Miguel Alvarado: texto e imágenes. Brenda Cano: diseño.
Aguatordillo, Guerrero; 24 de mayo de 2022.
Es un caserío que se levantó en el filo más alto de la montaña, en la estrecha planicie que hasta arriba se ha formado. Aquí no hay agua aunque un río inmenso pasa muy cerca. A veces no hay luz, y nunca hay tiendas o transporte para bajar. Tampoco hay iglesias ni dinero porque no hay nada para comprar. No hay clínicas ni dispensarios médicos y tampoco hay doctores, aunque hay una escuela primaria en donde el aprendizaje intenta ser bilingüe. Todos consumen Pepsi, que es el único producto en su tipo que se puede conseguir y por eso las enfermedades relacionadas con el azúcar han aumentado sin que nadie sepa bien a bien por qué, pues nadie lo puede explicar debidamente.
En 2015, y en otros años anteriores, la fundación Unidos por la Montaña enviaba por lo menos una vez al año a un pequeño grupo de médicos y enfermeras a los pueblos de la montaña de Guerrero. Eran recibidos con júbilo y ansiedad porque eran los únicos que iban. Había que formarse a tiempo porque los pobladores, que no hablan español sino tzeltal, ya sabían que las medicinas se acababan y al final lo único que habría sería paracetamol o un diagnóstico, una recomendación que no podía cumplir debido a las condiciones de aislamiento y pobreza extrema, comparables sin ningún problema a regiones de países africanos como Burundi o Malawi.
Aquí, sin embargo, hay todo. Hay bosques y una enorme cantidad de agua. La tierra es fértil y nunca deja de dar, incluso sola, alimento que aprovechan los habitantes. Pero también hay exploradores de las mineras canadienses, que van por barrancos y montes tomando muestras y haciendo anotaciones porque esta es una tierra de gran riqueza que en una esquina tiene a sus pobladores y en la otra al narco, a los soldados y a algunos grupos de comunitarios armados, dispuestos en un ring de la muerte en el que siempre pierden quienes viven ahí y quienes intentan ayudarlos.
Poco o nada ha cambiado desde hace siete años, pero si algo sí, son los niveles de violencia, que se incrementan porque el narco tiene vía libre, los soldados no intervienen pero sí informan acerca de los movimientos de las comunidades y de los comunitarios armados de otras poblaciones no se sabe para dónde tiran. El pueblo de Aguatordillo y el resto de las comunidades que han ido estableciéndose a la vera de las brechas, como Llano de la Parota, El Aguacate, Xochitepec y Ahuaxoco, entre otros, están formados por grupos nómadas que vivieron de aquí para allá desplazados por años por la violencia soterrada de la montaña, generada por hombres armados, aunque hoy la brecha principal está monitoreada por pobladores que portan radios, sólo así, porque las señales de internet no entran a los celulares y apenas, en ese 2015, instalaban en la escuela una computadora desde la cual se podía acceder a Google.
Para subir acá es necesario recorrer cuatro horas y media de brechas y veredas en camioneta, que se van comiendo el precipicio por donde pasa el río Temiaco o Tlacoapa, cuyas aguas bajan contaminadas en parte porque los ingenieros militares conectaron los desagües de los pueblos directamente a esa corriente, a pesar de las advertencias. Pronto, muchos enfermaron y también dejaron de usar los baños que el ejército, en su torpeza inaudita, colocó. Alguien propuso la construcción de letrinas profundas o secas porque eso es lo que le conviene en este momento a una comunidad así.
El río, cuando embravece, tira puentes y se lleva las casas enteras, los sembradíos completos. También se lleva las amapolas y el esfuerzo de quienes son obligados para trabajar con los narcos y entonces hay que empezar desde la nada que es esta exuberancia que se abate sobre las faldas de los montes.
Esta era una región de guerrilla, amapola y soldadesca. Soldados y civiles se apostan en la carretera y revisan los cargamentos que llevan camiones y camionetas y por eso han detenido a los dos vehículos en los que van dos médicos y tres enfermeras.
