7 diciembre, 2024

Ayotzinapa: a la sombra del Parca

Miguel Alvarado: texto e imagen. Karen Colín: diseño

Ciudad de México; 7 de septiembre de 2022

David Flores Maldonado, secretario general de Aytozinapa, llegó a la normal guerrerense de Ayotzinapa después de haber estado unos días en la escuela normal de Amilcingo, Puebla, en una reunión en la que él ofreció que su institución fuera sede para que llegaran, pernoctaran y comieran más de mil 500 alumnos y acompañantes provenientes de otras normales. Además, ofreció que su escuela se encargaría de transportar a todos ellos en 25 camiones hacia la Ciudad de México para que participaran el 2 de octubre de 2014 en la marcha conmemorativa del 2 de octubre de 1968.

De acuerdo a testigos entrevistados por este autor, fue Flores Maldonado quien de propia iniciativa ofrecería a Ayotzinapa como sede. Nadie le preguntó, nadie lo presionó, nadie le sugirió que lo hiciera. No había necesidad, porque los representantes de Tenería, la normal rural ubicada en el Estado de México, no se habían negado a convertirse en sede, sino que pidieron tiempo para consultar con su base una decisión así. Pero el ofrecimiento del Parca les resolvió ese problema.

A Flores Maldonado, quien actualmente es un director de área en la Secretaría de Educación Pública, le dicen el Parca porque en una obra de teatro tuvo que disfrazarse como una calavera y desde entonces el sobrenombre se le quedó. En 2014 él representaba el poder estudiantil de Ayotzinapa, junto con otro alumno, Manuel Vázquez Arellano, a quien le apodaban el Abuelo, el Eterno y el Jackie Chan. Utilizaba también el sobrenombre de Omar García por “razones de seguridad”, como explicó luego. Ellos dos decidían las actividades y los destinos de la normal. Sin embargo, ambos eran señalados por un sector de la comunidad como infiltrado y de tener relaciones con el narco local asentado en Tixtla, Guerrero, y de responder a intereses del gobierno estatal.

El Informe de la Presidencia para la Verdad y acceso a la Justicia de Ayotzinapa (CoVaj), no explica que la reunión de Amilcingo, realizada unos 15 días antes del 26 de septiembre de 2014, es clave para entender los levantamientos y ejecuciones de los 43 normalistas, así como de cuatro estudiantes más y tres civiles. Esa noche del 26 de septiembre, apuntaba la actual Fiscalía General de Justicia en su momento, fueron asesinadas en Iguala, Guerrero, unas 90 personas.

Lo que el informe de la Cuarta T señala acerca de la reunión en Amilcingo, es lo siguiente:

“[…] múltiples testimonios dan cuenta de que durante la Asamblea [de] la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México realizada en el estado de Morelos en agosto de 2014, se resolvió que la Normal de Ayotzinapa fuera sede para concentrar las 16 delegaciones de las normales del país […] luego de que los dirigentes de la normal de Tenería en Tenancingo, Estado de México, rechazaran dicha solicitud argumentando que no tenían condiciones para conseguir los más de 20 camiones que se requerían para trasladar a los casi mil estudiantes a la capital del país. Los preparativos para la movilización implicaban brindar alimentos, alojamiento y transporte a las delegaciones que se concentrarían en Ayotzinapa. Para cumplir este compromiso, el Comité Estudiantil de la Normal decidió regresar a los estudiantes de segundo, tercero y cuarto año a sus casas, por lo que el 26 de septiembre sólo había estudiantes de primer ingreso para secuestrar los autobuses, encabezados por estudiantes de niveles superiores”.

No, no fue así.


La versión pública de la CoVaj apenas toca algunos puntos generales de lo que realmente pasó inmediatamente antes del viaje a Iguala y no precisa detalles importantes y esclarecedores.

De hecho, la CoVaj debió investigar un periodo histórico que por lo menos abarcara desde 2006 para entender el narco-contexto en el que la escuela estaba sumida debido a su localización geográfica, pero también la inevitable influencia que los cárteles regionales habían desarrollado en la normal, en las regiones cercanas de Chilpancingo, Tixtla, Iguala y otros municipios, y los pactos entre los poderes fácticos representados por las fuerzas armadas, por las fuerzas de seguridad pública, el Estado guerrerense, las policías municipales, federal y estatal, así como la propia Federación, en ese entonces encabezada por Enrique Peña Nieto.

Lo que en realidad pasó decidió el destino de los viajeros a Iguala, los 137 estudiantes de primer año y de algunos de sus líderes, que iban a una ciudad que ya había condenado a muerte a los normalistas desde 2013.

