7 julio, 2025

Coronavirus: el miedo

Coronavirus: el miedo

Miguel Alvarado

Toluca, México; 15 de abril de 2020. Entonces tose. Lo hace con disimulo, haciéndose a un lado aunque nadie va detrás de ella, porque eso en un país que agrede a médicos y enfermeras y amenaza con quemar hospitales, es una señal de acumulación de ignorancia, representa el tamiz del miedo y la necesidad inmediata de desquite.

Los pasillo vacíos del Centro de Enseñanza para Extranjeros en la UNAM funcionan como una caja expansiva de sonido, una trompeta que rasga la fragilidad con la que se sostienen los que andan en la calle. En esos pasillos no hay nadie y los salones están clausurados con una tira de papel pegada entre la puerta y el muro donde cierra. A lo lejos, solamente se ven los botes de basura colocados boca-abajo y las hojas caídas de los árboles arremolinándose en las esquinas, porque ya no hay quien barra. A la cafetería al aire libre le quitaron las bancas y en los bebederos los pájaros se posan, sin prestar atención a nada, en busca de agua. Afuera, por los jardines, apenas una persona camina, hablando por teléfono. Su sombra se atraviesa entre las plantas y su voz resuena como el eco de un fantasma. Apenas cinco o seis autos ocupan un lugar en el estacionamiento porque ahí no hay nada que hacer, excepto trámites impostergables para que las quincenas salgan a tiempo. La pobreza franciscana se ha convertido en una guía práctica de supervivencia. Tres empleados que usan cubrebocas manejan algunos alteros de papel. Aquí no pasa nada, porque afuera tampoco pasa nada y en la capital de México las rutinas inaplazables no pueden detenerse solamente porque un virus infectará.

Coronovaris-19 es una palabra que aparece en todos lados. Dos mil doscientos millones de resultados, dice el buscador de Google que hay disponibles. Un letrero a la salida de la carretera hacia Toluca recuerda desde el silencio de los edificios de Santa Fe que la propagación del virus depende de nosotros. “Hagamos esto juntos”, indica el espectacular, que muestra unas figuras caricaturizadas del proceso de lavado de manos, de cómo estornudar y finalmente de la efusividad de un saludo.


Despojada de sí misma, una ciudad tan grande como la capital del país, con sus 9 millones de habitantes si no se toman en cuentan los que la Zona Metropolitana del Valle de México suma, y que en conjunto representan 23 millones, está vacía.

Está vacía la avenida 20 de Noviembre y sus policías en cada esquina vigilan algo mientras se cubren caretas de plástico que les cubren toda la cabeza. Uno en cada cuadra, miran a los viejos caminar por las aceras desocupadas. Ellos se detienen y miran asomándose en cada vacío como si las esquinas se les vinieran encima y no lo creyeran. Afuera, en el primer cuadro de la ciudad, sobre 20 de Noviembre, hay viejos caminando y sus pisadas lentas y pesadas no ayudan a la distorsionada noción del tiempo.

La policía estornuda y detrás de ella alguien le dice salud. La policía que vigila el acceso al CEPES lleva su máscara, apenas útil por un rato porque está hecha de la tela más delgada. En el acceso, uno puede tomar una mascarilla, y aunque no se comprometa a usarla, puede llevársela mientras realiza los trámites para los que lo han convocado. Si quiere, también puede tomar un poco de gel de la botella que se ofrece al público. Que lo peor está por venir lo vienen diciendo los estrategas de la salud, que en México son liderados por el epidemiólogo y titular de la Subsecretaría de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, quien en una semana se convirtió en el personaje más conocido de México. Ha opacado a todos, incluso a la totémica figura del presidente López Obrador, quien nunca se imaginó que su adversario más formidable midiera apenas unas micras. Una investigación de la BBC define que el coronavirus es un conjunto de cosas genéticas, las cuales están cubiertas por proteína. Y todo eso mide apenas la milésima parte de un cabello humano.

López-Gatell ha pasado el último mes advirtiendo sobre la tenacidad del adversario, pero también ha ido recorriendo las fechas en las que el contagio será mayor, las cuales estableció, por segunda o tercera vez, para finales de abril y principios de mayo. A quien no se le cree, aunque diga lo mismo, es a Alfredo del Mazo, el gobernador del Estado de México, quien también ha avisado la tragedia. Está señalado de ser el peor gobernador del país. Del Mazo es primo-hermano de Enrique Peña y como gobernador está aprendiendo a dejar el poder que durante años detentó el Grupo Atlacomulco. Lo perderá, aunque lo entregará a otros iguales a él, ausentes y desinteresados.

