parecen lo más alejados a figuras amorosas, conciliadoras o amables. Se hacían muchas diferencias en esa familia que causaron mucho daño y rompieron la estructura de los hermanos. La figura del papá es tan oscura que yo creo que las tres lo dejamos un poco más de lado, aunque Lourdes no tiene el recuerdo con la violencia con que lo tengo yo o lo pudiera tener Carmen. A Lourdes no le tocó el papá tan absolutamente violento como me tocó a mí o a nuestro otro hermano, Óscar. Y mi mamá tuvo una cercanía amorosa con Lourdes, pero también terrible, era uno de esos amores que matan, porque sí era su consentida, pero al mismo tiempo, y desde mi perspectiva de hoy, había una agresión desde el amor. En realidad todos crecimos muy solos. Mi papá era como un perro rabioso, un perro de pelea, pero la dueña del perro era mi mamá, la que nos echaba a andar al perro era mi mamá, aunque ese perro tuviera vocación propia. A mi madre la hice responsable, con los alcances propios de una niña que fue creciendo y conmigo mi rencor y mi rabia contra ella, de las acciones de mi papá y de sus propios actos. El libro me dejó muchos sentimientos encontrados. Por un lado, me reconcilia y por otro me volvió a abrir muchas heridas. Se vinieron en tropel un montón de recuerdos, muchos de los cuales quedaron afuera, pero eso no evitó que se me vinieran al corazón. Eran cosas que una ya tenía sepultadas. La figura de Óscar, mi hermano, siguió siendo la figura polémica y compleja que es ahora. Nos agredió mucho de niñas y también de adultas. Pero él tuvo ese poder porque mi mamá se lo dio.
“La matanza de los pollos es”, entonces, un libro catártico que reconcilia, pero duele y abre heridas. Habla de una generación única, de la manera de vivir de una familia de clase media que pasaba por situaciones similares a las de otras. Por eso el libro, dicen las hermanas, es una invitación para que el lector regrese a su infancia y rescate al niño que era.
Lourdes, a diferencia de Stella, tuvo una relación distinta con sus padres, especialmente con su madre. Asume que era la consentida, aunque los conflictos comenzaron cuando dejó de responder a las expectativas que los adultos habían depositado en ella.
– Evitaba y hasta huía de los enfrentamientos -dice Lourdes, recordando aquello-, pero con mi papá yo creo que tuve muy buena relación. No tuve ese registro de violencia, aunque alguna vez me pegó muy duramente. Estando en la prepa, me atreví a ver a mi papá no con la imagen que yo tenía grabada, el ideal de lo que deberían ser los padres. Y en una reunión escolar en la que se abordaba el tema de la violencia, alguien me señalaba que yo tenía una visión desde lo que efectivamente creía que debía ser mi padre, y que por eso no lo había visto tal como era, un ser humano con un montón de errores y de cosas. En el camino de regreso a casa, después de esa reunión, fui pensando en quién era mi papá y me fui dando cuenta que él había tenido una formación que no le había favorecido. No niego sus arranques ni su violencia, pero sí reconocí el rol que había asumido: él era un buen proveedor. Entonces busqué los momentos en los que podía identificar cosas interesantes de mi papá. Cuando él murió, tuve dos o tres experiencias importantes que me ayudaron a reconciliarme con él, a pesar de que me hubiera desheredado o que nuestra relación se volvió inestable. Al morir, le hice una ceremonia, yo sola, ahí con él, ante su cuerpo, y con eso supe que su alma o su espíritu se había ido. Su rictus fue sumamente impactante. Al fallecer, me di a la tarea de quedarme sólo con los buenos momentos. Ahora me doy cuenta que en el libro no hay una sola foto de mi papá, y aunque no hay una imagen de él, proyecta una sombra. Otra de esas sombras es mi hermano Óscar y respecto a él las tres coincidimos. Las tres acabamos mal con él porque era impositivo de una manera sutil y hasta silenciosa. De todas maneras, terminábamos sintiendo que teníamos su pata encima. Entonces nunca fue fácil relacionarnos con él de niños, pero tampoco de adultos. El rompimiento con él y con mi mamá comenzó cuando yo comencé a desalinearme, a cuestionar y a decidir que yo quería una vida distinta.

