16 febrero, 2025

El mundo quimérico de Bram L. y sus habitantes en las sombras

El mundo quimérico de Bram L. y sus habitantes en las sombras

Ciudad de México; 12 de octubre de 2024

Miguel Alvarado/ texto e imágenes

Desde su balcón se observa una parte del sur de la Ciudad de México y la mancha que a ras de piso es la capital parece un lienzo desde la altura en la que vive. Este paisaje, potente y estrellado, se extiende como un lago que inunda todo en la sombra, que a veces es como el agua y otras se entenebra en la misma luz.

Lo mismo pasa en los muros de su departamento. Ahí cuelgan algunas de las pinturas e ilustraciones que ha realizado en los últimos años. Son las interpretaciones de un mundo inaccesible para todos, excepto para Bram L, su autor, que debe asomarse ahí para encontrar rostros, paisajes, objetos, la luz necesaria para trabajar. No hay un cuadro igual entre los más de quince que se encuentran exhibidos. Son tan distintos que a primera vista uno cree que pertenecen a varios artistas, aunque no es así. Pero en algo coinciden casi todas las obras: hay animales y rostros humanos pintados con la profundidad de quien ha estudiado la fuerza que una mirada proyecta. Eso quiere decir que los cuadros no fueron concebidos para responder. En cambio, todos interrogan y algunos incluso lo hacen a gritos.

Ahí, en la sala de su casa con la mole de concreto del estadio Azteca al fondo, como un espejo, el artista plástico Bram L. cerrará los ojos para escoger mejor sus palabras porque con ellas también pinta, aunque esto último él apenas lo sabe.

Recuerda sus inicios en talleres de pintura en San Carlos y también a algunos de sus profesores. Aquellos fueron espacios donde pudo aclarar sus primeras dudas pero también, como pasó en las clases de una de sus maestras, Claudia Pavlova, eran una arena de discusión y confrontamiento que le impidió por un año terminar una sola obra. “Me equivoco mucho”, dirá en algún momento, pero también agradece que casi todo lo referente a técnicas plásticas pueda encontrarse en internet. Ubica a su obra al margen de algún tipo de método y afirma, casi como una sentencia, que “esta es la era del aprendizaje autodidacta”. Al mismo tiempo reconoce que el proceso de apropiación de conocimiento y técnica ha sido construido casi enteramente por él mismo.

Duerme con un cuaderno de dibujo al lado porque ahí traza los primeros bocetos de los sueños que le interesa representar. A veces escribe sus impresiones para acercarse con mayores certezas al lienzo que lo espera.

– Fui muy feliz en San Carlos, pero después de la pandemia no pude volver porque por mucho tiempo cerraron. Ya habían regresado todas las demás escuelas y luego, cuando volvieron a abrir, me di cuenta que los cursos duraban la mitad y costaban el doble. Entonces lo dejé y tuve que seguir por mi cuenta– dice Bram, que comenzó a dibujar desde que pudo sostener un lápiz. Los animales, dice, fueron sus primeros referentes y así fue hasta que llegaron los sueños.

En esos sueños aparecía un grupo de personas que después fue creciendo en cantidad. Hoy, Bram puede hasta dar un número de habitantes de ese mundo onírico que lo ha acompañado desde muy pequeño.

-Ese mundo y sus personajes me empezaron a acercar al dibujo anatómico y a partir de esto llegó todo lo demás. Yo paso mucho tiempo soñando despierto, es decir, me desconecto. Puedo decir que estos cuadros de mi sala son “alucinaciones” que he tenido- dice, en tanto señala algunas de las pinturas donde aparecen los moradores de aquella quimera, que ha tratado de dibujar lo más cercanamente posible a los originales.

El mundo creado por Bram es más complejo de lo que parece. Como sea, le ha ayudado a fraguar historias completas acerca de un suceso o a construir paisajes de los que escoge algún fragmento para pintarlo después.

