30 abril, 2025

El rastro de los 43

Miguel Alvarado

Toluca, México; 1 de diciembre de 2020.

En los levantones del 26 de septiembre de 2014 contra los normalistas de Ayotzinapa subyace la historia de un enfrentamiento entre los cárteles de los Rojos y los Guerreros Unidos, los cuales se registraron en toda Iguala y sus detalles estuvieron presentes desde el principio, entremezclados en las declaraciones de narcotraficantes y sicarios detenidos por la antigua Procuraduría General de la República (PGR). Muy pocos prestaron atención a esa historia debido a que el ex procurador Jesús Murillo y las investigaciones del gobierno de Enrique Peña impusieron como núcleo la versión de que los 43 estudiantes desaparecidos habían sido quemados en el basurero de Cocula, en una pira gigantesca que después se convirtió en un símbolo de manipulación del caso. Investigaciones periodísticas, académicas y judiciales se centraron en probar que la versión de esa hoguera era imposible y olvidaron las tramas secundarias. Pero no todas las declaraciones de los detenidos podían dejarse de lado así como así. Sicarios y narcos de los Guerreros Unidos han descrito una masacre en aquella ciudad iniciada ese día, cuando un grupo de los Rojos intentó asesinar a los hermanos Benítez Palacios, narcos locales, para hacerse del control de Iguala. Esa guerra atrapó a los normalistas y soldados, policías y sicarios se cebaron en ellos. Los rastros de los Rojos ese 26 de septiembre se encuentran por todas partes, en el expediente PGR/SEIDO/UEIDMS/816/2014 que después fue descalificado por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, aunque fue tomado como base para las nuevas investigaciones por la Fiscalía y la Comisión para la Verdad de Ayotzinapa.

I

La batalla contra los Rojos y los levantones y asesinatos en contra de los normalistas no dejarían en paz a sicarios como Miguel Ángel Ríos Sánchez, a quien le decían el Pozoles, y quien en su declaración ante la PGR apenas aceptó ser mandadero de los Guerreros Unidos. Pero en esa declaración, realizada el 8 de octubre de 2014, Ríos Sánchez proporcionó un mapa oral en el que señalaba a dónde se habían llevado a los normalistas.

“Me encontré al sujeto apodado El Mente, quien me dijo que él, junto con el Choky y sus sicarios habían disparado en contra de los jugadores [del equipo de futbol de los Avispones], asimismo me dijo que se habían llevado el 29 de septiembre a unos estudiantes de ayotzinapan, siendo que tuve el conocimiento de que los habían secuestrado a estos de ayotzinapan porque iban gente del cártel de los Rojos de manera infiltrada y sé que los trasladaron al cerro, rumbo a la localidad de pueblo viejo y la entrada principal es la avenida Guadalupe, y están dos calles en y griega, una da para el pueblo viejo y otra va para loma del zapatero, cerca de la principal hay una escuela, y se logra apreciar un árbol y este árbol es conocido como la Parota; asimismo el Mente me dijo que le llevara agua y droga en ese sitio […] Ahora bien, retomando lo de los estudiantes de ayotzinapan, el único que pudo haber dicho que en esos camiones iban gente infiltrados de los Rojos fue El Gil […]”.

Así daba comienzo esa guerra oculta cuya batalla más importante sucedió al mismo tiempo que los normalistas de la Isidro Burgos entraban a la tercera ciudad más importante de Guerrero. El hermano de Miguel Ángel Ríos, otro dialer muy menor que jugaba a la baraja en sus horas libres, en las cantinas de Iguala, relató que a él los hermanos Casarrubias lo ocupaban para todo. Ellos, los jefes de los Guerreros Unidos ya hacían una vida en Toluca y Metepec pero no podían olvidar a su Iguala querida. A veces extrañaban tanto que ordenaban que les llevaran tacos de canasta y para eso estaba Osvaldo Ríos, a quien le decían El Gordo, quien una vez tuvo que comprarles 60 órdenes que además llevó a Metepec lo más rápido que pudo y las entregó por el rumbo del fraccionamiento Torres Antares. Ahí lo recibió el propio Mario Casarrubias, El M o El Sapo Guapo, quien después de saborearse la entrega le dio a Osvaldo 700 pesos por sus servicios.

