25 enero, 2025

Buscar algo en el revés de las palabras

Buscar algo en el revés de las palabras

Soledad Fariña/ Periódico de Poesía

12 de enero de 2025

¿Hubo error que antecedió el horror?

Siempre volvemos a Comala (USACH, 2024) es el nuevo libro de Soledad Fariña (Antofagasta, Chile, 1943), cuyas publicaciones, que ya suman más de una decena, se han caracterizado, entre otros rasgos, por su sutileza y economía lingüística. Este nuevo texto suyo también responde a estas particularidades, a las que yo añadiría su osadía por construir y reconstruir actos y circunstancias históricas que, en buena parte, existieron y que pueden ser sinónimos de conocimiento real y personal, vividos y comentados una y otra vez, trascendiendo a la escritora y trascendiendo, incluso, a nuestro país, volviéndose preocupaciones colectivas.

Entonces, esta re-elaboración poética, plena de antecedentes verdaderos, precisos y afincados en una época determinada, trasciende los hechos puntuales que se expanden volviéndose dudas, preguntas, preocupaciones, incógnitas que nos seguimos haciendo desde tiempos inmemoriales: la vida, la muerte, la dignidad, el horror, el poder, el sufrimiento, la valentía, la culpa, los liderazgos, la fiereza, la entrega, la renuncia, el espanto, la verdad, los olvidos, las memorias, la traición, el destino y, así, interrogándose (el texto) e interrogándonos  nosotros, lectores— casi sin término ni descanso, en especial cuando experimentamos una “situación límite” (Karl Jaspers). A estos enigmas, tan humanos, muchas veces sin respuestas, colaboran que este libro esté constituido por decenas y decenas de fragmentos que, en muchas ocasiones, no son consecutivos y quedan descontinuados, exigiéndonos colaborar con la poeta y el texto para participar en profundidad de él y con él.

Ya dije que Siempre volvemos a Comala es el título de este volumen. El nombre incorpora un lugar que es posible que no todos recordemos, pero este texto que trabaja con la memoria y es memoria (nos) exige volver a consultar: ¿Comala existe en alguna parte?, ¿lo habré leído en algún escrito? Y rememorando nos encontraremos con Juan Rulfo, ese extraordinario escritor y fotógrafo mexicano, rara vez sonriente, tan serio y enigmático como el mundo y los mundos que nos muestra y transmite en palabras e imágenes visuales. Y Comala se nos aparece como el sitio donde sucede su novela Pedro Páramo, el emplazamiento al que llega Juan Preciado y donde permanece para siempre, pues allí muere. Si seguimos evocando a Comala, ese pueblo lleno de ecos, crujidos, hablas, cuchicheos, nos transportamos a un espacio, a un tiempo, a un universo de finados que platican, se quejan, susurran, gimotean, se secretean, rumorean como seres vivientes cuando todos son difuntos. ¿Será esta atmósfera, este ambiente, una clave para comprender el texto que comenzamos a leer?

Y… abordando Siempre volvemos a Comala con esta incertidumbre, a las pocas páginas descubrimos que las heterogéneas voces que se expresan y que “escuchamos” al leerlas, pertenecen a seres que —en su mayoría— existieron (en la vida “real”), pero que cuando los vamos conociendo y reconociendo y vamos construyendo su trayectoria comprendemos que, en su generalidad, ya no están entre nosotros, pues han dejado de ser, muchos de ellos por propia voluntad.

Podrían ser descripciones de fotos o tomas de cine o la simple narración de un hombre innominado que se hace palabra para relatar su quehacer en unos diez, quizás una docena, de trozos casi siempre breves donde es figura principal. Él mismo no se nomina (hasta más tarde), ni nadie le otorga un nombre. Mas, a medida que se expresa y se va mostrando en el paso del tiempo, vamos descubriendo, con menor o mayor sospecha o certeza, quién es ese hablante-narrador, quién se contempla y se presenta a sí mismo desde joven, en la década del 30, hasta su dramática muerte. Por detalles (que pueden llegar a ser fundamentales), deducimos que quien enuncia no es cualquier persona: en ocasiones lo hace frente a un micrófono (que varía en su forma de acuerdo a la época); en otras, es filmado; en terceras, está solo en su soledad, enfrentado con él mismo y, por último, ya es estatua, mito, presencia inolvidable aún en ausencia física.

Con posterioridad hay cambios en su modo de expresarse, aunque el monólogo continúa, amplificado. Quien piensa revela su nombre: “Allende, Allende, más allá…”, que ciertos lectores ya suponíamos, ya sabíamos. El Presidente ya no es cuerpo. Su mente, su pensamiento no está estático y juega con los tiempos, nos muestra que conoce el futuro, lo que sucedió posteriormente a su digna desaparición a causa de su suicidio-asesinato: “sienes dispersas”, “estallido fulgor mentón bóveda cráneo”, “la abstracción de mi cabeza”, “mi cabeza inexistente”. Los cambios temporales nos obligan a trasladarnos desde el gobierno de la Unidad Popular a los momentos posteriores al Golpe cívico-militar, muy en especial a la brutalidad, la indignidad e inhumanidad, a la falta de valores y de ética, que diferenciaron el pasado de ese presente de la época de la dictadura.