Para Lourdes, la figura del padre se ha suavizado a lo largo de los años y las anécdotas que comparte con su familia han sido divertidas porque a pesar de todo, y visto desde otra perspectiva, el padre poseía un especial sentido del humor. Sin embargo, la autora reconoce la existencia de una gran violencia dentro de aquella familia por parte de los padres. Era tal que, en algún punto, Stella decidió irse de su casa y los demás buscaron sus propias maneras de huir.
– Por mi parte no puedo buscar la reconciliación con mi papá -tercia Stella- porque entre él y yo pasaron cosas que, si yo perdonara, sentiría una traición a mí misma. Traicionaría a la niña que fui, a la joven en la que me convertí. Yo me fui a los 19 años de la casa y nunca volví. Yo fui muy rebelde y disruptiva pero no porque lo haya decidido. Fue el rol que se me asignó desde que nací. Entiendo que cada uno de mis hermanos ha hecho lo que ha podido por rescatarse y salvarse. Y eso es lo que en parte nos tiene distanciados. Respeto la postura de Lourdes, pero para mí es como si me hablaran en chino. Ella habla de un papá que nada tiene que ver con el papá que yo conocí. Por ahí va esa sombra a la que Lourdes ha logrado poner en paz, pues sus recuerdos con él son más agradables. Yo tenía esas cosas en calma, en el refrigerador que es mi corazón, pero con el libro se abrió ese congelador y de repente se salieron estas sombras.
Y así como el libro a veces es atravesado por las sombras, también nos muestra personajes que incidieron de manera luminosa en las hermanas. Tíos, primos, amigos, maestros, vecinos y hasta mascotas pasan lista en esas páginas y por ellos sabemos que las niñas que eran entonces disfrutaron de momentos y aventuras que les recordaban que es la propia vida la que ofrece otras oportunidades.
– Para mí -recuerda Stella- mis abuelos y la misma Carmen, así como mis amigas Dulce y Ana fueron muy entrañables. También mis amigos de la secundaria salvaron mi infancia y mi adolescencia. Mis abuelos son figuras fundamentales a pesar de que yo no fui una de las consentidas. Y es que ellos fueron amorosos con todos. Yo no tuve maestras entrañables como mis hermanas, aunque tampoco fui una niña fácil sino terrible. Entonces mis amigas eran mis cómplices. Carmen era la hermana que me cuidaba y defendía. También debo mencionar a mi tío Álvaro y a mi tía Belén, a quienes les forjé una imagen de salvadores.
Lourdes apunta que sus figuras entrañables son otras, aunque acepta que se trata de algo difícil de decidir. Coincide con Stella en que los abuelos y su hermana Carmen ocupan un lugar importante pues era protectora, cruda. “Ella era ruda, no técnica, y me generaba una referencia”.
– De primer momento no sé a quién nombrar. La escuela no necesariamente era entrañable –dice Lourdes- y aunque no aparecen mucho en las historias, están las tías Piquita y Sofía, que fueron personajes importantes. No puedo decir que haya tenido amigos entrañables de mi niñez, los cuales encontré en el teatro, cuando empezaba a desalinearme de todo, donde había amigos muy buenos con los que compartía. En realidad, fui una niña muy solitaria, claro que entiendo que no tuviera yo amistades porque era yo una pesadilla en las relaciones. Veo que mi mamá no supo enseñarnos la fraternidad, fue una gran carencia de ella. De ninguna manera fomentó la relación entre hermanos, entonces, en mi caso, siento que dejó… no tengo un amigo entrañable en mi etapa escolar juvenil y me costó mucho trabajo volver a relacionarme con gente de mi edad y aprender a hacer amistades. Eso sucedió hasta la universidad.