Del Mazo gobierna una entidad de 17 millones de habitantes que ha declarado 602 casos positivos y 35 muertos, pero también ha mentido o por lo menos guardado silencio respecto al brote de coronavirus en el penal de Cuautitlán, en el valle de México. El 14 de abril, cuatro reos fueron identificados como positivos, y entonces el miedo se desató. Pocas horas después, ya había 19 sospechosos más y una alerta de evacuación que permitiría liberar un espacio para la atención de los enfermos. Durante el traslado de 78 mujeres que también están internadas en esa prisión, el motín estalló porque nadie se quería quedar a ver lo que podía pasar. Los familiares se arremolinaron en las puertas exteriores y exigieron saber la verdad, que desde la tersura del gobierno fue manejada como un intento de suicidio, que derivó en disturbios. El doctor Manuel Palma Rangel, subsecretario de Control Penitenciario del Edoméx, salió a decir cualquier cosa, por la noche de ese día.

– Alrededor de las cinco de la tarde, cuando estaban en su tiempo de patio, el área de Procesados, un grupo de 130 personas, un PPL (Persona Privada de la Libertad) se autoagredió y se cortó una vena. Justo cuando iba el apoyo médico, empezó a haber una trifulca entre los reos. Hubo una riña. Llegaron dos custodios que trataron de separarlos, que se empezaron a amontonar entre ellos. Este es un centro penitenciario con capacidad para 351 personas, pero hay mil 537 presos.

Con las cárceles cerradas, porque las nuevas disposiciones suspendieron visitas y todo tipo de contacto físico con el exterior, las condiciones sanitarias dependerán de la palabra del gobierno, de las versiones calificadas como oficiales.

También, otra pandemia se apodera de las personas: el desabasto de alimentos, la pérdida del empleo y la crisis económica innegable se unen al jinete de la violencia cotidiana, que ha perdido espacio público pero no su tamaño durante la contingencia. Trescientos muertos en dos días fue el saldo nacional del pasado fin de semana, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad.

El centro comercial Garis de Toluca es una de las pocas tiendas que se ocupa de sus empleados en la medida de sus posibilidades. Ha forrado sus cajas de cobro con un material plástico que se lava cada determinado tiempo y ha impuesto a sus empleados el uso obligatorio de los cubrebocas. Los ancianos que empacaban mercancía ya no están más, desde finales de marzo. En su lugar hay jóvenes que, dicen las estadísticas de salud, resisten mejor al coronavirus. Los asistentes a la tienda son tantos como en otras épocas, cuando no hay restricciones. Aquí, en la tienda de Garis que se ubica en Paseo Tollocan, esquina con Vicente Guerrero, todo está abierto, desde la vinatería hasta el pequeño mostrador de artículos de papelería y artículos de oficina.

Una pareja compra su despensa en la tienda y ha salido a la calle protegida como cree que puede ser más eficaz. Los dos se han colocados visores de natación que les cubren los ojos, como dicen en las noticias que los médicos deben usar, porque, al fin y al cabo, el ojo también representa un acceso. Estos visores, uno verde y otro blanco, y ajustados con fuerza sobre el rostro, son el complemento para cubrebocas blancos con un diseño de grecas negras que a lo lejos semeja la sonrisa de una calavera. Imposible ver el rostro de quienes los portan. La pareja espera su turno en las cajas, plastificadas del todo, como si sobre ellas se intentara construir una cápsula. Así están las 10 o 12 cajas a lo largo del pasillo y las sombras de clientes y cajeros se distorsionan por el efecto del plástico transparente.

– ¡No me tome fotos, no me tome fotos!- dice una cajera, quien se ha quitado el cubrebocas porque después de un tiempo sofocan debido al calor que se genera en esa cueva de plástico que pretende detener a una cosa que mide la micra de un cabello.

La cajera, entonces se coloca su mascarilla y explica que es muy difícil trabajar así debido a la incomodidad que representa la indumentaria. Tiene razón. El calor hace estragos en todos los cajeros que trabajan en ese momento. Cerca, la pareja ha terminado su compra y se prepara para irse. Afuera, quien les ayuda a meter las cosas a su auto lleva una careta de plástico, una especie de como que se cierra en la extensión de la cabeza, creando con ello una barrera, una mica que lo protege de todos.

La reacción de ellos es la misma que la cajera ha tenido antes. Entonces reclaman por la fotos.

– ¿Nos estás retratando porque estamos enmascarados?