– ¡Esto que’s, esto que’s, esto que’s!- les gritan los soldados mientras descubren las lonas y ven las cajas con medicinas y alimentos que van para arriba, a las comunidades de Aguatordillo y Llano de la Parota. Después de un rato los dejan pasar, a medio camino entre Chilpancingo y Ayutla. Los habitantes son desplazados por la violencia y provienen de todos lados, de todos los tiempos que la violencia ha reunido en un solo sitio, en una sola hora. Aquí cerca, por ejemplo, está El Charco, donde el 7 de junio de 1988 los soldados masacraron a guerrilleros y pobladores. Ahí comenzaron a quebrarse las guerrillas, el Ejército Popular Revolucionario y el Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente, con ayuda de infiltrados que engañaron y pusieron a los guerrilleros al alcance de los guachos, como les dicen a los militares, y de los policías federales, que capturaron a los líderes primero en la Ciudad de México y después en Aguascalientes. Eran Jacobo Silva Nogales y Gloria Arenas Agis, quienes fueron procesados por rebelión, junto con algunos otros de sus compañeros y enviados al laberinto carcelario del Estado de México, donde se perdieron por casi 9 años, lo suficiente para que las guerrillas desaparecieran o se transformaran.
A los médicos nadie les ha pagado nada para ir. Ellos van porque pagan de su dinero este viaje que, en una de esas, puede costarles la vida.
II
Los habitantes del pueblo de Aguatordillo ya están formados afuera de la casa que servirá como clínica por unas horas, una vivienda levantada con ladrillos de barro y techumbre de teja, sin puertas ni ventanas, que tiene dos camas y una mesa. El piso es de tierra, que en este lugar es roja, amarilla y naranja y por eso las casas se ven a lo lejos resplandecientes bajo el sol, porque la tierra brilla.
Para ser tan pocos habitantes, unos mil, a lo mucho, hay muchos minusválidos, porque al caminar por la noche, algunos ebrios y otros desorientados, han caído por los precipicios y barrancos, de donde los rescataron con cuerdas para meterlos en las sillas de ruedas que ahora los llevan por los empedrados. Aquí en la montaña levantan, desaparecen, asesinan. No sólo a los médicos, sino a los que viven en la región.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, dice que conoce todo México, casi todos sus municipios. Si en realidad fue, entonces sucedió como pasaba durante sus giras casi anónimas por el sur del Estado de México, a donde llegaba a pueblos como Luvianos o Tejupilco, daba un discurso en plaza central, se refrescaba y se regresaba por donde había venido, en caravanas cuidadas por soldados que muy discretamente lo iban siguiendo.
La montaña de Guerrero de pronto ha sido noticia para el gobierno federal, después de décadas de abandono. Pero lo es no porque la presidencia haya decidido combatir de una vez al narco y cerrar las mineras de la región, sino porque ha anunciado la contratación de al menos 500 médicos cubanos a los que enviará a Guerrero para que ocupen las plazas que ningún mexicano quiere. AMLO, que conoce todo el país, no ha subido entonces a la montaña ni se ha quedado ahí por lo menos a ver cómo se vive. El único problema que hay allá arriba es que levantan, desaparecen y asesinan, médicos y profesores incluidos, porque de manera natural son ellos los que organizan a la población, los que la instruyen cuando son vulneradas por el gobierno, atacadas por el narco y las fuerzas armadas. Y eso es lo que infantilmente pasa por alto el gobierno de Obrador. Si no hay seguridad garantizada, cualquier programa con rusos, chinos, cubanos o mexicanos, fracasará. No se trata solamente de dinero, plazas o sindicatos, sino de no morir en esas regiones, y en muchas otras con características de criminalidad similares.
La decisión de contratar cubanos generó todo tipo de reacciones, algunas rayanas en la más profunda ignorancia, pero lo único que se ha sucedido es que la realidad de la montaña se ha colocad a un lado nuevamente, se ha pintado de nada, se ha llenado del poder de las palabras sin sentido. El 24 de mayo, la presidencia de México anunció, como respuesta a quienes dicen que a los mexicanos no se les da oportunidad, la apertura de plazas para 13 mil 765 médicos especialistas en todo el país. Se trata, de acuerdo a Zoé Robledo, director general del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), sobre todo de plazas para localidades remotas.