El Gordo fue uno más que dijo que un pistolero de los Guerreros Unidos, El Chuky, se había llevado a los normalistas al rumbo del cerro de la Parota, en la colonia de Pueblo Viejo, que es apenas un caserío que colinda directamente con los cerros de Iguala. El 2 de octubre a Osvaldo le dijeron que se pintara de colores y dejara esa ciudad lo más rápido posible, lo cual hizo dos días después, pero se fue muy cerca, y nada más llegó a Cuernavaca, donde lo agarraron los federales. La estructura de los Guerreros Unidos se desmoronaba y casi todos terminaron detenidos, aunque una gran parte de ellos obtuvo su libertad tiempo después.

II

Sidronio Casarrubias Salgado fue defendido por el abogado de oficio Eduardo Martínez Loera, y el 17 de octubre de 2014 presentaba su primera declaración ministerial ante la PGR. A Sidronio le decían El Chino y era uno de los jefes de los Guerreros Unidos. Dijo que había nacido en el pueblo de Oxtotitlán, en Teloloapan, Guerrero. Y que pues sí, vivía en el fraccionamiento LaJolla de Metepec, en el Estado de México, en la casa número 8. Ahí, en esa misma dirección, vivió por más de seis años su hermano, José Ángel Casarrubias, El Mochomo, a quien buscaban por mar y tierra. Fue a mediados de 2020 que los sabuesos de la Cuarta T lo localizaron y capturaron cuando circulaba sobre la avenida Gobernadores, en aquel municipio. La dirección de la casa de los jefes de los Guerreros Unidos estaba en poder de las autoridades desde ese 17 de octubre y nadie se tomó la molestia de al menos ubicarla en las tomas de Google Maps, donde pueden verse con detalle casi todas las calles del país.

Y porque se trata de Sidronio Casarrubias, se apunta que su madre se llama Francelia Salgado, actualmente de 78 años. Y que su padre se llama Rafael Casarrubias Román, de 81 años de edad cumplidos en 2020. Dijo que tenía hermanos, y los enlistó: Rafael, de 56 años; Alfredo, de 54; Adán, de 52; Ángel, de 48; el finado Francisco, de 40, y Mario, de 40 años.

De sí mismo, dijo que era comerciante y vendía terrenos, que ganaba 80 mil pesos al mes y que no le faltaba nada porque compraba y vendía ganado, casas y cosas, que tenía terrenos en Teloloapan a nombre de su padre y que en Tenancingo también había adquirido algunas tierras, que había registrado como propiedades de Rafael, su hermano, un maestro que hasta noviembre de 2020 daba clases en el pueblo de Agua Bendita, por esos rumbos.

A Sidronio lo habían agarrado los federales en la carretera México-Toluca, dos días antes, cuando iba a comer al restorán Fogón do Brasil, que está al pie de la carretera. Ya se había subido a la Tacoma roja en la que había llegado cuando los agentes vieron que de sus ropas asomaba la cacha de una pistola .38 Súper. Pero esa historia ya está muy contada. Los policías dijeron que había sido un golpe de suerte, pero la verdad era que alguien les había revelado la ubicación del capo, que para entonces no quería saber nada de Iguala ni de cárceles, porque cinco meses antes había salido de una en Chicago, Estados Unidos, donde estuvo preso ocho años y medio, acusado de conspiración.

Cuando lo detuvieron en la México-Toluca, el Chino dijo que se llamaba Santiago Jaurer Cadena, pero mentir fue contraproducente porque al ver que no era nadie, los polis lo arrestaron y se lo llevaron al Ministerio Público. Como la cosa iba en serio, el detenido les dijo que no le jugaran al pendejo, porque él era Sidronio Casarrubias, de los Casarrubias de Iguala, y que andaba por acá porque las cosas estaban “muy calientes” en su tierra. Iba acompañado por Norman Isaí Alarcón Mejía, un dealer retirado que en Toluca se dedicaba a la renta de casas como la que alquilaba el capo en Metepec por 14 mil pesos.

Así fue como Sidronio cayó en poder de la PGR y sus planes de poner un autolavado y un restorán en la colonia Asunción de Metepec se fueron al diablo junto con él y casi todos sus Guerreros Unidos.

Sidronio tenía mala suerte, y eso traslució cuando declaraba que “sé leer y escribir poquito, ya que me quedé en primero de primaria”, según consta en la averiguación previa AP PGR/SEIDO/UEIDMS/846/2014, parte de la llamada “verdad histórica” referente a la investigación sobre los 43 normalistas de Ayotzinapa levantados en Iguala el 26 de septiembre de 2014.

Casarrubias contó su historia como puede contarse una vida desde una declaración ministerial, presionado por el tamaño de lo que se le acusaba. Aun así, pudo establecer que se había ido a Estados Unidos en la década de los 90 porque la pobreza le pisaba los talones, y allá se desempeñó en varios oficios.