– Sí, es para documentar.

– ¡Pero alguien nos va a reconocer!- dice la joven, asustada, sin darse cuenta que de su rostro lo único que se ve es la forma difusa de sus ojos. Poco a poco la epidemia del coronavirus mostrará sin miramientos la profunda desigualdad de la sociedad en México y sus barrancas sociales se ahondarán más. Se ha comenzado a medir ya: los que deben salir y los que pueden no hacerlo. Los que pueden cerrar sus negocios y los que de ninguna manera sobrevivirán si las cortinas están abajo. Los que pueden pagar 25 mil pesos por servicios de salud privada para atenderse en caso de contagio y los que deberán acudir a las clínicas públicas.

El miedo. El quinto o el sexto jinete de este Apocalipsis que no lo es, pero que algo tiene de eso. Muy lejos estamos de las escenas de Guayaquil en Ecuador, aunque pareciera, al mismo tiempo, que sólo un paso, una cuestión de mala suerte incluso, nos separa de eso. Apenas el 14 de abril el alcalde de Toluca, Juan Rodolfo Sánchez, anunciaba con el miedo reflejado en su gesto que Toluca ya tenía un primer muerto debido al coronavirus y enseguida exhortaba a cumplir la cuarentena encerrados. Mientras, sus brigadas fumigadoras recorren el municipio, pero esta vez lo hacen con otra actitud. Si pudieran, no harían lo que están haciendo porque ellos son los primeros en riesgo, como lo son los empleados de la basura en los contenedores de Circunvalación, cuya oficina es una caja metálica repleta de desperdicios.   

Es imposible respetar una cuarentena cuando la miseria también tiene sus razones para expulsar a la calle a los habitantes. Por ejemplo, los estados emblemáticamente pobres como Guerrero, Chiapas, Oaxaca y Michoacán, a los que se les pueden sumar las zonas altamente marginadas de Puebla, Veracruz, Tabasco y Tlaxcala, concentran la vida de 18 millones de habitantes.

El miedo al coronavirus está disfrazado de recomendaciones.

Está disfrazado de las 30 veces diarias que uno debe lavarse las manos.

Está disfrazado de los zapatos que dejan afuera los que viven en condominios.

De la torta que Hugo López-Gatell se comió en la calle con su hijo, de las frases que más o menos dice que “carajo, lean y no salgan de sus casas”.

De la vela que, encendiéndola, mitiga la mala suerte de contraer la infección.

Del desabasto de gel, de los cubrebocas que cuestan entre 7 y 800 pesos cada uno.

De los hospitales prefabricados en el Centro de Convenciones de Banamex, con capacidad para 900 camas que, hoy vacíos, anuncian sin decirlo que se llenarán de pronto, a toda velocidad. O de las tiendas de campaña que la Marina instaló en algunos puntos de la ciudad de México.

Está disfrazado de los anuncios escritos en cartulina y que pegaron las tiendas locales en San Pablo Autopan: “Nuevo horario, por Covid-19”. En el terreno de al lado, los campesinos siguen quemando los pastizales y una niebla que no se va porque no hay aire que se la lleva, se queda en la comunidad por largo rato.

La fase tres de la pandemia en México estaba programada para el 19 de abril y algunos lugares ya llevan a cabo algunas acciones de bloqueo. Un comunicado del SAT anuncia el cierre temporal del Puerto Fronterizo I en San Luis Río Colorado, Sonora, por lo que el tránsito internacional quedará suspendido. Otras fronteras también han sido cerradas, por orden de los cárteles del narco que se atrincheran en el sur del Estado de México: Tlatlaya, por ejemplo, ha colocado en sus pasos carreteros cargas de arena y grava para impedir que alguien salga, que alguien pase. Acostumbrados a los toques de queda, los pueblos del sur, todos rurales, acataron las órdenes de la Familia Michoacana y han intentado encerrarse. Los 449 muertos en todo el país, hasta el 15 de abril y los 5 mil 847 infectados podrían darles la razón. Pero López-Gatell los ha tranquilizado: los mayores brotes de coronavirus se encuentran en áreas urbanas como el valle de México y por el momento el campo se salva del gran contagio.

De vuelta a la ciudad de México la policía que cuida el acceso al CEPE de la UNAM tose mientras abre la reja para que los usuarios salgan. Ella, con la calma del tiempo perdido, se coloca de nuevo el cubrebocas, se limpia los lentes empañados y antes de cerrar, dice: “que tengan una muy buena tarde”.

Fotos: Miguel Alvarado.

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