7 diciembre, 2024

Media luna y Persépolis

Media luna y Persépolis

Rodrigo Martínez/ Punto en línea

Ciudad de México; 24 de julio de 2022.

Media luna

Una pelea de gallos nocturna; un hombre que descansa en un agujero sepulcral; un pueblo de arena donde cientos de mujeres vestidas a la usanza iraní tocan panderos en las azoteas; una joven persa que tira de una cuerda para arrastrar un ataúd de madera sin barniz; un caballo exhausto en medio de un paisaje cubierto por nieve; un anciano que cumple su destino andando cuesta arriba en una colina nevada. Estas imágenes no constituyen un poema, sino secuencias de la película más reciente de Bahman Ghobadi (Baneh, 1969): Media luna, un road movie cargado de lirismo y belleza visual.

Tras la caída de Saddam Hussein, y luego de años de prohibiciones oficiales, un músico legendario llamado Mamo (Ismail Ghaffari) recibe una invitación para dar un concierto de música tradicional en un auditorio repleto. Sólo que el protagonista vive en Irán y la presentación es en el Kurdistán iraquí. Kako (Allah Morad Rashtiani), un fiel admirador del cantante, se encargará de manejar un autobús antiguo por la frontera para encontrar a los hijos de Mamo y completar el grupo que brindará el espectáculo. El viaje constituirá una odisea pues, además de lidiar con su salud y con las escaramuzas de la región, el artista se encontrará con su destino.

Media luna es una tragicomedia en sordina con el sello inconfundible del cine iraní de la segunda mitad del siglo XX. Desde el principio, el viaje de Mamo parece ser un tránsito hacia las tinieblas ya que el kurdo ignora tanto las advertencias de uno de sus hijos como las de su propia imaginación (antes de marchar creyó ver una mujer arrastrando un ataúd de madera).

Tras el aprendizaje que debió suponer la cercanía con Abbas Kiarostami, con quien trabajó como asistente en El viento nos llevará (1999), Ghobadi hizo un par de películas cuyos rasgos eran el relato de historias infantiles, con niños que no eran actores profesionales, y la combinación de realismo documental y ficción. El tono de aquellos relatos estaba dominado por la desesperanza.

Luego de Tiempo de caballos borrachos (2000) y Las tortugas pueden volar (2004), donde vimos infancias derruidas por la guerra, Media luna abandona los temas infantiles, el enfoque documental y el fatalismo. Ahora el relato se concentra en la odisea definitiva de un artista de gran sensibilidad. La narración tiende a la metáfora y al humor negro y, aunque también da cuenta de un contexto hostil, acusa un dejo esperanzador por el que la resolución se consuma como una trágica alegría.

Media luna conserva una relación clara con la llamada nueva ola del cine iraní, corriente a la que perteneció el director de El sabor de las cerezas (1997). La presencia del contexto político-social del Kurdistán, un tema que asocia el ciclo de vida con el arte; la mixtura entre realismo y metáfora, y las referencias constantes a la literatura persa son elementos suficientes para dar cuenta de que la concepción de este movimiento ronda la cinta de Ghobadi.

Antes y durante el viaje por el Kurdistán iraní (cuyo paisaje es expuesto con planos generales que recuerdan el estilo de Kiarostami), Mamo no sólo descubrirá la realidad de la era posterior a Saddam, sino que verá una serie de caracteres fatales. La odisea del músico se da en dos dimensiones: una primera que es exterior, y de la que también son testigos sus acompañantes, y una segunda, de carácter interior, en la que una serie de imágenes simbólicas trazan el destino del protagonista. Las balaceras en la frontera, los escolares estudiando al aire libre porque su escuela fue destruida, la prohibición de trasladar mujeres entre fronteras y la corrupción policíaca son hechos cotidianos. Todos ellos constituyen la verdad social; se trata del mundo exterior. En cambio, la semántica de la luna llena, la mujer que arrastra un ataúd y la presencia del número catorce, entre otros signos parecidos, indican un mundo interior, acaso mágico, que se descubre como una predestinación en forma de metáforas dispersas.

