Alberto Padilla Soriano/ Escuela Superior de Fotografía Lumière: texto e imagen. Karen Colín: diseño
Toluca, México; 11 de septiembre de 2022
Los lentes, los instrumentos que nos ponemos para ver mejor quienes tenemos algún tipo de deficiencia, fueron ideados originalmente como una herramienta para precisamente ayudarnos. Sin embargo, este propósito fue ampliándose de alguna manera, lo cual distorsionó su función principal con el paso del tiempo.
Estos comenzaron por ayudar a compensar las deficiencias de la vista de las personas, pues no todos tenemos las mismas necesidades.
Mientras algunos no ven de lejos, otros no ven de cerca y mientras algunos necesitan usarlos todo el día, otros sólo por momentos.
Pasaron de ser un material de apoyo a formar parte de nuestra identidad, ya que algo tan simple como elegir el color, el tipo de armazón o incluso el usar lentes sin necesitarlos sólo para verse bien, es un reflejo de lo que somos.
Valores, experiencias, conocimiento y reflejos de nuestra personalidad son algunos elementos que este dispositivo puede revelar si se mirar a alguien desde los lentes.
Mirar no puede circunscribirse a la acción de entender lo que se percibe nada más. También es un marcador de límites, una fronterización de la vida cotidiana cuyas demarcaciones definitivamente excluyen. Nadie que pueda ver medianamente bien se imagina la realidad en la que se desenvuelven los ciegos, quienes se ven afectados en todos los ámbitos imaginables.
Aunque uno se adapte por necesidad, la sociedad no se adapta al mundo y a las limitaciones de la visión perdida. Las películas, sobre todo las extranjeras, resaltan el valor y las formas en las que los ciegos estadounidenses o europeos pueden conseguir insertarse de manera adecuada en esas sociedades.
Sin embargo, México es distinto, es discriminatorio, poco empático y encima la pobreza cotidiana, el desempleo, la violencia y la pobreza social impiden a la mayoría resolver sus problemas visuales de manera adecuada.
Y ni, no se trata de echarle ganas.
El poeta español Antonio Machado dijo, y lo que dijo se quedó para siempre: “El ojo que tú no ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque él te ve”. Y de esta sola frase puede desprenderse toda una filosofía acerca de mirar, de los lentes que utilizamos, de la ceguera, de lo inevitable que a veces es voltear a ver y no mirar nada.
Porque así pasa, ¿no?
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