Finalizadas estas escenas —“¿en qué no-lugar del no-tiempo?”— hay circunstancias, quizás la mayoría, en que la “voz sin cuerpo” del Compañero Presidente, su palabra, se comunica con otros fantasmas: cercanos, partidarios, parientes. Estos son los momentos en que no podemos olvidarnos de Comala porque Allende percibe murmullos, sonidos, presencias espectrales (sin organismos) y, al reconocerlos, los enfrenta y enlaza diálogos complejos que se relacionan, por lo general, con las situaciones que sucedieron durante su gobierno que, como sabemos, fue abortado sangrientamente el 11 de septiembre de 1973. Así, imbuido de sus principios y de las convicciones que motivaron y guiaron su trayectoria política completa, con una consecuencia indiscutible que nadie, ni siquiera sus enemigos pudieron desconocer ni ayer ni hoy, intercambia pareceres, entre otros, con quienes lo acompañaron, aunque no estuvieran totalmente de acuerdo con su compromiso de “llegar al socialismo por elección” y realizar una revolución en democracia, a la chilena: con empanadas y vino tinto, y respetando las bases de la Constitución de ese entonces.

El texto Siempre volvemos a Comala es un verdadero tejido de voces diversas, de hablas, de palabras, de lenguajes, que pueden confundirse y confundirnos, que pueden engarzarse, que pueden aproximarse, pero sin clausurar jamás diversidades y desemejanzas: “La vida no es una secuencia”. Por esta razón, el abanico sonoro se amplía y ensancha mucho más allá de los discursos de Allende, de sus conversaciones con Régis Debray y de los nombres dolorosamente emblemáticos; y no son sólo los torturados ni los habitantes de La Legua ni Luz Arce ni Miguel Enríquez ni Carmen Gloria Quintana ni el Guatón Romo (con su escritura de patas de gallo) ni Pinochet ni Lumi Videla ni Laurita ni Beatriz Allende ni Clara Tamblay ni Arnoldo Camú ni Freddy Taverna ni Violeta Parra ni sólo chilenos quienes se expresan pues con mayor cercanía o distancia —encarnadas en el tipo, la ubicación, el color y el tamaño de la letra y de la estrofa—, se dan diálogos entre todos, entradas y salidas múltiples, apariciones, sueños. Con el Che Guevara, José Martí, Fidel Castro, Primo Levi, José María Arguedas, Alejandra Pizarnik, Emil Cioran, José Lezama Lima, Georg Trakl, Dante Alighieri y, sin duda, con Juan Preciado y Juan Rulfo.

No creo que ahora, en esta actualidad de mixturas literarias, tenga importancia a qué género pertenece un escrito. No obstante, podría especularse que este no es solamente un poema, pues hay extensas participaciones narrativas. Incluso, me parece que podría volverse obra teatral o leerse como tal o entonarse como un coro o una cantata. Lo que sí me gustaría enfatizar es el gesto generoso de su autora. A 50 años del Golpe cívico-militar, Soledad Fariña elabora un homenaje concluyente al Presidente Salvador Allende que demuestra un trabajo de investigación responsable y profundo. La escritura, disposición y complejidad de Siempre volvemos a Comala es totalmente acorde no sólo con la trayectoria literaria de esta autora, siempre tan lejos de obviedades, sino también con la complicación que significa enfocar artísticamente uno de los momentos más arduos de la historia de Chile. Además, como señalé, respeta y honra la magnitud y grandeza del Presidente Allende, cuyo proyecto de socialismo en democracia lo erige como el político más importante del siglo XX, allende Chile y Latinoamérica.

Soledad Bianchi

Hablo frente a un micrófono grande y romboide, mi rostro aún es joven, delgado y llevo un bigote mínimo. Mis lentes no tienen el marco oscuro que más tarde marcarán mi identidad. Hombres y mujeres vestidos a la usanza de los 30 escuchan con gravedad mi palabra.

Mi rostro se ha ensanchado y mis lentes llevan ya marco oscuro, grueso. Me he quitado la chaqueta, hace calor. Frente a un micrófono cilíndrico, hablo y sonrío.

Visto guayabera blanca. Con una mano rodeo los hombros de un niño y su guitarra; con la otra sostengo también una guitarra, obsequio de la gente de campo. El sol pega fuerte esta mañana. Mirando directamente a la cámara, el niño y yo sonreímos.

Mi mano izquierda en alto. Cuatro micrófonos apuntan a mi boca. Enfático y con la vista hacia la izquierda me dirijo al pueblo.

De soslayo miro a Ernesto Guevara. Él, en primer plano, mira a la izquierda.

Día glorioso, salgo del Senado investido con la banda tricolor. No sonrío, mi rostro delata orgullo, satisfacción, pero también pesantez: el momento de triunfo no puede ocultar mi inquietud por los días que vienen. Mi edecán aéreo se cuadra. Camina hacia la Historia.

