14 julio, 2025

La vida de una persona no vale lo que cuesta una caja de chicles

La vida de una persona no vale lo que cuesta una caja de chicles

Miguel Alvarado

Toluca, México; 13 de septiembre de 2021.

Este es un país que permite que los malos ganen siempre. O casi siempre, la mayoría de las veces. Lo vemos todos los días en asuntos menores pero también en situaciones estructurales que afectan la vida de todos. Quienes pierden son los pobres, sobre todo, para quienes la justicia les resulta inaccesible por el costo que significa intentar utilizarla. La estructura sociopolítica de México está diseñada para eso, para que los malos siempre, o casi siempre, ganen.

Pero, ¿quiénes son los malos? Son los corruptos, los malos gobernantes, los funcionarios públicos incapaces que cobran por todo, los patrones abusivos, las comisiones de Búsqueda de personas desaparecidas, los legisladores que cada tres años llegan y repiten en el cargo sin ningún mérito, los senadores, los directores de áreas, los empresarios explotadores, los custodios, los narcos, los policías, los militares, los marinos, los jerarcas de las distintas iglesias, los intermediarios, los revendedores, los dueños de las empresas extractoras, los encargados de contratar a becarios para el gobierno federal, quienes permiten que se habiten los cerros y las faldas de los cerros, quienes venden como lotes de urbanización las cañadas y los cauces de los ríos, como en Tlalnepantla y Ecatepec, los tratantes de personas, los médicos metalizados, los editores sin capacidad, los disfrazados de periodistas, los ex alumnos corruptos de las normales, los encargados solapadores de buscar a los 43, a los 47, a los 22 y en general a los 90 mil desaparecidos en México. Una larga lista que penetra en prácticamente todas las actividades de este país.


La cadena de corrupción, desgracias y muerte que se va generando es inaudita.

Po ejemplo, las inundaciones de Ecatepec que en media hora dejaron 120 mil damnificados debieron tener un origen, el cual es la desigualdad, la miseria, la necesidad de fincar una casa en algún lado, y por otro quienes se aprovechan y se aprovecharon de esa angustia generalizada. Alguien o algunos hicieron negocio al vender terrenos en lugares de riesgo. Otros vendieron las construcciones y otros permitieron esos asentamientos. Los regularizaron y les dieron servicios. También les dieron una vida condenada a la pérdida, a la zozobra, a no poder salir de ahí nunca. La tromba que se abatió sobre 19 colonias les dio la razón cuando arrasó con muebles y autos, con personas y animales dejando un rastro de fango imposible de no relacionarlo con eso putrefacto que es la corrupción.

En Tlalnepantla, lo mismo. Colonias enteras asentadas en las faldas del cerro de las Antenas o cerro del Chiquihuite, una masa de piedras horadada por todos lados que lo mismo filtra viento que agua hacia sus entrañas. Y lo mismo. Alguien vende y otros autorizan. Quienes viven en esos lugares son personas pobres, y aunque hayan nacido ahí o tengan 50 años viviendo, son desplazados. Son desplazados los mil habitantes en riesgo de la colonia Lázaro Cárdenas y lo son los 10 desaparecidos, los dos muertos y quienes vivían en las diez casas sepultadas o dañadas. Llegaron de alguna parte y se quedaron a vivir en las faldas del cerro, al cual las autoridades lo rajaron con calles y andadores, y prepararon todo meticulosamente para que un día, para el que se armaron con la paciencia de la roca, toneladas de peñascos se vinieran abajo.

O los que se van a huelga de hambre creyendo que así presionarán a las estructuras de gobierno, que ven impertérritas que la vida de una persona no vale lo que cuesta una caja de chicles, una situación que además validan, tasan y negocian.

Al paso del tiempo uno se da cuenta que cualquier oposición es inútil, que el Poder significa tanto que termina por mimetizar a quienes creyeron que se servirían de él para beneficiar a las comunidades. La inocencia de luchadores sociales tragados por el poder no se diferencia en nada de la malicia de los líderes que se dejaron seducir por las recompensas del poder, aunque éstas sean casi siempre exiguas, tan simplonas como lo que dura una caja de cartón con despensa.

México y sus instituciones necesitan ser refundadas, pero ni siquiera eso alcanzaría para enseñarnos que el poder y lo que significa su abstracción terminará por imponer su veneno de corrupción a izquierdas y derechas, a yunques y martillos.

 En este país los malos siempre ganan. O casi siempre, que es lo mismo.

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