Daniela Albarrán
Desde que inició este apocalíptico confinamiento en el que ya casi llevamos un año, comenzó una tendencia entre mucha gente: la creación de podcast. Durante meses hemos visto que varios de nuestros contactos internautas ( yo incluyéndome) hemos caído en las sondas acústicas del podcast; muchas personas, incluso, han criticado esa tendencia porque pues es probable que nunca nadie escuche esos programas radiofónicos.
Y, aunque yo participo en dos, no me había dado cuenta en realidad por qué lo hacía, es decir, pensé que era por diversión, o porque sencillamente me gusta hablar de pelis y de libros; sin embargo, no fue hasta hace unos días que estaba leyendo “Conferencia bajo la lluvia” de Juan Villoro que leí la siguiente frase: “Hoy en día te puedes comunicar por Skype […] Es algo estupendo, lo sé, pero prefiero hablar en salas pequeñas, que pactan con la discreción y solo a veces alcanzan la cifra un tanto excesiva de diecisiete o dieciocho escuchas [las conferencias] se tratan, seguramente de una manía de solitario, y también de un aprendizaje; hay ideas que solo surgen cuando ejercitas tu cerebro ante los otros”.
Esa idea me hizo pensar muchas cosas, pero, sobre todo, en las charlas que tengo con les otres, es decir, una de las cosas que más me apasionan en la vida es la charla, la plática amena, pero también la discusión a muerte; creo que una de las formas más efectivas de aprender algo es mediante el diálogo, escuchando una buena conferencia, o incluso, dar una ponencia sobre algún tema, porque se inicia platicando sobre algo, y al final de esa plática se termina pensando otras cosas; bien lo dice Villoro, “Hay ideas que solo surgen cuando ejercitas tu cerebro ante los otros”.
Y por ahí va ese boom de los podcast, creo que comenzamos ese tipo de proyectos, no tanto porque queremos que la gente de allá afuera nos escuche, sino por el temor de que nuestros cerebros se congelen, volvernos locos en un eterno soliloquio.
Sé que no podremos, tal vez nunca, volver a un auditorio a escuchar una conferencia, y no nos queda más que inventarnos charlas que, a lo mejor a nadie le interese, pero como sucede en las películas del fin del mundo en el que siempre, los protagonistas tienen una radio o un walkie talkie al que le hablan incansablemente con la esperanza de que alguien del otro lado lo escuche y lo salve de ese apocalipsis, con la esperanza de que haya alguien vivo del otro lado de la línea y que no se extinga nuestra humanidad.