III
“Nadie imaginaba que del otro lado estaba Fobo, agazapado, atento y sin hacer ningún ruido. En el primer toquido no pasaba nada, pero como nunca atendíamos el llamado a la primera, la gente volvía a meter la mano, y entonces, ¡zaz!, el perro brincaba y los mordía. Hubo a quienes literalmente les desagarró la mano y mi mamá tuvo que llevarlos al hospital para que los cosieran. Fobo estaba tan loco y fuera de control que se saltaba la barda de nuestra casa y la barda de los de enfrente para morder a los vecinos dentro de su propio. domicilio. ¡Qué servicio! Su falta de control y su violencia, por cierto, muy parecidas a las de mi papá, fueron las que le costaron la vida, porque acostumbraba a salir corriendo en cuanto alguien abría la puerta, y ahí iba a toda prisa, dando cuenta de su poderío atroz. Una vez, en su desenfreno, chocó contra un carro que iba pasando por la calle y hasta le abolló la puerta. Ese era Fobo, pero sus días estaban contados”, escribe Stella cuando narra la vida de pillerías de Fobo, el perro salvaje que se había apoderado de la rutina familiar desde la furia misma, incondicional y repartida en partes iguales para todos o casi todos. El de Fobo es uno de los relatos favoritos de Stella, que lo recuerda sonriendo, pero sorprendida aún de que ese perro no hubiera matado a nadie.
– A mí me gusta el texto del viaje de Carmen a Gales porque es absolutamente conmovedor, es de los textos que me impactaron. Me gustan otros, también, por gozosos y festivos, y porque sucedían en un terreno más neutral, me parecen los más libres. Un texto que me gusta mucho es precisamente el de Fobo, un perro muy cabrón. También recuerdo uno acerca de unos zapatitos blancos de charol, que eran de Lourdes. Ese texto nos retrata tal y como éramos. Eran unos zapatos que no le gustaban pero que la obligan a usarlos. Lourdes no sabía qué hacer porque era muy chica y hacía todo lo que mi mamá le decía. Verla angustiarse con los zapatos era demasiado. Y yo, que andaba viendo, siempre, no quién me la hacía sino quién me la pagaba y compraba como propias las agresiones hacia otros, los aventé a un terreno baldío junto a la casa. Así era como yo resolvía las cosas. No era lo valiente que era Carmen, porque ella lo hacía todo de frente. Lo mío eran las venganzas soterradas, pero las disfrutaba muchísimo. Y aventar uno de los zapatos blancos de Lourdes, junto con otras mil cosas que también eché, pues me retrataba tal y como era yo, y como yo veía a mi hermana. Todos los textos relacionados con Veracruz son también los más bonitos: las idas a la playa, los viajes con la abuela, los juegos, el gallinero, eran parte de un oasis. Cuando mi mamá se peleaba con mi papá nos íbamos todos a Veracruz. Estaban los primos y los abuelos, y estos últimos fueron absolutamente amorosos, con todo y sus locuras. Ellos fueron los típicos abuelos que hacen cosas lindas con los nietos. Todo eso salvaban la infancia. Nosotros teníamos prohibido quedarnos a dormir en casa de mis abuelos, pero ellos hablaban a la casa y conseguían el permiso. Después nos iba como en feria, pero era fantástico. Esa época fue muy linda. Hay cosas que no están en el libro, pero están entre líneas. Este libro es resultado de una pesquisa y de entre tantas penas se pudo encontrar lo bueno. Lo que a mí me sorprendió, cuando di a leer el borrador, fueron las reacciones de todos diciéndome que había mucha violencia en la casa cuando para nosotros ya estaba depurada. Esto me daba entre sorpresa y risa nerviosa. ¡Híjole, nosotros rescatamos lo bueno y en el prólogo te ponen “pónganse cascos”! Nosotros fuimos normalizando esa violencia al punto de ya no verla, sólo veíamos lo extremo, pero la cotidiana no. En esa casa hasta el perro estaba loco.