Volvió a México en el 2001, pero en su estancia se le atravesó la muerte de su hermano Francisco, a quien ejecutó la policía federal cuando trabajaba ahí.

“Claro que lo ejecutaron”, dice Sidronio, y eso lo sabía porque Alfredo, otro de sus hermanos y que estaba en el ejército, pudo conseguir un video como evidencia. Sidronio dice que a Francisco lo mataron los celos y la envidia de los comandantes, pues había conseguido un ascenso y tendría poder sobre casi todos. “Por eso lo mataron”, dice Casarrubias, que ha tratado de darle la vuelta a esa historia. A raíz de ese homicidio, decidió regresar a Estados Unidos y entonces conoció a un narco, el ahora finado Adán Velázquez, el cual lo invitó a tirar droga en Chicago. No lo sabía hacer, pero los cinco años que lo hizo le sirvieron de aprendizaje, que se vio interrumpido porque la policía lo descubrió el 17 de agosto de 2005. Tirar droga se convirtió para Sidronio en esa acusación de conspiración que lo puso tras las rejas. Y no es que haya salido de la cárcel para regresarse a México. Más bien, lo deportaron en cuanto puso un pie en la calle. Llegó primero a Yucatán pero algo lo llamó al estado de Morelos. Algo, o alguien, mejor dicho, que resultó ser su hermano Adán Casarrubias Salgado, quien le prometió a Sidronio prestarle dinero para que recomenzara su vida.

-Vente para acá- le dijo Adán, muy seguro de cumplir lo prometido.

III

Sidronio no sólo fue a Morelos, también visitó Iguala porque Mario, su otro hermano, le había dicho que pasara por esa ciudad y que buscara a un tal Raúl Núñez Salgado, a quien le decían el Camperra, de oficio carnicero pero de ocupación contador. Tenía una carnicería a la que había llamado El Chamberete, donde había metido a trabajar a su esposa mientras él hacía números y tiraba droga para que sus cuatro o cinco halcones la vendieran en la calle. El Camperra tenía puestos en el mercado y su familia los atendía todos los días. Otra de las pasiones del Camperra era la jugada y por eso le entraba a los gallos y a organizar los bailes en Iguala. Todos sabían eso en los Guerreros Unidos porque a veces regalaba boletos a halcones y sicarios para que se distrajeran un poco. El Camperra andaba en un March blanco y cuando los halcones se referían a él, lo hacían con una mueca casi divertida porque lo primero que decían acerca de su jefe era que su diente de oro siempre refulgía. El Camperra, aclaraban luego, tenía un diente de oro puro sobre el que había hecho grabar una “R”, que ya era famosa en la ciudad. Pero era mala idea reírse del Camperra cuando por encima de él sólo estaba Gildardo López Astudillo, a quien le decían El Gil y que en 2016 empezaría a cantar, aunque a cuenta-gotas, acerca del destino final de los 43 de Ayotzinapa. Para el 2020 se acogería a la figura de testigo protegido en la cual cabían todos, ex alumnos, policías, funcionarios y sicarios por igual, y diría la verdad, por lo menos su verdad, desde la cual daba ya por muertos a los estudiantes.

En 2014 Mario Casarrubias se encontraba preso en Toluca pero no por eso había perdido el contacto con sus Guerreros Unidos. Habían sido detenido en la capital mexiquense durante un operativo encabezado por la Marina, el 30 de abril del 2014. Casarrubias había sido escolta de los Beltrán Leyva y trabajó algún tiempo en Chicago, donde halló la manera de encontrar protección de los norteamericanos para transportar droga en tráileres desde México. Era uno de los más importantes proveedores de heroína y había nacido con el don del convencimiento. Hasta un video circulaba en redes sociales que lo demostraba, por lo menos de dicho, porque desde allí un hombre llamado Carlos Campos Hernández, “El Comando”, vinculaba a funcionarios del Estado de México con el grupo de los Casarrubias. Entre algunos, menciona al ex alcalde de Ixtapan de la Sal, Ignacio Ávila Navarrete, a quien ubica como compadre de los capos.


Casarrubias todavía peleaba contra la Familia Michoacana en 2013 por el control del sur mexiquense y esa guerra se extendía desde Tejupilco hasta Iguala y Telolalpan, en Guerrero, e involucraba a municipios de Morelos y Michoacán.

Fue Mario Casarrubias quien consolidó el poder de los Guerreros Unidos y logró crear un corredor natural hacia el valle de México, un emporio capaz de pelear por el control de la Tierra Caliente a pesar de la oposición de Johnny Hurtado, “El Mojarro”, quien desde Arcelia, Guerrero, pelea todavía contra ellos, los Rojos y el ejército.

