13 junio, 2025

Preludio para una epidemia

Preludio para una epidemia

Miguel Alvarado

Ciudad de México; 16 de marzo de 2020. En cuanto empiecen los muerto cambiará todo. Qué tantos pueden ser para que alarmen a un país profundamente feminicida y que ha convertido el asesinato en un divertimento de portada para diarios, una explicación ontológica de nuestra capacidad para destruir, la historia de un familia buscando a alguien o el agujero donde dios está enterrando.

Se suponía que el primer mexicano moriría la tarde del 15 de marzo. No se trataba de cualquiera, aunque así lo parecía. Ese primer casi muerto mexicano tendría 71 años y siempre se llamará José Kuri Harfuch. Sus viajes de negocios o placer lo contagiaron pero como es fuerte sobrevivió en condiciones críticas al coronavirus y sobre todo a las noticias que ya lo daban por muerto. Su condición de brazo fuerte en el directorio de Carlos Slim y su lazo de sangre con el empresario lo ayudaron. Su adelantada muerte no se trató de un castigo, aunque sirvió para ilustrar lo que el mexicano y su gobierno piensa de la epidemia. La falsa muerte de Kuri representa, en parte, la consecuencia de creer que el coronavirus está demasiado lejos y su efecto es propio de un cuento apocalíptico. El fantástico poder que detenta Kuri hará que muera dos veces y conseguirá que pase a la historia por eso mismo, no por dirigir Inbursa o la minera Frisco ni por ser primo de Carlos Slim.

La epidemia de la influenza, hace once años, no conmovió a nadie y por eso nadie ayudó a nadie cuando se necesitaba. Esa enfermedad fue vivida a puertas cerradas, con casi todos dándose la espalda. Y fue lo mismo que ahora: anunciada, explicada y diseccionada, pero esa lección no sirvió de nada como tampoco las que impartieron azotes similares, entre ellos el de la epidemia de peste de 1736 en Tacuba y que a la capital la confrontó con la cara más inhumana de la muerte, porque si a algo le teme el hombre es al dolor antes que al tajo definitivo de la consunción. La epidemia de peste se recuerda también por la aparición de un personaje, El Maldito, en los lindes de la leyenda, que se ganaba la vida enterrando a los apestados. Lo hizo por dos años, en distintos puntos del país y después desapareció, pero su cara horrible y su apodo que estruja se quedaron para siempre.

No, todavía nadie admitirá que tiene miedo porque el coronavirus parece lejano, casi una mentira a pesar de todo. Y también débil, porque un resfriado, una gripa, un dolor aquí atrás, donde se encuentra la nuca nunca significa nada. Por eso la ciudad de México parece igual y ahí va, como el ente virulento que es desde hace mucho, con su carga cotidiana de angustia y movimiento. Con esto se dice: caminan por las calles y se meten a las plazas, realizan sus compras y pagan sin fijarse demasiado en los demás. Aquí, en las calles de Acoxpa, por el rumbo del estadio Azteca nadie usa cubrebocas pero sí los compran y las familias se abrazan. Los amigos caminan juntos, escupiendo en las banquetas. Tlalpan, la avenida de la carne y la Línea 2, realiza su comercio de carne con la regularidad de siempre, y la lluvia y la policía lo atestiguan.

Últimamente he soñado con casas antiguas, de patios barridos por hombres negros, casi sombras que se vengan. Yo creo que los próximos días no serán buenos ni afectuosos.

Pero antes que el dolor se encuentra el miedo.

Cuatro días antes del gran contagio anunciado por el gobierno de México, llueve en la capital y el golpeteo del agua parece limpiar algo que hace mucho se corroe. El símbolo que efectivamente es el estadio Azteca, donde no se jugará más esta temporada de futbol, representa el golpe más duro del virus, el más real, que ha logrado lo imposible. Sin futbol y con todas las escuelas por cerrar, el miedo bajará como niebla y el encierro, la cuarentena obligada que se declarará como en otros países tarde o temprano, resultará en algo que sólo los desplazados, los sobrevivientes de asesinatos y feminicidios podrán entender. Que los enfermos de cáncer sin posibilidad de medicinas o los desamparados por la propia inoperancia de un gobierno, de un país que ya no saben qué hacer, interpretarán como una señal.