IV
“Ese rancho tenía una construcción pequeña, en medio del campo, con una puerta de metal que daba a la cocina y de ahí se pasaba a una salita con sillones alrededor, todos pegados a la pared. Estábamos todos los niños afuera jugando cuando una de las primas grandes, de las que vivían en el rancho, de pronto empezó a gritar: «¡Ahí viene el Coco! ¡Ahí viene el Coco!», y todos echaron a correr hacia la casa para salvarse. Yo, por mi edad, me quedé atrás, aunque corrí con todas mis fuerzas. Alcancé a ver al Coco: era blanco, grande y llevaba un sombrero de paja enorme y se estaba acercando a mí. Yo seguí corriendo desesperadamente hacia la puerta metálica, pero justo cuando llegué… la encontré cerrada. Todos estaban ya adentro, seguros. Grité, lloré y casi tiro la puerta a patadas, pero ninguna de las primas grandes me abrió, ni mis hermanas tampoco. Fingían que la chapa estaba atorada, y entonces el Coco se acercó aún más. Lo vi cuando estaba prácticamente en la esquina de la casa, y entonces ocurrió lo que tenía que pasar, ¡me tomó del hombro para llevarme!”, escribe Lourdes Cuéllar recordando el susto casi de muerte que se llevó cuando una figura espectral la persiguió para llevársela. Porque una cosa era que los niños creyeran en el Coco y otra verlo llegar a donde está uno, alumbrando el jardín con su cara de fantasma.
– A mí los textos de Arandas me parecen muy lindos, son muy ligeros y divertidos, a pesar de que la historia del coco fue muy fuerte para mí, tengo recuerdos muy agradables. Todas estas historias de cuando hacíamos los hot-cakes y la miel de piloncillo eran muy bonitas. También me gustan los relatos de Navidad, antes de empezar los pleitos, ese árbol enorme, toda esa parte me parece luminosa y entrañable. Leyendo a mis hermanas recordaba mucho la parte bonita de nuestra niñez, con las muñecas (había una que era mía y se llamaba Pecado) y otras cosas. Una historia no publicada que tiene que ver con el amor a los abuelos es la de mi primer trabajo remunerado, y consistía en ser dama de compañía de mi abuelo, porque a mis hermanas alguien las había contratado para engrapar revistas, pero yo estaba muy enojada porque a mí no me habían tomado en cuenta, pero era muy chica. Mi abuelo me dio trabajo y me pagó lo mismo que a ellas. Pero a mí me llevaba de compras y a pasear toda la tarde.
V
“La matanza de los pollos” es un recorrido por la infancia de las hermanas Cuéllar pero también es una polaroid en la que aparece toda una generación que vivió cosas similares. Stella ha palpado eso con los primeros lectores de la obra. Una opinión que se ha vuelto común es precisamente el de la niñez reconocida en las experiencias de las hermanas.
-Este libro retrata matices de la infancia de muchos de nosotros porque aborda, entre otras cosas, la manera muy particular en la que muchos fuimos educados -dice Stella-. Si el libro lo leyera un joven, encontrará que todavía hay muchas familias que funcionan así, pero no las que mis hermanas y yo formamos. Ninguna ha educado a sus hijos como nos educaron a nosotros, seguramente habremos cometido otros errores, a veces apretamos mucho el pañal y otras lo dejamos flojo, pero educamos muy diferente. Sí creo que es un libro generacional porque además somos de las últimas que crecimos en la calle, y eso hoy no es posible. Hoy quienes dejan a sus hijos solos, lo hacen muy a su pesar. Y con nosotros era normal, no es que no tuviéramos quién nos llevara, era porque había que ir a la escuela caminando.
Para Lourdes la publicación también resulta el retrato de una situación muy particular que se vivía en México.
– El libro despierta un impulso o una necesidad de hacer algo parecido, escribir memorias y volver sobre el pasado para hacer una revisión. Otra cosa que tengo que agradecerle al libro es que, hasta mi hijo, que no lee ni las redes sociales, está terminándolo– dice Lourdes.
Para Stella la valentía es uno de los rasgos más importantes de ellas como escritoras, pues recordar siempre es un ejercicio para valientes, así se haga con el terapeuta, con un grupo o en solitario.