Y, como ya se dijo, Raúl Núñez, el Camperra, contaba el dinero que usaban los Guerreros Unidos para el pago de sicarios, policías y halcones en Iguala, Metepec y Toluca. Y por eso tenía acceso al dinero del cártel. A su modo, era muy peligroso.

Eso no le interesaba a Sidronio Casarrubias, que de la actividad narca conocía lo que le enseñó su padrino en Chicago. Acudió a Iguala para conocer a los amigos de sus hermanos Mario y Adán, y cuando llegó se dirigió al autolavado de la banda de Los Peques, narcos locales que se apellidaban Benítez Palacios, tan salvajes como sus socios. Ahí lo esperaba el Camperra, muy arreglado, con su pelo ondulado y sus 1.70 metros de estatura, su sonrisa dorada. Nada más reconocerlo, el narco-contador trató a Sidronio como si fuera su jefe y para celebrar aquel encuentro se lo llevó al restorán El Taxquito, a donde después llegó Gildardo López Astudillo, El Gil. También llegaron los Peques, pues la celebración no era menor y muy pronto el grupo estuvo completo: Osiel, El Oso; Víctor Hugo, El Tilo; Mateo, El Gordo; Salvador, El Chava y Orbelín, El Rey, los dueños de Iguala, Cocula, Taxco y Huitzuco. También estaba El Mike, que era el comandante de la primera línea de fuego en la Tierra Caliente contra los pistoleros de Jhonny Hurtado Olascoaga y su Familia Michoacana.

Todos esos eran los subordinados de Mario Casarrubias, el Sapo Guapo, a quien hasta 2017 le dieron 10 años de prisión, acusado de posesión de cocaína y de uso de armas exclusivas del ejército, pero no fue vinculado con el caso de los 43 de Ayotzinapa porque había sido detenido meses antes de los levantones en contra de los normalistas. La reunión de Sidronio con los cuates de sus hermanos fue festiva, y se habló, sobre todo, de “las aventuras que mi hermano Mario vivió, después de esto me entregan una camioneta Ford blanca ya viejita, la que se me descompuso, y por tal situación me entregan otro vehículo igual de la marca Ford Raptor reciente de color roja, esto para trasladarme a Ixtapan de la Sal, ya que iba en dirección a Toluca”, pues iba a la cárcel a visitar su hermano querido.

La conversación que sostuvieron fue grata para Sidronio, quien obtuvo de su hermano la recomendación de hacer negocios con sus nuevos amigos, porque lo iban a ayudar en cualquier cosa que él quisiera emprender. Sidronio no terminaba de creer que nada más por ser el hermano tenía derecho a tanto, aunque ya le habían dado pruebas de que lo harían sin mayores dificultades. Según él, no tenía dudas, pero comenzó a indagar.

-En ese momento comencé a preguntar cuál era el negocio de mi hermano sin meterme en situaciones de narcotráfico, y debido a que mi hermano era el líder de los Guerreros Unidos, me hice amigo de ellos, quienes me entregaron dinero que le debían a mi hermano de la venta de ganado, ya fue así que me hice de capital, pagándome alrededor de un millón ochocientos, de los cuales 800 mil eran para el abogado de mi hermano y el resto fue dinero que yo empecé a manejar- confesó el capo a la PGR.

Y por eso conocía la estructura de los Guerreros Unidos. Se cuidó mucho cuando la describió y por eso dijo que el líder, después de que su hermano Mario había caído preso, era Israel Arroyo Mendoza, el cuñado de su familiar, y a quien le decían el Tripa, el Espagueti o el Flaco. Enseguida se ubicaba El Gil, gallero de corazón, y en ese mismo nivel estaba Francisco Salgado Valladares, jefe de la policía de Iguala, que le inyectaba al cártel hasta 4 millones de pesos junto con el alcalde de esa ciudad, José Luis Abarca.

Pero a la que identificó como la dueña de los dineros fue a la esposa del edil, María de los Ángeles Pineda Villa, de quien dijo de inmediato que era la hermana de Mario El MP y de Alberto El Borrado, cuando todos o casi todos trabajaban para los Beltrán Leyva. Ella, dijo, “es la actual amante del gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre Rivero, quien también fue financiado por estas personas”.

