20 noviembre, 2025

Escasez de oxígeno e insumos: una realidad asfixiante

Escasez de oxígeno e insumos: una realidad asfixiante

Marco Antonio Rodríguez

Toluca, México; 26 de febrero de 2021. “Cambio coche Ibiza 2002, en regla, por tanque de oxígeno medicinal lleno. ¡Urgente!”, escribía Gabriela a mediados de enero de 2021. El anuncio lo hizo en S.O.S Covid Toluca, un grupo de Facebook creado el 30 de diciembre de 2020 y que actualmente cuenta con más de 11 mil 600 miembros.

A decir de sus administradores, se trata de un “espacio para encontrar alternativas en oxígeno como concentrador, tanques, locales y lugares que surtan etc, así como especialistas, equipamiento en Toluca y alrededores”, pero se ha convertido también en la Sección Amarilla para quienes requieren insumos médicos, servicios de esterilización de espacios, consejos para el tratamiento en casa de pacientes con covid, disponibilidad hospitalaria, servicios de reparación de concentradores de oxígeno, entre otros tantos giros afines.

Gabriela ofrecía su vehículo para poder salvar la vida de sus familiares. Cuatro de ellos –papá, mamá y dos hijos- fueron en un principio mal diagnosticados por una doctora de su comunidad, en Zinacantepec, quien les dijo que sólo se trataba de una “fuerte gripa”, pero no fue sino hasta que el jefe de familia, un hombre de 43 años, registró oxigenaciones de 53 por ciento (cuando lo normal es arriba de 90) que cambió el diagnóstico. Para entonces ya era evidente el contagio con covid-19.

Con voz entrecortada narra el viacrucis que padecieron.

“A mi suegra le dio en junio, cuando todavía había oxígeno y medicinas; pero ya cuando a ellos, ni una ni otra”, dice de pronto la mujer antes de que un suspiro la silencie en seco. Cuando por fin recobra el aliento revela otra realidad: “tuve que publicar eso de que ya no había intercambiado mi carro y que ya tenía el oxígeno nomás porque me llegaban diario mensajes de yo te doy 5 mil por tu coche, yo te doy 8 mil, yo te doy medicinas… y todo siempre con precios muy bajos, aunque realmente yo no quería el dinero; yo necesitaba un tanque para poder ayudar a mi familia”.

Fue una semana entera de estar buscando oxígeno, pero nada. Inevitablemente la desesperación vino acompañada de las complicaciones en la enfermedad, lo que motivaron a Gabriela y su esposo a ofrecer el carro en trueque. Su costo aproximado, según un cálculo rápido de la pareja, era de 23 mil pesos; sin embargo aceptaron cambiarlo por un tanque de 9.5 litros con valor aproximado de 10 mil. Contactó a los interesados y cerraron el trato, mas no se concretó como se había pactado:

“La persona que me lo cambió me dijo que me iba a dar 2 mil pesos más y el tanque… ¡pero no regresó! Nada más me trajo el tanque, se llevó el coche y ya no me dio el dinero”. Los dos mil pesos, cuenta, serían entregados a cambio del tarjetón del automóvil y otros documentos más, pero decidió no volver.

Actualmente los cuatro integrantes de esa familia ya se encuentran estables aunque con evidentes secuelas derivadas de la enfermedad; no obstante, en el proceso lidiaron también con médicos que a cambio de revisarlos exigían a la familia el pago anticipado de la consulta a través de una transferencia electrónica a su cuenta bancaria; otros elevaron el costo de sus servicios pues “en el traslado a su casa dejo de atender a otros pacientes”, como argüían para justificar el incremento de 600 a mil 500 pesos el cobro de la consulta por persona. Otros más los citaban en su consultorio con el riesgo inherente del desplazamiento y la consecuente posibilidad de propagar los contagios.

Pero salieron adelante aunque el proceso además de agotador, haya sido caro. En la compra de un concentrador de oxígeno, que les ofrecieron con la promesa de ser de grado hospitalario, pagaron 33 mil pesos, aunque el “grado hospitalario” solamente resultó de nombre. Aunado a ello los enfermos tenían que consumir azitromicina, un fármaco utilizado para tratar infecciones bacterianas como bronquitis, neumonía e infecciones en pulmones cuyo costo por caja con 4 tabletas oscila en 500 pesos, entre otras tantas medicinas, y aunque el precio no era elevado, conseguirlos era una tarea titánica. Ni hablar ya del tema y costo de las consultas.

La familia de Gabriela enfermó en enero, el mes más complicado hasta ahora de la pandemia, cuando el país “rompió todos los récords”, como señaló a finales de ese mes el periódico El Economista. Casos confirmados, sospechosos y muertes tuvieron un repunte exponencial: al cierre de ese mes en el país se acumularon 32 mil 729 muertes, con un total de 158 mil 536, pero también había 438 mil 166 casos confirmados y algo así como 2 millones 59 mil 964 casos estimados de contagio.

Gabriela y su esposo buscaron camas disponibles en el hospital Nicolás San Juan, en el Adolfo López Mateos y otros tantos más nosocomios, públicos y particulares, pero en ninguno podían recibir a tres enfermos de gravedad que ya tenía esa familia. En paralelo, del 20 al 21 de enero la Dirección General de Epidemiología (DGE) contabilizaba mil 803 muertes y 22 mil 339 nuevos contagios, lo que se tradujo en el colapso del sistema de salud.

Diario se rompieron los récords, ya de contagios, de muertes, o incluso de ambos. De acuerdo con la DGE en aquel mes la ocupación hospitalaria en el país rondaba el 56 por ciento; es decir que de las 34 mil 841 camas para hospitalización de pacientes con coronavirus, 19 mil 604 estaban ocupadas, aunque en entidades como Ciudad de México, Estado de México, Puebla, Hidalgo, Morelos, Guanajuato, Nuevo León y Nayarit la ocupación era de 87, 82, 78, 77, 76, 74, 72 y 72 por ciento respectivamente.

“Íbamos a preguntar pero de plano nada, nos decían que no los podían recibir y mucho menos a los tres. Nos tocó ver gente en serio grave y sin oxígeno esperando ingresar”, dice todavía sorprendida Gabriela para después hablar de su “suerte” para conseguir oxígeno, como apunta quizás para aminorar la angustia que ese recuerdo trae. “Era pararnos a las 5 de la mañana y salir a las 11”, pero también era volver al día siguiente, pues como si el tanque tuviera orificios de coladera, o fugas, el gas se acababa de un día para otro. Mientras cargaban el tanque de 9.5 litros que consiguiera a cambio del Ibiza, los enfermos debían turnarse otro de menor capacidad y que alcanzaba apenas las 6 horas que Gabriela y su esposo esperaban formados en las interminables filas para una nueva recarga.

No necesita decirlo para saber que eran días convulsos de no dormir y mal comer, “pero valió la pena”, enuncia triunfante la mujer.

Poco antes de colgar el teléfono se ha olvidado incluso de la cólera que sintió cuando supo que de junio a enero la recarga de su tanque pasó de costar 650 pesos a casi 900. Tampoco necesita decirlo para saber que ese “valió la pena” le ha dibujado la sonrisa de quien ha tomado un descanso en lo que será una larga y accidentada carrera.

La epidemia aún no termina, la llamada sí.

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