20 noviembre, 2025

Los niños atropellados de Acahualco

Los niños atropellados de Acahualco

Miguel Alvarado

Acahualco, México; 9 de febrero de 2021.

– Es mi hermana, pero es por acá, hay que darse la vuelta por toda la calle- dice Virginia Ojeda, y mientras habla atraviesa un patio donde está parte de una estructura que pertenece a juegos mecánicos, de esos que se arman en las ferias pero que aquí se oxidan pues todas fueron cerradas, clausuradas hace un año debido a la pandemia de coronavirus.

Enfrente, sobre la calle, muñecos de fibra de vidrio con las formas de la Chilindrina y del señor Barriga parecen cuidar que nada se le escape a la miseria, a la pobreza que todos los días encuentra algo para roer y que se ensaña en la gente, obligada a abrasarse contra una llama negra que no se extingue.

El herrumbre de los fierros abandonados se come a quienes viven aquí.

Y aquí tiene un nombre. Aquí es Acahualco, un pueblo del municipio de Zinacantepec, en el Estado de México, considerado de alta marginación y al que la corrupción de sus gobiernos ha condenado a sus habitantes a vivir apenas. El miedo ya se ha metido en las casas porque la pobreza obliga a algunos a medrar en lo infrahumano, un hoyo del que no puede salirse de ninguna manera. A la familia Garatachía Ojeda eso le pasa. No solamente viven ellos en el terreno en donde han levantado cuartos de cartón y madera cuyas puertas son cobijas que han colgado para que no entren las moscas.

En los ojos de Virginia Ojeda no hay resignación y su cuerpo entero es el amague de algo que aún no alcanza a manifestarse, que se revuelve con la rabia, la impotencia, la desilusión y las ganas de salir de ahí para siempre, pero llevándose a todos. Porque en ese espacio viven tres familias: tres hermanas y los hijos que cada una debe cuidar.

Todo lo que está mal se encuentra aquí, en el patio de las tres hermanas, en el vuelo de las moscas y su zumbido interminable. En los golpes que la familia encajó hace unos meses.

Adentro, en el cuarto que Gloria Ojeda Piedra ocupa con sus cinco hijos, hay un colchón enorme en el que todos se acuestan. Ella carga con una mano a César, un bebé de 6 meses, y con la otra enseña un frasco. Lo sujeta como si contuviera algo valioso, como la vida del niño, por ejemplo. Se trata de una de las medicinas que ahora toma el bebé, quien ha perdido una porción de su cerebro debido a un accidente que acabó destrozando a la familia. La medicina les dura dos meses y se llama levetiracetam. Cuesta entre mil 800 y mil 600 pesos. Había otras marcas más baratas, pero las descontinuaron apenas. Se trata de un anticonvulsivo que César debe tomar.

– A mi hermana y a su familia un camión se les fue encima el 24 de octubre del 2020, cuando iban en su carro, una Caribe, allá en Santa María del Monte, un pueblo del municipio- dice Virginia mientras le indica a su hermana con un gesto que saque los papeles del estuche de plástico, donde se ve que guardan lo importante. Poco a poco, entre el nerviosismo de todas, emergen los documentos. Ahí se encuentra el acta que levantaron los policías el día del accidente y que no consigna que toda la familia, los padres y cuatro niños, resultaron heridos de gravedad. También están las fotos del vehículo destrozado y que además perdieron cuando una grúa se lo llevó como chatarra a un depósito.

Están las fotos de ellos: la operación que sufrió César, los golpes en la mandíbula de Kevin, el rostro amoratado de Vanessa, la hermana mayor; la cara contundida del padre, el gesto asustado de Gloria, llena de moretones.

Quien manejaba ese camión se llama José Antonio Guadarrama Sánchez. También es el dueño y no se hizo responsable de nada. Tiene una tlapalería en Santa María del Monte, donde reparte material. El día del accidente llevaba una carga de grava y su vehículo le falló, dijo, porque la dirección no estaba bien y el volante no respondía de manera adecuada. Eso le dijo a la familia mientras la rescataban de entre los fierros retorcidos. A partir de ese día no lo han vuelto a ver, aunque les haya dicho que se haría cargo de todo. Envió a dos licenciadas, Leidy Martínez Guadarrama y Natividad Sandoval Moreno. La primera ingresó al bebé lesionado al hospital privado San José. A los demás los llevó al hospital Santa Cruz, en Toluca.


Pero en esos nosocomios terminó abandonándolos.

La lista de los lesionados es la siguiente: Isidro Garatachía Sánchez, de 27 años, Gloria Ojeda Piedra, de 30 años; Vanessa Garatachía, de 11 años; Genaro Alexis Garatachía, de 10 años; Kevin Garatachía, de 9 años y César, en ese momento de 3 meses.

