Miguel Alvarado
Toluca, México; 7 de mayo de 2021
Hay una descripción en el libro “Tinta roja”, del autor chileno Alberto Fuguet, que aborda el tema de los periódicos en Santiago, la capital de aquel de país. Pero lo aborda desde la vida de los reporteros de los años 70 del siglo pasado, de cómo se las arreglan para sobrevivir en un medio salvaje que los carcome si ellos mismos no levantan sus defensas. Eso que describe nos es distinto a la realidad actual mexicana, cuya prensa ha sido dividida desde el poder de la Presidencia en chairos y fifís, y ha llevado a Andrés Manuel López Obrador a calificar de terroristas a unos y de aliados a otros. Es lo mismo que hacía el viejo PRI en los mismos años 70 con medios cercanos a las resistencias armadas de aquellos tiempos, a las luchas sociales que hoy en día persisten en todo el país de distintas formas. Eso que hace Obrador ha terminado de enterrar la figura del reportero, porque ha pasado a ser chairo o fifí, y ya en alguno de esos lugares, representante ideológico del medio para el que trabaja.
AMLO ignora o soslaya lo que eso significa para un reportero el día de hoy: generalmente es un empleado abusado por sus patrones, explotado como sólo puede ser explotado un esclavo, que no tiene derecho a hablar de sí mismo y que cuando lo hace es intimidado. Eso era así por lo menos hasta hace unos pocos años. Además, no hay trabajador más indefenso que un reportero: sin seguridad social, sin acceso a nada y dependiente de lo que los dueños de los medios hayan destinado para él dentro de la mezquindad a la que ya nos referimos. Lo que los medios de comunicación publican, en su mayoría, no es lo que los reporteros ven ni lo que los editores editan, también en su mayoría. Se publica lo que conviene al dueño del negocio, lo que lo beneficia económica y políticamente y de lo cual el reportero participa solamente como un invitado de piedra. En Toluca los ejemplos de patrones abusivos sobran, así como los ejemplos de reporteros maltratados. Apenas uno o dos medios libres pueden encontrarse en la capital del Estado de México, tan llenos de problemas porque sus economías son casi subterráneas.
Pero entonces, ¿qué realidad es la que están contando los medios? ¿Cuál es la realidad que los reporteros atestiguan y no se publica, o se hace a medias? ¿Qué piensan los reporteros acerca de su función social mientras, literalmente, se mueren de hambre?
Eso, o parte de eso es lo que la novela de Alberto Fuguet aborda. Es obvio que se trata de una novela vivencial más o menos llena de lugares comunes, que los reporteros de todas las épocas compartimos de alguna manera. Pero en ella viene una descripción acerca de lo que los reporteros de la nota roja o policiaca creían, en esos años 70, que era su función:
“… La mayoría de la gente quiere aparecer. Validarse.
“ -Pasar a la historia.
“Trascender.
“Exacto -sentencia Faúndez-. Mira, a los ricos, por ejemplo, les fascina la idea de ser famosos o tener poder. Por eso no hay artista o político que no pose para una foto. Mira la vida social, no más. Se pelean por aparecer porque saben que la gente, los mortales, los ratones perdedores, los vana a mirar con envidia. Es tal la inseguridad que tienen que necesitan confirmar que existen a través de un tercero: nosotros. La prensa, para servirles. Eso solo lo puede hacer una foto y, en menor grado, una nota. Abren el diario, ven su imagen en medio de la pompa y dicen “salí en el diario, existo”. Los menos histéricos, los que no dan entrevistas ni posan para las fotos, así y todo les gusta que su nombre aparezca en tinta en la lista de los empresarios más ricos o en un reportaje sobre, no sé, los más inteligentes.
[…]
“- Los pobres, en cambio, están cagados -sentencia Escalona-. No existen. Ahí entramos nosotros. La sección policial es la única parte donde los pobres aparecen con foto, nombre y apellido. Donde les damos tribuna y escuchamos sus problemas.
“- Nuestras páginas son como la vida social de los pobres, Pendejo. Se hacen famosos aunque sea por un día. Esta gallada recorta después los artículos y los enmarca. Aunque uno los haya tratado mal. Te puedo contar mil casos. Así funciona la cosa, pasando y pasando. No nos aprovechamos de nadie […] Lo que nosotros hacemos por ellos es legitimarlos. Les damos espacio.
“- Los tratamos como estrellas.
“ -Quién sino nosotros los pondría en la portada?”.
2
Así, la función de la nota roja en la prensa de los años 70 cumplía más o menos ese trabajo, que ahora, a cuarenta o cincuenta años de distancia, se parece mucho a lo que hace el extractivismo en América Latina. La nota roja de aquel tiempo era eso: obtener, robarse el dolor de una persona para ponerlo, tal cual, en crudo si se podía, en las páginas de un diario. Se trataba de eso y de nada más, porque no lo remediaba. Tampoco resolvía una parte mínima ni proponía.
Sólo extraía.
Hoy, que sigue sosteniéndose que la nota roja es la mejor muestra de la descomposición social, la extracción del dolor no ha variado mucho, aunque quizá se cuenten con elementos técnicos y tecnológicos que pudiera ayudar a aclarar algunos casos, o por lo menos a intentar hacerlo. Claro, no es función de la prensa hacerle a la policía, solamente que la policía, en una entidad como esta, parece que en lugar de investigar lo que le corresponde, está jugando al reportero. Y el reportero que trata de dar un paso más en esas notas que tiene que atestiguar, pone en riesgo su vida. Porque en México es la policía la primera que no quiere que los casos se esclarezcan.
Lo anterior apenas es un ejemplo de la realidad múltiple que le toca presenciar al reportero y apenas significa nada. Lo que sí, es que la realidad que nos toque, si somos reporteros, debe ser narrada para que atestigüe lo que significa nuestro tiempo. Debe ser narrada desde lo que el reportero reportea, no desde lo que el medio de comunicación necesita unilateralmente.
Para eso falta mucho, pero algunos ya comenzaron a hacerlo.