Miguel Alvarado
Toluca, México; 27 de enero de 2020. México es un país en guerra y el Estado de México uno de sus frentes más violentos. El sur mexiquense forma parte de un supraestado estructurado desde operaciones extractivas de oro y uranio, y del negocio de la droga. Son 13 municipios los que conforman ese territorio, que sumados a zonas michoacanas y guerrerenses configuran la Tierra Caliente, un territorio que además se quiere emancipar constitucionalmente. Esa región es campo de batalla, en este momento de los cárteles de la Familia Michoacana, liderada por Johnny Hurtado Olascoaga, El Fish, y del Jalisco Nueva Generación, cuyo jefe de plaza aún no se determina. Desde Valle de Bravo, en el Edoméx, hasta Arcelia, Zirándaro, Telololoapan, y Taxco, por un lado. Por otro, Zitácuaro, Tuzantla, Huetamo y San Lucas, en Michoacán. Los bastiones mexiquenses son Caja de Agua, Luvianos, Zacazonapan, Otzoloapan y Tejupilco, entre otros. Esos son los territorios de la guerra que han convertido a la Tierra Caliente en un campo de desplazados, que mueve población hacia Estados Unidos, sobre todo, mientras avanza por campos minados. De todo eso resulta un tipo de violencia y también un tipo de poder: la necropolítica y el necropower, una de las fuentes originales de otro tipo de miserias letales, focalizadas en la familia, en el sector laboral, en las industrias.
En las escuelas.
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Hay una relación ineludible entre el comportamiento del niño que va a la escuela y es como es, y el niño que ha sido educado en casa, y que es como es. El mismo niño en los dos ámbitos es el mismo. No es distinto en uno u otro lugar. En los dos se construye, se nutre y somatiza. En los dos lugares, y en los que le toquen, va formándose su Yo del presente y también lo que será dentro de poco y dentro de mucho. Lo será a pesar de sí mismo y si llega a darse cuenta de lo que es, le costará mucho tiempo y trabajo aceptar que algunas creencias y conductas son violentas y peligrosas.
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Que los niños sean expuestos a la violencia extrema de un país en guerra tiene, por fuerza, un efecto en aquello que serán y harán en algún momento.
Ver morir, por ejemplo, y participar de eso.
En la comunidad de Cajelitos, perteneciente a Chilpancingo, Guerrero, un profesor de la primaria Baltazar R. Leyva Mancilla, fue ejecutado sin miramientos, frente a sus alumnos.
Eso, ver morir en la escuela porque alguien ha podido asesinar a otro, por supuesto que marca. Los mensajes han sido enviados: se puede, no pasa nada y si pasa, de todas maneras no pasa nada más allá de la cárcel, de pagar una fianza, de observar buena conducta y obtener pronta libertad.
El suicidio también se vale.
Después de los homicidios cometidos por el niño José Ángel, de 11 años, en una primaria de la ciudad de Torreón, por lo menos otros tres casos de violencia infantil han trascendido a los medios de comunicación. No se sabe por qué se ocultan.
No, sí se sabe.
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Así, pues, el miércoles 22 de enero de 2020, a la una de la tarde con seis minutos en la escuela primaria Elisa Estrada Hernández, de Calixtlahuaca, en el municipio de Toluca, se registraba otro hecho, una variante de la misma violencia que afecta a los niños.
Ese día, a la hora de salida, un alumno que cursa el sexto año en el turno matutino, golpeó a su tía dentro de la escuela. Profesores y padres de familia fueron testigos de los hechos, pero nadie intervino y dejaron que todo sucediera. Lo que sucedió fue que el niño derribó a golpes a su familiar, y ya tirada, terminó de lastimarla. La mujer quedó malherida.
La directora de aquella escuela, Lucía Zamora, retuvo a la mujer en la Dirección de la escuela, y cuando se recuperó un poco, la sacó de la institución para llevarla a su casa sin que mediara auxilio médico ni tampoco un reporte de los sucesos.
Esto, para evitar que todo eso se hiciera más grande y que más gente se diera cuenta. Padres de otros niños compañeros del agresor, refieren que éste es hijo de profesores. Poco más tarde, la plantilla entera de maestros de aquella escuela fue convocada a una junta por la Dirección, cuya solución fue invisibilizar el caso, hacer como si no hubiera pasado.
Darle la vuelta a la hoja, pues, como si nada hubiera pasado.
Un niño agresivo que tunde a golpes a sus familiares adultos está diciendo algo y envía un reflejo, como un espejo, de que algo, en alguna parte, lo está afectando y alguien que vive con él puede darse cuenta. Que el hecho no se mencione, no se registre y no se denuncie perpetua la violencia y muy probablemente haga de este evento un escalón en el cual el niño se apoye para cometer otro tipo de actos violentos.
Porque ya vio que no pasa nada.