Luis Enrique Granillo: la rabia de un autodefensa levantado

Miguel Alvarado

Toluca, México; 20 de diciembre de 2019. Hoy nadie sabe en dónde está. Luis Enrique Granillo se paró frente a los reporteros, en el centro de Tejupilco, el 15 de febrero de 2013, y soltó lo que traía dentro, que no era más que un reclamo airado contra las autoridades que abandonaron al sur, en el mejor de los casos, en las manos de los cárteles del narcotráfico. Ahí, rodeado también por algunos de sus compañeros del Frente Popular Campesino Revolucionario Francisco Villa, anunciaba la creación de autodefensas que operarían en dos municipios del sur mexiquense: Amatepec y Tlatlaya.

“Aquí, en el 90, cayeron los primeros muertos (en Tejupilco), en el enfrentamiento con gente del pueblo que también estaba en la policía estatal. Aquí se suscitó el primer enfrentamiento por la defensa de la democracia en el sur del Estado de México”.

Granillo era un joven alto, moreno e impetuoso, y como muchos otros que han intentado transformar y oponerse a la realidad narca de ese sur, en donde las autoridades de los tres niveles de gobierno están coludidas con los cárteles, no midió las consecuencias de lo que hacía, porque en esa reunión con reporteros, el 13 de febrero de hace seis años, además de sacar su enojo, anunciaba la creación de grupos de autodefensa, que operarían en Amatepec y Tlatlaya prácticamente sin medidas de seguridad y desarmados aún, al menos hasta donde puede suponerse porque horas después este hombre fue levantado cuando apoyaba en Tejupilco a otros que estaban organizándose, y aunque una llamada telefónica, dos días después, anunció a sus compañeros que estaba vivo pero que se iría de la Tierra Caliente, nadie más lo ha visto hasta la fecha.

“El día de hoy, queda de manifiesto que las condiciones que dieron pie a esa lucha democrática, siguen más que vigentes. Lamentablemente, los partidos que han gobernado esta región, el PRI y el PRD han sido cómplices y copartícipes de la pobreza tan lamentable y vergonzosa que viven los campesinos del sur del Estado de México. A esto hay que añadirle la presencia más que vigente y latente en cada comunidad de Tejupilco, Amatepec, Tlatlaya, Zacualpan, Almoloya de Alquisiras, de los grupos criminales que tienen en jaque a cada una de las comunidades. Las comunidades saben perfectamente en dónde está ubicada esta gente. Han llegado a destruir las raíces y las bases sociales de las comunidades”.

Los casos de desaparición forzada en México son comunes y por eso se han normalizado. El primero caso documentado sucedido en nuestro país es el de Epifanio Avilés Rojas, militante de la Asociación Cívica Guerrerense, después Asociación Cívica Nacional Revolucionaria. Un guerrillero, pues, que operaba en lo más duro de la Guerra Sucia. La organización a la que pertenecía este hombre planeó una acción que debía ejecutar él junto a otros tres hombres: el asalto a una camioneta bancaria, que fracasó y que concluyó con la fuga de Avilés, que meses después fue capturado y llevado al Campo Militar No. 1, en la ciudad de México. Y llegando ahí, nadie volvió a saber nada de él.

La desaparición forzada, según la Convención Internacional para la Protección de todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas, es “el arresto, la detención, el secuestro o cualquier otra forma de privación de libertad que sean obra de agentes del Estado o por personas o grupos de personas que actúan con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o del ocultamiento de la suerte o el paradero de la persona desaparecida, sustrayéndola a la protección de la ley”. En el sur, las autoridades están coludidas con el crimen organizado, que en esa región representa la Familia Michoacana, a cuyos integrantes se les conoce como “la gente”, “el sindicato” o “la empresa”.

Granillo no fue el único levantado en ese momento. Junto con él también desapareció Tirso Madronio Pérez Antonio, quien era parte del Consejo Nacional Revolucionario. Otros dos desaparecidos en la región, el mismo día 15 de febrero, fueron Santiago y Honorio Benítez.