Hasta arriba, la montaña parece moverse al paso de las nubes por sus barrancos.
III
Se ha pasado todo el día recogiendo hierbas y hojas, ramas y cosas que encuentra ahí en la tierra. Ha mirado el cielo y sabe que no lloverá de la misma forma que sabe para qué sirve cada una de las plantas y cosas que ha recolectado, y que lleva a su casa con ayuda de una niña. Su cuerpo delgado tiene la fuerza de una yerba contra el viento y en su cara surcada se acumula la fuerza del conocimiento que posee, que la hace callar casi todo el tiempo. Ella se encarga de curar a los vecinos como la mejor doctora que pudieran tener. En sus manos las hojas enormes de plátanos parecen sábanas despuestas para cubrirse del ocasional frío que en esta temporada llega a hacer acá. Ahora la mujer se prepara para ver a una niña que se le capido a la madre mientras trabajana en las siembras, y que se ha pegado en la espalda. Ese golpe la ha dejado sin el movimiento de las piernas.
Los médicos, que ya conocían el caso pero no a la niña ni a la curandera, van a verlas. Ya han opinado que la niña no serpia capaz de mover ni un centímetro esas piernas inútiles porque la lesión es grave, aunque curable en los hospitales de especialidad de la Ciudad de México. No es posible trasladarla, porque aunque haya médicos, se necesita de una ambulancia o un helicóptero para que la niña, de unos cinco años, haga ese viaje. La presencia de los médicos no ha resuelto nada en Llano de la Parota ni en Aguatordillo, pero sí ha dejado lecciones a los médicos y enfermeras que se dan cuenta de lo que ocurre en la montaña nada más haber llegado.
La curandera no habla español, pero el maestro de la primera del pueblo, un normalista que estudió en una escuela que no es Ayotzinapa, se encarga de traducir. También se encarga de la computadora y tiene la esperanza de que con eso sus alumnos comiencen a ver y entender el mundo que hay abajo, aunque éste pareciera el más idóneo para vivir, incluso con la amenaza del narco y los soldados.
La curandera ha dicho lo siguiente: “todos los enfermos deben sudar pronto la calor que tiene en sus cuerpos y que se ha producido por la enfermedad. Por eso los envuelvo bien en las hojas de plátano que tenemos por aquí y los ponemos en un cuarto que no esté frío. Así le hacemos muchas veces hasta que el enfermo esté mejor. Les unto manteca en la panza también, porque eso absorbe los dolores y los malos humores. Y eso hago siempre”.
Entonces los médicos piden ver a la niña, que se encuentra en la habitación de una casa ahí mismo. Desde el accidente, vive casi siempre en la cama, porque su mamá debe ir a trabajar en el campo. La niña siempre está rodeada de sus hermanas, que la mueven y le hacen cosquillas. Su risa es tan brillante como el barro con el que alguien levantó ese hogar, que no tiene puertas porque no hay secretos para ocultar.
Los médicos se acercan y la niña se ríe al verlos. Lo primero que hace es mover las piernas lisiadas, medio moverlas, porque ese movimiento apenas alcanza para mirarlo.
– ¡Mira! ¡Las mueve!- dicen todos al mismo tiempo, mientras voltean a ver a la curandera, que se les queda viendo sin entenderlos bien, porque ya les dijo que la está curando con la hoja de los plátanos.
Lo que sigue es para los doctores un silencio azorado, lleno de asombro, que de todas formas, al final, no cambia el diagnóstico. Hay que operarla, hay que llevarla a la Ciudad de México lo más rápido que se pueda, porque la lesión se agravará y entonces sí quedará lisiada.
Pero nadie la puede llevar. Y aunque se pudiera, sus familiares no pueden ir con ella porque no tienen un solo peso para pensar en algo así.
