Fernanda García
Toluca, México; 5 de mayo de 2022.
El frío invierno me llevó a los caminos hacia el Sur -con mayúsculas porque parece la frontera de otro país- que pocos transitan. De fondo, las faldas del volcán Xinantécatl dibujaban su barrera física entre la zona metropolitana y las orillas de la Tierra Caliente, los primeros caminos que conectan hacia esa zona sin los lujos de las autopistas pero que permiten ver todas las bondades que da la tierra ciega.
Fui de comunidad en comunidad preguntando cómo estaban sobreviviendo y fue en Raíces, la primera de 13 localidades que están en vulnerabilidad por las condiciones climáticas que proporciona la altura del Nevado, donde los nervios que recorren mis pies y piernas empezaron a encogerse.
Ahí, sentada a un costado de su estufa de leña, una mujer echaba otro trozo de madera para no morir de hipotermia, y me confesó que “los malos” les tienen limitado el número de leños que pueden llevar a su casa.
La tala ilegal es un negocio tan fructífero y tan amparado en la falta de elementos vigilantes con capacidad de respuesta, que se volvió atractiva para los que viven de traficar. Lo que sea, se trafica hoy en día, ya no sólo droga, ya no sólo mujeres, también niños, órganos y hasta madera.
Me contó que a su hijo lo habían “levantado” por estar talando un árbol pese a que el gobierno federal les permite un porcentaje mínimo de aprovechamiento forestal, aunque más que eso, es cortar un árbol para mantener el calor en sus casas casi todo el año y cocinar lo que se pueda.
En Raíces no es tan mala la suerte si se compara con las comunidades vecinas, porque ahí, en Raíces, por lo menos hay turismo, calles pavimentadas. Más adelante, el bosque comienza a tragarse todo esfuerzo humano por sobrevivir. Está Agua Blanca, un pequeño poblado de apenas 40 familias dedicadas a la cría de animales como borregos y guajolotes. La tierra es tan fría que ni la papa se da. Se dedican al comercio, pero también a ser ciegos.
La pobreza los aplasta y saben que de la policía no van a saber, ni tampoco de la justicia, por eso voltean a otro lado cuando ven las camionetas repletas de sujetos armados hasta las pestañas. Se callan, ni siquiera lo murmuran. No les queda de otra.
Ahí, con los dedos congelados por las heladas que habían caído en días anteriores, fui interceptada por un comando. No me hicieron nada, me preguntaron por qué estaba levantando imagen, que si iba a hablar de ellos, pero no, yo había llegado para relatar las carencias de la gente sin imaginar que “ellos” me tenían detectada desde que tomé la desviación al Nevado de Toluca.
Aunque traté de transmitir seguridad en cada una de mis respuestas mientras mi escalofrío me pedía no perder de vista las AK-47 y AR-15 con las que se paseaban, tartamudeé un par de veces y me dio un ataque de risa nerviosa. Apenas pude moverme para enseñarles mis identificaciones. Apenas pude no equivocarme con las palabras para poder salir ilesa. Apenas pude quebrarme en llanto y miedo tan pronto me subí al auto y vi que ellos se fueron.
Y como yo, decenas.
Los caminos al sur mexiquense, esos que parecen más que carreteras federales, unos simples senderos, pasan por ahí, por el Nevado de Toluca. Esa barrera física que parece protegernos del asedio sin tregua que se mantiene en los municipios de Tierra Caliente.
Los asaltos a mano armada, pero armada de verdad, se han evidenciado en la zona, en especial por parte de los motociclistas, pero ahí es mejor hacer como que uno no ve, no oye, no siente, no tartamudea ante una situación de peligro.
Entonces, me pregunto, a meses de distancia del hecho, sentada mientras la columna se me endereza al revivir las emociones: ¿quién podría reclamarle a los policías que no protegen cuando ellos apenas tienen una pistola, un rifle y las municiones contadas? ¿Qué hace la Guardia Nacional en los filtros cuando el peligro está unos metros más adelante?
Los eventos de Sultepec me convencieron de escribir esta entrada. El terror de sus habitantes, su dolor y desesperanza. Ya no es sólo el Sur, hay que poner los puntos sobre las íes, ya no están lejos en la sierra. Ya no.