Miguel Alvarado: texto. Ramsés Mercado: imagen e información. Brenda Cano: diseño.
Texcaltitlán, México; 14 de junio de 2022.
A las 8:20 de la mañana en Palacio de Gobierno, en la calle de Lerdo en Toluca, se habían terminado los preparativos que revelaban sin decirlo, el nombre de quien muy seguramente será el candidato del PRI y sus aliados para las elecciones del año próximo, o por lo menos el del jefe de las campañas priistas y las de sus aliados. Los breves discursos estaban ya listos y Ernesto Nemer Naime, todavía secretario general de Gobierno, decía adiós a su oficina y a su encargo. Alfredo del Mazo y el PRI lo liberaban sin que mediara ninguna razón. En su lugar se quedaba Luis Felipe Puente, un peñista multifuncional al que le da lo mismo trabajar en protección civil que revisar las políticas públicas de la entidad.
Pero a esa misma hora, a las 8:20, el primer tiro atronó en los campos de la comunidad rural de Palo Amarillo, en el ejido de Venta Morales, a donde la Fiscalía había desplegado un operativo en plena tierra dominada por narcos, en el municipio de Texcaltitlán. Esperaban un ataque, si no, habrían ido solos. Y estaban en lo cierto. Mientras Ernesto Nemer hacía maletas y se dirigía al Palacio de Gobierno para posar en una última foto, sicarios de la Familia Michoacana se acercaron a los agentes a bordo de un Jeep, una camioneta Mercedes, una Ford, una Toyota, una Nissan y un auto Versa. Los estacionaron y entonces comenzó la balacera.
Las fuerzas de seguridad pública, marinos elementos de la Guardia Nacional respondieron al fuego porque estaban en una zona casi despoblada, porque por lo menos tenían igualdad de fuerzas y porque ya intuían que serían atacados. En la región, como si alguien hubiera avisado, las escuelas cancelaron las clases y prefirieron perder un día que la vida de alguien. Los letreros en las puertas de acceso prevenían lo que ahora se estaba viviendo. Los ministeriales y los marinos se resguardaron detrás de los bordos del camino de tierra de la comunidad, y agazapados respondieron al fuego.
Mientras Nemer se llevaba sus cosas, los agentes y los soldados atravesaban con su metralla a 10 pistoleros, que iban cayendo entre los corrales y las paredes de las pocas casas del área. Ahí quedaron los cuerpos despatarrados de diez jóvenes sicarios que no tuvieron el cuidado suficiente para planear un ataque contra agentes que portaban, como ellos, armas de alto poder, y que tenían un mejor entrenamiento, una bala más precisa.
Una primera versión del ataque señalaba que había cinco muertos, pero en menos de una hora la cifra llegó a diez, lo cual da cuenta de la magnitud de la batalla. También, las autoridades de Seguridad Pública sugirieron que se trataba de sicarios del Cártel de Jalisco Nueva Generación, lo cual no era nada disparatado porque la semana anterior se había comprobado el levantamiento y la ejecución de uno de los líderes de la Familia Michoacana, Eduardo Medardo Hernández, a quien se le conocía como Lalo Mantecas o El Cien. Esa muerte puede ser la causante de estos nuevos ataques, aunque por lo menos revela que la Familia Michoacana y el Cártel de Jalisco Nueva Generación habrían conseguido al fin una alianza para gobernar el sur del Estado de México, a la sombra de todo el poder de fuego de la Federación y el gobierno mexiquense.
Con los muertos de hoy, esta guerra entre el narco y las fuerzas de seguridad suman al menos 33 muertos desde hace dos años, entre sicarios y policías, y las postales ensangrentadas de los atacantes regados en el campo, entre las bardas de las casas y adentro de los corrales son la representación de la violencia en el Estado de México. Un hombre tirado entre botes y escobas, afuera de una obra negra, con una cubeta en la cabeza, yace sangrante, y sus manos, que han sostenido un rifle de alto poder, ahora descansan inmóviles en su regazo. Una enorme mancha de sangre se ha adherido a la pared cercana. Otros dos cuerpos cayeron cerca de la camioneta Toyota. Los chalecos antibalas que portaban les sirvieron para dos cosas, pero no para sobrevivir. La sangre mana desde el cuello de uno de ellos, y lo embarra hasta las botas. Armado hasta las barbas, este sicario no pudo recargar a tiempo y los cartuchos repletos de balas de alto calibre se quedaron sobre su cuerpo. Llevaba una camisa blanca con flores negras estampadas. Y alguien, muy quedamente, dice sin querer que se parecen a las flores de los Gun’s and Roses. En la mano izquierda, un anillo enorme se quedará para siempre en uno de los dedos del pistolero y su arma, la punta de ella, se le ha metido entre el pantalón y la trusa. Lo que sí es que está mirando. Mira para arriba y sus ojos abiertos parecen azules por el efecto del cielo, por el contraste de la sangre que le cubre el rostro.