El origen de la tragedia es la voluntad de Mamo: hay un momento en el que repite para sí mismo, y en voz alta, que nadie le impedirá llegar al concierto ya sea vivo o muerto. La cita a Kierkegaard en el comienzo de la cinta cobra su sentido: “No hay ganancia o pérdida que sea más importante que la muerte”. Mamo luce más preocupado por los obstáculos del mundo exterior; las señales internas no le preocupan.

En Media luna se revela un cine fundado en las posibilidades semánticas del montaje y que da un peso determinante a la poesía. A pesar del interés por concretar este lirismo visual, Ghobadi no pierde el hilo de la trama y da un lugar adecuado a la expresión humana, terreno en el que el actor Ismail Ghaffari explota de manera excepcional cada plano en que da vida al drama de Mamo. En la película hay un balance entre la intención estética y el relato; hay equilibrio entre el tono trágico y el cómico; de allí que la tragedia no culmine con el fatalismo de Las tortugas pueden volar. Esta vez el episodio se resuelve en una tristeza apagada porque contiene una alegría espiritual, metafórica, constituida por el reencuentro irreal del protagonista con el arte que adoró toda su existencia.

Ghobadi pertenece a esa categoría de directores que logran personajes que, una vez que se conocen, jamás se olvidan: tal es el caso de Mamo y de su inseparable admirador, Kako; de Ayoub en Tiempo de caballos borrachos y de Satellite en Las tortugas pueden volar. El cuarto largometraje de este cineasta tiene indicios de grandeza: la profundidad del tema, el juego de dimensiones, la cuidadosa factura del encuadre, los contrastes semánticos, tonales y visuales, y la contundencia de los protagonistas son aspectos que pocas cintas logran reunir. Media luna merece recordarse como una memorable celebración de la pasión del artista.

Persépolis

En una buena etapa para el género de la animación, con cintas como Paprika (2006) y Ratatouille (2007), Marjane Satrapi (1969), con el apoyo del dibujante underground Vincent Parannoud (1970), presentó Persépolis (2007), una autobiografía en dibujos bidimensionales que se disfruta por la sobriedad visual, la agudeza de sus personajes y el abordaje del contexto histórico, pero que, a pesar de su interesante mezcla de conceptos visuales, tropieza hacia el desenlace con una desafortunada selección de secuencias.

A partir de una autobiografía en forma de novela gráfica, Satrapi construye un relato donde ella misma es testigo de la historia reciente de Irán. Varada en un aeropuerto francés, Marjane rememora su vida y nos introduce en un gran flashback. Es cuando viajamos del dibujo en color al dibujo monocromático, aspecto que caracterizará el resto de la cinta. Las remembranzas de la muchacha persa nos revelarán que de niña fue testigo de la caída del Sha Reza Pahlevi y del dolor por la pérdida injusta de un ser amado, que la guerra de Irán e Irak le llevó a descubrir la juventud en Viena y que el advenimiento del gobierno islámico la condujo al exilio en Francia.

El tema de Persépolis es la identidad. La protagonista descubrirá sus raíces y, ya en el exilio, se verá a sí misma en un contexto que no le pertenece. Más aún, sabrá que no tiene posibilidad de volver. Una muchacha persa que era seguidora de Bruce Lee y de la presunta contracultura occidental (el punk como estilo de vida y Iron Maiden como preferencia musical), pero que habitaba un país cuyas condiciones políticas eran contrarias a esta idiosincrasia, se da cuenta de que, más allá de que merece la libertad de elegir un estilo de vida, su cultura y su terruño son de un valor incalculable.

