Miguel Alvarado
Toluca, México; 4 de noviembre de 2019. México esta así: en enero y febrero de 2019 había 5 mil 803 asesinados en el país, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP). De esos homicidios, 154 eran feminicidios. Para el primer semestre, las cifras eran de espanto: 102 asesinatos a diario y 17 mil 608 homicidios, el periodo más violento de la historia en el país.
Esta es una sociedad enferma y cada asesinato lo demuestra. La profundidad de la violencia impide ya comprender las razones por las que sucede, aunque desde hace mucho se comprende su origen: se mata porque se puede y enseguida porque no hay consecuencias o casi nunca las hay.
La impunidad, pues, la cual ilustra a la perfección el caso de Ovidio, el capo de Culiacán al que soltaron “para no ocasionar una venganza sangrienta”.
Una asesino serial es aquel “hombre o mujer que comete, en un espacio de tiempo, tres o más asesinatos separados por un tiempo de emoción insensible, que puede o no ser de naturaleza sexual”, (López, P. 2008, “Investigación criminal y criminalística en el sistema penal acusatorio”. Pero esa categoría no incluye, por ejemplo, a asesinos de masas como el general del ejército mexicano y Mario Arturo Acosta Chaparro, uno de los directores y fundadores de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), que participó de manera activa en el periodo conocido como Guerra Sucia (1968-1980) en México. Fue acusado de matar, él solo, a cerca de 200 guerrilleros o personas relacionadas con la guerrilla de Guerrero, sobre todo, a sangre fría, ejecutándolos con una pistola. También fue parte de la autoridad que ordenaba los “vuelos de la muerte” que partían desde Pie de la Cuesta en Acapulco y que en alta mar tiraban los cuerpos de los insurrectos, entre los cuales iban muchos vivos, aún. El mar, los ríos, los lagos, los estanques son las fosas más impenetrables que pueden escoger los asesinos para sus víctimas.
Hay hasta una clasificación para los asesinos seriales, que en la psiquiatría son identificados como AS. Esa clasificación, del médico psiquiatra Alfredo Sosa Velásquez, es la siguiente:
Organizados y desorganizados.
Localizados o itinerantes.
Visionarios-misionarios-hedonistas.
Psicópata sádico sexual.
Asesino por diversión.
Crimen organizado.
Envenenadores que cuidan personas. Como se ve, ninguna clasificación toca los intereses del Estado, es más, invisibiliza escuadrones de la muerte, paramilitares al servicio de megaproyectos, agentes, infiltrados y autores intelectuales.
Por eso, comparados con Acosta Chaparrro, los asesinos parecen aprendices, excepto por la violencia que ejercen, y de la cual Toluca no se salva. Aquí, casi todos los días aparece una alerta del programa Odisea, la cual anuncia que alguien ha desaparecido. Son muy pocos los que son encontrados, y casi siempre, cuando se logra, aparecen sin vida. Hace una semana se descubrió que en Toluca operaba un asesino serial porque una chica, Jessica Guadalupe Jaramillo Orihuela, de 23 años, había desaparecido y su padre, en la búsqueda que él mismo impulsó, exigió a la Fiscalía. Entonces encontraron el cuerpo de Jessica, pero también los de otras dos jóvenes.
Dicen que el asesino se llama Óscar y que es estudiante de Psicología, así como también que lo vieron salir de su casa, con una maleta en la mano.
El anecdotario de la muerte también recuerda que el acceso a la justicia en México es un privilegio de los ricos y de quienes consiguen algún tipo de recurso para hacer funcionar el mecanismo judicial. Así era antes de la Cuarta T y sigue siendo ahora, con la Cuarta T al mando. En Toluca, eso fue representado por Juan José Mena Alarcón, quien en 2003 asesinó a su pareja y después la tiró en un descampado, como si se tratara de una bolsa de basura. Los Mena en Toluca son una familia poderosa, con negocios boyantes y ramificaciones políticas importantes. Y José Juan, aquel asesino, encontró que podía escapar y lo hizo. Nadie lo ha vuelto a ver desde entonces, aunque las autoridades saben dónde está.
Que se mate porque se pueda significa la descomposición de la sociedad, que en términos generales cierra los ojos, se voltea para no mirar, los resultados de la impunidad. Las notas rojas de los periódicos muestran esa realidad pero no la explican porque les faltan elementos, las historias de cada caso. Todo eso se queda en la superficie y al mismo tiempo genera otras actitudes: ver sin enterarse, sin reflexionar. O no ver porque de esa manera se hace como que el fenómeno no existe. La aparición de Óscar en Toluca no es una casualidad. Los crímenes sucedieron aquí porque había las condiciones que se precisaban para cometerlos. Como en toda historia, hubo un inicio, un desarrollo y una fuga, después de que por fin se llamara la atención. Esté donde esté, Óscar volverá a matar, porque ya sabe que no le pasa nada, porque ya sabe que pude hacerlo, que es posible salir impune.