La camioneta fue ferozmente acribillada, lo que quiere decir que algunos balazos penetraron por los vidrios e impactaron a los tripulantes, y que otros disparos, quizá dos docenas, arruinaron las puertas del lado del copiloto. Los sicarios, hasta después de muertos, tiene una historia para contar.
A otro lo balearon hasta la muerte a la altura del hombro izquierdo y del cuello. El arma y el cargador que llevaba se quedaron muy cerca de su mano, del puño abierto que era su mano. Calzaba unas enormes botas de montaña pero su ropa gris era la de cualquier chavo de 20 años. Ha caído con la cabeza torcida hacia la derecha, como si buscara un abrazo y en él el perdón de las balas que le tocaron.
Uno más fue abatido adentro de un corral o cuarto de trebejos. Cayó a un lado de los costales de alimento para los bueyes y algunas bolsas de plástico, algunas cobijas, le han caído encima del rostro, que no puede verse. Junto a él, uno de sus compañeros se ha desangrado porque una bala le ha pegado en la cabeza. Lo reventaron en ese corral los disparos lejanos de los agentes y aunque en su cinturón militar llevaba aparatos similares a las granadas, nunca pudo usarlas. Vestido como un militar, una de sus manos se ha vuelto gris, pero la otra es roja porque ha caído adentro del cóagulo que para las 11 de la mañana ya era su propia entraña.
Las casas cercanas estaban cerradas y las pocas personas que se asomaban no hablaban. Se limitaban a observar el paso de los agentes y el sobrevuelo de un helicóptero de la Marina, que se mantuvo en el aire más de dos horas. Pero a pesar del silencio, un apodo comenzó a circular por la zona. El Payaso, los muertos y detenidos eran gente del Payaso, un sicario al que no se ha identificado a cuál cártel pertenece.
Los sobrevivientes, que fueron siete, entre ellos cuatro hombres y tres mujeres, a quienes se ha sometido contra el pasto, bocabajo, con las manos esposadas en la espalda. Una mujer, vestida toda de negro, calza zapatos de tacón como si la hubieran llevado de último minuto, y como si la hubieran forzado a estar ahí.
Luego, ya pasado todo, los policías reunieron en una fila el reguero de armas. Todo un arsenal: “10 armas R-15 calibre .223 mm; 13 armas AK-47 calibre 7.62 mm; un subfusil 9 mm; 4 rifles de cacería calibre .222 mm; una escopeta calibre 12 mm y un arma corta calibre 9 mm. Además, 24 chalecos y 7 cascos tácticos, 9 fornituras, 6 placas balísticas, 2 cuchillos tácticos, 84 cargadores abastecidos para arma de fuego de diferentes calibres, radios de comunicación, teléfonos celulares, cinco camionetas marcas Mercedes Benz, Jeep, Ford y Toyota, un vehículo Nissan, tipo Versa”.
El lugar en el que sucedió el enfrentamiento es un corredor que conecta veredas y terracerías a Tejupilco, Texcaltitlán, Almoloya de Alquisiras, Coatepec Harinas, Villa Guerrero y sale hasta San Pedro Zictepec, a la altura de Tenango, por el parque nacional Hermenegildo Galeana.
La Familia Michoacana controla el agua de esta zona y cobra a los dueños de los invernaderos un peso por metro cuadrado cada mes para dejarlos trabajar. El gobierno mexiquense, que lo sabe, no ha hecho nada para detener de manera definitiva a los criminales. Después del enfrentamiento, el lugar se llenó de guardias nacionales y soldados. La Fiscalía envió tanquetas y agentes que vigilan aún las veredas.
Los líderes máximos de la Familia Michoacana son Jhonny y Alfredo Hurtado Olascoaga, que por más de diez años han detentado un narcopoder imbatible.
A las 11 de la mañana, cuando el helicóptero de la Marina sobrevolaba el lugar del enfrentamiento, a Ernesto Nemer le daba la mano el gobernador Del Mazo para despedirlo y luego le tomaba protesta a Luis Felipe Puente. Forma es fondo, dice un adagio político cada vez más rebasado, pero esta vez las formas y los fondos de estos cambios en el gobierno parecen ser lo único importante en la agenda del gobernador, que antes de pronunciarse sobre los ataques, ya estaba entregando tarjetas del Salario Rosa en una reunión en la que no dejó de mencionar a las otras aspirantes a la gubernatura, Ana Lilia Herrera Anzaldo, Laura Barrera Fortoul y Alejandra del Moral Vela. Falta un año para las elecciones, pero en el sur mexiquense el narco ya ha decidido que si no pactan con ellos, entonces no permitirán las votaciones.
Eso, a todas luces, le conviene al que menos votos obtendría si todo fuera normal.