I
Cuando lo conocí flotaba en vómito y baba. Su cuerpo se manifestaba luego de un mal de amores que detonó en macropeda mezclada con mariguana en tributo a Monste, una pinche escuincla del segundo semestre que olvidó su “lo que sea que tuvieran” botándole las nalgas encima a otro cabrón. En fin, no sé si fue su playera de los Rugrats con la cara de Tommy bañada en leche, su pelo rizado con trozos de sabritón o sus gemidos agónicos de quien vive ahogado en vicios, pero algo en él me inspiró ternura. Me le acerqué con sigilo para no ser sorprendida por su encanto y terminar también bañada en caldo de Paquetaxo. La noche se evaporó al mismo ritmo que las botellas de güisqui.
Al cabo de dos semanas yo era la nueva Montse de su vida. En Caverna 69, como llamábamos a aquel hotel de cuarta, me le montaba y juntos cabalgábamos el mundo. Cogíamos por el sólo hecho de que podíamos hacerlo pero, también, porque el cuerpo nos lo gritaba. Las bocas nuestras se hilaban con los textiles inquebrantables del deseo. Éramos dos sociólogos con hambre de mundo. Jugábamos cuanto se nos ocurría, ya fuera convertir a Bauman en Miguel Hidalgo o a Teodoro Adorno en Fester de los Locos Addams; a veces sólo improvisábamos diálogos sobre las películas porno que ofrecía la televisión del buró. Las tardes caducaban entre mis gritos y humo de mariguana. Nada más divertido que sentirme suya.
Me encantaba ese güey y me era tan perfecto, de no ser por esa su filia de cogerse a lo que se movía. “La logía de los pitos seleccionadores” le denominaban algunos pseudointelectuales de la facultad. La primera vez que lo caché fue cuando al querer escribir el nombre de una canción que le gustó de la radio, el pendejo sacó un ticket equivocado del que desprendió un aroma a mentira. El muy cabrón había comprado condones. Claro que se la hice de ultrapedo porque además andaba en mis días y así no le daba chance ni de olerme y él lo sabía; pero el acabose fueron los 89 pesos que gastó en el lubricante aroma uva cuando clarito sabía que el solo hecho de quitarme el brasier a una mano me ponía como alberca para ahogarnos entre las sábanas. Entonces me dijo que la compra fue “mera precaución” ante cualquier dificultad técnica durante el acto” de esas veces en que lo hacíamos pachecos; pero justo así, drogados, es como nos prendía más.
Ese día estaba yo que temblaba de lo encabronada, pero unos roces aquí y otros allá junto con los discursitos de marxista ortodoxo que el cabrón pronunciaba a modo de perdón, me convencieron de sus buenas intenciones y terminamos haciéndolo tan chulo que hasta rompimos un espejo de Caverna 69. A Doble P le encantaba mirar hacia la calle desde la ventana de nuestro salón de amor como si al hacerlo sacara fuerza para un próximo round. Era un atascado y le mezclaba a todo, tanto así que a veces en el viaje me juraba que afuera habían patrullas merodeando un Camaro amarillo. Se ponía tan psicótico que hasta juraba que el carro prendía luces intermitentes y no sé cuánta cosa. Decía que seguro iban por él; que ya le había llegado la hora y que mejor nos largáramos de ahí.
Yo siempre me reía y aprovechaba sus palabras; las agarraba de excusa para aventarlo hacia las sábanas diciéndole que sólo así no iban a verlo, que yo lo iba a cuidar y demás cursilerías. Ya en nuestro ring me gustaba pasear mi boca como queriendo quitarle lo salado del cuerpo a lengüetazos. Puto PP. Le decía así, PP o Doble P, no por José sino por Pinche Puto y él a mí CC por Cabrona Culona. Nos gustaba la idea de tener códigos própios más allá del “bebé”, “princesa” o “chiqui”. Además Samantha nunca me gustó. Cuando por lo que sea se enojaba conmigo, el muy cabrón hacía mi nombre diminutivo y deveras que no se la acababa. Como sea nos llevábamos rebién. Puto PP.
