Miguel Alvarado
Toluca, México; 26 de agosto de 2019. Hacer periodismo en el sur del Estado de México es difícil, tan difícil que no se puede hacer. En 2015 un reportero de Toluca tuvo que salir de Luvianos atravesando a pie una parte de la sierra de Nanchititla, guiado por un joven, después de estar en una reunión de insurrectos a los cuales el narco -la Familia Michoacana, la del capo Johnny Hurtado, a quien le dicen El Fish o El Señor Pez- les había subido los pagos por derecho a sembrar la tierra. En lo que hizo el reportero no había ningún acto heroico porque se trataba de escapar luego de esa reunión, que había sido interrumpida por la llegada de sicarios. Les dijeron:
– Venimos a presentarles al nuevo patrón -dijeron a los campesinos, quienes estaban reunidos en la casa que uno de ellos había facilitado.
Con los sicarios iban niños, adolescentes de 14 años cuando mucho, que portaban armas y a los que todavía les llamaba la atención jugar a las canicas. Pero en esa casa no solo había personas, también había armas que se habían descargado el día anterior en el pueblo de Luvianos y que habían sido vendidas por el ejército mexicano. Los campesinos habían decidido enfrentarse a los cobradores de cuotas y para eso se organizaban. La inoportuna llegada de aquel comando de desarrapados pero al mismo tiempo asesinos, los había interrumpido.
-Mañana los esperamos en Luvianos – dijo el hombre, paseándose ente ellos mientras sus guardaespaldas permanecían en las dos camionetas, con las armas listas.
Después de un rato, se retiraron sintiendo que algo andaba mal y que los campesinos ocultaban algo. Y era cierto, ocultaban dos cajones de AK-47 y al reportero, a quien habían invitado para que documentara.
Las camionetas se retiraron pero no se fueron. Se quedaron más adelante, cerrando el paso en los caminos.
– Ya saben que hay alguien y nos van a esperar allá abajo. Mejor te vas por otro lado.
Y así, caminaron por la sierra unas horas hasta encontrar una carretera por donde pasaban camionetas de pasajeros rumbo a Tejupilco. Ahí ya se podría ir sin tanto riesgo.
En el camino los zopilotes se amontonaban de tanto en tanto sobre cadáveres de animales cuyos perfiles apenas se podían ver. El guía apedreó entonces aquellas bandadas, que se dispersaban un momento para después volver a regresar y seguir comiendo. Pero uno de aquellos cuerpos era humano y cuando los zopilotes volaron, después de la pedrada, quedó al descubierto. El guía ni siquiera se conmovió o eso pareció. Más bien dijo:
– Ámonos, ámonos, ámonos.
En el camino contó, como entrecortado, que en la sierra se abandonan a los secuestrados cuyas familias no pueden pagar los rescates. Ahí los abandonaban pero les cortaban las piernas para que no pudieran caminar y murieran intentándolo. Hasta esa fecha nadie había regresado.
– Así están los cerros -dijo- pero no todos quieren recorrerlos porque aquí se esconden cuando vienen los militares. Las familias les avisan y les dan de comer, porque pueden pasar días hasta que los soldados se vayan.
Y pues sí.
El narco en el sur es una expresión ya integrada en la sociedad. Las calles y las casas de los pueblos están hechas para la actividad narca. No se necesita interpretar el porqué de las bodegas enormes de materiales que se construyeron en esos lugares y que están vacías, o los autos deportivos circulando durante el día tripulados por los narcos locales, que gastan su dinero en eso.
Las autoridades son narcas. Otzoloapan, Zacazonapan, Luvianos, Tejupilco, Amatepec, Tlatlaya y hasta Valle de Bravo las tienen y con ellos deben convivir los reporteros. No hay reportajes acerca de actividades del narco realizados por periodistas de aquella región porque es imposible salir bien librado. Así, con toda inocencia pero también con todo conocimiento, los reporteros trabajan entre esos poderes.
El sur mexiquense es complicado. Desde hace años se ha promovido la emancipación territorial del sur en unión con la Tierra Caliente de Guerrero y el michoacano Triángulo de la Brecha. El estado calentano es la propuesta y significa dejar de ser parte del Edoméx y eso también incluye la riqueza minera centrada en el oro, la plata y el uranio, del cual recientemente se ha encontrado en la región de Valle de Bravo.
Al reportero Nevith Condés lo mataron a puñaladas cerca de su casa, en la comunidad de Cerro de Cacalotepec. Era fundador del medio El Observatorio del Sur y decía que el suyo era periodismo huache, palabra con la cual se describe a los niños en aquellos lugares. Las redes señalaron como culpable al alcalde Manuel Anthony Domínguez Vargas, con quien el reportero había mantenido una disputa los últimos días debido a que al edil no le gustó la forma en que Condés cubrió un acto público, que lo confrontó con quienes cuidan de la seguridad del alcalde. Esa es la versión que se tiene en Tejupilco, aunque desde lejos pareciera que esa no es razón suficiente para matar a alguien. Pero se trata del sur, en donde antes de llegar el narco ya había muchos asesinos.
Domínguez es un jovencito. Fue secretario particular del muy señalado secretario de Salud estatal, César Gómez en la administración de Eruviel Ávila y después llegó a una diputación por el PRI para el distrito de Tlatlaya, Amatepec y Luvianos. Después se cambió a Morena, pero ese cambio no fue terso. Al alcalde, desde el mismo Morena se le relaciona con el narco, un representante de los cárteles del sur, aunque eso no se ha querido documentar. Que haya tenido que ver con la muerte del reportero es otra cosa. Lo cierto es que el joven alcalde tendrá que dar explicaciones, aunque él tuviera razón. Condés no es el primer comunicador en caer muerto allá. Hay otros casos en el sur y en el resto del Estado de México, en el que a pesar de la pobreza del periodismo también asesinan a los reporteros.