Carla Valdespino Vargas
La educación es para todos, es un derecho innegable e incuestionable. Pero cuando es momento de ingresar a la Universidad, ¿todos los jóvenes están interesados en realizar una carrera? Por mucho tiempo se ha creído que estudiar una licenciatura resolverá la situación económica, ya que los jóvenes, al concluir su carrera podrán obtener un mejor trabajo y, por ende, un salario más decoroso. Muchas universidades, a través de sus campañas publicitarias, reafirman esta idea. Nada más falso, pues la situación laboral actual en América Latina no es la mejor. La CEPAL afirma que “la expansión del trabajo por cuenta propia, la aparición de nuevas modalidades de empleo intermediadas por plataformas digitales y una mayor informalidad del empleo asalariado advierten de nuevos retrocesos en el desarrollo de Latinoamérica”.
Por desgracia, estudiar ya no es garantía de obtener un empleo. Entonces, tendríamos que preguntarnos sobre el objetivo de crear más universidades públicas (Universidades para el Bienestar, Universidades estatales, Universidades autónomas, Universidades tecnológicas) y un sinfín de universidades privadas. Pero, sobre todo, habría que cuestionarnos para qué ir a la Universidad y con ello reflexionar sobre la verdadera esencia de ésta. Considero dos aspectos trascendentales: crear conocimiento y ser la conciencia de la sociedad. Desde la perspectiva del doctor José Manuel García Ramos, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, la Universidad “prepara profesionales, produce ciencia, cultura, investigación… podría ser conciencia histórica, crítica de una época para esa sociedad. Esta función necesaria de liderazgo social y de cambio es para cualquier nación esencial”.
La pregunta es casi una obligación: ¿todos los jóvenes están dispuestos a ello? ¿Las universidades públicas y privadas siguen estos preceptos?
Debido a la inclinación por estudiar forzosamente una licenciatura, ya que abrirá las puertas a un mejor futuro, la cultura mexicana ha menospreciado los oficios, hoy ser carpintero, plomero, peluquero, jardinero, costurera, zapatero es mal visto, y claro, mal pagado. Es imperante regresar la mirada al campo, que se encuentra en el abandono absoluto. Me pregunto si uno de esos jóvenes que va a la universidad, en realidad puede ser un gran ebanista y, sin embargo, está “estudiando” para ser un mal doctor, dentista, mal abogado o un terapista físico más, quien no será capaz de comprometerse con su paciente.
Si replanteáramos nuestra forma de vida, si cuestionamos al sistema, podremos percatarnos sobre la manera en la que hemos tergiversado la esencia de la Universidad. Cuando afirmo que la Universidad no es para todos o que no todos somos para la Universidad, no hablo sobre clase social, raza o género, sino del compromiso con la sociedad, con la nación. Si lográramos este cambio, las instituciones educativas de nivel superior no estarían llenas de jóvenes sin compromiso, sin ganas de leer, de cuestionarse y entonces podrían «ceder» su espacio a jóvenes que realmente quieran crear y generar cambios.