Fernanda García
Toluca, México; 27 de abril de 2020.
De pequeña iba a la zona norte de Toluca porque ahí estaban los talleres en los que se imprimía el periódico que era de mi abuelo, en el que mi familia, casi toda, trabajaba. Recuerdo entonces que había mucha más milpa y caminos de terracería, no como ahora, que la mancha urbana está haciendo eso, manchándola. Desde entonces, recuerdo, se decía que era peligroso salir a jugar en las calles.
En esa época, el riesgo era la violencia de género, que agarraran a unas niñas jugando en la milpa y abusaran de ellas. Quizás había otro tipo de delitos, pero esa fue la advertencia que se quedó grabada en mi cabeza antes de los 10 años.
Ahora, casi siempre que voy a la zona norte es por un homicidio. Por las calles de San Cristóbal Huichochitlán, San Pablo Autopan o San Andrés Cuexcontitlán los cuerpos de hombres -en su mayoría- y mujeres asesinadas, son la noticia. No recuerdo que fuese así cuando era una zona dorada, no hablo de otra cosa sino de su color. La región otomí siempre me ha parecido que se presenta en tonalidades sepia.
“Ya mataron a otro, a otros dos”, “ayer fue por allá”, “otra chava, hay muchas que siguen desaparecidas”, son las frases que escucho normalmente cuando los curiosos se acercan a ver si al que mataron lo pueden identificar antes de que lo tapen con una sábana.
Debería llevar un conteo de los cuerpos que nos reportan en Toluca Norte, pero la realidad es que incluso cubriendo la nota roja, no nos enteramos de todo. Así lo platicaba con mi compañero de vida: en las calles de estas delegaciones el olvido y lo fuera de la ley se respiran.
Y no, no me refiero a que los pobladores de ese lugar, que captura perfecto la esencia de la corrupción, sean los culpables, no. Ellos son los afectados, las víctimas de una zona que carece de vigilancia, en donde incluso ha podido florecer el huachicoleo. Son las víctimas del despojo y de la ingratitud de los políticos por quienes votan.
Esta semana, el alcalde Raymundo Martínez Carbajal fue a entregar patrullas a las delegaciones que colindan con Temoaya, con Xonacatlán, como si con entregar patrullas se resolviera la letalidad del norte. También esta semana dos hombres fueron asesinados y abandonados ahí.
Pero, ¿qué tiene de atractiva esta región? ¿Será acaso la falta de vigilancia? ¿La pobre iluminación de las calles? ¿La nula infraestructura en la mayoría de su superficie? ¿Los ductos de Pemex que corren por debajo de milpas y posiblemente hasta casas? ¿Su fácil acceso a la carretera que conecta con Michoacán? ¿Una mezcla de todo?
En ese pedazo de tierra de más de 50 mil habitantes suceden muchos crímenes, la mayoría en contra de las mujeres, ¿también es acaso un factor? ¿Vecinos acostumbrados a mirar para otro lado cuando la violencia estalla?
Entonces vuelvo a mis recueros de esa imagen sepia llena de maizales e inundaciones en épocas de lluvia, la peste de sus cuerpos de agua llenos de basura, la gente caminando por calles de terracería –en el mejor de los casos– o bien, en su siempre fiel bicicleta. No, ahí la gente no es mala, es trabajadora. El problema es la contaminación que han traído los que llegan de otros puntos del municipio e incluso de otras ciudades y estados, quienes al amparo del desentendimiento del gobierno por las zonas indígenas, han establecido sus pequeños feudos en calles sin arbotantes y mucho menos cámaras de vigilancia.
Habrá que ver si con el relanzamiento de las patrullas -que no son nuevas-, si con la estrategia Pie a Tierra, si con las campañas contra la violencia de género y el abuso del alcohol y/o las drogas, las tonalidades sepia cambian a colores brillantes. ¿No? ¿Podrá el nuevo gobierno municipal con la tarea? ¿Es cuestión de tiempo? Esperemos que sí.
¡Hasta la próxima!