24 enero, 2025

La lucha de una comunidad por no desaparecer

La lucha de una comunidad por no desaparecer

Miguel Alvarado: texto. Ramsés Mercado: imagen e información. Brenda Cano: diseño.

Lerma, México; 14 de junio de 2022.

La mancha amarilla del sol de la tarde se extiende por el piso de cemento y sube por las paredes levantadas con mucho trabajo. Ilumina los mapas y las cartulinas que cuelgan apenas de las grietas entre los ladrillos. Los pedazos multicolores se afianzan con diúrex y al fondo un librero improvisado con tablas resguarda apenas algunos libros de texto. Parece que se dobla por el peso y que todo caerá en cualquier momento.

En ese charco amarillo se paran dos de los padres de alumnos que estudian en esta escuela primaria. El salón está vacío pero los niños juegan afuera porque una organización les han llevado comida, piñatas y regalos, y ahora corren por el patio de tierra, donde danzan y juegan. La algarabía, esas risas que parecen pájaros levantándose, se estrella en los muros pelones, apenas pintados de verde, sin encalar, que desnudan la realidad de la escuela de la comunidad de La Lupita Casas Viejas, que se construyó gracias a los habitantes de este pueblo enclavado en los bosques que todavía quedan aquí, que no fueron talados para que la autopista Toluca-Naucalpan pasara sus 39 kilómetros.

Aquí, a espaldas de la escuela, rodeada por una malla ciclónica, vivía la familia de Fátima Quintanar, la niña que hace siete años fue retenida, violada, torturada y al final ejecutada por tres adolescentes que la interceptaron cuando volvía de la secundaria, a la que asistía en la comunidad de Las Lajas. Su caso es uno de los ejemplos más acabados de la violencia feminicida que hacen del Estado de México un lugar mortal para niñas y mujeres, para quienes pertenecen a grupos vulnerables. Fátima, la niña querida, estudió la primaria aquí, en su comunidad, en alguno de estos dos salones, sentada en alguno de los desvencijados pupitres que se sostienen todavía por alguna razón misteriosa.


Los niños gritan con más fuerza y la fuerza del sol hace crujir las aulas. Nadie habla por unos segundos. Así se siente cuando no hay nadie, sólo los pájaros afuera.

Tiene dos salones, mejor dicho, dos cuartos techados con lámina que sirven para todo: como biblioteca, salón, salas de junta, armario, dispensario, todo. Al lado se encuentran los baños.

Sus paredes están pintadas de verde, aplicado directamente a los tabiques y su piso de cemento se resquebraja. Ahí, en esos dos cuartos de unos 20 metros cuadrados cada uno, toman clase niños de todos los grados de primaria.

La escuela de la comunidad de La Lupita Casas Viejas, en Lerma, Estado de México, se encuentra en el bosque, a la mitad de un cerro, perdida en el limbo de los límites territoriales de esa comunidad y de Las Rajas, lo cual se traduce en abandono porque nadie quiere hacerse responsable de ella a pesar de que es una escuela con validación oficial. Apenas estos días ha llegado material para construir tres nuevos salones, los cuales ya tendrán techo de cemento y quizás mobiliario nuevo, algunas de las paredes ya se levantan y quizás, porque nadie sabe, estén listas en poco tiempo.

Afuera de la escuela, montones de grava y arena han sido depositados para tratar de construir una carretera, pero están ahí hace tiempo, a la espera de que alguien vaya a hacer los trabajos.

A la escuela y por añadidura a la comunidad, le pasa de todo. No tiene agua, o no la suficiente y debe pelear por que las pipas lleguen hasta allá, por que los de Las Lajas las dejen subir. Lo mismo pasa con la recolección de basura. Los camiones apenas van a la comunidad, que de acuerdo con los de Las Lajas, les quita los servicios porque llegaron ahí después y desde su obcecación no tienen ningún derecho. Por eso las casas de La Lupita Casas Viejas apenas cuentan con lo elemental y sí, hay mucha pobreza.

-Aquí tenemos un problema- dice uno de los padres de familia, que se ha acercado a los salones- por ejemplo, el camino ya casi lo habíamos terminado, pero nos lo destruyeron y al agua no la dejan subir. Aquí hay un pozo y lo pelean los de Las Rajas. Ahorita el agua se está tirando y no puede aprovecharse- dice, y luego dice que ahí no los quieren porque los consideran invasores, aunque ellos compraron los terrenos de buena fe, por eso no les permiten obtener recursos.


Así, la colonia entera, no sólo la escuela, ha sido cercada por una burbuja impenetrable, la cual les acentúa más la pobreza, una miseria que podría evitarse si se llegaran a acuerdos.

Las nuevas aulas las construyeron gracias a un apoyo de magistrados jubilados, que pusieron recursos económicos de su bolsa.

Pero los de La Lupita ya tienen más de 60 años viviendo ahí, en tierras comunales que alguien les ofreció sin advertirles que los de Las Rajas se opondrían con tal denuedo. Pero así ha sido. Ni siquiera hay transporte público porque tampoco permiten que los camiones lleguen a la comunidad. Por eso, la niña Fátima tenía que caminar un gran trecho para ir a la escuela y regresar a su casa.

-Por otro lado, la inseguridad que hay aquí es un problema que no podemos solucionar solos. Apenas pusieron luz en la calle principal, pero sí reitero que nuestra principal necesidad es el agua, padecemos mucho por eso- señala el señor Joaquín, quien es testigo todos los días de cómo su colonia y la escuela sufre por las carencias y se convierte, aunque ellos se oponen todo lo que pueden, en un fantasma que nadie quiere ver.

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