– Nosotros tuvimos que pagar para sacar a los niños de esos hospitales -dice la madre-. En un hospital nos cobraron 8 mil pesos y en el otro 20 mil solamente para sacarlos porque nadie los atendió.

La operación del bebé costaba 60 mil pesos, dinero que la familia no tiene. El bebé perdió 20 horas en las que ningún médico hizo nada por él. Además, las ambulancias les cobraron 9 mil 500 pesos por el servicio de las ambulancias que los llevaron a hospitales públicos.

-Mi esposo está fracturado de las costillas y a la fecha no se recupera. Es albañil y ya no puede trabajar como lo hacía antes. Mis niños quedaron todos ensangrentados. Nos ayudaron a sacarlos pero a mi niño pequeño tuvieron que quitarle un pedacito de cerebro. Es un bebé normal, pero los médicos me dijeron que cuando crezca sabremos la afectación que tiene. Puede ser el habla, la retención, que no camine- dice Gloria, y se aguanta las ganas de llorar cuando recuerda que nadie los ha ayudado desde entonces y que ya se acabaron todo el dinero que tenían.

El bebé fue intervenido en el Hospital del Niño, donde se le hizo un “operado de drenaje de hematoma subdural y epidural”. El niño fue lanzado por el golpe seis metros y eso le provocó una fractura de cráneo con exposición de masa encefálica. Lo pasaron al quirófano un día después, porque en el Sanatorio San José no lo quisieron atender. El niño, a pesar de los golpes y de la cirugía, evolucionó de manera adecuada.

Los otros niños también salieron golpeados. A Kevin le hicieron una cirugía en la mandíbula y un golpe en la cabeza le ha provocado problemas de retención de memoria. Él perdió la capacidad de lectura y escritura.

Fotografía: familia Garatachía.

-Fuimos a Derechos Humanos del Estado de México pero nos dijeron que necesitaban un número de carpeta. No nos ayudaron. Levantamos una denuncia pero nada más, porque en el ministerio público nos dijeron que necesitábamos un licenciado para que moviera las cosas. Pero la denuncia que nos escribieron dice que solamente hubo daños materiales. De los lesionados no dice nada- alegan las hermanas Ojeda, quienes también dicen que en el Hospital del Niño les asignaron un abogado, pero que ahora ya no quiere hacerse cargo.

Tampoco en el ayuntamiento de Zinacantepec les ayudaron. Los policías que cuidan la entrada los rechazaron sin más y les dijeron que nadie puede recibirlos debido a la pandemia. La cuarta regidora de Morena, Iriana de la Vega, fue contactada pero no ha podido ayudar. Lo mismo sucedió con el delegado federal del distrito, Hugo Espinal, quien tampoco respondió, así como la organización de derechos humanos Zeferino Ladrillero. En el DIF de la localidad les dijeron que les iban a dar los medicamentos, pero no les han dado nada.

No, nadie. No, nada les tiende la mano excepto sus vecinos, que se han solidarizado con ellos.

-Orita para vivir conseguimos prestado, pedimos fiado con los vecinos, quienes son los que nos han ayudado con despensas, frutas, frijoles- dicen las hermanas Ojeda, que entre ellas no han dejado de apoyarse y reparten lo que los maridos trabajan. Uno es pintor y otro carpintero.

El acta levantada por la familia Garatachía Ojeda tiene los números TOL/ZIN/02/MPI/126/01657/20/10 y TOL/TOL/ZIN/120/262292/20/10, fechada el 24 de octubre en contra de quien resulte responsable y por el delito de “daño en los bienes”. El documento está firmado por el agente del ministerio público Antonio Ángeles Isidro, adscrito al Centro de Justicia de Zinacantepec.

Por las noches, los niños despiertan llorando porque siguen viendo al camión que se les viene encima.

Del hombre que los arrolló no han sabido nada. “Al menos que diga: ‘discúlpenme’, pero ni eso hace. Al menos que dé la cara y pregunte si puede ayudar en algo”, reclama Gloria llorando.

Los trastes recién lavados se amontonan en una rejilla que ya deben guardar porque las moscas, hordas negras y hambrientas, se les van encima buscando algún pedazo de comida que se haya quedado. El vuelo de esos oscuros dardos es igual al de los pájaros en los campos y su aleteo produce un zumbido que no acallan las voces de ellas, las carreras de los niños, el sol que va colándose al terreno.

El camión que arrolló a la familia ya está trabajando, entregando cargas de arena y grava como si nada hubiera pasado.

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