También dijo que el ex procurador de Justicia en ese entonces, Iñaki Blanco, era el vínculo con los Guerreros Unidos, pero que al mismo tiempo le pasaba información a los Rojos, a un líder llamado Omar Cuenca Marino, a quien le decían el Niño Popis, y que fue capturado el 9 de enero del 2019. Cuenca era el encargado del trasiego de droga en 11 municipios desde Guerrero, y tenía una alianza con los Zetas. Sidronio también embarró a Leonardo Octavio Vázquez Pérez, secretario de Seguridad Pública de Guerrero, y cuyo nombre se encontraba en una libreta de direcciones, junto al de otros como Omar García Harfuch, hoy director de Seguridad en la Ciudad de México. También mencionó a Vicente Popoca, una especie de “cazador de michoacanos”, porque su encomienda era liberar a los Guerreros Unidos que caían en las redes de Jhonny Hurtado Olascoaga. Popoca fue asesinado por el jefe de los Tequileros, Raybel Jacobo de Almonte, el mismo a cuyo grupo se le dio en llamar los Matanormalistas, porque se especuló que tenía a los 43 de Ayotzinapa, aunque nada de eso se ha probado. El Tequilero había citado a Popoca para hablar de sus pendientes en un llano solitario, pero ahí pistoleros del primero desarmaron a los guardaespaldas de su interlocutor y los obligaron a cavar sus propias tumbas, según narran los integrantes del Frente Unido de Policías Comunitarias.

IV

Entre esos narcocruces, Sidronio dijo que lo de Iguala, el 26 de septiembre, había comenzado a las tres de las tarde, o que por lo menos eso le constaba a él, pues a esa hora El Gil le iba avisando apenas que “la fiesta estaba en grande” porque ya se habían metido los Rojos a la ciudad y tenían horas peleando. Una hora después, el mismo Gil le informó que habían capturado a 17 pistoleros de los Rojos y que el director de la policía de Iguala, Francisco Valladares, se la había rifado defendiendo la plaza. Aunque había pedido ayuda a las fuerzas armadas y las policías locales, Valladares había conseguido mantener intacto el bastión él solo. “No vas a recibir ayuda de ninguna corporación”, le respondió el gobierno de Guerrero vía Leonardo Octavio Vázquez Pérez, de la policía estatal, y de Iñaki Blanco, el procurador.

La historia de Sidronio es muy simple. Los Rojos detenidos dicen que habían pagado 300 mil dólares al procurador y también al entonces director de Ayotzinapa, José Luis Hernández, para que permitieran el ataque y que pistoleros viajaran en los camiones que llevaban a los estudiantes a Iguala, porque así pasarían desapercibidos. Iban a matar a todos los Peques, y los tiradores del “color” incluso habían logrado llegar al autolavado propiedad de ellos, para agarrarse a tiros con los que estaban ahí. Los Rojos invasores robaron entonces tres taxis, propiedad de los Peques y en ellos se dirigieron a la casa de los capos de Iguala, que resistieron a las balas oponiendo su propia metralla. En esa refriega algunos de los Rojos fueron capturados, y por eso los Peques se enteraron de que ya llevaban los cuerpos de tres personas que habían levantado en Chilpancingo, los cuales pretendían tirar en la terminal local, “para calentar la plaza”. Sidronio afirma también que a los Rojos les quitaron armas largas y algunas 9 milímetros que habían cargado en los camiones de la línea Estrella Roja, unidades robadas al llegar a esa ciudad.


-Los 17 Rojos ya se fueron al agua- le dijo el Gil a Sidronio, la tarde del 26 de septiembre de 2014. Eso, para Casarrubias, significaba que ya habían quemado los cuerpos y los restos los habían echado al agua, al río Cocula. De los quemados en el basurero de Cocula, no dijo nada.

Al otro día el Gil le avisó que se iba para la sierra y que se llevaba con él al director de la policía, Francisco Salgado Valladares, que se jalarían para el rumbo de Cocula, donde hay unas cascadas, y que por ahí se pelarían rumbo a Tianquiazolco, hacia una meseta que se le conoce como Veinte Pueblos. “El Gil y Valladares tienen el conocimiento de la ubicación de los estudiantes, así como las personas que dependen de ellos como El Chuky […] cabe señalar que dentro de los 17 infiltrados iba también gente de Santiago Nazari Hernández, alias el Carrete o el Señor de los Caballos, quien ya había hecho alianza con el Niño Popis”, dijo Sidronio sin más. Esta es apenas una parte de la historia revelada por Sidronio Casarrubias, un capo al que la suerte le dio la espalda dos veces. Una, cuando vivió en Chicago y la segunda, cuando los normalistas de Ayotzinapa llegaron en sus autobuses a Iguala para reventar, sin querer y a un altísimo costo, el reino mafioso de los Guerreros Unidos.

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