– Trato de significar lo que veo para encontrar lo que necesito, de ubicar a los personajes que están participando y que quieren ser vistos. Aquí en la CDMX vivo en un lugar muy pequeño y eso me impide tener lienzos muy grandes. Si los tuviera, podría capturar imágenes más amplias. Por eso, trato de poner en el lienzo lo que creo que es más cercano a lo que vi. ¡Y atención!, no soy esquizofrénico- dice, en tanto recorre de un vistazo sus obras, entre las que sobresalen perfiles de mujeres. Señala, que al igual que él, son andróginas. Por eso, parte del proceso de pintar implica respetar lo que son los personajes que va creando.

Voltea hacia un cuadro de profundos tonos rojos y de figuras humanas encaramadas en un trono. Al fondo, una bahía se va adentrando en la noche de aquel atardecer perpetuo y casi helado, a pesar de que ahí dominan los tonos del fuego.

-La obra que vemos está realizada con óleo metalizado y es también parte de una visión. Algunas de mis pinturas tienen su símil en la música. La figura central aquí es la representación del Rey David y el modelo ha sido mi hermano. Aquí está muy visible la sensación que tuve de personas reunidas para hacer una música que yo no puedo escuchar, hablando de cosas que no puedo oír. Cuando la gente habla en mis visiones, sus voces suenan como un eco y eso representa uno de mis más grandes dolores porque no puedo saber lo que dicen. Así que solamente puedo representar cómo sienten y se acomodan en la escena que ellos están proponiendo- dice Bram, como mirándose para adentro.  

El Rey David lleva una lira. A su lado está la estatua de un animal que por alguna razón fue pintada con las patas rotas. Una ciudad enclavada en un puerto se ve a lo lejos y Bram recuerda ahora que sus dos padres son músicos, y que el arte más sublime para él es la música, una actividad para la cual dice haber nacido sin talento, pero en cambio está seguro que la pintura lo escogió.

– El óleo es muy elegante, un poco lento, y mi técnica favorita es el óleo sobre hoja de oro. Me resulta complicado distinguir los fondos cuando veo las cosas que veo, que tendría el símil a una película con muy mala definición. A mí me cuesta ver la luz. Entonces la hoja de oro me defiende un poco de eso porque me es difícil ver a colores. Hay algo increíblemente sabio en las cosas que no podemos distinguir claramente- dice.

Percepciones aparte, si algo tiene su obra es la exuberancia en el color, es contrastada, con fondos oscuros que hacen resaltar las composiciones principales. Ahora Bram aclara el origen del nombre con el cual se identifica y dice que proviene de una historia sucedida el día que nació. En esos momentos, su padre, ingeniero de sonido y músico, se encontraba grabando los conciertos brandenburgos, de Johann Sebastian Bach, pero al terminar las horas de visita en el hospital también habían concluido. Él no conoció al bebé sino hasta que éste llegó a casa con su madre. Y por eso, sus compañeros de trabajo le decían, cuando lo veían: “¿Y cómo está el brandenburgo?”.

-De la L, que también utilizo, en su momento me pareció que tenía mucho sentido ponerla, pero no debió tenerlo tanto porque ya no recuerdo por qué lo hice- dice riéndose.

Aunque tiene algunos artistas preferidos, trata de no verlos demasiado para no influenciar su propia obra. Uno de ellos es el dibujante norteamericano Edward Gorey, nacido en Chicago en 1925, y que ha sido descrito como “un dandy tétrico”. Creó, como Bram lo hace ahora, un mundo propio en el que mezcló burlas e ironías.

-Puede decirse que es el antecesor de Tim Burton, el cineasta, pero tenía unos cuentos escritos y dibujados por él que resultaron inteligentes y graciosos. De verdad me hacen sonreír, aunque son crueles y oscuros. Tiene un trabajo que se llama “El abecedario de los niños siniestros”, y cada letra de ese abecedario describe cómo murió un niño. “A” es de Alicia, que se ahogó en un lago, por ejemplo, y así repasa todas las letras. Otra influencia mía proviene de un ilustrador argentino llamado Santiago Caruso, quien es muy tétrico. Es un ilustrador de terror. También me gustan las novelas gráficas europeas y los cómics japoneses que tienen un instinto más oscuro, como sucede con un cómic que me gusta muchísimo y que se llama “Blame!”,que describe un mundo tecnológico que no acaba o no encuentra fin.