Granillo era un hombre politizado y el reportero de la agencia Quadratín, Marcos Santiago, recordaba su currículum: militó en el PRD y fue asesor de Guillermo González Hernández, a quien le decían El Satán, participante en el llamado “Tejupilcazo”, un enfrentamiento que dejó tres muertos y 69 heridos, debido a disputas electorales entre el mismo El Satán, quien había perdido la alcaldía de Tejupilco, y el priista Mario Gabino Ugarte. Algunos recuentos señalan que los muertos fueron 20, pero el hecho es que después de aquello Granillo renunció al PRD y se unió al Frente Popular Villista. Desde 2012 apareció encabezando el Frente Popular Campesino Revolucionario Francisco Villa, conformado luego por 4 mil personas, desde el cual impulsaba proyectos comunitarios.

Era también amigo del periodista Nevith Condés Jaramillo, asesinado el 24 de agosto de 2019 de cien puñaladas, y a quien le cortaron, también, la lengua. Y los dos impulsaban, de alguna manera, la creación del estado de Tierra Caliente o Calentano, un antiguo proyecto que involucra a por lo menos 37 municipios de los estados de Guerrero, Michoacán y el Estado de México.

Ese estado de Tierra Caliente sería una región arrancada del corazón de la tierra narca, y cuya creación, al menos en la intención, estaba encaminada a recuperar la seguridad de esa zona, también conocida como Triángulo de la Brecha. Ya en 2012, en reuniones del Frente Revolucionario Francisco Villa, en 2012, se hablaba de la creación de policías comunitarias en algunos municipios sureños. Lo anterior fue narrado al portal web Reporteros en Movimiento por el activista Guillermo González, el promotor de la idea separatista, quien después debió pedir asilo en Canadá, huyendo de órdenes de aprehensión promovidas por el gobierno de Arturo Montiel, cuando la idea se esparcía por la región. Luego, el actual gobierno de Andrés Manuel López Obrador promovió el perdón y el activista podría regresar.


La capital del Estado Calentano sería Ciudad Altamirano, la más importante, junto con Tejupilco, en esa región, que ha estado dominada por los Zetas, por los Pelones, por el cártel de los Marranos y de la Familia Michoacana, aunque en los últimos días se anunció en redes sociales la presencia del cártel de Jalisco Nueva Generación.

“Las comunidades alrededor del Frente han decidido, el día de hoy, conformar en un proceso lento, violento y a la vez muy peligroso, tomar la seguridad en sus comunidades. Sabemos perfectamente el riesgo que esto representa: la vida de los que estamos aquí presentes está en riesgo el día de hoy. […] pero no tenemos miedo de dar la vida por el sur del Estado de México”, decía Granillo casi inocentemente.

Un año después sucedía la masacre de Tlatlaya, donde 22 personas fueron ejecutadas por el ejército, acusadas desde la primera bala de narcotraficante, en una bodega en el pueblo de San Pedro Limón, en Tlatlaya.

El mensaje que deja la desaparición de Granillo es el que ha circulad por años en cualquier lugar donde exista insurrección o una organización que pretenda resistir: esto les pasa a los que lo intenten.

“El tejido social está roto. La gente ya no puede salir libremente a sus comunidades, tiene que regresar temprano a dormir y no pueden realizar una sola protesta porque inmediatamente son trepados a las camionetas y son manguereados, en el mejor de los casos. […] El día de hoy estamos aquí para dar la cara. No tenemos miedo, que lo sepa la policía, que lo sepa el ejército, que lo sepa el gobierno, que lo sepan los delincuentes. El sur se cansó de ellos. El día de hoy hasta aquí llegaron”, fueron las palabras finales del impulsor de las fallidas autodefensas.

Después nada, sólo su ausencia.

Redacción VcV
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