Miguel Alvarado
Toluca, México; 12 de noviembre de 2019. Hoy, a las 10:34 de este martes un helicóptero militar sobrevolaba la colonia Aviación de San Pablo Autopan. Lo hizo tan bajo que espantó a quienes estaban abajo, que voltearon a verlo como si pudieran entender las razones del sobrevuelo en una región semirrural que lo único que tiene como fuente de riqueza es la tierra y la extracción de combustible. A las 7:53 del mismo día una joven era encontrada muerta, tirada sobre un camino de terracería, sobre las calles apenas trazadas, entre los campos erizados por las señales de Pemex. “Aquí no, aquí no, aquí no te acerques”, dicen quienes saben leer más allá de la advertencia de peligro que significan los postes amarillos, cuyo mensaje es ignorado siempre, aunque el dibujo de una calavera cruce cada una de las señales. No importa, porque dicen quienes se dedican al huachicol en Autopan, que si uno no vive de eso, entonces ya se sabe de qué se van a morir.
Ahí, cerca de esta zona, el sobrevuelo tardío del helicóptero asustó a muchos pero no resolvió nada, si es que la muerte de Miriam Jazmín Reyes Martínez, de 22 años de edad y reportada como desaparecida por su familia apenas ayer, puede esclarecerse de esa manera. Supieron de quién se trataba cuando los policías hallaron entre sus ropas una credencial de la tienda Coppel -otro signo de la pobreza que nos atraviesa- y allí estaba su nombre inscrito.
No son dos, ni tres, ni cuatro. Tampoco son cinco o seis, y el conteo de ejecutados, hombres, mujeres y niños en el Estado de México sólo sirvió para despejar las dudas: la administración del gobernador Alfredo del Mazo ha sido rebasada desde hace mucho y lo único que pude hacer es contar los cadáveres que van apareciendo, siguiendo un patrón aparentemente azaroso, y que también aparentemente, no obedece a ninguna razón.
Pero razones que han generado esos asesinatos, las hay, y son demasiadas. Se encuentran en las estadísticas que ubican al Edoméx como una de las entidades más pobres, más desiguales y con mayor impunidad. Es decir, corrupta hasta sus cimientos.
Esa degradación muestra sus efectos desde hace mucho y estos pueden identificarse cuando la violencia no se detiene y quien agrede busca que su víctima muera porque puede matarla y porque existe una gran posibilidad de que salga impune.
México es un país feminicida y apenas la semana pasada entregó dos casos que dan voz, pero esta era una voz de muerte que terminó silenciando todo: el primero sucedió en Coyoacán, en el parque de la Alameda sur, en la capital de México, cuando una mujer caminaba por el parque con su ex esposo. Se habían quedado de ver para hablar asuntos relacionados con la hija de ambos, pero algo sucedió en el transcurso que discutieron y él, para solucionar lo que haya sido que los confrontó, le disparó a bocajarro. Después, viéndola tirada y moribunda, se dio un tiro en la cabeza, suicidándose. Ella tenía 52 años y él 60. Ella era una destacada abogada y tenía éxito en el medio en el que se desenvolvía. De él se sabe poco o nada. Se habían divorciado por lo menos cinco años atrás pero el final de esa relación lo dictó una bala.
El otro caso, el de la investigadora Raquel Padilla, de 53 años, es lo mismo y sucedió en la comunidad de El Sauz, en Sonora. Ella había terminado una relación sentimental con quien era su pareja, Juan Armando Rodríguez Castro, a quien había conocido cinco años antes, aunque después habían reanudado su relación. A él lo detuvieron en flagrancia, cuando la acuchillaba y los hijos de ella lo vieron. El homicida había escrito, con la sangre de ella en el suelo, la palabra “perdóname” y había tachado otras tantas con la misma sustancia. Las investigaciones en torno al caso señalan que el asesino planeaba suicidarse después de llamar, el mismo a la policía, pero no pudo hacerlo. Raquel una investigadora renombrada, defensora de los yaquis con un doctorado por la Universidad de Hamburgo y libros publicados sobre antropología y por todo eso recibió 45 puñaladas. La declaración de la hija de la fallecida asentó que el hombre la obliga a caminar detrás de él, que era machista, alcohólico, peleonero y celoso. “Quiero que se haga justicia. Soy responsable”, dijo el asesino al inicio de su juicio.
Una bala, un cuchillo, pusieron fin a todo.
En Toluca la historia es la misma. Jazmín Reyes, levantada por alguien en el barrio de Jesús de San Pablo Autopan, fue golpeada y luego asesinada. Tirada, convertido su cuerpo en el mensaje que no quiere leerse o cuya lectura se desdibuja porque eso, el cuerpo masacrado de una mujer aparece todos los días.