Hilando así, recuerda una de las grandes películas de terror, The Changeling, que en español se llama El intermediario del diablo, estrenada en 1980 y a la cual lo introdujo su padre, porque como músico se habrá identificado con el personaje central de la cinta, también un artista que después de una tragedia familiar se muda a una casona donde han sucedido una serie de desgracias.

-En casi toda mi obra hay gente escondida- dice de pronto- y desde que tengo memoria veo gente dentro de las sombras. No exagero al decir esto, pero creo que son personas que existen para esa sombra y nada más. Me escuchan algunas veces y en todos lados están ellos.

Bram se piensa mucho a sí mismo y en parte por eso es que siente a veces que sus cuadros los ha pintado otra persona y hasta se ha sentido tentado a firmarlos con otro nombre. Respecto a la inteligencia artificial, tiene una opinión muy firme acerca de lo que está haciendo ese supuesto avance tecnológico.

-Nunca he utilizado la inteligencia artificial ni lo haré jamás, porque eso sería admitir que no estuve a la altura de mi trabajo. Estaría pidiéndole a alguien más que haga mi trabajo. Creo que es fácil de identificar cuando alguien usa inteligencia artificial pues hasta ahí se ve un estilo, un método, como puede tenerlo cualquier artista. Puede identificarse el programa con el que la obra se hizo porque usa la misma iluminación, el mismo acabado de texturas y comete errores que un artista verdadero no haría, como los dislates anatómicos- considera Bram, quien defiende el oficio de la pintura y la academia, y dice que la inteligencia artificial se ha vuelto, sobre todo, un problema para los artistas digitales.

La inteligencia artificial tiene un crédito que no se merece y Bram no se preocupa por lo que los programas puedan llegar a hacer. Igual que el bitcoin y los NTF’s, “el arte” de la inteligencia artificial está destinado a caer. La inteligencia artificial toma la información de lo que hay en internet y ofrece una representación. “No puede crear nada nuevo”, dice Bram.

La llegada a Italia

Una galería de arte en la ciudad de Salerno, Italia, trabaja con una parte de la obra de Bram. Se encarga de conseguir exposiciones para artistas jóvenes que se interesan por mercados y públicos fuera de tierras mexicanas.

– Hay un festival llamado «Camera con vista» en el que se exhiben cine y actividades culturales, y ahí van a aceptar obras mías. Saldrá caro porque hay que enviar el material, pero vale la pena tratar de sacar la obra del país. Los organizadores dijeron que si una obra se vendía, se quedarían con la mitad de las ganancias. Eso no me pareció nada bien y entonces les dije que mi obra valía 15 mil euros. Ellos, quién sabe cómo, dijeron que sí. Pero cuando pasan este tipo de cosas mejor me convenzo que doné la obra porque no hay manera de saber si va a venderse.

La primera exposición de Bram L. en Italia terminó en agosto de 2024 y la más reciente comenzó el 5 de octubre. Anteriormente, en el país expuso de manera individual en el Casino Español de la Ciudad de México, entre enero y febrero de 2019.

-De mi pintura espero que pueda sentirme orgulloso de ella. Hoy en día el arte que vende es el que puedo definir como arte político o el que lleva un discurso político. Hay muchos artistas que venden sus propias historias, como su vida en determinado régimen o las visiones políticas y sociales que enarbolan. Pero yo soy una persona muy aburrida y no tengo una gran historia para vender. Me lo he preguntado y aún no sé qué es lo que hace que alguien sea un gran artista, que le paguen por estar en los museos. Algunos hasta llegamos a pensar que en el mundo del arte está involucrado el lavado de dinero, pues no se entiende cómo es que se pagan millones de dólares o euros por obras que valen muy poco.

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