¿Por qué la Federación de Estudiantes Campesinos y Socialistas de México habrán exigido que una normal se convirtiera en sede de todas las demás cuando tradicionalmente cada una llegaba a la Ciudad de México porque la logística era más fácil? ¿Por qué los alumnos de segundo, tercero y cuarto grado no detuvieron ese viaje? La respuesta inmediata es tan simple como compleja: porque no estaban, pero entonces la siguiente pregunta, que no ha sido contestada 8 años después de los sucesos es: ¿quién ordenó el traslado de 137 normalistas de primer año al territorio controlado por los Guerreros Unidos?

II

El secretario general David Flores Maldonado, el Parca, regresó a la normal de Ayotzinapa, después de estar unos días en Amilcingo y convocó a una reunión urgente con la cúpula de la escuela. Ahí explicó la responsabilidad que él, sin consultar a nadie, acababa de echarle encima a los estudiantes. Tendrían que secuestrar camiones, establecer una logística para alimentar a los visitantes y darles alojamiento adecuado. Nada de eso podía realizarse en tan corto tiempo.

La respuesta que recibió el Parca, después de contarle a los jefes de las comisiones y de una reunión con todos los alumnos lo dejó momentáneamente si habla.

Ahí mismo algunos alumnos le recordaron al Parca las amenazas de muerte de los Guerreros Unidos contra la escuela y sus estudiantes. Otros señalaron que no tenían manera de obtener raciones para tantos visitantes y que el ofrecimiento que había realizado el secretario general no estaba acompañado de un plan logístico. Si se quería dar los tres alimentos diarios a los visitantes, entonces se debía quitar a los de Ayotzinapa por lo menos una ración cada 24 horas a partir de ya mismo. Por otra parte, el problema de obtener autobuses en una región patrullada por policías federales, dominada por narcotraficantes y por los ayuntamientos coludidos con ellos hacía de las carreteras, ciudades y poblaciones un riesgo letal que cualquier habitante podía ver a simple vista.


Enviar un contingente de jóvenes inexpertos a una zona así conllevaba un riesgo enorme que los líderes decidieron correr. Pero eso era innecesario.

Desde un principio, la base estudiantil de Ayotzinapa tomó una postura. Y la mayoría de los más de 500 alumnos le respondieron tajantemente al Parca:

– ¡No!

Muy a su pesar, el Parca aceptó lo que la escuela le imponía y además se comprometió ante todos a no realizar ninguna actividad relacionada con la toma de camiones. Él había planteado que se necesitaban hasta 25 autobuses y por lo menos una pipa de combustible diésel.

Aunque la decisión de la base estudiantil es inapelable y debe cumplirse. Sin embargo, el Parca no lo hizo. En los días anteriores al 26 de septiembre e incluso ese mismo día por la mañana había ordenado a los de primer año intentar la toma de camiones.

El viernes 26 de septiembre de 2014 el Parca había ordenado a los alumnos de segundo, tercero y cuarto grados salir de la escuela. Se trataba de un permiso especial que concedía tres días a los normalistas, que podrían ir a sus casas o a donde quisieran ese fin de semana. Se presentarían el lunes 29 a clases.

La razón que el Parca había dado a los alumnos era que se merecían un descanso por el trabajo realizado durante la semana. La comunidad tomó la noticia de buena manera, aunque hubo algunos que reclamaron que sería una pérdida de tiempo si se querían obtener los 25 camiones y se daba continuidad al plan descabellado del secretario general.

Como sea, la mañana del 26 de septiembre los miembros de la cúpula y del Comité Estudiantil desalojaron a los estudiantes. Pasaron a cada uno de los dormitorios y cubículos para despertarlos a primera hora.

-¡Paisa! ¡Ya es hora de irse, paisa!- gritaban los líderes mientras pateaban y abrían las puertas de las habitaciones para levantar a los chicos, que después de desayunar debían estar fuera de las instalaciones. Para acelerar las partidas, se ordenó cerrar el comedor cerca de las dos de la tarde y uno a uno los alumnos fueron marchándose. Para ese momento, ninguno de los que se iban ni tampoco los alumnos de primer año sabían que habría un viaje a Iguala y menos que sería de noche. Lo que sí sabían era que los necesitaban para participar en acciones, “actividades que van de mal en peor”, decía el normalista de origen mexiquense Julio César Mondragón Fontes en mensajes que desde el mediodía de ese 26 de septiembre mandaba a su pareja, Marisa Mendoza, desde el celular que recientemente acababa de comprarle a un compañero.