Afuera, la curandera prepara las hojas de plátano otra vez. Las cuece, las hierve, las extiende una y otra vez. La cuece, las hierve, las extiende mientras se despide de mano de todos los doctores, que no pudieron hacer nada por la nieta querida.
IV
Todo el día han revisado a los niños, a las embarazadas y a los ancianos. Una de las enfermeras se dio cuenta de inmediato que el primero problema es la comunicación, porque los pacientes de Aguatordillo y Llano de la Parota no hablan español, y el maestro no puede estar ahí, traduciéndoles todo. Por eso, con ayuda de alguien, ha hecho una lista con las frases más elementales:
Buenos días se dice Aguazá.
Heces se dice mbáa.
Dolor de estómago se dice Naku excuigu.
“¿Cómo se llama?” se dice di embiyaa.
“Qué edad tiene” se pronuncia guata siguaa.
De otra manera, no será posible hacer gran cosa, fuera de las exploraciones que cada médico pueda realizar. Los doctores tienen docenas de historias con la gente de la montaña. Una de ellas es esta:
“Un hombre tenía una enfermedad en la piel, un cáncer que hacía verle la piel como si fuera la corteza de un árbol. Lo vimos y decidimos que además el caso tenía un valor científico porque esos casos no son comunes. Le dimos también unas cuantas semanas de vida, porque estaba muy avanzado. Al llegar a la ciudad, con medicamentos y cuidados especiales, el hombre comenzó a mejorar, y en lugar de sobrevivir el tiempo que habíamos dicho, lo hizo por seis meses. Murió, pero algo muy notorio es que nunca tuvo miedo ni de su condición de enfermo ni de su muerte. La razón era muy simple. Él no tenía noción de que la muerte, como la entendemos nosotros, existía. Así que sus niveles de estrés y su disposición al tratamiento fueron determinados por esa forma de ver la vida, una vida sin muerte, sin la condición de desaparición, y lo ayudaron a recuperarse un poco. No sufrió ni se puso nunca nervioso. Pero era por eso, porque para él la muerte no existía”.
V
Allá en la montaña el modelo neoliberal no existe y no puede ser imaginado por la mayoría de los habitantes de los pueblos, que hacen trueques para tener de todo. Alimento y cosas que hacer nunca les faltan y nadie extraña las fechas religiosas católicas. En Navidad y Año Nuevo la pequeña iglesia permanece cerrada en Llano de la Parota. Es más, es la construcción más deteriorada de todas porque nadie le presta atención.
La montaña guerrerense del presidente de México podría ser expropiada y entregada a los capitales mineros canadienses, por ejemplo, para que sigan simulando un panorama de progreso. O el ejército corrompido de Guerrero podría tomar el control definitivo en este sexenio de militarización permanente en el que se empujó al país. El problema de la montaña de Guerrero no es la falta de médicos, que no se resuelve con la llegada de cubanos, franceses o norteamericanos.
El 24 de mayo de 2020, el presidente López Obrador dijo, durante su conferencia mañanera, lo siguiente: “cuando se habla del modelo neoliberal, he llegado a sostener que si el modelo neoliberal se aplicara sin corrupción, no sería del todo malo. Es que se puede tratar del modelo económico más perfecto, pero con el agravante de la corrupción no sirve nada. Entonces, el fondo es ése, (en) el que impera la corrupción”.
Y esto otro: “a los ricos les ha ido bien en mi gobierno, a las pruebas me remito”.
Acá en la montaña el modelo neoliberal no existe, pero las mineras, los narcos y los soldados lo aplican con todo rigor. Y eso lo sabe el gobierno de López Obrador.
Éste es el problema de la montaña de Guerrero, y también de Ecatepec, en el Estado de México, y de todo el país.
Allá en la montaña, la curandera mira las estrellas mientras cuenta los dedos de la mano izquierda de su nieta. “Tienes seis dedos”, le dice. “¿Y eso es malo o bueno?”, pregunta la nieta mientras se los cuenta ella misma. “Es bueno, porque tiene más que nosotros”, le responde la curandera.
Los ojos de los coyotes brillan en la noche, como estrellas que caminan entre los árboles.