Ahora la gente camina en medio de una multitud invisible.

Una familia avanza por el pasillo de los atunes y los frijoles en el Mega Comercial Mexicana de Arboledas del Sur, y enfrente, como recordatorio de algo que no se sabe bien a bien lo que es, se yergue el esqueleto del Tecnológico de Monterrey, cuyo edificio colapsó en el sismo de 2017. Los brazos mecánicos de los trascavos descansan sobre sus escombros, ahora que es lunes feriado y no se trabaja. Casi todos los estantes están atiborrados, aunque algunos no, y no importa porque pronto serán llenados nuevamente. Nadie sabe de donde proviene la mercancía.

-De las bodegas- dice el vendedor de los productos La Sierra, pero después de las bodegas ya no sabe acerca de la línea de abasto.

La familia va escogiendo lo que necesita y el carro de las compras se llena rápidamente. El joven juega con audífonos de diseño galáctico y en su celular las canciones lo representan feliz.

-Lo que llevamos no nos alcanza, mamá- dice mientras se quita los auriculares. Entonces alguien dice, canta una canción- y tenemos que aguantar por lo menos tres semanas.

Ellos llevan agua y leche, sobre todo, y en la entraña la sensación de que habrá desabasto.

-¿Habrá desabasto, papá?- dice el joven de nuevo. El padre es viejo y tiene problemas para caminar porque carga sobrepeso. Es uno de los targets que el subsecretario de Salud mexicano, Hugo López, quien domina de memoria todos los escenarios de la pandemia, ha descrito como vulnerables. Los gordos, los ancianos, los diabéticos, los hipertensos y las embarazadas completan esa lista. Los números de López son exactos y sin recato dice la verdad, o eso parece, porque en 2009, cuando la influenza llegó, hizo lo mismo y a media epidemia lo separaron de su encargo, el mismo que tiene hoy.

Invitado a la conferencia mañanera de AMLO, el 17 de marzo, el capaz Hugo López hizo dudar de sus prioridades, perspectivas.

– Termino con un tema sobre el señor presidente- dice Hugo López, con Obrador a sus espaldas, observándolo fijamente- que lo he dicho ya. Desde el punto de vista técnico el señor presidente tiene dos connotaciones. Y técnico… me refiero al manejo gradual de una epidemia como fenómeno social. El primero es que es una persona, y como persona hay que respetarle igual que a todos y todas, derechos de privacidad. Nadie por qué estar acosando al señor licenciado Andrés Manuel López Obrador como persona, esa es su privacidad y también tiene todo ese derecho, aunque sea una figura pública. Segundo: hay una connotación, también técnica, que va un poco más allá de lo médico pero es parte de la salud pública, que es cuidar al jefe del Estado […] y eso también es responsabilidad nuestra. Los mecanismos no son el andar haciendo recomendaciones generales para que aterricen en el presidente […] aunque pase de los 69 años no quiere decir que sea una persona de especial riesgo.

Y entonces Hugo López dijo lo siguiente:

– Casi sería mejor que (AMLO) padeciera coronavirus porque lo más probable es que él, en lo individual, como la mayoría de las personas se va a recuperar espontáneamente y va a quedar inmune, y entonces ya nadie tendría esta inquietud sobre él.

La reportera que ha iniciado esa conversación, insiste y quiere saber si el presidente podría contagiar, durante sus giras a zonas de alta marginación. Hugo López, entonces, responde, pero ya sumergido en el plano de la filosofía.


– La fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio.

 Hugo López se da cuenta de lo que acaba de decir, y que se ha trasmitido a todo el país por las diferentes plataformas. Son segundos, pero su gesto y los reflectores sobre su rostro lo hacen sudar. Ayudado por sus manos, entonces gira.

– […] el presidente tiene la misma probabilidad de contagiar que usted, o que tengo yo. Y usted también hace recorridos, giras y está en la sociedad. El presidente no es una fuerza de contagio. Entonces no, no tiene que ser la persona que contagie a las masas. O al revés.