En Ayotzinapa quedaron aliados suyos como Manuel Vázquez Arellano -quien hoy es diputado federal por Morena para la circunscripción 3- y un grupo que poco antes de las 17:30 comenzaría a organizar un viaje a Iguala, la ciudad prohibida para ellos, para hacerse de camiones. A Julio César Mondragón le ordenaron que se alistara porque saldría en un camión.

-Oye, amor, voy a salir a actividad. Cuídate mucho vamos a secuestrar autobuses- le dijo a las 17:32 Julio César Mondragón a su pareja, Marisa Mendoza, en dos mensajes escritos.

A las 20:20 de ese mismo día, los estudiantes de Ayotzinapa ya estaban a las afueras de Iguala y se preparaban para defenderse de la policía, como el propio Julio César le comunica a su pareja.

– Estamos esperando que pase un autobús para secuestrarlo -dijo a esa hora en otro mensaje el normalista.

Un minuto después, enviaba otro más:

– Y juntando piedras para defendernos de los policías que ya están merodeando por acá.

Los dos camiones que habían salido de la normal con rumbo a la caseta de Iguala-Cuernavaca eran el 1531 y el 1568 de la Estrella de Oro. Ninguno de los alumnos experimentados dijo nada a los de primero, que en un principio no sabía a dónde los llevaban. Unos 20 minutos después de salir de Ayotzinapa, cuando los autobuses pasaban por el crucero de Casa Verde, seis Urban en las que viajaban pistoleros del cártel de los Rojos comenzaron a seguirlos sin que los chicos se dieran cuenta.

“Alguien les avisó que los normalistas ya iban en camino hacia Iguala”- confirmó un alto funcionario de la Secretaría Técnica de la CoVaj durante sus investigaciones, que ubicaron a un soldado infiltrado entre los normalistas, Julio César López Patolzin, a quien había reportado por última vez algún tipo de información al 27 Batallón de Infantería a las 10 de la mañana de ese día.

Por eso, que el secretario general de Ayotzinapa, David Flores, desobedeciera el mandato de la base estudiantil incidió de manera directa en el resultado de aquella travesía. Que ninguno de los alumnos experimentados que esa tarde se quedaron en la normal hiciera algo por impedir la salida, determinó que los jóvenes de primer año se enfrentaran a entrar y cruzar Iguala bajo la metralla de policías, sicarios y militares. Que en la escuela no hubiera más alumnos con mando que los aliados del secretario general permitió que nadie se opusiera con autoridad a los designios de quien organizó el viaje.

El Parca declararía primero ante la extinta Procuraduría General de la República que los alumnos de primer año habían tomado la iniciativa, por sí solos, de ir a Iguala, que habían convencido a los pocos estudiantes de grados superiores para intentar secuestrar camiones. Después cambió su versión y dijo que estaba cenando en Iguala a la hora de los ataques, entre las 21 y las 23 horas del 26 de septiembre, en compañía de otro estudiante, Emanuel Vargas Verona, a quien apodan Comelón. Y por último dijo que había estado en Chilpancingo, en compañía de una mujer, haciendo compras personales. De cualquier forma, el Parca se presentó en Iguala para dar una entrevista a medios de comunicación, en la esquina de Juan N. Álvarez y Periférico Norte, cuando el grupo de sicarios conocido como los Bélicos les disparó a bocajarro, cerca de las 23:30. Ahí fueron asesinados dos normalistas: Julio César Ramírez y Daniel Solís. En esa misma acción, otro estudiante, el mexiquense Julio César Mondragón Fontes, fue levantado. Apareció a las seis de la mañana, desollado y muerto a 400 metros de las oficinas del C4, en el paraje del Camino del Andariego, muy cerca de la donde había sucedido la balacera.

Aun hoy, las familias de los 46 estudiantes asesinados lamentan esa decisión de buscar en Iguala lo que no había para ellos. Que la CoVaj se refiera a los hechos de Amilcingo y a la mañana del 26 de septiembre como un incidente apenas, es un acto que encubre a los responsables que estaban en la normal de Ayotzinapa.

A las 21:07, Julio César le decía a Marisa: “ya se armaron los madrazos. En este día nos sigue la policía”.

A las 21:08, el normalista confesaba: “espero librarla”.

A las 21:27, Julio enviaba: “están disparando, amor”, cuando vio que sus atacantes les apuntaban.

A las 21:39, el estudiante le decía a su pareja: “ya, amor, mataron a uno”.

A las 21:42 Julio César lanzaba el último mensaje a su familia, y dijo “normalista”, en alusión a que la persona asesinada en Iguala era uno de sus compañeros.

Normalista, como él mismo, como Julio César Mondragón Fontes.

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