Hace frío. Chaqueta gruesa, camisa cerrada sin corbata. Frente a sus viviendas de cartón y madera converso con pobladores. No sonrío y mi frente surcada de líneas muestra preocupación ante mi interlocutor que aparece de espaldas; es joven y usa una boina negra. A la derecha, mi edecán militar con la cabeza gacha deja ver la circunferencia de su gorra gris. Por sobre ella se alza la mano del poblador en actitud demandante. Atrás, entre los vecinos, una señora alta sostiene la solapa de su abrigo en ademán de cubrirse. Es hermosa. Es mi hermana.

Ambos de pie, Pinochet y yo, su mandíbula inferior gruesa sobresale levemente señalando lo que puede ser decisión y a la vez bobería. Su complexión, más gruesa que la mía, parece la de un perro de caza listo para abalanzarse sobre su presa. Sin embargo, yo no parezco la presa.

Sólo entran en la zona de luz mi perfil y el cuello de mi camisa blanca. La chaqueta oscura se funde con el silencio de la sala. En la zona de luz está también la barandilla del podio sobre la que apoyo mi mano izquierda. Hablo tranquilo y denuncio la agresión a mi pueblo ante la ONU.

Con la mano izquierda he tomado el teléfono. Llevo casco, chaqueta gruesa sobre una chomba tejida, también gruesa. Es una mañana fría. En pocos minutos más estaremos en llamas. Por última vez hablo al pueblo.

Tal como lo predije, soy estatua frente a la Moneda. Voy dando un paso que imprime movimiento a los pliegues de la túnica con que me han investido. Han reproducido mis lentes de marco grueso. En una placa con letras grandes han escrito mi nombre

 Alguien habla

y la voz se desplaza

mira       observa la oscuridad —la luz—

de las palabras pronunciadas

en el tiempo

Y qué son las palabras ahora,

una entonación oscura       amarga      dulce

como los rostros que pasan bajo el balcón

Ellos cantan       aplauden      Yo sonrío

atesoro en mi mano  la soledad

contenida en el aire (¡ah! mantener el poder

                   como brasa en la mano y soplar las cenizas

                   a la frente del otro)

Yo      que hoy vago conversando      conmigo

y con quienes encuentro en esta tierra

de ánimas que vuelven a pagar su culpa

—a decir lo no dicho—

Nosotros      espíritus errantes

en este cuenco oscuro      en esta ánfora gris

que nos contiene a todos,            tal vez sea Comala

tal vez sólo mi oído

En esta hora, mi hora

ordeno que todos salgan no hay vacilación

lo he decidido —con calma en estos años,

como un relámpago estos últimos días— mi

voz no tiembla en el adiós pero un dolor

agudo me clava como estilete fino: qué irá

a ser de sus rostros oscuros de sus puños en

alto luego de esta hora mi hora estallido

fulgor mentón bóveda cráneo y cómo es que

sigo pensando desde trocitos blandos blancos

dispersos en el muro minúscula materia que

contiene      mi humor      mi labia      mi

ironía todo lo que soy es pensamiento dije

en el tiempo y en esta hora el vacío recoge mi

certeza mientras ellos van vienen se acercan.

Alguien llora    alguien se inclina     alguien

no resiste este paisaje rojo y decide cubrirme

con una manta ¡Qué irán a hacer con mi

despedazado cuerpo? Sigo vagando en esta

niebla gris en esta niebla blanca. Alguien

canta en un lenguaje antiguo.

Tal vez son tus esquejes lo que creo que es tu voz

y entonces pienso si piensas o sólo vagas como

recuerdo en mi mente y pienso si soy Yo todavía

una cosa que duda, entiende, quiere, imagina…

o sólo soy el recuerdo de alguien que me evoca

y escribe. Pero aún soy, porque pienso, y pienso

(intuyo) que es la fuerza de mi conciencia —en el

último instante— lo que hace que aún sea, porque

sigo pensando

Ah, Laura, creías —crees— en la migración de las

almas y tu alma transmigra de un estado a otro

estado y dice palabras que llenan los sentidos,

imaginarios sentidos. O tal vez, como yo, crees

—creías— en la infinitud del ser por sus actos,

también por sus palabras pronunciadas, escritas,

transcritas…

*

Soledad Fariña / Antofagasta, Chile, 1943. Poeta. Estudió Ciencias Políticas y Administrativas en la Universidad de Chile; Filosofía y Humanidades en la Universidad de Estocolmo, Suecia; Ciencias de la Religión y Cultura Árabe en la Universidad de Chile y es magíster en Literatura por la Universidad de Chile. Participó activamente en el gobierno de la Unidad Popular y estuvo exiliada en Suecia. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía El primer libro (1985-1991), Albricia (1988-2010), En amarillo oscuro (1994), La vocal de la tierra (1999-2012-2019), Otro cuento de pájaros (1999), Narciso y los árboles (2001), Donde comienza el aire (2006), Todo está vivo y es inmundo (2010-2020), Ahora, mientras danzamos (2012), Yllu (2015), 1985 (2016), El primer libro y otros poemas (2016), Pide la lengua. Antología (2017), Ábreme (2021), El deseo hecho palabra. Textos encontrados (2021) y Siempre volvemos a Comala (2024).

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