Apenas el domingo, Obrado había ido a Guerrero y en el municipio de Marquelia, ante cientos de asistentes, y dijo que “no nos van a hacer nada infortunios y pandemias”. Entonces repartió besos. El hecho, consignado en una crónica del diario El Sur de Acapulco, refleja el manejo de la epidemia desde el gobierno federal. Veinticuatro horas más tarde las fronteras de España, Francia, Rusia y Canadá eran cerradas y el aislamiento de esos países también señalaba la gravedad de sus propias epidemias. Después la Unión Europea se sumaba en bloque a tales aislamientos. El panorama mexicano, la noche del domingo 15, era de 53 casos positivos, 482 negativo y 176 sospechosos. Todos los estados del país tenían, hasta ese momento, por lo menos un enfermo registrado, excepto Campeche. El Estado de México tenía seis infectados comprobados en Metepec, Xonacatlán, Tlalnepantla y Amecameca.

Sin embargo, para la noche del 16 de marzo, los infectados ya era 82.

Pero en el centro comercial de Arboledas del Sur las cosas funcionan de otra forma. El tiempo se contrae entre los pasillos y las cajas de pago. La verdad es que ya casi no hay papel de baño y de plano los jabones líquidos para manos de ningún tipo.

-¿De ningún tipo? ¿Y los Lysol?- dice una mujer a la encargada de la sección.

-De ninguno, desde hace mucho ya no tenemos- le responden.

-¿Y cuándo volverán a tener?

(Eso no se sabe y los hombros encogidos de la dependienta disipan cualquier duda).

Pero que no haya en el centro no comercial no significa nada. La necesidad del mexicano, el ingenio, su sempiterna sobrevivencia se impone a la adversidad, por lo menos la económica. Y es que en la avenida boulevard de la Luz, “justo enfrente de la Santa Cruz del Pedregal”, en la colonia Jardines del Pedregal, y en la calle de Francia, “justo frente del colegio La Salle, una “venta especial de gel antibacteriano sin agua” se realizó el 16 de marzo, de 10 de la mañana a 4 de la tarde. La venta especial consistió en una caja de 12 botellas de medio litro por 444 pesos, con pago en efectivo.

En todo el centro comercial apenas siete personas llevan cubrebocas mientras todas las previsiones indican que el aparato de salud del gobierno federal está rebasad. Según médicos del Instituto Nacional de Nutrición, en la ciudad de México, la estrategia del gobierno consistirá en impedir que la población se enferme al mismo tiempo y por eso el cierre de escuelas, primero, y después la escalonada suspensión de labores de oficinas tendría que ayudar a que los hospitales no se llenen de infectados. El domingo 15 por la noche, algunos ayuntamientos del Edoméx anunciaron la suspensión de labores por tiempo indefinido.

Mientras la Subsecretaría de Salud federal prevé que el 80 % de los enfermos sólo experimenten un resfriado leve; que el 15 % sea hospitalizado y que sólo el 5 % pase a una fase crítica, las previsiones del Instituto de la Nutrición dicen otra cosa: el 80 % de la población enfermará inevitablemente y sólo los grupos de riesgo estarán en peligro. Hospitales como el ABC, también en la ciudad de México, señalan que hay 100 pacientes ingresados con síntomas y 10 confirmados con coronavirus. Los médicos de Nutrición recomiendan ciertas restricciones como no acercarse a los ancianos, no comer con ellos ni hacer vida social. La epidemia será larga, al menos durará tres meses.

Eso, y no asustarse.

A la par, Aeroméxico cancelaba vuelos a París y Madrid y en un Acapulco repleto de turistas se registraba su primer caso.

La epidemia del coronavirus es más que un encogimiento de hombros, la estantería vacía del papel higiénico o la presunción de que todo colapsará. En un país donde apenas se denuncia el 2 % de los feminicidios -se cometen 10 cada día- y asesinatos; y donde nada ha cambiado excepto los nombres de quienes gobiernan, el coronavirus hará explosión como un misil disparado al corazón. Y ese corazón somos nosotros.

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