Ahí voy de pendeja, como siempre, a quererle, a consecuentarle, a extrañarle y a perdonarle. Nos volvimos recurrentes en Caverna 69, casi los clientes consentidos de no ser por la vez del espejo vuelto añicos. Nos conocían y nosotros también. Conocíamos el lugar tanto que incluso llegamos a memorizar las salidas de emergencia por si las patrullas en efecto iban por PP y es que siempre que andaba puesto salía con la misma cantaleta de las patrullas, el Camaro y no sé qué.
II
Algo pasaba con Doble P que en nuestros rounds terminaba siempre noqueado y de su cara se desdibujaba el deseo por tenerme sin ropa. Mi caballo perdía fuerza en el trote. Ahí comencé nuevamente a sospechar, pero no fue sino durante un sueño entre ronquidos que mi instinto de CC alertó mi sistema anticuleros. El pendejo este le hablaba a “Guadalupe”. Al principio intenté tranquilizarme pegándome unos tanquezotes de la mota que cargaba en su mochila y pensando que no podía ser infidelidad pues lo tenía ahí a mi lado y que al menos en los sueños uno puede ser libre de hacer y deshacer; pero el pedo se me subió a la cabeza cuando la montaña brotó entre sábanas: el muy jijo de la chingada se andaba poniendo duro pronunciando el nombre de otra escuincla nalgasmiadas, mientras las cobijas se elevaban como casa de campaña mal instalada, chueca y tambaleante.
Le dejé caer la bacha en el abdomen y, sin mediar palabra alguna, me fui. Todavía con el brasier en mano corrí por los pasillos alfombrados de Caverna 69 que me enseñó a andar para salir bien librados en sus momentos de paranoia, de luces rojiazules y el Camaro aquel; todo por tanta madre en el cuerpo pero quién le manda. Esa fue la segunda vez que me la aplicó el güey. Así, bajo la ley del hielo, transcurrieron tres meses sin hablarnos; ni un mensaje. Durante este tiempo comencé a perderle interés y a sustituir su ausencia con Pepelupe, mi ex de la prepa que aunque según se hizo bicolor, conmigo se le quitaba, o al menos se le olvidaba.
Las cosas con Pepelupe fluían. Cuando novios nos gustaban las mismas bandas y series; incluso los mismos libros, cosa que por mi carácter la coincidencia era alabada casi como milagro. Buena onda el Pepelupe. Sólo en él sonaba bien el “Samy” que en los demás me encabronaba. Ahora creo que desde entonces le salía lo jotolón y es que me decía que Pepelupe sonaba “menos fuerte” que José Guadalupe. Pepelupe me ayudaba ahora a olvidar a PP y yo a él a no perder la práctica con mujeres y es que según para entonces traía güey, o “un coge”, como lo llamaba. Según yo cuando es por mutuo acuerdo no hay tos, así que si me corneaban por qué yo no hacerlo, pensé. Pero como era lógico y de esperarse, el cuerpo pudo más que la razón y ahí voy con PP de vuelta; a comerme sus putos cuentos primero y más tarde otras cosas encerrados ya en Caverna 69, nuestro salón de amor. Según ahora yo tenía mis cuidados y procuraba siempre saber por dónde andaba, pero claro que el muy Don Vergas no me iba a decir que poniéndole aquí o allá. Como sea disfruté los meses siguientes que, aunque no fueron muchos, ni sólo suyos, aprendí cosas nuevas a su lado; como esa su reciente manía por rutas alternas de penetración que le llevó a dominar el arte de tocar la puerta de atrás. Al principio me ofendió la proposición, pero luego de unos cuantos ejercicios de práctica era yo la inspiración viva de un nuevo libro de Sade. Puto PP.
No es verdad que el amor dura mientras dura dura, ni que todos los hombres sean iguales; siempre hay unos más mierdas que otros y este culero era perro de esa raza. Me estaba yo preparando el último porro parada en la ventana recordando sus visiones, cuando Lupe hizo encender la pantalla de su celular con un mensaje: “¿Hoy a las 7 donde siempre? XoXo”.