Persépolis plasma de manera notable el temperamento de la protagonista. De hecho, la cinta brilla gracias a la agudeza de los personajes, aspecto en el que sin duda influyeron las voces que les dieron vida: Danielle Darrieux (la abuela), Catherine Deneuve (la madre), Chiara Mastroianni (Marjane) y Simon Abkarian (el padre). El carácter de cada uno es tangible desde el principio. Vemos la combatividad y la astucia de Marjane como niña o como adolescente; la inteligencia sensible del padre; el coraje tierno de la madre; la fascinante imaginación del tío, pero, sobre todo, la sabiduría, el feminismo racional y la fortaleza de corazón de la abuela, quien resulta la mejor de todo el reparto.

Paralelamente al desarrollo de los personajes está el manejo de la historia social. Satrapi aplica un método semejante al de obras literarias del tipo de Rojo y negro, pero llevado al cine. Sin lograr la maestría de aquella novela, Persépolis imbrica con eficiencia el devenir de las vidas de Marjane e Irán como Sthendal lo hizo con la vida de Julián Sorel y Francia. Mujer y país son uno solo: Irán le da identidad a la muchacha, pero ella es la semilla del futuro de la antigua Persia.

Uno de los elementos que la crítica ha celebrado es el influjo del Expresionismo alemán en Persépolis. Calificar como mérito esta influencia resulta limitado pues ésta se da como alusiones directas (Marjane ve el cadáver de su vecina tras un bombardeo: su reacción es una cita de El grito de Edvard Munch). No hay duda de que la estética visual de esta película es de alta factura, pero ésta no sólo retoma la visión expresionista, sino que introduce otros conceptos visuales: manierismo en la movilidad de los personajes, minimalismo en las formas y los ritmos, y dibujos con el estilo de las caricaturas occidentales. Sus bases gráficas van del cine de Murnau a las caricaturas de Mafalda y Charlie Brown, y confirman que la animación bidimensional es aún superior a la de carácter tridimensional que, en nuestros días, es la fórmula de las grandes producciones de este género.

Es una lástima que Persépolis no pueda clasificarse como una película de primera categoría. Su propuesta visual, que debió venir de la mano de Vincent Parannoud, es vasta, pero el montaje de algunas secuencias hacia el final del relato no posee esta virtud. Hay un momento en que la protagonista está padeciendo un desamor. Una vez que termina el duelo, Marjane se transforma. Este incidente tiene un impacto brutal sobre el tono de la narración. Satrapi coloca una serie de viñetas con una comicidad muy elemental, incluso vulgar, que musicaliza con el tono de “Eye of the tiger”. El fin es satirizar la recuperación de su ánimo luego del sufrimiento por sus amores (ingenuos y cotidianos), pero sólo consigue romper con la magia que había logrado con el diseño visual y los personajes.

Persépolis es una reflexión sincera que es apropiada para nuestro tiempo. Si bien se trata de la exposición crítica y lúdica de una autobiografía, también constituye una visión sobre la importancia de la identidad y, especialmente, sobre el respeto a la diversidad cultural. Su trasfondo radica en un ideal humanista que debe celebrarse porque dio las bases para una historia sensible y grata llevada al cine animado.

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Rodrigo Martínez (México, 1982) es comunicólogo por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha publicado en las revistas Punto de partida, El Universo del Búho, Viento en vela, La revista, Periódico de poesía (versión digital), así como en el suplemento Confabulario y el diario El Financiero. En 2004 obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Universitario Agustín Yáñez organizado por la revista Tierra adentro y el Conaculta. Fue ganador del premio de cuento del XXXV Concurso de Punto de partida. Un año después recibió el premio de crónica del mismo certamen (rodrigomtz@servidor.unam.mx).

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Media luna. Director: Bahman Ghobadi. Austria, Francia, Irán, Irak; 2006 Reparto: Ismail Ghaffari; Allah Morad Rashtiani; Farzin Sabooni; Hedieh Tehrani; Golshifteh Farahani.

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Persépolis. Director: Marjane Satrapi y Vincent Parannoud. Francia, Estados Unidos; 2007. Voces: Chiara Mastoianni, Danielle Darrieux; Catherine Deneuve; Simon Abkarian.

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