Luis Leobardo Hernández Sánchez
Es irónico que uno de los tres presidentes más jóvenes de México, Enrique Peña Nieto, fuera el último en llegar al cargo gracias a la aún relativamente poderosa, acaso arcaica, mano de los medios de comunicación tradicionales y que, uno de los más longevos, López Obrador, tomase posesión respaldado por los nuevos medios informativos: las “benditas” redes sociales. Esta coyuntura de contraste pone en evidencia el control, a través del financiamiento, de los gobiernos en turno, ejercido en los medios para manipular la opinión pública; en contrapunto, pone de manifiesto el creciente poderío de influjo, a veces poco informado o más bien visceral, de la opinión de algunos internautas que han tenido la capacidad, en los últimos años, de permear en los usuarios, quienes los toman como fuentes casi irrefutables, de información veraz.
Este fenómeno no carece de razón. Los periodistas del oficialismo han cometido gran cantidad de pifias, secundadas incluso por quienes no ostentan ni el título ni la función; basta enunciar la tristemente polémica declaración de Andrea Legarreta en cuanto al desplome del peso frente al dólar, en un intento por “calmar” a los mexicanos ante el inevitable descalabro financiero. Y, claro está, el caso emblema de Frida Sofía, la mentira que no pudo sostener ni el gobierno al dar una declaración abiertamente solapando el actuar de Noticieros Televisa, todo en plena emergencia a causa del terremoto, una vez más, un 19 de septiembre. Estas formas van más allá de lo negligente y de la manipulación, se convierten en un síntoma que percibe la sociedad, incluso quien no tiene acceso a la Internet, de vivir en un país de cartón. (Sería bueno leer “El guardagujas” de Juan José Arreola para tener una noción más puntual).
La contraparte está en las redes sociales. No es que no se equivoquen ni que sean plenamente objetivas, pero sí hay claramente una postura en contra de esta férrea oposición editorial consolidada en la comunicación masiva, logrando una comunión en el usuario, que también se siente desplazado y lejano a identificarse con la información convencional que, hasta hace tiempo, describía un México ajeno totalmente a la realidad cotidiana. Los opinadores de Internet proveen la cercanía, en cuanto al lenguaje y la convicción, que no ofrecen los profesionales, enclaustrados en estudios de producción, entacuchados y siempre muy técnicos en el lenguaje aún cuando no quieran serlo; curiosamente esta fórmula fue rota por Víctor Trujillo, que tuviera gran éxito como periodista por allá de unos quince o veinte años atrás y que, ahora, su nexo con Televisa le pasa factura sobre todo ante el público juvenil.
En esta línea, la oferta informativa de la red también tiene un panorama de amplitud en cuanto a trabajos periodísticos más formales, cuya veracidad no se controvierte a favor de tales o cuales personajes. El periodismo independiente otorga, además de libertad editorial, la ventaja de informar en tiempo real cualquier acontecimiento y, de vital importancia, la interacción con los usuarios, generando no solamente información, sino formando nichos de debate que enriquecen las posturas de manera colectiva a partir de los puntos de vista particulares. Probablemente esto sea lo más benéfico, pues es posible tener un espacio para verter y rebatir opiniones generando en algún momento una investigación más profunda de acuerdo con los acontecimientos analizados.
Pero no todo es positivo dentro de la web; también abunda a raudales la información falsa de todos y contra todos. Los “calumnistas”, “videocalumnistas” y plataformas de información que hacen pasar notas “balines” por buenas desvían la atención de muchos de los internautas y, lo que es más nefasto, propician círculos viciosos que obnubilan la opinión. Este fenómeno ha sido de amplia trascendencia, pues hay que considerar que linchamientos que pasan de ser plenamente virtuales han alcanzado un grado de práctica en la realidad.
Finalmente está el factor usuario, quien se enfrenta a todo tipo de fuegos cruzados, informaciones de primera, segunda y tercera mano que muchas veces no es capaz de contrastar y descartar, pues generalmente, a causa de la vorágine que vivimos a diario, se queda con la primera opción, terminando de facto con la oportunidad de ampliar la discusión, pero sobre todo, de formarse un criterio más amplio. Esto trae como consecuencia ser fan de algún opinador , youtuber, algún columnista en específico o de un sitio informativo único y regresar a lo que originalmente había escapado: un micromonopolio de información.
Las discusiones encarnizadas en distintas redes sociales son producto de esta proclividad a polarizar y la incapacidad de condensar. No es culpa de los medios ni de los políticos ni de los tuiteros, sino de la tendencia individual a pertenecer y ser eventualmente celebrado o convertirse en foco de atención. Lo más perjudicial es cuando esto salta al entorno de la descalificación y la violencia, pues cada uno debería tener claro que las opiniones no valen ni más ni menos y, con esta base, corroborar los puntos de convergencia para construir un pensamiento verdaderamente crítico.