III
Un escalofrío me bañó de súbito al ver la foto en la pantalla del aparatejo. Sudé frío. No dije nada y volví a la cama procurando extender el tiempo cuanto me fuera posible, pero su prisa por ir “a casa de Beto por libros y películas que le presté” marchitó mis intenciones de retenerlo. Sin hallar la excusa adecuada, lo dejé ir llevándose consigo múltiples suspiros míos: suspiros idiotas; suspiros secos, suspiros de muerte. Esa misma tarde estaría con Lupe pero ¡pobre pendejo!, la que le esperaba. Bien dicen que la tercera es la vencida y podré estar drogada -pensé- pero los cálculos ya no me fallan. Sabía con exactitud qué se traía este pocoshuevos. Para la hora de su cita se supone que estaría yo en mis lecturas mamadoras de Michael Foucault y Bourdieu pero decidí seguirlo sólo para cerciorarme de lo que para entonces era ya evidente.
Lo vi a lo lejos. Entrando a nuestra Caverna 69, a nuestro salón de amor. Lo vi andar nuestra ruta, la que juntos trazamos como posible escape para cuando llegaran las patrullas y el Camaro amarillo, aquel con luces intermitentes. Estaba en nuestro rodeo pero a punto de montar otro caballo. Ahora mi mente se ahogaba con la imagen de aquel ticket con aroma a mentira; por eso los sueños putos, los putos sueños y por eso el puto mensaje. Puto.
Pensé que amor es esa mierda que pisan los cerdos en su camino al matadero. Que es la mosca que muere aplastada a metros de la monumental caca. Que es sangre con aroma a Chanel, pero al fin y al cabo sangre.
Respiré hondo. Abrí la puerta. Ahí los vi. Luego negro. Nada. A lo lejos escuché el llanto de las patrullas como el suyo mismo de aquel día en que lo conocí: un llanto agónico de quien vive ahogado en vicios. La nariz se me impregnaba de un olor ferroso y mis pies se inundaban en culpa. Entre las múltiples siluetas amorfas y difusas escuché a Pepelupe. Venía por mí. Me tomaba entre sus brazos. Escuché suspiros míos: suspiros idiotas; suspiros secos, suspiros de muerte. Al salir del edificio solo vi un carro amarillo con luces intermitentes y luego negro. Nada.
IV
Crimen pasional, presunto móvil en el asesinato de Rafael
Por Marco A. Rodríguez Soto.
Toluca, México; 10 de septiembre de 2019. Luego de que el pasado 8 de septiembre fuera localizado el cuerpo de Rafael “N”, de 26 años, en un hotel de Calzada de los Remedios de este municipio, la Fiscalía Contra Delitos del Estado de México (FICODEM) abrió una nueva línea de investigación en torno al caso.
De acuerdo con el fiscal de la entidad, Alejandro Solórzano Gutiérrez, cámaras de videovigilancia registraron el momento en que una mujer, identificada como Samantha “N”, entra a la habitación donde fuera encontrado el cuerpo de Rafael para más tarde salir junto con quien fue identificado como José Guadalupe “N” y presunta pareja sentimental del hoy occiso. Los presuntos homicidas saldrían a bordo de un vehículo de la marca Chevrolet tipo Camaro.
Esta acción -dijo Solórzano Gutiérrez- habla de que pudo tratarse de un crimen pasional premeditado pues incluso lograron escapar en no más de 5 minutos del lugar, tal como quedó registrado en el material audiovisual.
Cabe señalar que en la habitación donde yacía el cuerpo de Rafael fue encontrada una mochila en cuyo interior había tres cuadernos, un cuchillo y dos sobres de yerba verde seca con las características de la mariguana. Su cuerpo presentaba heridas de objeto punzocortante por lo que se presume la pareja antes referida pudo ser la responsable y, con ello, se anula la versión del supuesto suicidio que apareciera en reportes de la prensa local.
Diversos medios han señalado también que Rafael padecía transtornos mentales, por lo que tenía incluso semanas sin ir al centro de estudios donde cursaba el quinto semestre en Sociología; sin embargo, hasta el momento no existe pronunciamiento alguno por parte de sus familiares que confirmen o desmientan el supuesto.
Solórzano Gutiérrez reveló haber desplegado un grupo de las Fuerzas de Seguridad Estatal a fin de dar con los presuntos responsables y el caso no quede impune.
V
Es una noche preciosa; las calles solitarias. Al interior de un Camaro amarillo suena la orquesta de la piel percutida por el placer y un coro sin aliento. Un par de jóvenes hacen el amor de espaldas a la luna, apenas coloreadas sus siluetas entre luces intermitentes de azul y rojo.