– Sí, pero escribir y exponer representa un nivel mucho más profundo. Entonces aquí las tres fuimos muy valientes. Yo ya había hecho eso, pues escribo mucho. He compartido en mis redes muchísimos otros textos de mi vida. Estoy en el ámbito de la literatura y los libros, y mi vida es un libro abierto. Pero mis hermanas no, sus ámbitos no son tan públicos y este no es un ejercicio que hagan habitualmente, me refiero a la escritura y luego publicar, eso no lo hace cualquiera y es algo que reconozco. Los lectores que me han contactado lo reconocen también. Es un ejercicio muy valiente.
VI
No cualquiera genera un texto literario y menos en estos tiempos de redes sociales en donde la palabra se ha reducido a expresiones mínimas o ha sido sustituida por el dibujo básico de una carita. Como editora, Stella está relacionada con todo tipo de escritores y académicos, y ha realizado una cantidad incontable de libros y revistas. Si bien había publicado artículos, columnas y hasta un libro para niños, no había incursionado con un libro como éste. Lourdes, por su parte, tiene una organización humanista y un extenso terreno en Joquicingo, Estado de México, en donde realiza prácticas y estudios al respecto. La vida de Carmen transcurre entre actividades académicas y los pasillos de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
– Entre mis autores favoritos puedo contar a Octavio Paz como poeta -dice Stella-; Miguel Hernández me gusta mucho. Héctor Iván González es un escritor joven que también me gusta mucho por lo fuerte de sus textos. También me gustan Rubem Fonseca y Leonardo Padura, así como Umberto Eco. Me atraen los escritores que hablan de la gente de verdad, aquellos que reconoces y que hacen que creas que la vida, no necesariamente la mía, es como ellos dicen. Me gusta Alberto Vital como poeta. Hay tantos y yo, que he corregido a muchos, tengo una lista interminable. Pero los que mencioné son con los que me salí de casa y me han acompañado. Me gusta Eduardo Casar por divertido y otro es Vicente Huidobro y su Altazor, que me impactó en su momento y me acompañó desde siempre y hasta ahora, lo mismo que Antonio Machado y José Emilio Pacheco. Son entrañables porque han estado en mi entraña de niña, de joven y ahora de adulta, y me fueron formando. Me gusta la literatura de a pie y de pie.

El caso de Lourdes en relación con la literatura es distinto. Ella fue una gran lectora de niña y la propia acción de desalinearse de la familia la alejó de las letras y comenzó a leer trabajos académicos.
– Pero me gusta la literatura de Jorge Ibargüengoitia -dice Lourdes- que me parece genial. Y tengo que mencionar al humanista argentino Mario Luis González Cobos, conocido como Silo, aunque no es propiamente literatura, que ha influido mucho en mi vida. En lo académico he leído mucho a Édgar Morán y ahora que he leído a Juan Villoro, en el libro que escribió sobre su padre, me ha parecido genial. Realmente me alejé de la literatura, hubo un momento en que así fue y la verdad es que la extraño. Tenía un libro, “El don”, del chino Mai-Jia. También me gusta Mo-Yan y su obra “Ranas”, que me parece muy buena. Aunque de esos libros no me gusta del todo la traducción y leerlos en chino pues está en chino, todavía leer literatura en chino es muy difícil.
Para terminar, Stella lanza una reflexión acerca de lo que ahora le significa el libro impreso y la relación que se dio entre las hermanas: “Hay una película, Despertares, de Robin Williams, en la que trabaja con enfermos mentales en un asilo. Entonces el actor, que interpreta a un médico, consigue que estos enfermos en estado vegetal salgan de ese adormecimiento y por un rato puedan reencontrarse, bailar y abrazarse. Después de esa luminosidad, se vuelven a apagar, regresan a sus cápsulas. Y yo siento que eso nos pasó a las tres. Tuvimos esta luminosidad que nos permitió hacer el libro, que para mí fue de las pocas alegrías que tuve en el 2024, y ahora que lo terminamos y que podemos presentarlo y promoverlo, siento que volvimos otra vez a las cápsulas”.
El libro de “La matanza de los pollos” puede conseguirse con las autoras, a las que se les puede contactar en redes sociales. Habrá presentaciones en la Ciudad de México en fechas y lugares por confirmar.