Ese mismo día, casi al mismo tiempo, a las siete de la mañana, pero en otro punto del municipio de la capital del Estado de México, fueron hallados los cuerpos de un hombre y una mujer, descabezados, evidentemente ejecutados, sobre la calle de Río Lerma y Avenida Deportiva, en la colonia Cerrillo Vista Hermosa. “Sin mayores datos, se avanza”, decía el reporte inicial del agente policiaco encargado de acudir al lugar. En el lugar, otra vez el mensaje de la muerte: el cuerpo de un hombre parcialmente metido en bolsas negras de plástico, y como única identificación el pantalón gris inundando del lago hemático. El muñón de un brazo sobresalía como un amasijo, a la orilla de la banqueta. Y sobre esta, cerca de una tienda de conveniencia, dos bolsas negras más, anudadas como una bola, que contenía las cabezas desprendidas. Los cuerpos, dejados a la vista de todos en una calle llena de comercios, dejaron entonces la impronta de la muerte y el mensaje que dos descabezados pueden significar: primero, se hace porque se puede y después porque no habrá castigo. “Esto les pasa”, pues.
Para entonces, el conteo de muertos en Toluca era de cinco en menos de 24 horas, porque ayer, 11 de noviembre, en San Buenaventura, otro ejecutado apareció y con él una cartulina que adjudicaba la ejecución a la Familia Michoacana. Un hombre de unos 35 años, tirado bocabajo, atado de manos y con los ojos vendados, que aunque forme parte del mensaje no leerán la cartulina que dice “Esto les va a pasar a todos los violadores, ratas y secuestradores sigues tu sixto by zorro y los que siguen en la lista ATRE FM”. Esa cartulina, que refuerza el impacto de lo muerto por violencia, era en realidad la segunda y esta escena de crimen era también la segunda, pues antes hubo otro ejecutado, aunque en el municipio de Tonatico, cuyo homicidio se atribuyó, también, a la Familia Michoacana.
Según el Mapa de Delincuencia en México, Toluca registra, desde noviembre de 2018 hasta abril de 2019, 43 homicidios y una tasa anualizada 8.9, mientras que Metepec tiene 6 homicidios y una tasa de 4.9; San Mateo Atenco, 5 homicidios y una tasa 11.8; Zinacantepec, 15 y una tasa de 14.3 hasta mediados de este año. Para el 21 de febrero, el Estado de México estaba clasificado como el más violento del país, pues tenía en su haber 236 homicidios dolosos, que también es la cifra más elevada en la historia de la entidad. Según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, el Edoméx acapara el 10 por ciento de todos los feminicidios a nivel nacional.
La violencia es extrema y se ha normalizado, justificándose todos los días desde la estructura familiar y las instancias de gobierno, así como desde las organizaciones religiosas. No sólo se trata del uso de la fuerza física para hacer daño y matar, sino también del impacto psicológico que esta tiene en los sobrevivientes y en quienes la observan. La violencia resulta aleccionadora y ese es el objetivo de la mayoría de las agresiones, las cuales, cuando inician, pasan desapercibidas porque generalmente el entorno del hogar las permite.
Hasta aquí, en dos días, el recuento de cuerpos en Toluca y Tonatico es de cinco, pero no fueron los únicos. El Estado de México aportó sus propios números y la lista de delitos creció, como una cascada. El 23 de agosto Carla Fátima Meneses Padilla, de 14 años, desapareció en Valle de Chalco, municipio donde recientemente fue asesinado su alcalde, Francisco Tenorio Contreras. De ella aún no se sabe nada. El 10 de noviembre una niña de tres años fue hallada muerta en las calles de Chalco, a donde fue arrojado. Andrea Michell Hernández del Villar, de 14 años, desapareció en San Miguel Tocuila, en el municipio de Texcoco, el 7 de octubre. El 18 de julio de 2019 Brenda Cruz García abordó un taxi en Amanalco, con rumbo a Toluca, y no se supo más de ella. Esa lista es apenas un esbozo, porque durante el primer semestre del año a la capital del Estado de México se le contabilizaron más casos (https://viceversa.labcam.mx/2019/06/13/toluca-el-rastro-de-la-muerte/), la mayoría de los cuales no encontraron solución.
La semana pasada, por ejemplo, sobre la carretera hacia San Pedro la Hortaliza, en el municipio de Almoloya de Juárez, se encontró un vehículo Tsuru III gris, con placas del estado de Guerrero, y en cuya cajuela había un hombre ejecutado, amordazado de manos, con una máscara de payaso. Mención aparte merece el Monstruo de Toluca, Óscar García Guzmán, quien está relacionado con el asesinato de al menos tres mujeres, cuyos cuerpos guardó en la casa que habitaba, en la colonia Villas Santín.