Miguel Alvarado: texto. Ramsés Mercado: imagen e información.
Toluca, México; 15 de noviembre de 2022
“Estimados clientes: gustan apoyarnos con lo que sea su voluntad para una quimioterapia de cáncer que lo requiere mi hijo Félix”, dice un letrero escrito a mano y pegado en la vitrina que exhiben los alimentos con los que la señora Rufina vende quesadillas afuera del Gimnasio Agustín Millán, en la esquina de Hidalgo y González y Pichardo, a un costado de la Alameda de Toluca.
Ellos se dieron cuenta de que Félix tenía cuando el cuello del joven comenzó a hincharse, después de un tratamiento dental “y decimos que a lo mejor fue la anestesia la que le hizo daño”, dice la señora, quien desde entonces buscó que le hicieran estudios. Fue un médico al que visitaron meses después quien les dio el diagnóstico.
Mientras hace las quesadillas, la madre de Félix llora. Habla español entrecortadamente y le faltan palabras para expresarse. No ha dejado de trabajar un solo día desde que su hijo fue diagnosticado y ha buscado que la familia y los vecinos ayuden para las quimioterapias que necesita su hijo. Ellos necesitan unos 120 mil para pagar estudios y tratamientos, porque cada vez que le toca una quimio debe pagar entre 15 mil y 36 mil pesos.
-¿Salsa?- pregunta entonces al cliente, que le dice que no. Ella está consciente de que las quimioterapias hacen sufrir a su hijo, y desde su deseo de madre quiere sacarlo del hospital en donde se atiende “porque ya no puede, ya no aguanta nada y por eso mejor lo voy a sacar. Ya venía doblando sus pies, se le cayó el pelo, se lastimó los dedos”.
Hace un mes que Félix no recibe tratamiento porque no tienen dinero, y por eso se han acercado a la medicina naturista, que servirá en su justa dimensión.
-Ahora necesitamos ayuda porque también mi nieto y mi nuera necesita comer, y nos pueden venir a ver cuando quieran, como gusten ustedes- dice ella. Su familia, por ahora, lo único que puede hacer es orar, y eso es lo que hacen. Rufina y Félix son de San Pablo Autopan, que se encuentra en la olvidada zona norte de la capital mexiquense. Ella debe tener unos 70 años.
Rufina no tiene acceso a la seguridad pública o no sabe cómo hacer para acudir a hospitales que los puedan ayudar. Lo único que puede hacer es esperar a que las propinas o ayuda que le dejen sus clientes sean suficientes al menos para comer en el día a día. La suerte de Félix parece decidida si no encuentran una manera efectiva de tratarse.
En el puesto de la quesadillas un nuevo cliente pide una con mucha salsa.